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[UN AÑO ATRÁS]


Cine Roycewood, Spokane (WA).
Octubre 27, 2019

07:52 PM

La ciudad de Spokane, mejor conocida cómo "La ciudad lila", fue levantada en 1873 y, actualmente, es la ciudad más grande del estado de Washington. Posee una población de 550 000 ciudadanos. Y es el hogar de una gran variedad de museos, teatros, jardines botánicos y parques bien cuidados. No obstante, y a pesar de tener todas esas opciones para ir a visitar los Viernes por la noche, últimamente casi todo mundo prefiere ir a pasar el rato en el Cine Roycewood.

Construido a mediados de 1950, y remodelado a inicios de 1970, el edificio, de un solo piso, yace ubicado en medio de la calle 67, en el área comercial, en el área noreste de la ciudad. Posee una gran sala atiborrada por dos grupos de asientos forrados con terciopelo carmesí. Treinta asientos por cada grupo, sesenta en total. Cuenta, además, con dos accesos (una entrada simple y una salida laberíntica), dos baños, un área de descanso, una oficina, la sala de proyección y la recepción. Y las paredes de la recepción, sobre las que yacen desplegados algunos posters de actuales y futuras películas de estreno, están tapizadas con papel de color rojo oscuro.

El lugar casi nunca recibía un gran número clientes, y muchos menos los fines de semana. Pero desde que comenzó el mes de Octubre, dicha situación había cambiado. Y todo por una sola razón, la nueva película del momento: "𝐌𝐀𝐙𝐄 𝐑𝐔𝐍𝐍𝐄𝐑 𝐈𝐈𝐈: 𝐋𝐀 𝐂𝐔𝐑𝐀 𝐌𝐎𝐑𝐓𝐀𝐋".

<<Increíble —pensó Richard Jewell, el empleado modelo y el único que se hallaba de turno en ese momento. Se encontraba en la recepción, atendiendo la barra de comida. Volver a ver la gran fila de clientes acrecentó su alegría—. Las ganancias subirán mucho este mes. ¡Perfecto para pedir un aumento!>>.

Una voz, algo dulce pero impaciente, le hizo regresar a la tierra. Agitó la cabeza y regresó a su labor.

Con una sonrisa contagiosa y una aptitud encantadora, atendió a la mujer treintañera de cabello castaño que encabezaba la fila. Y en cuestión de cinco minutos, a más de treinta personas. ¡Todo un récord!. Para cuando los últimos dos clientes, unos estudiantes de preparatoria, dejaron la barra llevándose consigo dos contenedores Jumbo de Palomitas, dirigiéndose ahora a la gran sala, Jewell, por su parte, cerró la barra, cruzó la recepción y se encaminó a la habitación del fondo. Una placa dorada, situada en la parte superior de la puerta, ponía: "SALA DE PROYECCIÓN". Entró y, a tientas, encontró el interruptor. Mientras que la luz tenue apresuraba a iluminar el lugar, Jewell se acercó a una pila de cajas, situadas en una esquina. Cogió la que estaba a la cabeza, la abrió y sacó un rollo de película. Lo colocó en el viejo —pero aún funcional— proyector. Lo encendió y la película comenzó a correr.

<<Perfecto>>

Bajó la vista y chequeó su reloj.

<<Es momento de cerrar>>

Salió del lugar, no sin antes haber apagado la luz, y se dirigió a la entrada principal del Cine. Cerró con llave ambas puertas de cristal. Apagó las luces. Luego, cogió su linterna. La encendió, giró en redondo y se encaminó hacia la gran sala.

<<Es lo bueno de trabajar en un cine —Jewell dijo para sí—. Puedo disfrutar la última película del día junto al público... ¡Y gratis!>>

.............

Fuera del cine, al otro lado de la calle, yace estacionado un Sedán gris americano. El conductor, y ex-médico desprestigiado, sonrió al ver que la recepción del cine quedó a oscuras.

<<Llegó la hora de ejecutar el plan>>

Abrió la puerta del auto y se apeó de inmediato al tiempo que se acomodaba la gorra de beisbol azul. Se dirigió hacia la cajuela. La abrió y, por unos cuantos segundos, contempló los objetos que adquirió en una gasolinería: Un depósito de gasolina y una cajetilla de cerillos.

<<Me las vas a pagar, linda —pensó mientras cogía los objetos y se encaminaba al cine—. Te arrepentirás de haberme acusado>>

A pesar de los meses trascurridos, la ira que Harold Hadford sentía hacia Carmen Sayer permanecía intacto y fresco. Quería matar a esa acusona pelirroja desde el día que salió de la corte, exonerado de todos los cargos pero con la reputación echa trizas. Y, finalmente, ese día llegó.

Curiosamente, desde que arribó a Spokane a inicios de Junio del presento año y en los meses posteriores en los que acechó a Carmen, se le presentó varias oportunidades —treinta y siete, por cierto— para poder secuestrarle, llevarle en su vehículo a algún lote baldío y matarle ahí con crueldad. No obstante, desistió de esto porque, en cuanto llegase a asesinarle de aquella forma, y dada su historia con ella, sus dos amigos; un hombre cuya edad no parecía rebasar los veinte años de edad y una cachorra de pelaje blanco, le apuntarían a él con el dedo y las autoridades no tardarían en emitir una orden de captura contra su persona a nivel estatal... y luego a nivel nacional. ¡Y el no quería correr ningún riesgo, no! Debía hallar la forma de matar a la pelirroja, evitando quedar como el principal sospechoso. Sus amigos también eran problemas, debía hacerse cargo de ellos también. Tras una exhaustiva investigación, Hadford descubrió que Carmen, junto a sus dos amigos, planeaban ir al cine Roycewood esa misma noche. ¡Perfecto! Si los mataba ahí junto a los demás espectadores, junto a una gran cantidad de desconocidos, pensó con seguridad Hadford, las autoridades de aquel pueblucho concluirían que el autor habría sido probablemente algún desquiciado con tendencias piromaníacas... y no él. Y para lograrlo, se aseguraría de dejar también una pequeña pista que los llevase a todos por la dirección equivocada. Sí, así iba a ser. Todos los cerdos azules irían por un personaje inexistente, y no por él, no Harold Hadford, que, hasta ese momento, y utilizando un alias, ya se había ganado algo de reputación por trabajar de voluntario en un hospital para niños de escasos recursos. Cerrarían el caso sin llevar a cabo más averiguaciones o realizar algún arresto, y jamás descubrirían quien o quienes habían sido los verdaderos objetivos, los blancos reales.

Hacía un par de horas, Harold Hadford vio, desde la comodidad de su Sedán, al trío de amigos abandonar la enorme mansión en la que vivían, tomando un taxi. Hadford trató de adelantárseles. Dio vio vuelta en <<U>>, tomó la calle Lessing y atravesó una serie de intersecciones, arribando a la autopista 54; el acceso más rápido al Área Noreste de la ciudad. Sin embargo, debido a un inesperado imprevisto —un choque entre dos camiones de carga pesada—, quedó atrapado en un terrible embotellamiento. A las siete con treinta de la noche, Hadford, ligeramente malhumorado, arribó a su destino. No vio a sus blancos ingresar al establecimiento, así que supuso que ya se encontraban dentro.

Terminó de cruzar la calle, siempre con la cabeza gacha y con la gorra de béisbol bien puesta para que no le viera —filmara, más bien— la única y ya precaria cámara de seguridad, situada en un poste. Hadford dedicó un instante en observar a sus alrededores. No había nadie cerca, la calle seguía desierta. Retomó y apresuró el paso al tiempo que se encaminaba hacia la parte posterior del cine. Halló una puerta trasera. Probablemente la única salida de la gran sala, concluyó. Y la bloqueó. Luego, a unos escasos metros de ahí, en el pavimento, visualizó algo. <<¿Acaso podrá ser..?>>. Se acercó, se acuclilló y examinó la rejilla. Con dificultad, la retiró. Y en su interior, advirtió una gran tubería blanca. "CORRIENTE DE AGUA", rezaba una etiqueta roja. Aquello le sacó una sonrisa a Hadford, misma que aumentó cuando, a un lado de la tubería, encontró la llave de la toma de agua... y la cerró. <<Esto favorecerá al fuego>>. Se puso en pie de un salto y se encaminó a la entrada principal del cine. Más no llegó a abrir las puertas. Estaban cerradas con llave. ¡Joder, estando tan cerca...! Hadford gruñó, pero no desistió.

Buscó en sus bolsillos, halló un diminuto clip. Lo desdobló e introdujo la punta en la cerradura. En menos quince segundos, logró abrir las puertas.

<<¿Quién lo diría? —pensó para sí, algo incrédulo—. Esos videos de YouTube sí que son bastante útiles después de todo>>

Cruzó el umbral. Encendió las luces y estudió el lugar con la mirada. Casi al fondo, localizó dos puertas rojas. Se encaminó hacia ellas. Dejó el depósito de gasolina en el suelo. Se apoyó contra una de las puertas y, con delicadeza, pegó su oreja izquierda contra la puerta. La textura estaba fría. Y el sonido que oyó a través de ella era inconfundible: Comentarios y gritos de emoción ahogados por parte del extasiado público. Hadford sonrió. <<Ríe mientras puedas, Carmen>>. Se separó de la puerta. Cogió y abrió el contenedor y, lentamente, procedió a verter el líquido inflamable en el suelo al tiempo que retrocedía de regreso hacia la entrada principal. Para cuando hubo cruzado el umbral, el líquido se terminó.

Hadford dejó el contenedor vacío en el suelo y, a continuación, sacó la cajilla de cerrillos. Encendió uno de ellos. Pero antes de dejarlo caer, contempló la diminuta llama por unos cuantos segundos.

<<Es sorprendente como algo tan pequeño puede causar el máximo impacto>>

Arrojó el cerillo sobre el líquido. Al inicio, no pasó nada. Pero pasado unos tres segundos, toda la recepción comenzó a brillar... cada vez con mayor intensidad.

Harold Hadford corrió del lugar, llevándose consigo el depósito de gasolina. Regresó a su auto. Se metió de golpe, más no abandonó la escena. Al menos, no por el momento. Decidió quedarse y observar desde ahí el "espectáculo" que había concebido.






[DE REGRESO A LA ACTUALIDAD]






Residencia de Kelly Krown, Bahía Aventura (CA).
Noviembre 19, 2020

07:29 PM

Al cabo de media hora de investigación, el pequeño bulldog apartó la vista de la laptop.

<<Estoy agotado —pensó Rubble al tiempo en que empezaba a parpadear con fuerza—. Me duele mucho la vista>>

La Norfolk Terrier levantó la vista de su propio ordenador portátil. Vio al cachorro constructor, y sonrió levemente.

—¿Cansado?

Él sólo asintió.

—Un consejo —agregó ella sin dejar de sonreír. Volvió su vista a su propio ordenador—. Cada diez minutos, aparta la vista de la pantalla. De esa forma evitarás la fatiga visual.

Rubble le agradeció por el tip. Regresó la vista a la laptop y regresó al trabajo. Tecleó y tecleó. Para cuando hubo terminado de socavar información de una gran cantidad de artículos y documentos —tardando diez minutos más—, suspiró y dijo:

—Me rindo, Kelly. No hallé nada.

La aludida dejó de teclear y le dedicó una mirada.

—¿Nada de nada?

—Nada de nada —repitió con voz queda—. No hallé ninguna conexión entre las víctimas del atentado. Y ninguno de ellos tenía algún enemigo que les quisiera muertos. Así que, o quién colocó la bomba no mató al blanco real, o posiblemente el bombardero no quería matar a nadie en específico.

—Si se trata de eso último —aventuró Kelly—, significa que buscamos a un individuo que buscó matar a una gran cantidad de personas. Y en ese caso... —hubo una breve pausa. Tras organizar sus ideas, prosiguió—: Y en ese caso, estaríamos buscando a un posible terrorista en potencia.

Al oír esas palabras, Rubble se estremeció.

<<Terrorista en potencia. Lo que faltaba>>

—Y dado que Bahía Aventura no es una ciudad tan influyente como Nueva York o Dallas —añadió Kelly—, y teniendo en cuenta el lugar donde plantaron la bomba (un desfile atiborrado de ciudadanos inocentes), podríamos estar buscando a alguien con una motivación personal. Seguramente a alguien que siente un profundo odio hacia la ciudad en general. ¿Alguna idea de quién podría ser?

Rubble se lo pensó por un segundo. Al cabo de un momento, su rostro se iluminó.

—¿Se te ocurrió alguien?

Rubble asintió.

Le explicó a Kelly que el único que podría haber hecho algo cómo eso sería Jeremías J. Humdinger; burgomaestre corrupto y el enemigo número uno de Bahía Aventura... Pero había un problema, añadió. El antiguo líder de Fondo Nuboso, según fue contando Rubble, fue arrestado por cometer fraude electoral en las elecciones del 2019. Desde entonces, el hombre de prendas moradas y bigote rubio rizado y tupido estaba pagando una condena de 25 años en una prisión estatal de máxima seguridad, al norte de California.

—¿Tenía familia? —inquirió Kelly, dispuesta a no perder la esperanza—. Tal vez el bombardero sea alguien cercano a él.

Rubble lo negó.

Aunque era verdad que Humdinger tenía un sobrino; Harold, el cachorro constructor explicó que, debido a que el muchacho de trece años también estuvo involucrado en el fraude electoral —habiéndolo planificado todo, además—, fue enjuiciado como un adulto y sentenciado a pagar una condena de quince años. Cinco años en una correccional y los diez restantes, en una prisión estatal situada en las afueras de Bakersfield.

Tras haber hecho memoria de los acontecimientos de aquella época, Rubble, casi de inmediato, recordó a un grupo de chicos (catorce adolescentes, por cierto) bajo el mando de J. Humdinger. Kelly, intrigada, le preguntó al respecto.

—Probablemente uno o todos ellos están detrás de todo esto.

Por segunda vez, Rubble lo negó.

—Cuando se supo lo del fraude electoral —comenzó a explicar él—, Chase y las autoridades sospecharon que ese grupo de chicos tenía algo que ver. No hallaron nada en su contra y quedaron libres. Ante esto, Chase contactó a las autoridades de Fondo Nuboso y les pidió que vigilaran a ese grupo, por si acaso. Créeme, con esa vigilancia, dudo mucho que hayan podido armar una bomba... y mucho menos traerla aquí.

Kelly Krown suspiró.

—Parece que ya no tenemos sospechosos —dijo, resignándose a la derrota.

Rubble compartió su frustración.

—Aunque... —volvió a decir él, pensando en algo.

—¿Qué? ¿Qué cosa?

—Ehhh... Olvídalo —contestó—. Pensaba en algo, pero... no creo que tenga que ver con...

—Rubble —le interrumpió Kelly—, si sabes algo, tienes que decírmelo.

—Pero ya te dije qué no creo que...

—Rubble, si algo he aprendido en mis cuatro meses como periodista, es que no hay que ignorar nada. —Hubo una breve pausa. Ella le miró directamente a los ojos—. Así que, por más irrelevante que parezca, por poco improbable que pueda ser, tienes que compartirme lo que sabes. Así que dímelo.

El bulldog se lo pensó por un momento.

<<¿Será correcto decírselo?>>

—Rubble...

—Está bien —dijo finalmente tras la insistencia—. Te lo diré. —Se tomó un momento para organizar sus ideas. Luego, habló—: Hace un par de años, algo muy malo sucedió en Bahía Aventura. Fue tan malo... que la ciudad prefirió borrar todo registro de dicho acontecimiento.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Muertes —respondió él. Kelly se extrañó por la corta respuesta—. Hubo algunas muertes por aquí. Muchas, en realidad —agregó—. Verás, durante un periodo de tres años, desde el 2016 hasta el 2019, un asesino en serie acechó nuestras calles.

A continuación, el cachorro constructor explicó todo lo que sabía (recordaba, más bien) sobre Harold Halford, renombrado doctor caído en desgracia, al que la prensa se refería cómo: "El acechador nocturno". No se omitió nada. Habló sobre su modus operandi, su inexistente preferencia de víctimas y la cantidad de asesinatos que le fueron atribuidas: Sesenta y nueve.

—Dios... —comentó Kelly, asombrada—. ¿Fueron tantos, en verdad?

Él solo asintió.

—Y no es todo —agregó sorpresivamente—. Para cuando finalmente fue capturado y llevado a juicio, el jurado le declaró inocente.

Aquello tomó por sorpresa a Kelly Krown.

<<¿Cómo fue posible?>>

—Las pruebas en su contra desaparecieron —respondió Rubble, como si le hubiera leído el pensamiento a la Norfolk Terrier—. Y sus abogados defensores desestimaron el testimonio de la testigo estrella. Pobre chica... —dijo él, poniendo una cara triste—. Por lo que escuché, ella pasó por un terrible infierno. Fue secuestrada y mantenida en cautiverio por varios meses. También, se dice que ese loco le obligó a matar a varias personas.

Kelly abrió los ojos como platos. Su asombro y desconcierto había aumentado drásticamente.

—Es monstruoso —alcanzó a decir Kelly por fin—. ¿Qué clase de persona obliga a otra a asesinar?

—Solo los peores. También recuerdo que... —hubo una breve pausa—, recuerdo que, tras la liberación de Hadford, muchas personas amenazaron con hacer justicia propia.



<<Justicia propia>> , aquellas palabras resonaron en la mente de Kelly. Poco a poco, una idea comenzó a formársele en la mente.



—¿Kelly? —preguntó Rubble tras advertir el ensimismamiento de su compañera—. Kelly, ¿estás bien?

—Lo tengo... —respondió finalmente.

—¿Cómo dices?

—¡Creo que tengo la respuesta! —exclamó—. Verás, he investigado casos en los que, tras la liberación de un asesino, los familiares o amigos de la víctima suelen cometer actos de violencia como protesta; una forma clara y directa de pedir justicia.

—Un momento, ¿No estás sugiriendo que...?

—No sugiero nada. ¡Está claro! —le apremió Kelly—. Seguramente quien colocó la bomba es un familiar o amigo cercano de una de las víctimas de Hadford. —Entonces, regresó hacia su ordenador—. Sesenta y nueve víctimas. Probablemente cinco o seis personas cercanas por víctima. Con base en eso, la cifra de sospechosos sería de entre 400 y 450.

—De hecho, sería de entre 345 y 414.

La cachorra le miró asombrada.

—Además de adorable, también eres un genio matemático.

Rubble se sonrojó ligeramente por el halago.

—Bien —prosiguió Kelly—. Ahora sólo tenemos que buscar en varios archivos y reducir el número de sospechosos. —Entonces, pensó en algo—. Rubble, ¿qué le pasó a la testigo estrella?

Él trató de hacer memoria.

—Abandonó la ciudad el año pasado, dos días después de que terminó el juicio. Nadie le ha vuelto a ver desde entonces.

—¿Tenía familia?

—No lo sé.

—¿Pero recuerdas su nombre?

—Carol —contestó—. No, no. Era Catherine —corrigió de inmediato—. ¿O era Catti? —Al pequeño bulldog comenzó a dolerle la cabeza—. ¡Rayos! No lo recuerdo bien. Ya pasó mucho tiempo que no pensé en eso y... ¡CARMEN! —exclamó, recordando el nombre—. Se llamaba Carmen. Carmen Sayer.

En cuanto oyó ese nombre, Kelly Krown se quedó atónita.

—¿He oído bien? ¿Has dicho Sayer? ¿Carmen Sayer?

Él asintió. Kelly, por su parte, regresó hacia su laptop y, con total rapidez, comenzó a teclear.

—¿Qué sucede?

—Cuando investigué las muertes en Bradersfille —comenzó a decir Kelly—, encontré algo interesante. Todas las víctimas tenían algo en común. De hecho, tenían a alguien en común.

Rubble se mostró confuso. Kelly le explicó.

—Todas las víctimas de Bradersfille eran padres temporales. Daban asilo a niños (as) sin hogar. Bueno, eso hacían...

—¿Hacían?

Exacto —contestó al instante—. Verás, según unos artículos que hallé, todas las víctimas fueron arrestados por maltrato infantil. Pero por desgracia, debido a sus influencias, todos quedaron libres. Nunca fueron castigados. Ni enviados a prisión.

—¿Y crees que alguien quiso hacer justicia por cuenta propia?

Ella asintió.

—Y creo saber quién lo hizo.

Entonces, luego de un par de tecleadas, Kelly encontró algo. Giró la laptop hacia Rubble.

—¿La reconoces?

El bulldog se acercó a la pantalla. Observó la instantánea virtual y respondió:

—Sí, es Carmen Sayer. —Miró la imagen con mayor detenimiento—. Se ve más joven en la foto, pero sin duda es ella.

—A la edad de 15 años —narró Kelly, recordando lo que había leído—, sus padres, Karla y Steve Goldman, fallecieron en un accidente de tránsito. Luego, su abuelo paterno (y único familiar) falleció y ella quedó bajo el cuidado de los del Servicio Social de la ciudad de Bradersfille, quienes le enviaron a las casas de esos padres abusivos.

—Creo que ya sé a dónde va esto.

—Carmen tenía el motivo perfecto para matarles —declaró—. Ella vivió con otros seis chicos en dichas casas de acogida. Pero fue ella quien denunció a esas personas. Seguramente, tras las respectivas liberaciones de sus padres temporales, Carmen decidió matarles y, de algún modo, lo logró.

Rubble asintió, comprendiendo los hechos.

—¿Pero y lo del desfile?

—¿Qué no es obvio? ¡Fue Carmen!

—Pero... ¿por qué?

—Tú mismo lo dijiste, Rubble: "Justicia propia". Tal vez para Carmen, colocar la bomba en el desfile fue su forma de hacerse escuchar. Es más, tal vez fue su forma de vengarse de la ciudad que liberó a su atacante —hubo una breve pausa—. Tenemos que decírselo a las autoridades.

—¡Pero nunca nos creerán! —exclamó Rubble—. Todo esto es circunstancial. Palabrería. Una simple teoría. Nada más.

—Créeme que lo sé —sumó Kelly—. Pero si estoy en lo cierto, tenemos el deber de informarlo. Rubble, tenemos que dec...

Durante aquella fracción de segundo, y de forma imprevista, comenzaron a oírse un par de voces en la habitación. El televisor se había encendido por sí solo. Rubble dio un brinco del susto.

—¿Por... Por qué no me dijiste que había fantasmas aquí? —inquirió, mientras se ocultaba debajo de la mesa.

La fémina canina se bajó de su silla y, tras mirar al asustadizo cachorro, arqueó una ceja.

—Estás bromeando, ¿no?

Él lo negó. Kelly movió la cabeza hacia los laterales.

—Mi televisor es automático —explicó ella—. Y está programado para encenderse a esta hora.

Ah... claro. Ya lo sabía —dijo el cachorro al tiempo que salía de su imprevisto escondite. Se irguió y fingió valentía.

Jeje, si tú lo dices. Pero volviendo al tema, tenemos que...

Pero antes de poder continuar, la reportera canina de pelaje anaranjado guardó silencio cuando comenzó a hacerse audible la canción tema de un boletín de último minuto. Se volvió y miró el televisor. Rubble le imitó.



<<Se ha iniciado una gran misión de búsqueda y captura... —comenzó a decir el reportero Chuck Wells—. La ciudad ha quedado sellada por las autoridades locales, nadie puede entrar o salir>>.



Acto seguido, la cadena de noticias comenzó a mostrar un vídeo. En él, podía verse a las autoridades (y al FBI) rodeando lo que parecía ser un campo extenso, lleno de personas heridas.



<<Para los que acaban de sintonizarnosagregó Chuck Wells—, hace no más de dos horas ocurrió un segundo atentado; esta vez en el estadio Goodway>>.



Rubble y Kelly se quedaron atónitos. Sobre todo Rubble.

<<Mis amigos —pensó él—. ¡Ellos estaban ahí!>>

No dijeron nada y se limitaron a escuchar el resto del boletín.



<<Las autoridades han confirmado haber identificado al Bombardero de Adventure Bay. Según nuestras fuentes, se trataría de Marshall Smith; miembro del reconocido equipo de rescate Paw Patrol. Sobre el hombro de Wells, apareció superpuesta una fotografía del dálmata. Se le considera extremadamente peligroso. El FBI ha hecho un pedido al público: Si lo ven, contacten inmediatamente al número que aparece en la pantalla>>



Aquello fue suficiente, la Norfolk Terrier decidió no perder más tiempo. Guardó su laptop en una mochila. Luego, miró al cachorro constructor y dijo:

—Rápido, Rubble.

¿Por qué? —preguntó, extrañado—. ¿Adónde vamos?

A la estación de policía —respondió al tiempo que se llevaba la mochila al lomo—. Necesitamos decirles a los federales lo que descubrimos. —Hubo una breve pausa. Y soltó un suspiró—. Sólo espero que nos escuchen.

—¿Crees que lo hagan?

—Por el bien de Marshall, eso espero.

.............

Poco después de que se oyó el fuerte estruendo, los gemelos Tuck y Ella Ellsworth se quedaron desconcertados... sobre todo el primero.

<<¿Qué fue eso? ¿Un disparo acaso?>>, Tuck inquirió para sí, angustiado. Desvió la vista hacia los alrededores, en un intento por localizar, vanamente, el origen de aquel ruido. Durante el proceso, su mirada se cruzó con el espejo lateral derecho de su vehículo, y observó su reflejo. Estaba pálido del susto, sudaba mucho y el hocico le temblaba. Tuck meditó al respecto, se reprendió mentalmente. <<Ya solo te falta llorar. ¡Compórtate como un adulto!>>. Cerró los ojos, e inspiró y exhaló una gran cantidad de aire, en un intento por recobrar la serenidad. Lo logró. Acto seguido, apresuró en recobrar la compostura. No podía derrumbarse ahí y transmitir pánico. Debía ser fuerte y transmitir seguridad. Como lo haría cualquier otro cachorro de rescate. Debía... ¡No! Tenía que hacerlo, por él y por su hermana. Se volvió hacia Ella, para ver como estaba. Sin embargo, y para su sorpresa, advirtió que Ella se estaba alejando.

—Ella, ¿adónde vas?

—¿Qué no es obvio? —respondió sin volverse, ni detenerse. Con base en su tono, no estaba asustada en lo más mínimo—. Iré a investigar.

Tuck abrió los ojos como platos, su serenidad desapareció.

—¡¿Qué, estás loca?!

No hubo respuesta. Ella continuó con su trayecto, con dirección norte, dirigiéndose hacia una pequeña colina.

—¡Espera! —prosiguió Tuck. Corrió y se colocó al lado derecho de su hermana—. No puedes irte así como si nada.

—Claro que puedo, Tuck —refutó ella tras detenerse por fin, y verle—. Puedo hacerlo y lo haré.

—P-Pero el ruido...

—También lo escuché, ¿okey? No soy sorda. Se oyó como un disparo, y me parece que vino de ese lugar. —Miró al frente y apuntó—. Y si fue un disparo —añadió con determinación—, significa que puede haber algún herido.

—¡Pero de ser ese el caso, también significa la posible presencia de maleantes!

—¿Y entonces qué sugieres? ¿Quedarnos aquí y no hacer nada mientras que una persona herida podría estar desangrándose?

—Pero, Ella...

—Nada de peros —le apremió, frunciendo ligeramente el entrecejo—. Tuck... —agregó, en un tono más sereno—, somos miembros del equipo Paw Patrol. Y como tales, no podemos ignorar una posible situación de emergencia. Tenemos la obligación de ir a indagar. Así que, ¿qué me dices?

Tuck guardó silencio por un largo rato. No se mostraba totalmente convencido. Ella se volvió y retomó su camino.

—Espera —dijo finalmente Tuck, colocándose nuevamente al lado de su hermana—. Yo iré contigo.

La Golden Retriever se le quedó mirando por largo segundo. Enarcó una ceja.

—¿Seguro?

—Por supuesto —respondió, mostrándose decidido—. Tienes razón, Ella. Somos miembros del equipo Paw Patrol. Y como tales, no podemos ignorar esta situación. Además, soy tu hermano. Y como tal, es mi deber acompañarte a donde quiera que tú vayas.

Esto último conmovió y enorgulleció a Ella.

<<Ese es el Tuck que conozco>>.

—Me alegra que decidas acompañarme. Ahora vámonos —sentenció Ella, volviéndose hacia el frente—. Tenemos que darnos prisa.

.............

<<Algo no anda bien>>

Desde que cumplió un año de vida, y luego de haber asistido a unas cuantas clases en la iglesia católica dónde le fue inculcado el concepto sobre el cielo y el infierno, Marshall Smith siempre se preguntó cómo sería pasar a la otra vida.

Había leído un par de libros de renombrados teólogos respecto al tema, cuyas sintaxis, complejas e incomprensibles, no hicieron más que confundirlo. Una confusión que lo acompañó por varios meses pero que quedó desvanecida luego de haber escuchado, durante su corto período laboral en el Hospital General San Agustín, los testimonios por parte de una reducida cantidad de pacientes internados que, alguna vez, en sus respectivos pasados, fueron resucitados (cinco, nada más). Ya gracias a esto último, llegó a la conclusión definitiva de que, para llegar al Paraíso, primero tendría que atravesar un túnel. Extenso. Blanco y muy bien iluminado. Con un audible coro de ángeles que lo acompañaría de inicio a fin.

<<Y sin embargo, ya pasó más de un minuto y medio y todavía no veo ningún túnel>>.

En aquel instante, descubrió además que, y aún movido por el miedo, todavía tenía los ojos cerrados. Lentamente, los abrió. Y se llevó una enorme sorpresa. ¡Seguía vivo, seguía en la tierra! Dentro de la fábrica, amarrado a una silla... pero al menos estaba vivo. Pero ¿por qué? ¿Cómo era posible?

—Felicidades —habló una voz femenina. Marshall ladeó la cabeza hacia la derecha.

Advirtió la presencia de su captora, así como de su revolver. El corazón volvió a latirle con fuerza.

—No te preocupes —aseguró Avery—, no te haré daño.

Dejó escapar un ladrido. Emitió las palabras <<GUARDAR ARMA>>. La garra metálica acató la orden.

—Felicidades, otra vez, querido. Has pasado la prueba.

Marshall se mostró estupefacto.

—¿Prueba?

Avery asintió.

—No lo entiendo. ¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo es que estoy vivo, si tú me disparaste? Porque lo hiciste, ¿verdad?

—En efecto, sí —afirmó Avery—. Lo hice. Pero jamás estuviste en peligro.

Marshall se mostraba mucho más confuso. Advirtiendo esto, la pastor alemán procedió a explicarle que las balas de su revolver eran, en realidad, balas de salva. Incapaces de matar. Totalmente inofensivas.

—Entonces... —comentó el dálmata, asimilando los hechos—, ¡¿quiere decir que... ME ENGAÑASTE?!

Avery volvió a asentir.

—¡Pero fue por una buena razón! Necesitaba saber si eras inocente o no. Tenía que asegurarme de que no tuviste nada que ver con lo que le pasó a Chase.

—¿Y tenía que ser precisamente de esta forma? ¿Es que no había otras opciones?

—A decir verdad, sí. Pero este era el método más rápido y efectivo.

Marshall soltó un suspiro.

—Y ahora que pasé tu prueba, ¿podrías desatarme?

—Oh, lo siento.

Avery apresuró en desatar los nudos. Para cuando hubo terminado, Marshall se bajó de la silla. Estiró y tronó su cuello, luego estiró sus patas y contempló las marcas en sus muñecas.

<<Estoy marcado —pensó—. Temporalmente, al menos>>

—Ahora que ya aclaramos todo —comenzó a decir Avery, trayendo a Marshall de regreso a la realidad—, tenemos que irnos de aquí.

—Y con "irnos de aquí", no te refieres a volver a Bahía Aventura, ¿verdad? Tal vez no lo sepas, pero ahora soy el cachorro más buscado en toda la ciudad y...

—Sí, lo sé. Vi las noticias. Pero afortunadamente, trabajo para el FBI. Y cómo tal, tengo acceso a cierta información, que, ahora, nos vendrá de mucha ayuda.

—¿En serio?

Avery asintió por tercera vez. Y le explicó a Marshall que, dos horas antes de secuestrarlo, entró al servidor del FBI y encontró información sobre posibles escondites situados en los alrededores de Bahía Aventura. Lugares a los que podrían ir ambos a esconderse hasta que pasara la tormenta.

—El lugar que tengo en mente... —dijo ella— está a unos dos kilómetros de aquí. Si nos damos prisa, podremos llegar antes de que mi compañera y las autoridades cierren todas las salidas.

Avery se volvió y procedió a encaminarse hacia la salida. Sin embargo, tras dar un par de pasos, se percató que Marshall no le seguía.

—¿Sucede algo?

Marshall no respondió.

—Marshall... —sumó. Por segunda vez, no hubo respuesta—. Oye... —prosiguió, al tiempo que se acercaba al manchado—, sé que no confías en mí. Y probablemente me tienes miedo. ¿Y cómo no? Después de todo, te secuestré, te torturé y te di el susto de tu vida. —Hubo una breve pausa—. Pero créeme cuando te digo que no soy un peligro para ti.

—¿Y cómo sabré que me dices la verdad? —inquirió él, desafiante.

—Mírame a los ojos —solicitó ella.

—¿Ah? ¿P-Por qué?

—Sólo hazlo, ¿vale?

Marshall tardó un momento en aceptar. Al cabo de unos segundos, finalmente clavó la vista en los ojos ámbar de Avery.

—Ahora dime, ¿crees que te estoy mintiendo?

Marshall tardó un momento en responder. Observaba con detenimiento los ojos color ámbar de la cachorra. En ellos, y para su sorpresa, pudo ver algo increíblemente familiar... algo que sólo había visto, en cuatro ocasiones no consecutivas, en los ojos de su mejor amigo: El destello de la sinceridad pura.

—Está bien —dijo él, y suspiró—. Iré contigo. —En ese momento, una idea pasó por su mente—. Aunque...

—¿Aunque qué cosa, Marshall?

—Bueno, ¿no te estás arriesgando al hacer todo esto? ¿Qué acaso no es un delito ayudar a un fugitivo? Podrían poner una orden de arresto contra ti y...

Nah, descuida —dijo ella, despreocupada—. Dudo mucho que eso suceda. Y, en caso de que pase, pondré en marcha mi plan de escape.

Aquello tomó por sorpresa a Marshall.

<<¡¿Plan de escape?!>>

Pero dejemos eso de lado —dijo ella, sacando abruptamente a Marshall de sus pensamientos—. Ahora lo primordial es irnos de aquí.

—Ehhhh... no lo sé —dijo de repente Marshall—. Pensándolo bien; lo mejor será volver a la ciudad y entregarme.

Avery no daba crédito a lo que oía.

—¡Hace unos minutos dijiste que no querías volver!

—Sí, lo sé, pero... Pensémoslo por un minuto: Ahora soy un fugitivo. Y si huyo, solo empeoraré las cosas. Creo que lo mejor será entregarme y...

—De eso nada. En cuanto te entregues, Danville te encerrará y se deshará de la llave. Créeme, lo sé.

—Pero yo...

—¡Ningún "pero"! —exclamó, frunciendo el entrecejo—. El plan es irnos de aquí y punto. Así que andando.

Pero...

—He dicho que nada de "peros".

—Pero es que...

La agente federal le propinó una fuerte bofetada.

Auch. ¡¿Y eso por qué fue?!

—¡Para que reaccionaras de una vez, tonto! Ahora vámonos. ¿O es quieres otro golpe para reaccionar? —le preguntó mientras hacía un puño y lo levantaba al aire.

El dálmata abrió los ojos como platos.

No, no, no. Y-Ya entendí. —Tragó saliva y miró hacia al frente—. Vámonos

Ya juntos, se encaminaron hacia la salida.

—Vaya... —dijo para sí Marshall—. Su forma de ser... es increíblemente similar a la de Chase. Creo que eso es de familia.

—Sí, es de familia ¿Hay un problema con eso?preguntó algo enojada, volviéndose hacia el cachorro moteado.

—¡Ah! —exclamó, asustado—. ¿Co-Cómo supiste lo que estaba pensando?

Porque estabas "pensando" en voz alta.

Marshall se sintió idiota. Nuevamente, había sido víctima de su pequeño pero poco conocido defecto además de la torpeza: Inconscientemente, habló lo que pensaba.

<<Debo aprender a manejar eso>>

.............

Los gemelos Ellsworth llegaron a la cima de la colina y Ella, en un movimiento relámpago, cogió a su hermano de su collar y se lo llevó hacia unos arbustos.

—Ella... —alcanzó a musitar Tuck—, m-me estás ahorcando.

Pero Ella no le soltó, no hasta que ambos llegaron a los arbustos. Tuck se cogió el cuello y, a la par, procedió a tragar varias bocanadas de aire.

—¡¿Se puede saber... por qué hiciste eso?!

No hubo respuesta.

—Te estoy hablando, Ella.

—Silencio —dijo al fin, en voz baja—. Me reclamas después. Creo que escuché algo.

Ella movió, con delicadeza, un par de hojas del arbusto que le escondía a ella y a su hermano. Desde ahí, tuvo una clara vista de la entrada principal de la antigua fábrica, situada a unos metros al sur de la base de la colina.

—Oye, Tuck, ven aquí a ver esto.

El aludido hizo lo ordenado. Y lo que vio le dejó más desconcertado que nunca. Allí, en las afueras de la abandonada infraestructura, yacía una figura moteada.

<<¿Qué rayos...? ¿Qué está haciendo Marshall aquí?>>

Poco después, apareció una pastor alemán.

<<¿Y quién es ella?>>

Lleno de preguntas, puso a su cerebro a trabajar. Fue cuando recordó la transmisión que oyó en la radio hacía diez minutos.

<<La policía está buscando a Marshall —pensó Tuck—, significa que debió venir aquí a esconderse. Pero ¿y esa cachorra? ¿Quién es, y por qué está con él? ¿Será su cómplice? ¿Una amante, tal vez?>>

Mientras yacía perdido en sus pensamientos, Ella se le acercó y le habló en susurro.

—¿Qué dijiste? —preguntó Tuck, volviendo a la realidad.

—Tenemos que hacer algo —contestó Ella—. Debemos actuar cuanto antes.

Tuck se mostró de acuerdo.

—Llamaré a la policía.

—¡Por supuesto que no! —refutó Ella al instante—. No podemos decirles, Tuck.

—Ella, te recuerdo que Marshall es un fugitivo. Tenemos que avisar a las autoridades y....

—Pero si hacemos eso, y para cuando ellos ya hayan llegado, Marshall habrá escapado.

—¿Entonces qué sugieres, que lo capturemos nosotros?

Ella se quedó un largo rato en silencio. Luego, una sonrisa se dibujó en rostro.

—Me agrada como piensas, hermanito.

—¿Ah?

—Capturaremos a Marshall nosotros mismos.

Tuck abrió los ojos como platos.

—¡Ella, estaba bromeando! No piensas en verdad que lograremos atraparlo, ¿cierto?

—Es exactamente lo que estaba pensando.

—¿P-Pero cómo sugieres hacerlo? ¿Y si Marshall está armado? ¿Y si su cómplice también está armada?

Pero Ella ya había considerado esas posibilidades. Aún así, no iba dar marcha atrás.

—Tuck, ¿de casualidad aún tenemos ese maletín?

Él se quedó extrañado.

—¿De qué maletín me hablas?

—El que le confiscamos a Lady Bird hace un par de semanas, en Salt Lake City.

—Ehhhh... claro —dijo él tras haber hecho memoria—. Está en el maletero del auto. Pero no entien...

Te lo explicaré después. Ahora, ve al auto y trae aquí ese maletín.

.............

Mientras tanto, en el extremo oeste de la ciudad, una figura canina se adentró en un oscuro y sucio callejón.

<<Dios —exclamó con desagrado tras haber pisado una goma de mascar—. ¡¿Qué acaso nadie sabe limpiar en este lugar?!>>

Luego de jurar por lo bajo, se retiró la goma y, con ayuda de un pañuelo, se limpió la pata. Retomó el trayecto y no se detuvo hasta que se hubo situado por delante de dos basureros atiborrados de grandes y apestosas bolsas negras. Probablemente llenas de restos de comida pasada. Entre ellos, advirtió un reducido espacio de un metro y medio. <<¡Perfecto! Es el lugar ideal para colocarla>>, decidió. Con sumo cuidado, la figura canina se quitó la mochila —que le compró a un vendedor ambulante hacía una hora— y, lentamente, como si se tratase de una frágil pieza de cristal, la depositó entre los dos basureros.

Nada ocurrió, y soltó un suspiro. De alivio. Todo estaba saliendo tal cual estaba planeado, sin percances ni daños. Ahora, fue pensando la figura, necesitaba ocultar la mochila. Observó a sus alrededores y halló un par de tramos de cartón con olor a orines que podía utilizar. Las cogió y las colocó cuidadosamente sobre la mochila. Estaba a punto de marcharse cuando, en aquel instante, una idea pasó por su mente.

<<¿Estaré haciendo lo correcto?>>

Su cerebro le respondió que no. Pero su corazón le contestó que sí. Y al igual que cuando formuló este plan, y compró los materiales, y armó la bomba, y compró la mochila donde guardó la misma, optó por hacerle caso al corazón.

<<Lo hago por amor. Nada más>>

Se volvió sobre su hombro y, por un breve instante, miró el bulto situado entre los dos basureros antes de soltar un segundo suspiro y retomar la huida. Regresó por donde había venido. Salió del callejón. Y tras asegurarse de que no hubiera nadie cerca, torció a la izquierda y tomó la desértica calle Aloysius Pendergast.

Pero lo hizo con tal rapidez que no hizo reparo en la cámara de vigilancia, del cajero automático de una tienda local cerrada, que le había grabado huyendo del lugar.

.............

En cuanto el semáforo de la calle Sverre Olsen mostró la luz verde, el agente especial Edward "Eddie" Tyson jaló la palanca de tracción y pisó el acelerador.

Recorrió tres cuadras antes de girar a la derecha y tomar ahora la avenida Lafayette. Tyson soltaba suspiros pesados mientras contaba, mentalmente, hasta mil. Un claro (y vano) intento por mantener la calma y eliminar el estrés. Fue en ese momento cuando pasó por delante de unas dos tiendas de conveniencia, y barajó la posibilidad de detenerse y comprar un paquete de cigarrillos. ¡NO! Sacudió la cabeza. Rechazó la idea de inmediato. Y tras limpiarse las gotas de sudor que le recorrían la sien derecha, clavó nuevamente la vista en el camino. No podía perder tiempo, tenía una misión que cumplir.

<<Y encima, es la más degradante>>

Hacía poco no más de media hora, luego de que Tyson y sus compañeros arribaron al Hospital General Bethesda e interrogaron a Chase Schülze sobre el paradero de su amigo moteado; principal sospechoso en el caso del "Bombardero de Adventure Bay", Tyson recibió una llamada. Fue corta y breve, pero concisa. Tenía que volver a la estación cuanto antes y traer al pastor alemán consigo.

<<¡Cómo odio mi suerte! —declaró para sí Tyson, y sintió calor. Jaló el cuello de la camisa y dejó escapar un suspiro—. A pesar de ser uno de los agentes con mayor rendimiento, me acaban asignando la labor de chofer. ¡Eso es para los novatos!>>

Esto último acrecentó su rabia, al igual que el hecho de haber aceptado la orden sin luchar. Pero, ¿hubiera sido mejor? ¡Nunca! La orden había venido directamente de su superior; la agente supervisor especial Sharon Danville. Y desafiarla significaba correr el riesgo de ser degradado de rango y ser trasladado a las oficinas federales de la calurosa Kansas City (Kansas) o, en el peor de los casos, ser suspendido por dos meses sin recibir sueldo.

Tyson estaba a punto de llegar al final de la avenida Lafayette cuando, de un momento a otro, un par de niños se lanzaron a la calle. Tyson reaccionó a tiempo y frenó de golpe, derrapando el asfalto.

—¡Eh! —llamó a los exaltados niños tras sacar la cabeza por la ventana. Tenía el ceño fruncido—. ¡Chavales, fíjense antes de cruzar!

Los pequeños le sostuvieron la mirada por un breve momento y, casi al unísono, emitieron disculpas. Luego giraron en redondo y se encaminaron a la seguridad de la acera, de la otra calle. Tyson metió y meneó la cabeza. <<¡Niños!>>. Soltó otro suspiro antes de volver a clavar la vista al frente. Justo a tiempo para ver como el semáforo cambiaba y se ponía en rojo.

—¡Me lleva la..!

Se aguantó las ganas de gritar, mordiéndose, literalmente, la lengua. Pero no pudo evitar soltar un furioso golpe al volante. Miró a ambos lados, esperando localizar alguna tienda cercana o a algún vendedor ambulante. ¡Dios, ahora sí que necesitaba una buena dosis de nicotina! No hallar nada no hizo más que acrecentar su frustración y sacarle humo por las orejas.

Estaba a punto de perder los estribos cuando, en aquel momento, oyó un suspiro.

—¿Todo bien? —preguntó sin educación. No hubo respuesta—. ¿Hola?

El pastor alemán salió de su ensimismamiento.

—Eh, ¿qué?

—¿Pregunté si todo está bien? —dijo Tyson, con la mayor diplomacia fingida posible. Lo último que quería ahora era recibir una queja que se fuera directamente a su impecable hoja de servicio. Chase contestó que sí.

La conversación hubiera quedado ahí si Tyson, sin saber muy bien por qué, no hubiera clavado la vista en el espejo retrovisor. Pero cuando lo hizo, pudo advertir ver una escena sumamente enternecedora y triste que le ablandó el corazón de inmediato. Qué raro. Para aumentar aun más su desconcierto, su cólera también se desvaneció, dando pase a la empatía y a la compasión.

Al cabo de un momento, el pastor alemán, con la mirada apesadumbrada clavada en el vacío, musitó:

—¿Por qué?

Tyson tardó un momento en hablar. Pero cuando lo hizo, lo hizo con una auténtica serenidad.

—¿Perdón, me decías?

Chase se desconcertó, como si hubiera salido de algún estado de trance.

—Oh, lo lamento, agente. No quise molestarlo. Yo sólo... —hubo una pausa—, pensaba en voz alta.

El semáforo mostró la luz verde. Tyson retomó el trayecto. Soltó un suspiro y dejó que su lado bueno (ya activado) hablara.

—Yo.. perdón por lo de hace un rato. Estoy algo estresado.

Chase le dijo que le entendía, y que no se preocupara.

—Y si me quieres decir algo, puedes hacerlo con confianza.

—No quiero molestar...

—A mi no me molestaría. Así que adelante, dímelo. No hay problema.

Chase se pasó un largo rato mirando a la nada antes de volver a hablar.

—¿Hace cuanto que trabaja para el FBI?

—No hace mucho —contestó Tyson sin hacer tapujos—. Estoy a punto de cumplir tres años.

—Y en todo ese período, ¿cuántos casos de terrorismo doméstico ha investigado?

Tyson redujo la velocidad al ver una señal de <<PARE>>. Miró a ambos lados antes de proseguir y torcer a la izquierda, tomando ahora la calle Katrine Bratt.

—Cuatro —respondió por fin—. Fueron cuatro.

—¿Y alguno se asemeja a este caso?

—A decir verdad, no. En ninguno de ellos el nivel de violencia escaló tanto como ahora.

Chase asintió en señal de comprensión.

—¿Y cómo atraparon a los criminales, si está bien que pregunte?

—Con buen trabajo policíaco, sobre todo por parte de mi unidad —contestó, con una orgullosa sonrisa—. Verás —añadió—, mis compañeros y yo formamos parte de una pequeña rama del FBI; la UAC, Unidad de Análisis Conductual. ¿Has oído sobre ella?

Chase contestó que sí.

—¡Perfecto! Eso quiere decir que también has escuchado sobre la perfilación, ¿verdad?

Chase volvió a contestar que sí. Pero se sinceró y añadió que no tenía un concepto claro respecto al tema. Tyson le dijo que no se preocupara, y le dio una explicación.

—El acto de perfilar... —comenzó a decir— es una herramienta que nos permite establecer los posibles aspectos particulares de un criminal en concreto: como la edad, género, trabajo, estatus social, estado civil, etc. Y, para lograrlo, estudiamos meticulosamente la escena de un crimen, así como a las víctimas y al arma empleada por el criminal. Algunos la ven cómo una pseudociencia. Una adivinanza intelectual carente de credibilidad —admitió Tyson—. Pero te puedo garantizar que es una herramienta eficaz, y real. Desde la década de los setenta, la perfilación nos ha permitido darle captura a los peores criminales que han rondado en cada rincón del país; desde el "Asesino del sendero" en San Francisco hasta el infame "BTK" en Kansas City. Incluso hemos asesorado a las autoridades de países extranjeros.

Chase se mostró impresionado, había leído respecto a esos casos hacía bastante tiempo.

—Así que, en resumen, su unidad está principalmente encargada de darle caza a los asesinos en serie.

—Generalmente, sí. Pero además de los asesinos seriales, también ayudamos a capturar a todo tipo de criminales; secuestradores, estafadores, ladrones de bancos, agresores sexuales, pirómanos, aniquiladores familiares, criminales de cuello blanco y terroristas.



<<Terroristas>>, la palabra resonó en la mente de Chase por unos cuantos segundos. Recordó algo que lo llevó a formular la siguiente pregunta:



—Cada criminal, de acuerdo a su perfil, tiene un nombre, ¿verdad?

El agente Tyson contestó que sí.

—Entonces, ¿qué puede decirme sobre los "héroes homicidas"?

Tyson dio un rápido vistazo al espejo retrovisor.

—Es por lo de tu amigo, ¿no?

Chase no respondió. Ni era necesario, su silencio le delató. Tyson soltó un suspiro y aminoró la velocidad antes de girar a la derecha.

—Los "héroes homicidas" —dijo con voz pausada— suelen ser personas que, motivadas generalmente por la emoción, el poder y la atención, crean situaciones en las que ponen en riesgo las vidas de terceros para así salvarlos y quedar como héroes ante el ojo público.

Chase asintió en señal de comprensión. Luego recordó la transmisión que había visto hacía varias horas, en la que el reportero Chuck Wells daba a conocer que Marshall encuadraba en dicho perfil.

—Todo le apunta a él.

La voz juvenil de Tyson trajo al pastor alemán de regreso a la realidad.

—¿Perdón?

—La investigación que realizamos... —soltó Tyson— nos llevó a él. A Marshall. Al inicio, mi jefa, la agente supervisor especial Sharon Danville, intuyó que Marshall podría tener algo que ver con el atentado. Investigamos, pero no encontramos nada. Pero tras recibir ayuda anónima que nos reveló los antecedentes de Marshall en la ciudad de Bradersfille, no nos quedó dudas.

Chase se quedó perplejo.

<<¿Desde cuando Marshall tenía antecedentes, y por qué?>>

Tyson advirtió su expresión y le contó toda la historia respecto al pasado de Marshall Smith. Chase volvió a quedarse perplejo.

—Con base en la naturaleza de esos crímenes, y el hecho de que Marshall estuviera en el centro de todo, fue suficiente para confirmar nuestras sospechas y construir el perfil que describe a la perfección la verdadera personalidad de Marshall. Y lo que pasó esta noche, en el estadio, no hizo más que confirmarnos que Marshall es el responsable.

—¿Y si es un error?

—Lo dudo mucho.

—¿Pero podría ser, no? Quiero decir, cabe la posibilidad de que fuera coincidencia de que Marshall estuviera en todos esos escenarios por mera casualidad, ¿verdad?

—Bueno..., existe la probabilidad. Bastante mínima, pero sí existe. Aun así, y tras obtener toda esa información, nos vimos obligados a centrarnos en él.

—Hace un rato —terció Chase luego de que una idea surgiera en su mente—, ha mencionado que algunos consideran el acto de perfilar como una pseudociencia, una adivinanza intelectual carente de credibilidad. ¿Por qué?

Tyson hizo una breve pausa.

—¿Agente?

—En algunos casos... —respondió por fin—, nuestros perfiles nos han llevado por el camino equivocado. Incluso hemos ensuciado el buen nombre de personas inocentes durante el proceso, no lo niego. Por eso es que hay gente que se muestra desconfiada ante nuestra herramienta.

Chase cantó victoria para sus adentros.

<<¡Lo sabía!>>

—Pero te puedo garantizar que esos errores no han sido frecuentes.

—Pero el hecho es que se han cometido errores —apresuró en decir Chase—. Y en ese caso, significa que podrían haberse equivocado respecto a Marshall, también. Ustedes crearon ese perfil e hicieron que Marshall encuadrara en él tras descubrir que estuvo presente en todos los escenarios de Bradersfille y por los puestos de trabajo que ocupó en la época en que sucedieron los mismos, y por su papel en el atentado del desfile, nada más. Pero si él no hubiera sido el sospechoso principal en esos casos, no se hubieran centrado solamente en él. Y probablemente se habrían visto obligados a crear un perfil distinto que, al final, les hubiera llevado a investigar a alguien más.

Tyson iba a protestar, pero tuvo que reconocer que aquello también era posible.

—Tu idea planteada podría ser cierta —confesó Tyson luego de un largo silencio—. Y es precisamente por eso que también nos apoyamos en la evidencia tangible. En casos así, tras identificar a un sospechoso, le ponemos bajo vigilancia hasta obtener todo lo necesario para encerrarle. Y lo mismo pasó aquí. Tu amigo, Rocky, nos dijo que vio a Marshall con la mochila/bomba por debajo de las gradas en el estadio Goodway.

—Eso no es una evidencia tangible —apresuró en decir Chase—. Tal vez lo sepa o no. Pero la mayoría de los testimonios proporcionados por civiles suelen ser el producto de una situación mal interpretada.

—Pero aun así nos vimos obligados a actuar cuanto antes —apremió Tyson—. Luego de escuchar el testimonio de Rocky, en el que aseguraba haber visto a Marshall cerrando la mochila que contenía la bomba, mi jefa y yo nos dirigimos al Cuartel Cachorro para arrestar a Marshall. Y aunque no le encontramos, sí localizamos las pruebas que lo incriminan.

El atisbo de esperanza dentro de Chase se extinguió de golpe tras oír eso.

—¿De qué habla?

Con voz pausada, Tyson explicó que, en la caseta de Marshall, fue encontrado un baúl lleno de materiales para fabricar bombas. Incluido, también, un libro de cocina, un mapa de Bahía Aventura con ciertas localizaciones encerradas con plumón rojo —incluido la calle 34 y el estadio Goodway—, recortes de periódicos sobre el ataque en el desfile y un extenso diario que parecía estar en clave y que ya había sido enviado al laboratorio para su decodificación.

Chase se quedó absorto, con la mirada perdida. Tanta información por procesar. Hechos por aceptar. La cabeza empezó a dolerle, sintió que le iba a estallar.

—Me temo que Marshall te engañó —comentó Tyson—. Al igual que a todos.

El pastor alemán volvió a sentir dolor. Pero ya no en la cabeza, sino en el corazón. La verdad, por más dura y complicada de digerir, le hizo reflexionar.

<<¡He sido objeto de mentiras!>>

Para cuando hubo llegado a esta conclusión, soltó un suspiro al tiempo que se recostaba contra su asiento de cuero negro y se frotaba los ojos.

—¿Esto podría ponerse peor?

En aquel instante, su placa se encendió y emitió un pitido.

—¿Para qué hablé?

Luego de tres incesantes tonos, contestó la llamada. Era del Hospital General Bethesda.

—Aquí Chase... —se presentó con voz trémula—. Hola, doctor... Espere, espere, ¡¿qué?! ¡¿Cómo es eso de que la cirugía de Ryder se complicó?!






[UN AÑO ATRÁS]






Cine Roycewood, Spokane (WA).
Octubre 27, 2019

08:13 PM

<<Minho, do you hear me?!>>

No había pasado ni siete minutos desde que inició la película —tercera y última entrega de la saga Maze Runner— cuando la mitad de los espectadores se quedaron dormidos en sus respectivos asientos.

Richard Jewell, que yacía sentado en la última fila de la columna derecha, con las manos entrelazadas por detrás de la cabeza y los pies recostados por encima del asiento que tenía delante, se lamentó por ellos. <<Se van a perder de mucho>>, pensó. Volvió la vista al frente, pero antes de que pudiera terminar de disfrutar de la primera escena de acción (en la que Thomas, el protagonista, rescata a sus amigos de las garras de los soldados de C.R.U.E.L.), advirtió un extraño aroma en el aire. <<¿Acaso... algo se está quemando?>>. Volvió a olfatear, y quedó fuera de dudas. ¡Algo ardía, sin duda! ¿Pero qué cosa? Se levantó de golpe de su asiento y apresuró en volver a la recepción. Sin embargo, para cuando se hubo dirigido hacia las puertas, notó que, por debajo de la ranura de la parte inferior de las mismas, comenzó a filtrarse una ligera cantidad de humo.

Vacilante y con lágrimas de sudor recorriéndole las sienes y la espalda, abrió ligeramente una de las dos puertas. En cuanto vio las llamas devorando la recepción, Jewell se quedó absorto.

<<¡Santo Dios!>>

Se quedó allí durante unos segundos más antes de cerrar la puerta, sin medir su fuerza. Un par de cabezas de la tercera y cuarta fila se volvieron hacia él. Jewell giró sobre sus talones y, a paso de liebre, corrió hacia el frente de la sala. Tras situarse entre la primera fila y la gran pantalla, levantó los brazos al aire y gritó:

—¡Fuego! ¡Despierten todos, por favor! ¡Hay fuego!

Los espectadores de la tercera y cuarta fila tardaron un poco en asimilar la advertencia. Pero cuando lo hicieron, apresuraron en levantarse de sus asientos y despertaron a los demás. Algunos no entendieron lo que pasaba, y otros blasfemaron. Pero en cuanto las palabras: <<¡Fuego!>> y <<¡Hay que salir de aquí!>> se hicieron audibles, los espectadores somnolientos abrieron los ojos como platos y se levantaron de golpe.

Poco después, el caos estalló.

—¡El lugar se incendia! —gritó un hombre.

—¡Qué alguien llame a los bomberos! —gritó otro.

—¡Tenemos que salir de aquí! ¿En dónde está la salida?

Richard Jewell apresuró en tomar control de la situación.

—¡Atención, por favor! —exclamó a toda voz, con la mayor calma fingida posible. Todos le miraron—. Les guiaré hacia la salida. Síganme, y no se separen. Saldremos de aquí de forma ordenada y...

Un fuerte estruendos se oyó. Parecía haberse originado en la barra de la recepción. Acto seguido, y por debajo de las puertas cerradas, comenzó a filtrarse una línea de fuego que, por cada segundo, comenzó a adquirir mayor volumen. Todos se quedaron en shock.

—Al diablo... —volvió a decir Jewell, sucumbiendo al pánico—. ¡Vámonos rápido!

Jewell se volvió hacia su izquierda y apresuró en correr, tomando un pasillo. Pudo oír a las personas corriendo tras suyo. Primero, el camino fue derecho. Luego torció a la izquierda, y luego a la derecha antes de quedar ante una gran puerta roja.

El letrero de neón, colocado por encima de la puerta, ponía: <<SALIDA>>. Jewell sintió alivio. Dentro de poco estaría a salvo, al igual que todos los espectadores. Colocó una mano en el picaporte y lo hizo girar. Pero en cuanto trató de empujar la puerta, esta no se movió. Probablemente necesitaba aplicar más fuerza. Lo hizo, y nada. Ligeramente apanicado, retrocedió un poco y dio un brinco, asegurándose de que su hombro tuviera contacto directo contra la puerta. Lo único que logró fue lastimarse el músculo deltoides.

<<¿Qué sucede?>>, pensó al tiempo que se ponía una mano sobre el área afectada. Al poco tiempo, y movido por la desesperación, optó por abrir la puerta de otra forma. Retrocedió un poco. Luego, propinó una fuerte patada en el centro de la puerta. Nada, el mismo resultado. Repitió el proceso otra vez. Nada. Pateó una tercera y cuarta vez. Nada, nada.

La muchedumbre, que yacía detrás suyo, comenzó a desesperarse también. Y en cuanto el humo blanco comenzó a llegar al lugar, los allí presentes empezaron a empujarse entre sí.

.............

Desde la comodidad de su sedán gris americano, Harold Hadford contempló como el fuego devorada en su totalidad el cine Roycewood. Los gritos de pánico no tardaron nada en hacerse audibles.

<<Buen trabajo —se felicitó. Esbozó una sonrisa maliciosa—. Todo salió conforme al plan>>

Apartó la vista, se acomodó en su asiento. Encendió el motor. Y mientras apresuraba en alejarse del lugar, no pudo evitar imaginar a Carmen Sayer calcinándose hasta la muerte. Lamentaba no haber podido estar ahí y verla morir personalmente. Pero, al menos, ya tenía la satisfacción por saber que la pelirroja había tenido un cruel y doloroso final.

Nadie se mete conmigo —musitó, y dejó escapar una carcajada—. Eso le enseñará. Debió haber cerrado la boca.






[DE REGRESO A LA ACTUALIDAD]






Fábrica "BnL", Bahía Aventura (CA).
Noviembre 19, 2020

07:45 PM

Avery Schülze y Marshall Smith salieron de la fábrica abandonada. Mientras que el dálmata apresuraba en tomar un poco de aire fresco, la pastor alemán, por su parte, se agachó y apresuró en ajustar los nudos sueltos de su bota derecha.

—Tengo una pregunta.

La pregunta afloró en el aire por unos escasos segundos.

—Adelante —solicitó Avery mientras terminaba de ajustarse los nudos con ayuda de sus dientes—. ¿Qué sucede?

—Es sobre esa casa de seguridad que mencionaste. ¿Qué tan lejos está?

A unos dos kilómetros al norte de aquí, a unos pocos metros del Bosque Graysmith de Fondo Nuboso —explicó. Terminó y se incorporó—. ¿Por qué?

Pero Marshall no respondió. Giró la cabeza hacia su izquierda y contempló el extenso claro bañado en oscuridad. Se oyó una risilla.

—¿Miedo?

Marshall se volvió casi de inmediato hacia la pastor alemán, que sonreía de oreja a oreja. Le regaló una sonrisa y respondió que no. Que no tenía miedo.

—Es solo que no estoy acostumbrado a recorrer largas distancias —precisó él—. Y mucho menos de noche. Suelo sentir frío, como ahora.

Entonces, comenzó a tiritar.

—De eso no te preocupes, querido. Dentro de poco estarás caliente —dijo Avery con tono risueño y, a la par, le guiñó un ojo. Al dálmata se le borró la sonrisa, se le quedó viendo por un largo rato—. ¡Era broma! —exclamó, y soltó una risilla. Y dijo—: Tuve el gesto de ir primero a ese lugar y preparar un poco de chocolate caliente para nuestra llegada.

El dálmata asintió en señal de comprensión, y también se rio. Luego se le hizo agua al hocico.

—Chocolate caliente... —dijo, con la lengua fuera. Ya quería saborear ese néctar. Sacudió la cabeza y se irguió—. ¿Qué estamos esperando? ¡Hay que darnos prisa! —Avanzó unos pocos metros—. ¿En dónde dijiste que estacionaste el vehículo de Chas...?

Guardó silencio de golpe al tiempo que experimentó una extraña sensación en el cuello, en la parte posterior.

<<¡¿Qué rayos..?!>>

La extraña sensación, que también causaba calor, empezó a extenderse hasta arribar a su cabeza. Fue entonces cuando todo comenzó a darle vueltas. Y sus ojos azules, antes completamente abiertos y atentos, empezaron a entornarse conforme iba dando pasos al norte; tambaleándose hacia los laterales al igual que un ebrio luego de haberse tomando, sin pausar, una larga ronda de treinta vasos de cerveza.

Cuatro pasos tambaleantes después, y ya con la vista completamente borrosa, sintió que su cerebro ardía. Como si se estuviera cociendo así mismo en un hirviente líquido cefalorraquídeo. Y sus patas, tanto delanteras como traseras, se sintieron pesadas, rígidas. Ya no pudo proseguir, ni moverse a ningún lado. También perdió la capacidad de hablar. Perdió el conocimiento dos segundos después. E, inevitablemente, cayó al suelo. Con la lengua fuera y el trasero al aire. Acto seguido, unos fuertes ronquidos, similares a los gruñidos de un oso grizzli en época de hibernación, se hicieron audibles. Avery, que presenció todo esto, no daba crédito a lo que veía. <<¿En serio se ha quedado dormido? ¡¿Y encima en esa posición?!>>. Estaba furiosa, no estaba para perder el tiempo. Danville y el resto de sus compañeros no tardarían en peinar el área. Tenía que despertarlo, como sea. Meditó. Y tuvo una idea. Conforme se le fue acercando, Avery aclaró su garganta. Al mismo tiempo, fue pensando en las palabras que soltaría a tono de grito en esas orejas moteadas.

Curiosa y extrañamente, la expresión ceñuda de Avery desapareció, dando lugar a una sonrisa traviesa.

Recordó que hacía mucho tiempo que no hacía aquello: despertar a alguien con un alarido tipo fin del mundo. Siempre despertaba de esa forma a Chase, cada Domingo, desde que tenía memoria; y a su compañera de la Academia del FBI, cada Sábado, durante dos años. ¡Como había disfrutado aquello! Y ahora, tenía una nueva oportunidad para divertirse a lo grande.

Quedó junto a él, acercó su hocico a la oreja derecha, tomo tanto aire como pudo y... ¡Una pausa! Advirtió algo: un objeto ancho y robusto, que casi le dio un vuelco al corazón al tiempo que su expresión, antes divertida, se tornaba entre una mezcla de desconcierto y temor. Se trataba de un cilindro transparente y vacío, que dejaba a la vista una medición de cantidad en unidades, llegando hasta el número 5. Y, del extremo que apuntaba al aire, partía un plumero diminuto multicolor que, y hasta donde sabía, recibía el nombre de <<ESTABILIZADOR>>. ¡Joder! Era un maldito dardo tranquilizante. Del tipo para dormir a un elefante. Y estaba incrustado en la nuca de Marshall, por encima del collar. Pero, ¿de dónde diantres había salid...?

<<¡Oh, Mierda!>>

Avery abrió completamente los ojos, puso las orejas de punta y dio un salto a la derecha. El dardo, que tenía como objetivo la nuca de la hermana de Chase, quedó ahora incrustado en el lomo de Marshall.

—¡¿Qué diablos...?! —alcanzó a decir Avery antes de que sus orejas entrenadas le pusieran en alerta.

Oyó el ruido. Sí, ese ruido. Distante pero discernible. Que identificó hacía unos segundos como el de un percutor siendo accionado..., seguido por un clip metálico. Dio otro brinco a la derecha, pero no fue lo suficientemente veloz como para evitar que el nuevo dardo, que viajaba a una velocidad de 20m/s, le rozara la oreja izquierda.

Cayó al suelo. Pero se recompuso de inmediato, y soltó una pulla. Mientras apresuraba en controlar su respiración, se tocó la oreja. Luego contempló su pata y vio que estaba manchada de sangre.

<<Me he salvado por poco>>.

Se volvió hacia atrás, hacia la colina. Y clavó la vista en los arbustos de la cima. Se movían. ¿O acaso había sido una falsa ilusión? Entornó los ojos y... No estaba en un error, no era una ilusión. ¡Sí, se habían movido! Estaba segura de ello. Allí es donde estaban. No tenía forma de saber cuantos eran, ni siquiera estaba segura que fueran más de uno, pero algo sí le quedaba claro: Les habían hallado. Pero, ¿cómo, quién y por qué? ¿Y por qué el francotirador se había detenido?

Decidió que no había tiempo para pensarlo. Ahora la prioridad era largarse de ahí y llevar a Marshall al refugio.

.............

Ella Ellsworth farfullaba en silencio. El gatillo del rifle se había atorado y ya no pudo disparar.

<<Y tenía que ser justo ahora. ¡¿Por qué, maldita sea?!>>

Tuck, ligeramente aturdido, musitó:

—Eh... Ella.

—Ahora no, Tuck —dijo Ella, furibunda, al tiempo que propinaba un golpe sordo al rifle—. ¿No ves que estoy ocupada?

—Pero es que Marshall y su cómplice están huyendo.

Ella se detuvo. Luego colocó el rifle en posición y, a través de la mirilla, contempló como la pastor alemán colocaba a Marshall sobre su lomo para luego apresurar en correr con dirección norte.

—¡Rápido, Tuck! —ordenó Ella al tiempo que se ponía de pie. Se llevó el rifle al lomo, y lo sujetó con ayuda de la correa—. Hay que volver a nuestro auto y no perderles el rastro.

.............

Avery llegó donde el vehículo patrullero de Chase, que ocultó por detrás de unos árboles muertos de troncos gruesos.

Sin hacer mucho esfuerzo, Avery dejó a Marshall al suelo y, por consiguiente, se apoyó sobre sus patas traseras. Cogió a Marshall con las delanteras, cargándolo como si se tratase de un infante durmiente. Tomó tanto aire como pudo y, en un acto rápido, haciendo uso de sus músculos mientras se erguía totalmente, aventó a Marshall hacia arriba. Dada la fuerza empleada y el ángulo calculado, el cuerpo moteado aterrizó en el asiento del copiloto. Luego Avery dio un brinco y se situó por detrás del volante. Le colocó el cinturón a Marshall y luego para sí. Encendió el motor y jaló la palanca de tracción.

<<Quienquiera que sea el tirador —pensó—, hará todo lo posible para retenerme y capturar a Marshall. No puedo permitirlo>>

Pisó el acelerador y derrapó sobre la hierba tras dar un rápido giro en <<U>> para luego encaminarse a la desolada carretera. Veinte metros de recorrido después, Avery observó el espejo lateral y advirtió la presencia de dos luces intermitentes.

.............

Tuck Ellsworth iba tras el volante, manejando a una velocidad de 140km/h.

—¡Allí están, Ella! —dijo, señalando al frente. Su hermana asintió y, tras haber arreglado el arma, apresuró en hacer su jugada.

—Mantén la velocidad —ordenó a su hermano al tiempo que sacaba la mitad del cuerpo y el rifle por la ventana.

Tuck se alarmó.

—¡Ten cuidado!

—No te preocupes —aseguró al tiempo que colocaba el rifle en posición y procedía a mirar por la mirilla—. Y asegúrate de no frenar. No podemos dejarlos escapar.

Tuck tragó saliva.

<<Esto no terminará bien>>

Luego entornó los ojos, e hizo un descubrimiento impactante.

—¡Parece ser el vehículo de Chase!

—Esos dos debieron de habérselo robado —concluyó Ella casi a gritos.

—Deberíamos avisar a Ryder.

—Después de que los cojamos a ambos.

—¿Cómo?

—Ya me has oído.

—Pero, Ella...

—¡Joder! ¡Hazme caso, Tuck! ¡Y mantén a vista al frente!

Y así lo hizo. También, y por un breve instante, cerró los ojos y se limpió el sudor de la sien.

<<Lo reitero, esto no acabará bien>>.

Ella se mantenía centrada. Ignoró el ruido externo en todo momento —el rugido del motor de ambos vehículos y el soplido en las orejas por parte de las ventiscas heladas de Noviembre— y se limitó a estudiar únicamente la figura mecánica que tenía delante. Tardó unos segundos pero por fin pudo ubicar su objetivo: Las ruedas traseras. Se centró primero en la del lado izquierdo. Colocó un dedo sobre el gatillo. Contó hasta tres y... ¡Zas! El vehículo dio un brinco, probablemente tras pasar por encima de algún bache, y el disparo se le escapó. Y erró. El dardo impactó por encima del parachoques.

Soltó un taco a los cuatro vientos y acabó por tragarse unos cuantos insectos. Probablemente luciérnagas. Tosió con brusquedad. Escupió restos de alas y volvió a cargar el arma. Repitió el procedimiento. Miró por la mirilla. Buscó y localizó. Preparó el tiro. Y contó.

<<Tres..., dos..., uno>>

Esta vez no falló. Y el dardo reventó la rueda. Se oyó un estruendo y el vehículo patrullero empezó a ladearse al lado izquierdo. Y a perder velocidad. <<Excelente tiro, chica>>, se felicitó Ella. Luego, apresuró en hacer lo mismo con la rueda derecha. Tras lograrlo, el vehículo patrullero empezó a zigzaguear.

.............

Avery se aferraba con fuerza al volante, tanto así que las patas empezaron a dolerle. Trataba vanamente de mantener firme y derecho el vehículo patrullero.

—¡Mierda!

El vehículo se sobresaltó tras pasar por encima de algún desperfecto en el camino... y la agente federal soltó el volante, que giró de un lado a otro con total descontrol. Avery intentó cogerlo al tiempo que pisaba el freno. Y fue allí, en aquel instante, cuando se dio cuenta muy tarde del error que cometió.

Los siguientes sucesos sucedieron en el transcurso de cinco segundos: El freno imprevisto del volante hizo que el vehículo patrullero de Chase diera un giro en <<U>> hacia la derecha y, por consiguiente, y gracias al imprevisto piso del freno, se volcó violentamente y acabó dando vueltas y vueltas por los siguientes catorce metros hasta convertirse en una figura amorfa solo para acabar aterrizado fuera de la carretera, en una zanja.

Avery ahora yacía al revés, con la vista nublada y un dolor intenso en el cuello. Oyó un murmullo, casi ininteligible. Se volvió hacia él, parecía seguir dormido.

—M-Marshall —musitó, casi al borde de la inconsciencia—. Per... perdóname, por favor.

Entonces, cerró los ojos y un último pensamiento se materializó en su mente: <<Todo iba a acabar así. Todo había terminado>>.

.............

El vehículo de los gemelos Ellsworth frenó de golpe, a unos dos metros de donde yacía el deformado vehículo patrullero. Había pedazos de metal a lo largo del camino.

—Santo cielo, Ella —dijo Tuck tras apearse, jadeando—. ¡Los mataste!

Ella se bajó del vehículo. Se mostraba inexpresiva. Guardó silencio en todo momento antes de correr hacia el auto.

—Espérame —dijo Tuck, y corrió pisándole los talones. Llegaron y se ubicaron en la parte delantera. La puerta del lado del conductor había desaparecido. Ella se adentró, estudió los cuerpos que yacían cabeza abajo, sujeto a los asientos, y apresuró en buscar signos vitales.

El silencio que siguió era tan rotundo que incluso pudo oírse el cantar lejano de un grillo. Tuck dio un paso al frente.

—¿Ella?

Nada.

—Ella, contéstame. ¿Están bien?

Nada otra vez.

—Ella, por favor...

—¡Cálmate ya, Tuck! —rugió su hermana al tiempo que sacaba la cabeza y mostraba una expresión ceñuda pero extrañamente calmada. Salió—. Están vivos. —Se oyó un suspiro de alivio—. Tenemos que sacarlos —agregó, con tono decisivo y calmado. Sobre todo calmado. Como si los últimos acontecimientos no le hubiesen afectado en lo más mínimo. Como si jamás hubiesen ocurrido.






[UN AÑO ATRÁS]






Mansión Green Hill, Spokane (WA).
Octubre 27, 2019

08:38 PM

En la pequeña metrópoli de Spokane existen un alrededor de 2.500 taxistas. Los había de todo tipo: Los buenos, los malos y los peligrosamente agresivos. Y André Johannessen, de veintiún años y de nacionalidad noruega, que emigró al país americano hacía cinco meses luego de que estallase un golpe de estado en su nación helada, pertenecía al grupo de los buenos.

Hacía casi una hora y media, por encima de las siete en punto, mientras se paseaba por delante de la Mansión Green Hill con el objetivo de cortar camino para poder llegar a tiempo a su apartamento de mala muerte de treinta dólares al mes y sintonizar el nuevo episodio de "HAWAII FIVE-0", fue frenado por un hombre de melena castaña y de ropa para salir, quién sucesivamente le preguntó si podría llevarlo a él y a sus dos acompañantes —una cachorra de pelaje blanco y nariz marrón de expresión viva y una pelirroja de mirada taciturna— al extremo noreste de la ciudad, al cine Roycewood. Johannessen se rascó la barba tupida. Iba a dejarlo pasar e informar que ya no estaba de servicio. Pero el hombre, que no parecía rebasar los veinte años, se veía necesitado. Sus ojos decían en silencio <<Por favor, ayúdame. Ya no hay más taxistas a esta hora>>. Johannessen dio un rápido vistazo a las dos féminas, que aguardaban en la acera y que tiritaban un poco por el frío nocturno. Y volvió a ver al hombre joven. Suspiró. Y con una sonrisa contagiosa, le había contestado que la carrera le costaría cincuenta dólares. Ni más ni menos.

—¡Trato! —aceptó el hombre joven. E hizo un ademán para que ambas féminas ingresasen al taxi.

Más o menos a las ocho menos menos cuarto, ya habían llegado a mitad de camino cuando una de las pasajeras, la pelirroja, se puso catatónica al tiempo que gritaba que <<no podía hacer esto>> y que <<necesitaba volver a la seguridad de la mansión>>.

Mientras la cachorra le decía algo en susurro a la pelirroja al tiempo que le tomaba la mano derecha, el hombre joven se dirigió a Johannessen y le pidió que los regresase al lugar de donde los había recogido. Y que más pronto, mejor. Johannessen se mostró algo reacio, y luego un poco avergonzado. Le explicó que ya a esas horas de la noche abría un intenso tráfico. Que tendría que ignorar la autopista y el túnel Wheeler y tomar una serie de calles cerradas. Que acabaría por terminarse la poca cantidad de gasolina que tenía y que, tristemente, se vería obligado a aumentar el precio de la carrera. El joven le dijo que le pagaría hasta quinientos dólares si los llevaba de regreso a la mansión. Johannessen se ajustó aún más el cinturón. <<Sosténganse>>, les dijo a sus pasajeros. Luego giró en redondo y pisó el acelerador. Al cabo de media hora, a las ocho con cuarenta minutos, regresaron al punto de partida.

—Servido, damas y caballero.

El hombre joven le agradeció. Y sacó su cartera. La pelirroja abrió la puerta que tenía a su lado y se bajó de un salto. La cachorra de pelaje blanco corrió tras ella.

—¿Todo bien? —preguntó Johannessen tras haber observado todo por el espejo retrovisor. El hombre joven suspiró.

—No, por desgracia no. —Se inclinó entre los asientos delanteros y depositó el dinero en el tablero—. Todo ha salido mal.

.............

—¡Todo ha salido mal!

Carmen Sayer atravesaba a grandes zancadas el gran salón. Arrojó el bolso con fuerza sobre la mesa de café, haciendo caer el juego de tazas de té de porcelana china del siglo XVII y una figurilla de cristal rojo al suelo. Pisó unos cuantos fragmentos y se sentó en el sofá para tres. Se llevó las manos a la cabeza y rompió a llorar.

—Todo... —musitó con la voz quebrada y moqueó—. Todo ha salido mal.

La figura canina se sentó a su derecha. Le miraba con compasión, y dolor. Le puso una pata en la espalda.

—Carmen, yo...

—¡No sigas!

La figura se apartó con temor. Su pelaje se erizó. Se hizo el silencio.

—Ya... ya no sigas, por favor —suplicó, bajando el tono—. Ya no quiero oír una vez más esa basura de que todo saldrá bien. Esta salida no ha salido bien.

—No digas eso —dijo la cachorra—. Además, ni siquiera hemos llegado al cine.

Moqueo fuerte. Carraspeo. Un tono de voz serio.

—Eso es lo que te importa, ¿verdad? Tu estúpida salida... ¡Pues si quieres puedes irte a disfrutar! Es más, ¡vete de juerga y a bailar e ir a acostarte con quién tú quieras!

La cachorra sintió un pinchazo en el corazón al tiempo que se empañaba su mirada.

—Carmen...

—¡Deja ese rollo compasivo y déjame sola de una maldita vez!

—¡Yo no pienso hacer eso! —le dijo casi gritando—. Soy tu mejor amiga y...

—Lo eres... Sí, lo eres. Eres mi mejor amiga y aún así me orillaste a salir cuando sabías muy bien que no puedo. Sabiendo muy bien que no estaba lista. No debí haberte hecho caso. ¡Simplemente no debí haberlo hecho! ¡No eres más que una idiota desconsiderada!

La figura canina ya no aguantó. Se levantó del sofá, se paró frente a la pelirroja y levantó la voz:

—¡No lo hice con maldad y eso lo sabes muy bien!

Pausa corta.

—Carmen... Carmen, yo..., solo quiero tu bienestar —habló, con un tono mas neutro. Sus ojos lloraban a mares—. Lo único que quiero es lo mejor para ti.

—¿Lo mejor para mí? —repitió y levantó la vista. Unos ojos rojos cargados de ira se apreciaban—. ¿Lo mejor para mí? Sí quieres lo mejor para mí, ponle fin a mi vida de una jodida vez. Porque es sería lo mejor; morirme. ¡Sí, eso es! ¡Lo mejor para mí es la muerte!

—¡Ya no digas estupideces! —vociferó.

—¡NO SON ESTUPIDECES! —afirmó Carmen.

—¡CLARO QUE Sí!

—¡CLARO QUE NO!

—¡QUE SÍ!

—¡QUE NO! ¡YA ENTIÉNDELO!

—¡ERES TÚ QUIEN NO LO ENTIENDE! ¡NO ESTÁS PENSANDO CON CLARIDAD, CARMEN!

—¡YA CÁLLATE, CARAJO!

—¡NO PIENSO HACERLO!

—¡Imbécil!

—¡Cabrona!

—¡Estúpida!

—¡Necia!

—¡Presuntuosa!

—¡Gilipollas!

—¡Maldita bola de pelo!

Esta vez la cachorra ya no respondió. Y sintió como su corazón se partía en millones de pedacitos.

Muchos, si es que no miles, le habían llamado así. Pero jamás pensó que algún día Carmen, aquella pelirroja de ojos llenos de vibra que le sacó del refugio y que le dio la calidez y el amor de un hogar estable hacía varios años, y a quién consideraba como su mejor amiga y algo cercano a una hermana, le llamaría así. <<¡Maldita bola de pelo!>>. Cuatro palabras. Cuatro palabras simples pero extremadamente hirientes que no paraban de resonar en su cabeza. Bajó la vista y una nueva ola de lágrimas empezó a hacerse notar. Los recuerdos de su pasado tortuoso y complicado tampoco tardaron en materializarse en su mente: Bradersfille, su ciudad natal. 2016, el peor año de su vida. Las cinco casas. Las falsas promesas. La hipocresía oculta tras falsas sonrisas y la dura realidad. Las reprimendas injustificables y las miradas de odio. Los jalones de orejas, los puñetazos, las patadas y los correazos. Los pinchazos prolongados. Las quemaduras. Los gritos. Los insultos. La denigración. Los moretones. Las fracturas. Los dientes perdidos. El hígado dañado. La comida pisoteada. El hambre. Las noches frías. Las lágrimas nocturnas. Y las súplicas a Dios por una vida mejor. La perdida de esperanza. La muerte de su inocencia. El nacimiento del mal. El escape y...

—Me has llamado... —Pausa.

No prosiguió. Ni fue necesario. Carmen reaccionó y se dio cuenta muy tarde de lo que había hecho.

—Yo... —dijo dolida, tratando de acercarse—. Lo lamento mu...

—¡Aléjate de mí!

Carmen se paró en seco.

—¡Podía esperar eso de cualquiera pero no de ti! —acusó—. ¡Te odio!

—¡No ha sido mi intención...!

Otra pausa. Otro lamento. Un lloriqueo fuerte. Más lagrimas. Carmen volvió a sentarse.

—No sé lo que me está pasando... simplemente no sé. P-Por favor, perdóname.

En aquel instante, Gary hizo aparición. Conforme se les fue acercando, advirtió que algo no iba bien. Estudió el rostro lloroso y casi furioso de la cachorra. Luego a Carmen. Y regresó la vista hacia la cachorra.

—¿Qué pasó? —se oía preocupado.

La cachorra abrió el hocico, pero antes de poder decir nada lo pensó mejor dos veces. Ya no quería más problemas, ya no quería echar más leña al fuego. Y lo más importante, no quería que Gary se enojase con Carmen.

—Comparto su dolor —mintió sin dudar, y le dedicó una rápida mirada de complicidad a Carmen.

Gary se quedó quieto al tiempo que se serenaba su mirada. <<Esa sí que es una amiga de verdad>>, se dijo. Se sentó al lado izquierdo de la pelirroja. Le rodeó con un brazo. Y le besó la frente.

—Saldremos de esta, mi amor.

Carmen asintió, pero el aumento de su lloriqueo parecía demostrar que no se había tragado esa mentira.

<<No la culpo —Gary dijo para sí—. Yo tampoco me lo creería>>

Los minutos pasaron. Nadie dijo nada ni hicieron nada. Tan solo aguardaron allí, a que todo pasase. A que toda esa ola de emociones intensas lograse apaciguarse por sí sola.

Los tres se sobresaltaron de golpe. Un ruido seco se oyó, seguido por unas voces. El trío de amigos se relajó un poco al descubrir de qué se trataba. Las nueve en punto. El televisor automático se había encendido. Estaba sintonizado en el canal 06. El titular, que titilaba en la parte inferior del aparato, ponía: <<NOCHE DE INFIERNO: TRAGEDIA EN EL CINE>>.



<<Para los que acaban de sintonizarnosdijo la reportera que aparecía en la pantalla. Al fondo se apreciaba un camión de bomberos con las sirenas encendidas—, hacía poco no más de una hora, ocurrió un siniestro en el cine local Roycewood.La toma se centró ahora en el fondo. Dos bomberos cargaban una gran bolsa negra—. Se desconoce el número exacto de víctimas mortales, pero hasta el momento los bomberos han logrado rescatar un total de veintiséis cuerpos>>



La cachorra estaba absorta. Gary se quedó boquiabierto. Y Carmen... se mostraba inexpresiva.



<<La causa de siniestro no ha sido confirmadaprosiguió la reportera—. Sin embargo, y de acuerdo con el capitán del departamento de bomberos, esto no habría sido accidental>>.



En la toma apareció un hombre con grandes gafas empañadas. Llevaba uniforme amarillo y un casco chamuscado.



<<Capitán, ¿por qué piensa que este trágico incidente no fue un accidente?>>


<<Bueno...empezó a decir el de amarillo—, una vez que apagamos el fuego, dos de mis muchachos y yo examinamos el lugar. Y con base en cierta evidencia, descubrimos que el siniestro se originó en la recepción>>


<<Pero ¿eso qué tiene que ver con la causa del siniestro?>>


<<Tiene mucho que ver, Sandra. Tiene mucho que ver. —El de amarillo se quitó las gafas. Se las limpió al tiempo que proseguía—: En el piso de la recepción... hallamos un rastro blanquecino que emanaba un olor distintivo, lo que nos indica la presencia de un líquido inflamable. Probablemente gasolina. Y con base en la cantidad del rastro, suponemos que vertieron un bidón entero>>



<<¿Está diciendo... está diciendo que esto fue obra de un asesino en masa?>>



El de amarillo terminó de limpiarse las gafas. Se las colocó y pareció que su mirada se perdía en la nada.



<<¿Capitán?>>


<<No soy policía para dar tal declaracióncontestó por fin—. Pero lo que sí puedo confirmar es que esto no fue accidental. Y que fue premeditado, además>>


<<¿Qué le hace decir eso?>>



El capitán se lo dijo. Selena se quedó absorta.



<<¿Puertas bloqueadas y el cierre de la toma de agua?>>



El capitán asintió. Ante el evidente estupor por parte de la reportera, dio explicación.



<<Parece ser que el incendiario, quien quiera que éste sea, bloqueó la salida con un contenedor de basura, de los grandes. Y cerró también la toma de agua para evitar que funcionasen los rociadores de emergencia, con el fin de asegurarse de que nadie intentase huir por la recepción. También... —metió una mano dentro de su bolsillo y saco algo que mostró a la cámara—, también encontramos esta nota en la que el autor declara haber provocado esto porque "fuerzas ajenas y sobrenaturales" se lo han pedido, a modo de sacrificio... y que ha ahora que ha comenzado, ya no se detendrá>>



<<¿Y ya han...? —Vaciló un instante—. ¿Ya han logrado identificar a las víctimas? ¿Alguna idea de quién pudo ser el objetivo?>>



<<Las víctimas estaban irreconocibles —respondió con tono frío—, presentaban quemaduras de cuarto y quinto grado>>.



La reportera sintió un escalofrío.



<<He trabajado en casos con víctimas que terminaron así. Y déjeme decirle que, en estos casos, será difícil reconstruir los rostros de las víctimas>>


<<Así que por el momento, ¿no puede decirnos ningún nombre?>>


<<Lo lamento, pero no>>.



Aquello fue suficiente. La cachorra cogió el control remoto y apagó la televisión y se volvió velozmente hacia sus dos amigos. Gary permanecía boquiabierto. Y Carmen... con una mirada asustadiza y con la piel pálida, se puso de pie.

—Díganme que no... —empezó a decir, y calló. Su mirada se perdió en el vacío. Luego, pareció volverse a poner pálida. Más de lo que ya estaba—. Ha sido él... —susurró—. Harold Hadford.

Gary se puso de pie.

—No saques conclusiones precipitadas, Carmen. No tenemos la certeza de que...

—¡ESO LO HA HECHO ÉL!

Y entonces, volvió a romper a llorar.

—¡¿Ahora lo ven?! Siempre les dije que él trataría de hacer algo así. ¡Y ahí están las pruebas!

—Tan solo fue una casualidad.

—Ninguna casualidad, Gary... esto fue su obra. Ha sido ese enfermo. ¡Lo sé! ¡Yo sé que sí! ¡Y lo ha arreglado todo para inculpar a alguien más!

—¿Y qué si ha sido él? Tú estás aquí, a salvo. Con nosotros.

—¿Pero por cuanto tiempo? —dijo ella casi a gritos—. Ha fracasado, lo reconozco, ¡pero no se contentará!

Gary comprendió en aquel instante lo que Carmen estaba tratando de decirle. <<Él volverá a intentarlo>>. La trajo hacía sí y le abrazó con fuerza.

—No parará hasta verme muerta.

El abrazo se hizo más fuerte.

—No dejaré que te pase nada. Lo juro por Dios.

Pero ni siquiera Carmen se creyó eso. Gary prosiguió:

—Te acompañaremos adónde quiera que vayas. Renunciaré a mi trabajo para cuidarte. Tomaré clases de judo y kickboxing. ¡Joder! Hasta compraré un arma de ser necesario.

Carmen no respondió a eso. El hombro derecho Gary empezó a empaparse todavía más. Éste le acarició la parte trasera de la cabeza. Al mismo tiempo, estudió a la cachorra, que parecía perdida en sus pensamientos. ¿Qué es lo pensaba?

A los pocos segundos, hubo reacción. Su rostro blanco se iluminó.

—¡Lo tengo!

Luego, volvió a reinar el silencio. No perduró. Carmen se separó de Gary.

—¿Qué dices?

La cachorra le dirigió una mirada animada.

—Carmen, ¿qué no lo ves? —Su silencio y su expresión todavía perpleja fueron respuesta suficiente—. ¡Ésta es una oportunidad! —le aclaró.

—¿Oportunidad? —preguntaron Carmen y Gary al unísono.

La cachorra asintió. Carmen le dijo que no le entendía.

—Sí, una oportunidad —la cachorra volvió a afirmar—. Según el noticiero, ningún nombre de los que murieron en el cine fue revelado,

—¿Y eso... y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó Carmen.

—Mucho —respondió la cachorra—. Como ningún nombre se ha publicado, ese sujeto no tiene forma de saber que no has muerto en el cine. Y si él fue quien lo incendió, es probable que ya se haya ido de la ciudad. Y ya con eso, tú podrás volver a retomar tu vida.

Pausa. Algo larga.

—Eso... ¡eso es perfecto! —dijo Gary.

—Tal vez tengas razón —le dijo Carmen a la cachorra. El tono de su voz seguía apagado—. Puede que él no sepa que sigo viva, ¡pero me temo que eso no durará mucho! Si los medios no ha publicado esos nombres, lo harán mañana o...

—No sucederá.

—¿Cómo puedes afirmarlo?

—Porque así será —aseguró la cachorra, serena—. No voy a dejar que se publique la identidad de las víctimas ni en la televisión ni en los periódicos. Eso te lo garantizo. —Se subió al sofá y cogió el teléfono, situado del lado izquierdo—. Hablaré con mis contactos. Moveré influencias. Daré incluso grandes sumas de dinero de ser necesario. Pero de que esos nombre no salen, no salen.

Carmen moqueó. Gary iba a ofrecerle un pañuelo. Pero ella ya se había limpiado con la manga de su chaqueta. Se sentó en el sillón. A unos escasos centímetros de la figura blanca.

—¿Me prometes... que todo saldrá bien está vez?

La cachorra le observó y contempló los ojos enrojecidos de su mejor amiga. Esos ojos que alguna vez emanaron buenas vibras y que ahora anhelaban a gritos un atisbo de esperanza. Dejó el teléfono y le mir{o de frente.

—Todo saldrá bien esta vez, Carmen. —Le tomó una mano y añadió—: Te lo prometo, todo saldrá bien de ahora en adelante.






[DE REGRESO A LA ACTUALIDAD]






Estación de Policía, Bahía Aventura (CA).
Noviembre 19, 2020

07:56 PM

El agente Edward "Eddie" Tyson se encontraba en la recepción de la estación de policía. Para ser más concretos, se hallaba a un lado de las dos puertas de cristal reforzado. La entrada principal al edificio. Así como la única salida. Desde ahí, manteniendo los brazos cruzados y una mirada expectante, observaba a los miembros restantes —y los pocos que pudieron localizar— del equipo Paw Patrol.

Se encontraban ubicados en el centro de la recepción. Chase Schülze yacía cabizbajo, y con la mirada vacía, sentado en un sillón azul. Su silla de ruedas, cerrada y doblada, descansaba a su derecha. A unos escasos metros al norte de él, se apreciaba un desvencijado pero todavía funcional sofá para tres. En él estaban sentados, y en ese orden: Skye Wilkinson, Zuma Rollins y Rocky. La cachorra aviadora y el cachorro reciclador habían cesado la discusión acalorada hacía unos diez minutos, a petición de un desconcertado Kensington y una acalorada Danville (quienes ahora se hallaban al fondo, charlando entre ellos). Pero aquello no les impedía taladrarse con la mirada entre ellos. De no ser por la tensión evidente en el aire, en aquel preciso punto, y por las chispas que emanaban esos dos pares de ojos, cualquiera diría que esos dos cachorros estaban llevando a cabo una competencia de miradas fijas. Y que ninguno mostraba ganas de claudicar. Zuma, por su parte, paseaba la mirada de un lado a otro. Izquierda, derecha. Derecha, izquierda. En cierto punto, su mirada se cruzó con la de Tyson. Sus labios se movieron. Pareció querer decir algo. Probablemente un <<Si te sientes incómodo, apártate de ahí>>. Pero en el último momento, se retractó. Y comprendió por qué. Más bien, la mirada del labrador se lo dijo:

<<Ahora yo soy el muro entre estos dos. Y si me aparto, se armará una matanza>>.

El tono de una llamada entrante le hizo levantar la vista. A su vez, advirtió que Chase Schülze también había levantado la cabeza y dirigido la vista hacia el mismo lugar. Evidentemente, también había reconocido el tono de llamada de la agente. Observaron a Danville, quién sacó su teléfono, apretó un botón y se lo llevó a la oreja. Pese a la distancia entre ellos y la mujer de traje, Tyson y Chase pudieron oír, con gran claridad, la conversación entre Danville y uno de sus agentes. Parecía que no había recibido buenas noticias.

—¿Seguros? —volvió a espetar Danville. Soltó un refunfuño—. ¿Y en los alrededores...? —Pausa. Otro refunfuño, acompañado por una pulla—. De acuerdo. Dejen todo y regresen a la estación. ¡Ya!

Colgó. Y su mirada de piedra pareció endurecerse todavía más. Kensington mostró algo de pánico.

Los pasos de Danville resonaron por todo el lugar. Acallaron cuando Danville se plantó delante de Chase.

—No lo encontraron, ¿verdad?

Danville miró a Chase, que se veía cansado. Y sorprendentemente suavizó un poco su mirada. E hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Mis agentes registraron la cabaña. Pero no hubo señales ni nada que indicara que Marshall haya pasado por allí.

—De seguro se apanicó —habló Chase con desgano—. Debió sentir que algo no iba bien, tal vez pensó que ya estaban ahí y se fue mejor a otro lugar.

Danville asintió, en señal de aceptación.

—Ahora la cuestión es adónde a ido a ocultarse.

Sin apartar la vista de los ojos magentas, Rocky se aclaró la garganta y dijo:

—Podría ayudarle con eso.

Danville se volvió hacia él.

—¿Sabes donde podría estar Marshall?

Un gesto afirmativo.

—Dímelo, entonces.

—Tome lápiz y papel.

—Rocky... —empezó a decir Skye con tono frío—. ¿Qué diablos crees que haces?

Él le respondió con el mismo tono:

—Lo correcto.

Y sus ojos verdes emitieron un extraño brillo. Apartó la vista. Pero antes de siquiera dedicar algo de tiempo para descansar los ojos, miró a Danville y, uno a uno, empezó a nombrar un par de ubicaciones: La fábrica BnL, situada en las afueras de la ciudad; la vieja fábrica de papel, en el área noreste; el hotel Maldini, clausurado por una infestación de cucarachas desde hacía dos semanas, en el área sur; la Iglesia Santa María, cerrada por renovación, en el centro; y las cuevas profundas, laberínticas y totalmente inexploradas, ubicadas a unos escasos metros de la entrada principal de la Montaña de Jake, en el área noroeste.

Danville terminó de anotar todo en su libreta. Llamó, a tono de grito, a Roy Kensington, quién se le acercó tan rápido en cuanto oyó su nombre. Ella le mostró la lista y le dijo que necesitaría de sus hombres, que había que revisar esos lugares. Kensington asintió tras terminar de leer la hoja, sacó su walkie-talkie y dio un aviso a todos los oficiales que se hallaban fuera realizando rondas en patrullas. Les ordenó regresar a la estación cuanto antes.

—Gracias por la ayuda.

—No hay de qué —le dijo Rocky a Danville.

—Increíble... —se oyó decir a Skye, con un tono que parecía ser una mezcla entre molestia y decepción—. Se nota que odias a muerte a Marshall. Tanto así que no has vacilado en traicionarlo.

El mestizo se volvió de inmediato.

—¿Traicionarlo yo? —reclamó, apuntado hacía sí—. Con que yo lo traicioné, ¿eh?. Así que ahora yo soy el malo, ¿verdad?

—¿Y entonces qué eres? Porque un héroe, no. Estás muy lejos de serlo.

—Solo hice lo correcto, Skye.

—Lo correcto. Sí, claro —comentó con sarcasmo—. ¿Te parece correcto haberle hecho eso a Marshall?

—¿Y qué querías que hiciera? ¿Que me quedara callado para protegerle? ¡Es el principal sospechoso, el responsable de los ataques, por Dios!

A Zuma no le agradaba adonde iba todo esto. Se puso en medio de sus amigos y tomó el rol como mediador.

—Skye... Rocky... ya dejen esto. Lo mejor será que nos sentemos y...

Pero el mestizo le hizo a un lado con un rápido movimiento, arrojándole al suelo. Chase levantó la vista. Everest gritó algo. Skye se alarmó y ayudó a Zuma ponerse de pie

—¿Estás bien? —le preguntó al labrador. Él solo asintió, y miró con tristeza a Rocky. Skye también le miró a él. Pero en su mirada solo se veía un fuego intenso—. Pero ¿qué te has creído?

—No sé de qué me hablas, Skye. ¿O qué? ¿Ahora dices que soy un abusivo, un monstruo, un simple recogido maleducado y una alimaña de lo peor?

—Yo no dije eso...

—No, pero lo pensaste —afirmó Rocky, sin bajar el tono de su voz—. Y para que lo sepas, el único que es malo aquí... el único villano es Marshall. ¡Él, y nadie más que él!

Skye se puso de pie de un salto.

—¡No sé por qué sigues cerrándote!

—¡Y yo no sé por qué lo sigues defendiendo! —dijo Rocky, dando un paso al frente. Respiraba con furia—. Tiene antecedentes, hay testigos que corroboran su presencia en las escenas de los crímenes en su ciudad natal. Incluso yo lo vi junto a esa mochila esta noche. Y aún así sigues de su parte. ¿Por qué? ¡¿Por qué tanto interés?!

Skye no se movió de donde estaba, pero sí empezó a mostrarle los colmillos.

—Porque es mi amigo —dijo finalmente Skye entre dientes—. Y si tú estuvieras en su lugar, también yo estaría de tu lado.

—No te atrevas a compararme con ese delincuente.

—¡Él no es ningún delincuente!

—¡Sí lo es!

—¡Claro que no! —Pausa. Respiraciones cortas. Se calmó un poco—. Lo conozco muy bien, Rocky. Al igual que todos. Y sé también que él no sería capaz de hacer esas cosas por las que le apuntaron en el pasado así como tampoco fue responsable de estos actos repudiables que...

Rocky meneó la cabeza al tiempo que sonreía divertido, la misma reacción que muestra un adulto creído cuando oye una equivocación por parte de un niño pequeño.

La cockapoo le fulminó con la mirada. Luego, se volvió hacia el solitario y discapacitado cachorro de mirada perdida.

—¡Chase! —llamó—. Apóyame con esto, por favor.

No hubo respuesta.

—¿Chase?

Seguía sin responder.

—¡Chase!

Hubo reacción por fin, pero no la esperada. El aludido parpadeó varias veces y movió la cabeza. Como si intentara adaptarse a la realidad. Daba la impresión de haber regresado de un viaje mental o algún tipo de trance. Carraspeó dos veces, y preguntó de qué estaban hablando.

—¿Qué pasa contigo? —fue lo que contestó Skye.

—¿Cómo?

—¡Por favor, Chase! —reclamó Skye—. Haz estado distraído toda la noche, y eso no es normal en ti. ¿Qué es lo que ocurre?

Chase se le quedó mirando por unos cinco segundos antes de responder.

—Pensaba... pensaba en Marshall. Tengo un par de dudas.

—¿Dudas? —repitió Skye, con ligero deje de furia—. ¿Acaso... acaso te estás poniendo del lado de Rocky?

—Skye, por favor...

—¡Sí o no!

—¡Skye, yo...!

Y guardó silencio. Chase no era de levantar la voz a alguien, y mucho menos si ese alguien se trataba de Skye, su amor secreto ya para nada secreto.

—Amor —comenzó a hablar con tono neutral—. Por favor, no quiero pelear. ¿Qué acaso no ves como estoy? Estoy afectado a nivel emocional.

—¿Y eso por qué?

—Porque yo... —dudó en proseguir.

Durante ese momento de silencio, sopesó sus opciones. ¿Debería contar lo que Tyson le había dicho en el auto? ¿Y echar más leña al fuego?

—Pasó algo, ¿no es así? —aventuró Skye, sin apartar la mirada.

Chase tan solo se limitó a asentir con lentitud.

—Hay algo más que aún no saben..., y es eso lo que me hace duda de la inocencia de Marshall

—¿Qué cosa? Sigo sin entenderte, Chase —dijo Skye con dureza—. A ver, explícate.

<<Y eso es lo que voy a hacer>>

Entonces volvió a guardar silencio. Pero no para evitar decir nada más, sino para preparar la explicación. <<Debo escoger bien mis palabras y decirles lo que sé. Merecen saber la verdad, por más dura que sea>. Dedicó un momento en ordenar toda la información que le había sido proporcionado hacía una hora. Para cuando lo hubo hecho, tomó y exhaló aire. Repitió el proceso dos veces más. Ya con algo de calma, pero sin mirar a nadie en concreto, tan solo a la nada, procedió a contar lo que el agente Tyson le había dicho poco después de que fue a interrogarle en el hospital general Bethesda, camino a la estación. Habló sobre la revisión en el Cuartel Cachorro, el registro de la caseta de Marshall y los objetos que fueron encontrados allí, dentro de un baúl: los materiales para armas artefactos explosivos, un mapa de Bahía Aventura con locaciones marcadas con un marcador rojo (incluidas la calle 34 y el estado Goodway), un libro de cocina y un diario en clave que, aparentemente, podría contener la confesión de Marshall y que ahora ya estaba siendo procesado por los agentes del FBI.

Rocky soltó un alarido de victoria y dejó escapar varios <<¡Se los dije!>> a todo aquel que estuviese a su alrededor. Un intenso silencio sepulcral se apoderó del lugar poco después.

Skye bajó la mirada y trató de asimilar todo. Estaba aturdida, por no decir confundida, y el corazón empezó a dolerle. Menuda información. ¡Toda una locura! ¿Qué debía hacer ahora? ¿A quién debía creerle? Sintió una pata cálida sobre su hombro.

Nunca te has equivocado, Skye —declaró el labrador. Su voz le dio algo de tranquilidad—. Y si dices que Marshall es inocente, es suficiente para mí.

Un fuerte suspiro se oyó.

—Zuma, ¿tú también?

—Es suficiente, Rocky. Detente de una vez. ¿Qué no ves que todo nos está haciendo daño?

—Yo no provoqué esto —se defendió.

—Pero lo estás empeorando con apoyar esas acusaciones infundadas...

—¿Cómo que infundadas? Tú mismo has escuchado lo que dijo que Chase; que los del FBI han encontrado toda esa evidencia incriminatoria dentro de la caseta de Marshall.

—Apuesto a que hay una explicación lógica para eso.

Rocky menó la cabeza, en señal de reprobación. Y levantó la voz.

—¿Por qué aún se niegan a aceptarlo?

—¡¿Y tú por qué sigues insistiendo en que Marshall es culpable? —gritó sorpresivamente Skye con el mismo tono, poniéndose frente a él—. Rocky... ¡te desconozco completamente!

—Pues eso ni me afecta ni me importa —exclamó—. ¡Ya me lo agradecerán! —añadió tras una breve pausa. Señaló a Skye y declaró—: En especial tú. Tan solo hice lo correcto.

—¿Lo correcto? —repitió Skye—. ¿Te parece correcto haberle hecho esto a nuestro amigo y hermano?

—Él no es mi amigo ni mi hermano —vociferó—. Él tan solo es... es... ¡es un maldito criminal! ¿Por qué carajo no eres capaz de comprenderlo, Skye? El nos engañó. Me engañó a mí. A ti. A Ryder. A nuestro amigos y a todos en Bahía Aventura. Él es un maldito criminal, un asesino. Sí, eso es lo que es en realidad: un asesino. Del tipo que no tiene escrúpulos, del tipo que no teme lastimar a gente inocente y que no se detendrá ante nada con tal de lograr sus objetivos.

—¡Esas son puras estupideces y lo sabes!

—¡MARSHALL ES UN ASESINO Y VA A PAGAR POR LO QUE HIZO!

Se hizo el silencio. Se oyó un suspiro. Rocky bajó el tono.

—Se les escapó a las autoridades de Bradersfille. Pero ten por seguro, Skye, que Marshall no podrá volver a huir esta vez. Y mucho menos ahora, que todo mundo ya sabe el tipo de cachorro que es en verdad.

Skye iba a protestar. Pero antes, se oyeron un par de pasos provenientes de fuera. Las puertas de la entrada principal se abrieron de golpe.

—¡Así que aquí estaban! —declaró la recién llegada.

Tyson dio un paso al frente.

—Disculpa, ¿y quién eres tú?

—Everest Volkova —contestó la husky con una sonrisa, volviéndose hacia el agente—. O simplemente Everest.

—¿Y qué haces aquí?

—Los buscaba a ellos.

—¿Conoces a los cachorros?

Ella asintió.

—Soy su amiga y trabajo con ellos.

Miró al frente y se encaminó hacia sus colegas.

—Los he estado buscando por todas partes, amigos. Fui al cuartel. Pero no había nadie. ¿Qué sucede? ¿Y por qué están todos reunidos aquí?

Chase Schülze se encogió de la pena.

—Fue mi culpa —admitió—. Tenía que avisarte, pero me había olvidado. Lo lamento, Everest.

—Bueno, eso ya no importa. Pero quiero hablarles de algo importante —agregó la husky—. En las noticias están diciendo que Marshall es culpable y...

Guardó silencio. Cayó en la cuenta. Dio un rápido vistazo a su alrededor.

—Oigan, ¿y en dónde está Marshall?

Skye iba a responder. Pero Rocky se le adelantó. Y sin hacer intento alguno por ocultar su frustración, explicó que Marshall estaba desaparecido. Que estaba prófugo, en realidad. Un fuerte <<¡¿QUÉ?!>> emergió del hocico de Everest.

—Tal vez no escuché bien, pero me pareció haber escuchado...

—No has oído mal —afirmó Rocky—. Marshall está prófugo.

—¿Y por qué diantres dices que Marshall está prófugo?

—Sé que es difícil de entender —habló ahora Skye, con tono pausado—, y aún es pronto para decir que Marshall está prófugo —declaró, lanzando una mirada fulminante al cachorro reciclador. Volvió a mirar a Everest—. Lo que sucede es que...

—La realidad es que Marshall es el responsable de los ataques con bomba y se ha dado a la fuga —cortó Rocky, ofuscado—. Y Skye se ha convertido en partidaria de su defensa. ¡Y ahora Zuma también!

Everest meneó la cabeza por unos cuantos segundos. Como si se tratara de un intento por despejar la mente y comprender lo que se le había dicho.

—¿Responsable? ¿Marshall? ¡Qué rayos...! No les entiendo nad...

Guardó silencio de golpe tras oír algo extraño. No fue la única.

—¿Y eso? —inquirió Skye, levantando una de sus orejas—. ¿Lo oyen?

Todos asintieron.

—Parecen gritos —observó Zuma antes de volverse hacia su derecha y apuntar las puertas de cristal—. Y me parecen que vienen de fuera.

.............

A esas horas el sol ya se había ocultado. Y la gran hilera de postes, que ya debían de haberse encendido automáticamente a las siete menos cuarto, permanecieron apagados puesto que se habían estropeado hacía tres días. Un desperfecto con los cables alimentadores. No obstante, la calle Martin Luther King Jr. estaba brillando.

Había una extensa multitud. Y todos los rostros mostraban la misma expresión iracunda. Algunos alzaban antorchas encendidas mientras que otros, blandían horquillas afiladas. Y al tiempo que se acercaban hacia la estación, a paso ligero, canturreaban la frase <<¡ENTRÉGEMNOS A MARSHALL!>> una y otra vez. Las puertas de cristal se abrieron. Los cachorros se quedaron boquiabiertos. Danville y Tyson se mostraron absortos. Y Kensington apenas si pudo asimilar lo que estaba mirando.

<<¿Antorchas? ¿Horquillas? ¡¿Qué es esto, una cacería de brujas?!>>

La primera fila de ciudadanos llegó a parar a menos de dos metros de la entrada de la estación de policía. El canturreo cesó. El disparo que Danville lanzó al aire tuvo mucho que ver.

—¡¿Qué demonios significa esto?! —quiso saber Kensington, sacando su aptitud ruda—. ¿Por qué vienen así?

—¡Queremos a Marshall! —declaró un hombre.

—¡Sí, entréguenoslo! —exclamó ahora una mujer.

—¡Ya sabemos lo que hizo!

—¡Y nosotros vamos a ejecutarlo!

—¡¿Qué acaso se han vuelto locos?! —vociferó Kensington—. ¡Esto es totalm...!

Y el canturreo volvió a hacerse audible.

Cinco coches patrullas, con las sirenas encendidas, llegaron del lado derecho de la calle. Se detuvieron, las sirenas murieron y diez oficiales se apearon.

—Ya estamos aquí, señor —dijo uno de los oficiales a Kensington—. Y por lo visto, lo hicimos a tiempo —añadió, dando un vistazo a la muchedumbre.

Kensington abrió la boca. Pero antes de soltar palabra, el ruido de un motor se apoderó del ambiente. Luego, un vehículo de color turquesa llegó del lado izquierdo de la calle.

<<¿Qué rayos? —pensó Kensington—. ¿Y ese auto?>>

Y la respuesta llegó por sí sola cuando del misterioso vehículo descendieron dos figuras caninas de pelaje dorado.

<<Lo que faltaba —pensó Danville, acercándose—. Más cachorros>>

Danville y Kensington y los cachorros se acercaron. Chase Schülze habló primero.

—¿Tuck? ¿Ella? ¿Qué están haciendo aquí?

<<Debí imaginarlo —se dijo Danville—. Más miembros del equipo Paw Patrol>>.

Luego, se limitó a escucharlos. El macho, que respondía al nombre de Tuck, dio un rápido saludo a Chase y al resto de los cachorros. Saludo que fue cortado de inmediato por su compañera.

—A que no adivinan lo que nos pasó. Veníamos a ver el partido y a pasar el rato con todos ustedes. Pero tuvimos un inconveniente en el camino —empezó a decir ahora Ella—. Luego, nos encontramos con alguien.

Ella se encaminó a la puerta trasera del vehículo.

—Nos enteramos que Marshall estaba siendo buscado por la policía. Y en cuanto lo vimos fuera de la ciudad, actuamos de inmediato.

Luego, y con el mismo gran orgullo que tiende a exhibir un cazador segundos antes de mostrar a sus amigos el enorme venado que cazó y mató con un único tiro, hizo un pausa dramática y abrió la puerta en su totalidad.

Los cachorros, al igual que Sharon Danville, Eddie Tyson, Roy Kensington y sus oficiales, se mostraron absortos, boquiabiertos.

—¿Cómo fue que pudieron atrapar...? —empezó una anonadada Danville, pero luego calló al advertir otra presencia dentro del auto—. ¿Quién más está ahí?

Dio un paso al frente y entornó los ojos.

—No puede ser.

Ella se volvió hacia la mujer de traje.

—Es la cómplice de Marshall —declaró Ella, sonriendo. Y añadió—: No fue difícil capturarle también.

—¿Cómplice? —dijo un extrañado Chase al tiempo que se acercaba al auto e intercambiaba una mirada de asombro con la cachorra amarrada—. ¿Qué diablos...?

Ella advirtió esto. Esperaba recibir el reconocimiento. Los aplausos. Y las palmadas en el lomo. Pero nada de eso pasó. En su lugar, solo hubo tensión.

—¿Sucede algo?

—Muchas cosas —se limitó a contestar Chase.

—¿Cómo dices?

Chase se volvió lentamente hacia Ella y Tuck, mostraba una expresión ceñuda.

—Esa cachorra... ¡ES MI HERMANA, PAR DE TONTOS!

Un fuerte <<¡¿QUÉ?!>> se oyó de ambos gemelos.

—Tiene que ser una broma, ¿v-verdad?

La agente Sharon Danville se adentró en el vehículo y le quitó la mordaza a Avery.

—¡Por supuesto que no! —refutó Avery, furibunda y echando chispas por los ojos—. Soy la hermana de Chase... ¡y trabajo para el FBI!

Se oyó otro fuerte <<¡¿QUÉ?!>>

—¿H-Has dicho FBI? —preguntó un temeroso Tuck. Luego, señaló a su hermana—. ¡Todo esto fue su idea!

—¡¿Qué cosa?! —dijo indignada Ella porque su hermano tratase de echarle todo el muerto a ella—. Tuck... eres... ¡eres un idiota!

—¿Disculpa? Yo no fui quien propuso capturar a Marshall y a la hermana de Chase.

—¡Ni siquiera sabías que ella era la hermana de Chase! Y tampoco te negaste a ser el conductor durante la persecución.

—Pero yo no fui quien jaló del gatillo y les disparó a los dos —se defendió Tuck—. Y además...

—¡Suficiente!

El silencio se hizo presente. Danville se volvió hacia su derecha.

—Agente Tyson, proceda a liberar a la agente Avery y a Marshall. Y lleve a ese último a su celda.

—Sí, señora.

Danville dio un paso al frente y miró a los dos golden retrievers.

—No sé si considerar a vosotros como osados o idiotas.

Ella quería decir algo. Pero se lo guardó en el último segundo. Se le quedó mirando a Danville, inexpresiva. Tuck bajó la vista.

—Lo que han hecho es una falta grave —prosiguió Danville con tono seco—, y se castiga con prisión. Dos años, mínimo.

Ahora Tuck tuvo una distinta reacción y se le puso la piel de gallina. Se puso a los pies de la mujer.

—Por favor —empezó a suplicar al borde del llanto—. No nos envíe al agujero, cosas muy malas nos pasarán.

Ella se llevó una pata a la cara.

<<¿Este es mi hermano, en verdad?>>

Tyson terminar de desatar a los dos cachorros. Pero en cuanto Marshall salió del vehículo, la turba allí presente enfureció. Estallaron los gritos, de odio y rabia. Y el fuego de las antorchas, parecieron haberse hecho más intensos.

—¡Ahí está! —gritó un ciudadano.

—¡Vamos por él! —sugirió otro. Los demás se mostraron de acuerdo y dieron un paso hacia adelante.

Roy Kensington y sus subordinados advirtieron lo que pasaba..., y de lo que iba a ocurrir. Actuaron de inmediato, a petición de Kensington. Se colocaron por delante de Marshall y armaron una gran fila. A la par, sacaron los garrotes y los levantaron al aire, preparados para atacar de ser necesario.

.............

En medio de todo esta trifulca en el que se hicieron audibles peticiones airadas como <<ENTRÉGUEMNOS A MARSHALL>> y <<¡LO QUEREMOS YA!>>, seguidos por un par de <<¡ALÉJENSE DEL ÁREA, RÁPIDO!>>, una figura canina sintió el verdadero terror. Y pánico. Abrió el hocico, titubeante. Quería decir algo, gritar algo a los cuatro vientos. Pero se contuvo. Eso no era lo que tenía que hacer, se dijo, sino... lo otro. Lo que había planeado. Y comprendió que había llegado el momento. Sí, era el momento justo. ¡Tenía que actuar ya! Si no lo hacía, esto escalaría y Marshall, al que tanto amaba desde hacía ya mucho, sería el único afectado.

Metió una pata en su bolsillo y palpó con cuidado el objeto cuadrado. Deslizó un dedo sobre una de la dos grandes caras lisas hasta que se hubo detenido ante un pequeño bulto. <<El botón de encendido>>, pensó. Colocó un dedo sobre él y, antes de presionarlo, cerró los ojos y, mentalmente, le pidió a Dios que nada malo ocurriese.

.............

Tras adentrarse al oscuro y frío callejón, levantando una ligera capa de polvo y evitando pisar un par de gomas de mascar masticadas, Kelly Krown apresuró el paso.

—¡Date prisa, Rubble!

El pequeño bulldog le oyó. Y asintió. Trataba de seguirle el paso, así como ya llevaba haciéndolo desde que partieron de la residencia de la reportera hacía media hora, pero sus patas cortas se lo ponían difícil.

<<¿Por qué la naturaleza tuvo que hacerme así?>>.

Jadeaba y sudaba. Y sus prendas ya estaban empapadas. Tan solo un pequeño descanso. Sí, eso es todo lo que necesitaba.

—¡Vamos! —alentó Kelly, dando un rápido vistazo sobre su hombro y bajando un poco la velocidad—. ¡Ya estamos cerca!

Fatigado y con la lengua fuera, Rubble miró al frente. Y constató que era verdad. Desde su punto de vista, advirtió que ya no faltaba mucho para salir del callejón. Tan solo unos veinte metros. Luego, y si su memoria no le fallaba, tendrían que torcer a la derecha y pasar delante de dos infraestructuras —un restaurante de comida mexicana que ya debía estar cerrado y un condominio de cuatro plantas— para arribar a la estación de policía. Kelly volvió la vista al frente y apresuró el paso... otra vez. Se oyó un profundo suspiro. <<Espérame, por favor>>, suplicó Rubble para sus adentros, prosiguiendo y tratando de contener el aliento. Y, en aquel instante, deseó haber aceptado realizar al menos una vez alguna de esas rutinas de ejercicios que todos sus compañeros realizan día a día, durante las mañanas. Volvió a ver al frente. Kelly ya estaba a poco camino de salir de aquel camino bañado en oscuridad y con olor a orines y tabaco. Llegó donde dos basureros y...

Lo que pasó a continuación tomó por sorpresa a Rubble. Ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Ni fue necesario.

La fuerza del estallido, que resonó con fuerza entre los dos basureros —de donde a su vez emergió un gigantesco destello amarillo—, le hizo caer hacia atrás, sobre su lomo. Su cabeza se golpeó primero contra el asfalto; perdió la claridad y todo empezó a darle vueltas. Diez segundos después, se reincorporó. Pero todavía miraba estrellas girando en torno hacia su cabeza. La agitó, dos veces. E hizo tronar su cuello. Y para cuando hubo recobrado la claridad, pensó en qué cosa había pasado. Estudió lo que tenía delante suyo. De ambos basureros, atiborrados de bolsas negras, salía una especie de nube de humo que, poco a poco, empezó a dispersarse. Luego, miró hacia la izquierda, hacia la figura inconsciente. Que yacía quieta e inmóvil. Echada boca abajo. La impresión le paralizó y le quebró el alma en millones de pedacitos. Temió lo peor. Aún así, corrió hacia ella. <<¡Kelly!>>, llamó, angustiado y con la vista empañada. No hubo reacción. El miedo aumentó. Tras llegar finalmente donde ella, se puso pálido como un cadáver al tiempo que tuvo que hacer un máximo esfuerzo por contener el aliento.

—¡Ay, Dios! —gimió. Luego, y ya presa del pánico, pero sin abandonar a Kelly, gritó—: ¡Auxilio, por favor! ¡Mi amiga se está desangrando!

.............

Diez minutos después, en otro punto de la ciudad, una mujer, que estaba a punto de cumplir los veinte años de edad, arribó a una casa de dos plantas.

Se acuclilló y levantó el empolvado felpudo de la entrada, arrojándolo hacia los arbustos que se alzaban a su lado derecho. Sacó una navaja de su bolsillo. Y en un acto veloz, levantó una tabla suelta. Guardó la navaja. Introdujo su mano en el hueco. Palpó el fondo hasta que hubo encontrado y cogido la llave de bronce. Se puso de pie de inmediato y abrió el cerrojo. Empujó la puerta con fuerza, azotándola contra la pared. Y atravesó el umbral. <<¡¿Hola?!>>, gritó a los cuatro vientos. Más no obtuvo respuesta. Cerró la puerta tras suyo. Corrió escaleras arriba y arribó al segundo piso. Torció a la derecha y enfiló un largo pasillo, encaminándose hacia la habitación del fondo. Sin molestarle en tocar, ingresó y halló a su jefa, de pelaje blanco y de nariz marrón, recostada sobre su cama.

—¿Acaso no fui lo bastante clara? —dijo la fémina canina de pelaje blanco, sin levantar la vista de su libro—. ¡Nadie tiene por qué molestarme a esta hora y...!

La mujer le interrumpió, diciendo que lo sentía. Y añadió que tenía una noticia importante que compartirle.

Hubo un silencio prolongado.

—¿De qué se trata? —preguntó por fin la cachorra al tiempo que cerraba su libro.

La mujer se le acercó y le extendió un teléfono móvil.

—Entra a YouTube... —indicó ella—, y haz click en el último vídeo del historial.

La cachorra siguió las indicaciones y observó el vídeo. Se trataba de una transmisión en directo difundida —y ya terminada— hacía cinco minutos. En ella, un reportero del canal 02 hacía mención sobre un "atentado reciente", ocurrido, innecesaria pero osadamente, a unos cuantos metros de la estación de Policía. Hasta el momento, se desconocía el número de heridos y/o muertos.

En un acto impulsivo, arrojó el teléfono móvil contra la pared. El aparato estalló tras el impacto, haciéndose añicos.

—¡No puede ser!

—Eso mismo dije yo —confesó la mujer—. Hay un nuevo bombardero suelto... y está intentando robarnos la atención.

—¡De eso nada! —rugió la cachorra. Y musitó algo ininteligible, tal vez una pulla. Miró a su socia y añadió—: Es momento de dar nuestro siguiente golpe.

La mujer se mostró de acuerdo. Preguntó que debía hacer.

—Avisa a los demás —ordenó la cachorra.

—Entendido.

—Y diles que los quiero aquí en diez minutos.

La mujer hizo otro gesto afirmativo y desapareció de la habitación. Luego, la figura canina se bajó de la cama y se encaminó hacia la ventana. Desde ahí, desde ese punto, pudo observar a la pequeña metrópoli.

<<Ya falta poco —pensó—. Dentro de poco, Bahía Aventura pagará muy caro lo que hizo>>.


[17.645 PALABRAS]

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