✰ 79. SIMPLIFICAR
And you call me up again just to break me like a promise
So casually cruel in the name of being honest
All too well - Taylor Swift.
Iván nunca pensó que se interpondría entre Celia y Pablo para evitar que la primera hiciera polvo al segundo. Se vio en la tesitura de hacerlo porque, a pesar de las ganas de venganza que se habían gestado durante meses en su interior, ser consciente de lo mal que se sentía ella le partió el alma. Puede que su carácter emergiera en forma de una indomable furia, pero la realidad es que Celia estaba destrozada.
—¡Eres la persona más despreciable del universo! ¿Cómo puedes tan siquiera decir que me quieres? —gritaba entre lágrimas—. ¿Qué clase de amor te han enseñado a ti?
Su exnovio estaba paralizado de pie en medio de la acerca, mirándola con los ojos abiertos. Seguramente su cerebro colapsó nada más fue consciente de que ella lo había escuchado todo. No veía manera de salir de esa, de apelar a la empatía de Celia por enésima vez: su mirada rojiza de tanto llorar, su mandíbula apretada, su voz quebrada... La había llevado al límite, no había vuelta atrás.
—Yo...
¿Qué podía decir? ¿Qué podía hacer? No se le ocurría una sola palabra coherente y de pronto le cayeron las lágrimas a él también. Sentía que todo escapaba de su control. Trataba de comprender por qué había tomado las decisiones necesarias para llevar a una persona a tal extremo y se odió por meter la pata una y otra vez. No la recuperaría. Ni con mil disculpas de rodillas conseguiría borrar del recuerdo de Celia todo lo que le había hecho.
—¡Confié en ti, idiota! ¡Luché por nuestra relación! ¡Me esforcé muchísimo por que todo saliera bien! ¡Déjame en paz! ¡Sal de mi vida! —Lloraba desconsoladamente.
Celia se dejó caer sobre Iván y escondió su rostro en su pecho. El vecino miraba de un lado a otro sin saber qué decir. Solo se le ocurrió corresponder al abrazo de Celia y acariciarle el pelo.
—Pablo, vete —dijo suavemente—. Esto ya ha terminado, aquí no hay nada más que hablar.
Su examigo le miró con los ojos brillantes y negó con la cabeza. Iván trató de recordar cuándo fue la ultima vez que vio a Pablo llorar: en primero de bachiller por suspender tres asignaturas en el tercer trimestre. Sintió lástima por él. Debía de sentirse totalmente perdido para causar tanto revuelo y no tener idea de cómo ponerle fin. Marta, Sandra y Celia. Tres inocentes que habían tenido la mala fortuna de idolatrar a un hombre que no podía ni consigo mismo.
Pablo se pasó la mano por los ojos y sorbió por la nariz. Se sonrojó al ser consciente de que estaba llorando delante de Iván y parpadeó mirando hacia todos lados. Entonces sus ojos marrones se posaron sobre Celia de nuevo y, como si hubiera visto un perro verde en medio de la calle, frunció el ceño confuso. Acaba de percatarse de un detalle.
—¿P-por qué lleva tu camiseta? —preguntó.
Iván dio un respingo. Agachó la mirada en dirección a Celia que, sorprendida por el cambio de tema, había dejado de llorar y se apartaba de sus brazos para mirarse a sí misma. Diez minutos atrás, mientras cotilleaba por el telefonillo toda la conversación, se había visto obligada a vestirse en tiempo récord ante la imperiosa urgencia de bajar a pegarle cuatro gritos a Pablo por su osadía. Sin embargo, en ese rápido actuar, había seleccionado como atuendo una camiseta con una ilustración del Jocker que tenía Iván tirada sobre la silla de su escritorio y unos pantalones cortos de chandal negros con los que dio tras husmear en sus cajones. Pensó que sería mejor llevar eso que su conjunto rojo y sensual de la noche anterior, pero fue igual de mala idea que lo otro. Habiendo sido Iván y Pablo amigos durante mucho tiempo, no era de extrañar que este último fuera capaz de reconocer la camiseta favorita de Iván en cualquier parte.
—¿Cómo has sabido lo que estábamos hablando? —Pablo siguió lanzando preguntas al aire. Su cara ya no reflejaba culpabilidad—. ¿Pero qué...?
Supongo que en algún momento su mente hizo click y entendió muchas cosas. Había visto pinceladas de la noche de Iván a través de historias de Instagram. Sabía lo de la fiesta de Alma. Sabía que Iván había estado con Inés, Sara y las otras amigas de Celia. A su exnovia no la vio por ningún lado y tuvo la falsa creencia de pensar que no estaría con ellos. Aunque la duda le carcomía y por eso había acudido él allí esa mañana: para evitar que Celia cayera en brazos de Iván. Pero ¿y si ya era tarde? ¿Y si anoche se liaron? ¿Y si Celia había dormido en casa de Iván? ¿Y si...? Joder, ¿y si su exnovia, que tantas veces había puesto pegas al sexo y a perder su virginidad, lo había hecho por primera vez con el capullo de su examigo?
—No me lo puedo creer...
Celia sintió el juicio de su mirada recaer sobre ella. Desconocía qué conclusiones había sacado Pablo al verla, pero con total certeza se habría imaginado lo básico, es decir, que venía de casa de Iván.
—¿Eso es lo que he significado yo para ti? —espetó antes de que ella pudiera decir algo—. ¿Has tardado muy poco en lanzarte a sus brazos, no? Siempre supe que estabas pillada por él, pero pensé que tendrías la decencia de esperar al menos un par de meses... ¡Y pensar que yo he sufrido por un tía como tú! ¡No vales nada!
La joven de cabellos como el ébano le interrogó con sus ojos azules. La que no era capaz de creer lo que estaba ocurriendo era ella. ¿De verdad Pablo había dado con la manera de eximirse de su responsabilidad otra vez?
—Lo que yo haga ahora con mi vida no es asunto tuyo —respondió muy seria.
Iván daba saltos con su mirada de uno a otro. Tenía el presentimiento de que la cosa se iba a poner muy mal y sus nervios estaban a flor de piel.
—Qué decepción. —Pablo bufó y sonrió con sorna, algo que a Celia no le hizo ninguna gracia—. No creí que fueras de esas, no te reconozco...
—¿A qué te refieres? —En realidad ella sabía la respuesta a su pregunta, aunque un mínimo rayito de esperanza le mantenía en vilo.
Iván abrió la boca para parar esa discusión antes de que estallara, sin embargo, no fue lo suficientemente rápido.
—No creí que fueras de esas que se lía con el primero que pasa borracha y luego se lo folla. ¿Cómo has podido perder la virginidad así? ¿Con él? —Rio con desgana—. ¿Cuál es la conclusión de esta historia? ¿Que si insistes e insistes conseguirás que la tía que tiene una relación seria lo eche todo por la borda para poder follártela? Me pareciste más digna durante todo este tiempo, pero, ¡por Dios, mírate! Dejándote tocar por cualquiera y de la manera más ordinaria posible... ¿Qué coño te ha pasado, Celia?
—Cierra la puta boca ahora mismo.
Para sorpresa del propio Pablo, quien había osado interrumpirle era la misma persona que se había esforzado desde un principio en evitar el conflicto. Iván tenía una expresión de odio pintada en la cara, le miraba con fuego en los ojos y por un momento Pablo temió que le pegara. Aunque solo fue un instante porque en realidad siempre había ansiado la excusa perfecta para reventarle. Así que amplió su sonrisa de suficiencia. Celia, no obstante, se había quedado sin palabras. No daba crédito, era como si su cerebro no fuera capaz de procesar lo que Pablo acababa de decirle. Su mente, lejos de ofendida, se preguntaba una y mil veces qué vio en él para salir durante tres meses y renunciar a Iván. La acusación de Pablo le hizo sentirse mal, sucia, indigna y vulgar. Lo peor fue que le importó lo que ese imbécil pensara de ella.
—¿Por qué? —Pablo se plantó frente a Iván con esa sonrisa de chulo engreído que su examigo deseaba borrar de un puñetazo—. ¿No te gusta que diga la verdad? ¿Hay algo de lo que he dicho que no sea cierto?
—Todo, Pablo, cada puta palabra es una jodida mentira y una falta de respeto enorme hacia ella. —La señaló sin mirarla directamente—. ¿Quién coño eres, tío? Nunca creí que serías capaz de tratar de esta manera tan humillante a alguien. ¿Qué ha pasado contigo?
—¿Conmigo? —Soltó una carcajada vacía—. Yo solo me he dado cuenta de la verdad: he estado perdiendo el culo por una guarra que durante tres meses me ha ido con el cuento de que no puede follar porque no está preparada y en una sola noche te ha dejado metérsela y hacer con ella lo que tú quieras...
—¡Eso es muy injusto! ¡Lo que estás diciendo está tergiversado, no es cierto!
Celia se plantó en un grito ensordecedor y se dio cuenta de que estaba llorando. Odiaba ser la única de los tres que lo hacía, odiaba parecer débil y permitir que ese pedazo de imbécil se creyera lo suficientemente superior a ella para hablarle de una manera tan despectiva.
—¿Otra vez a llorar como una niña pequeña? —Se burló su ex—. Eres patética...
—¡Cállate, Pablo! —Volvió a gritar Iván y se acercó tanto a él que Celia dejó escapar un grito de angustia—. ¡Me tienes hasta los putos cojones! No me he contenido tanto en la vida y me preguntó para qué si quizás, de todas las personas del universo, la que merece menos consideración seas tú.
—Iván, cálmate. —Celia le tocó el brazo con cariño.
¿Por qué no pudo elegir bien desde el principio? ¿Qué demonios le llevó a pensar que Pablo era mejor partido que Iván? ¿Por qué aguantó tanto tiempo a su lado? Todo esto era culpa de ella y de sus estúpidos y continuos errores.
—¿Cómo quieres que me calme? —espetó Iván hecho una furia y volvió a encararse a Pablo—. Has venido a mi casa, me has jodido una mañana preciosa y encima tienes la desfachatez de meterte con la chica a la que quiero. ¡Estás irreconocible!, te has convertido en un puto egoísta incapaz de asumir la responsabilidad de sus actos que prefiere destrozar y humillar a otra persona antes que reconocer que ha hecho las cosas mal. ¡Eres un puto cobarde!
—Iván, no —repitió Celia nerviosa al ser consciente de lo cerca que estaban de comenzar una pelea—. Vámonos, ¿vale? Tenías razón, no he debido bajar.
«No he debido bajar». Eso significaba que lo habían hablado. Celia sabía en todo momento que Pablo estaba allí e Iván había intentado ocultárselo. Ambos habían pactado esa humillación, por eso Celia había escuchado toda la conversación por el telefonillo. Pablo no fue consciente de la cantidad de rabia que le inundaba hasta que estalló su puño sobre el rostro de Iván con tanta fuerza que le hizo perder el equilibrio y caer al suelo.
Como la última vez, el vecino de Celia no lo vio venir. Se había girado a mirarla un segundo antes, dispuesto a obedecerla y dejar toda esa lucha a un lado, pero todos esos pacíficos pensamientos habían sido un segundo antes de recibir el impacto del derechazo de Pablo. Se levantó del suelo casi tan rápido como se había caído y lleno de furia empujó al otro entre gritos e insultos. De pronto estaban enfrascados de una pelea.
—¿Estás loco, idiota? ¿Quieres que te parta la cara?
—¡No, no! ¡Parad, por favor! —chilló Celia.
Ella volvía a llorar y a negar con la cabeza mientras veía cómo la mañana se había trastocado: de un cariñoso desayuno con cruasanes y besos a una vulgar pelea en la que ni Pablo ni Iván perdían la oportunidad de intentar partirse la mandíbula. Había tanto dolor acumulado entre ambos, tantas situaciones mal gestionadas y palabras que no se dijeron cuándo debían, que en realidad los dos tenía ira de sobra para protagonizar esa pelea.
—¡He dicho que paréis! —gritó ella otra vez—. ¡Iván, para, por favor!
El breve segundo en que él captó la súplica de su chica y dudó en sus actos, fue suficiente para que Pablo aprovechara el despiste y tumbara a Iván de otro golpe. Le odiaba. Todo lo malo que había ocurrido en su vida era culpa de Celia y de él. ¿Por qué no pudo mantenerse al margen? ¿Por qué le traicionó? ¿Por qué no le permitió vivir su romance con Celia?
—¡Déjale en paz de una puta vez, desquiciado!
Celia no sabía qué hacer. En cuanto vio a Iván en el suelo y a Pablo meterle una patada digna de un partido de fútbol, supo qué debía actuar ya. No se le ocurrió mejor estrategia que la de meterse en medio e intentar separarlos, pero como eso no funcionó y casi recibió un codazo de su ex, optó por empujar a Pablo.
—¡Suéltame, zorra! —la insultó su exnovio—. No te quiero pegar, Celia, pero si sigues tocándome los cojones a lo mejor te llevas una buena hostia por puta.
Ella encolerizó. Le ardían los ojos, no veía con claridad y las palabras de Pablo le inundaron de rabia. ¿Cómo era capaz de humillarla de esa manera? Inesperadamente, la mano de Celia atravesó el espacio que les separaba para meterle a Pablo un bofetón que le giró la cara.
—¡Eres un hijo de puta! —chilló—. ¡Te odio! ¡Te odio!
Lo que podría haber sido un único golpe se convirtió en un ataque repetitivo. Le arañó, le pegó y le gritó todos los insultos que se le pasaron por la cabeza. Pablo tuvo que dejar de pegar patadas a Iván por una cuestión de defensa. Nunca hubiera pensado que Celia podría ser una rival digna de admiración en una pelea cuerpo a cuerpo, pero después de ver lo que le estaba haciendo no le quedó más que devolverle el golpe con un empujón que la obligó a retroceder varios pasos. Sin embargo, Celia estaba tan enfadada que intentó volver al ataque. Su mente ya no razonaba, tan solo actuaba por instinto. Perdió la noción de la realidad y, justo cuando pretendía saltar sobre Pablo otra vez, alguien le cogió de la cintura y la levantó en volandas para sacarla del centro de la violencia.
—¡No! —gritó Celia pataleando en el aire—. ¡No, no!
—¡Sí, sí, sí! —respondió a sus negativas una voz grave y madura a sus espaldas—. ¡Cálmate, Celia!
Y paró de golpe en cuanto reconoció que el hombre que la separaba de una pelea con su ex no era otro que su propio padre.
Fran Pedraza apareció, no se sabe cómo, y se interpuso entre los chicos y su hija con una agilidad sorprendente.
—¿Qué os pasa? ¿Estáis locos o qué? ¡Parad de una vez!
Quizá por ser una persona ajena o alguien mayor a ellos, los chavales detuvieron la pelea instantáneamente, aunque no sin que antes Pablo liberara parte de su ira a gritos:
—¡Eres un puta guarra! ¿Me oyes?
El padre de Celia estaba muy perdido en el conflicto, pero captó de pleno que tal mensaje iba dirigido a su niña y le faltó menos de un segundo para situarse frente a exnovio de ella en una pose amenazante y dejar claras las cosas.
—Vuelve ha hablarle así a mi hija y tendremos un problema de verdad. —Le miró serio, con los brazos cruzados y el rostro contraído en una mueca. Pablo no dijo nada y agachó la mirada algo violentado.
Celia miró a su alrededor. La calle estaba plagada de transeúntes que habían sido testigos de la pelea. Alguien había considerado pertinente llamar a las autoridades y los tres se sorprendieron al ver un coche azul oscuro de la Policía Nacional aparcado en la acera. Un hombre y una mujer fornidos y uniformados bajaron del vehículo dispuestos a conocer qué demonios ocurría allí y Fran Pedraza, que en realidad estaba en la calle porque necesitaba comprar en la ferretería una bombilla nueva para la lámpara del cuarto de Alicia, se vio en la tesitura de mediar con los agentes para atenuar los efectos de la dramática situación.
Afortunadamente la cosa quedó en nada. Les tomaron los datos, eso sí, pero golpear o maltratar de obra sin causar lesiones es un delito perseguible únicamente a instancia de la persona agraviada y ni Pablo, Iván o Celia pretendían interponer una denuncia. Prácticamente los tres habían dado y recibido por igual. Los agentes dejaron bien claro que esa situación no podría volver a producirse y que lo que quiera que ocurriera entre ellos tenía que soluciónese ya.
Fran Pedraza era un hombre bastante empático habitualmente, aunque ver a su hija pegando histérica a un chico mayor que ella era de las cosas que jamás había pensado tener que enfrentar. No sabía qué decir porque no entendía nada. Ella no era así. Lo único que se le ocurrió fue cogerla del brazo y llevarla a estirones a casa, mientras Iván y Pablo se quedaban en la calle mirándose desafiantes.
—Con tus padres hablaré luego —le soltó a Iván antes de cerrar la puerta de la calle y luego señaló a Pablo con el dedo índice—. Y tú, vuele a ponerle la mano encima a mi hija y la historia con la policía terminará diferente.
De un estirón sacó a Celia de escena. Ella, airada por el final de esa mañana, opuso resistencia e intentó aclararle a su padre que el culpable de todo era Pablo. No dejó de repetir lo injusto que estaba siendo, de suplicarle que la escuchara, pero Fran no estaba de humor y no le permitió terminar una sola frase hasta que entraron en casa, llamó a su mujer y, tras ponerle en antecedentes, se cruzó de brazos en el salón mientras suspiraba con pesadez.
—¿Qué la niña se estaba pegando con dos chicos en el portal? —pregunto la madre mirando a Celia con los ojos abiertos como platos—. ¿Mi hija se ha metido en una pelea? ¿Pero por qué? Es la primera vez que pasa esto, no entiendo nada...
—No una pelea cualquiera, María. ¡Ha venido la policía! —exclamó furioso—. Vuelvo de la ferretería y me encuentro a Celia histérica pegando a un chico mientras él le gritaba que era una puta guarra delante de todo el vecindario. —Fulminó con la mirada a su hija que yacía sonrojada y con lágrimas en los ojos—. Cielo, nunca me he metido en tu vida privada, pero ¿me puedes explicar qué cojones has hecho?
—¡Fran! —le llamó la atención su esposa—. No cometas el error de hacerla responsable de todo sin haberla escuchado primero.
—No, papá, no, esto no es justo... —intentó defenderse Celia.
—¡Lo que no es justo es que tenga que encontrarme a mi hija de dieciocho años metida en una pelea en el portal de la finca! ¿Acaso te hemos educado de esa manera? ¿Alguno de nosotros te ha enseñado que para solucionar tus problemas tienes que partirte la cara con los demás? —le gritó su padre.
—No, claro que no, pero... ¿Acaso crees que he buscado llegar a ese extremo? —Sollozó Celia terriblemente herida. Les miró desafiantes y los dos enmudecieron—. Yo no quería que las cosas fueran así, he intentado que no pasaran de esta manera, pero él no me lo ha permitido. Sé que debe haber sido horrible ver como ese chico me tachaba de zorra delante de todo el vecindario, pero a mí me ha dolido más que a ti, papá. Es una tremenda injusticia que todo se haya reducido a algo tan simple como que soy una puta guarra y me he metido en una pelea con dos chicos. No me importa contaros lo que ha pasado, pero no voy a permitir que nadie me haga dudar de mí misma otra vez, ¿vale? A lo mejor me he equivocado y no he sabido hacer las cosas bien. Quizá todo lo que ha pasado era evitable y por culpa de mis ganas de venganza lo he fastidiado todo. Lo único que tengo claro es que lo he hecho lo mejor que he sabido. Nunca quise hacer daño a nadie, ni siquiera a Pablo, a pesar de todo. Me esforcé tanto por no decepcionar que acabé rota en mil pedazos y reprimida. ¿Es que mi felicidad importa menos que la de ellos dos? ¡Nada de lo que he hecho es tan grave como para considerar que he provocado la pelea! Sé que soy una persona complicada: saco conclusiones muy rápidas de los demás, creo saber más de lo que realmente sé y una vez se me mete algo en la cabeza entro en una rigidez algo peligrosa que me impide ver las cosas con claridad. Soy tozuda, insegura y me cuesta perdonarme a mí misma. ¡Pero lo intento, papá, lo estoy intentando!
»Por favor, escucha mi historia y, te lo suplico, no me juzgues por no saber hacerlo mejor.
Fran Pedraza respiró hondo y miró a su mujer. Asintió con pesadez y se dejó caer sobre un sofá.
—Está bien. Te escucho.
¡Y con este desenlace ponemos fin a la parte 4 de esta historia! Sé que la conversación con el padre de Celia no queda conclusa, pero no me ha parecido necesario redactarla. Nosotros ya sabemos la historia de Celia, la comprendemos y no la juzgamos. ¿Creéis que su padre podrá hacer lo mismo? Fran Pedraza es un buen hombre, seguro que nos sorprende.
¿Qué os ha parecido la pelea? ¿Algo que cuestionar de la actitud de alguno de nuestros protagonistas?
¿Qué harán Iván y Celia después de este conflicto?
Todavía queda la duda de conocer qué pasa por la cabecita de Iván después de este momento de absoluta tensión que ha roto su mañana de ensueño, pero tranquilxs, para eso quedan tres capítulos más.
El salseo ha terminado, pero la historia tiene que cerrarse bien. Así que con suerte, os veo mañana con el capítulo 1 de la parte 4.
QUEDAN 3 CAPÍTULOS PARA TERMINAR... ⏰
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