✰ 78. HERIDA
I used to think that we were forever, ever
And I used to say: Never say never
We're never getting back together - Taylor Swift
Abrió los ojos desorientada. Un rayo de luz atravesaba el cuarto y caía justo sobre su viente. Celia se estiró sobre la cama y enterró su rostro en la almohada. Olía a Iván. Anoche se acostó sobre las cinco de la mañana hablando con él sobre un millón de cosas y al final se quedó dormida a causa del cansancio. Sonrió sin darse cuenta: había sido una buena decisión quedarse.
Miró a su alrededor. Todo seguía exactamente igual que ayer: los cómics en las estanterías, los pósters de superhéroes, el cajón del escritorio donde su vecino guardaba los condones abierto... Solo faltaba Iván a su lado para que el cuadro estuviera completo. Podía escucharle caminar por la casa. Probablemente llevaba despierto un buen rato.
Recordó su ataque de pánico. Tenía sentimientos contradictorios al respecto, ya que, por una parte, se le caía la cara de vergüenza después del espectáculo a gritos y lágrimas que montó en el salón, mientras que, por otra, descubrir el lado tierno, estable y empático de Iván era una de las mejores cosas que habían pasado ese año.
Él la sostuvo. Ella se caía en un pozo negro y sin fondo y, de repente, Iván le lanzó una cuerda.
Celia podía haberse marchado a su casa. Podía haber seguido lamentándose y huir del problema como hacía siempre. Iván le dijo lo que necesitaba oír y le pidió que se quedara, pero fue ella quien puso freno a todos sus pensamientos malignos, se enfrentó a ellos con valentía y decidió quedarse.
Él lanzó la cuerda y Celia la trepó.
—Buenos días, Bella Durmiente —saludó Iván.
Entró en el cuarto recién duchado, sin camiseta —aspecto digno de mención y agradecimiento—, el pelo mojado y revuelto y unas bermudas rojas que le quedaban maravillosamente. Ella admiró aquel milagro de la naturaleza unos segundos y luego, con voz ronca y cansada, dijo:
—Buenas días.
—Vaya, si no es Bella Durmiente, es Lucifer —bromeó el chico—. ¿Cómo has entrado aquí y qué has hecho con Celia?
—¡Eh! —Le lanzó un cojín fingiendo enfadarse y luego rio—. ¿Qué le voy a hacer? Me acabo de despertar...
Anoche, después de llorar, Celia decidió quedarse. No lo hizo por lástima o por culpabilidad, si no porque comprendió que estaba tomando decisiones basadas en el miedo y se negaba a dejar que una emoción tan peligrosa la controlara. Accedió a sentarse en el sofá cuando Iván le propuso pasar un rato hablando. Mientras ella se tranquilizaba, él preparó dos vasos de leche con cacao, se sentó frente a ella y le contó su primera vez.
Al principio Celia parecía reticente a escuchar una historia en la que Iván se tiraba a otra chica, aunque ocurriera cuando él tenía quince años, pero el tono de voz, la ironía en su forma de relatarlo y su sentido del ridículo, hicieron que fuera divertido y reconfortante.
—Todos hemos tenido una primera vez desastrosa —dijo Iván—. Me gustaba una chica de clase guapísima y ella creía que yo no era virgen. En una discoteca light, cuando me preguntó si quería ir al baño con ella, dije que sí omitiendo el valioso detalle de que no sabía exactamente qué tenía que hacer. La pobre puso cara de tonta cuando nos encerramos en uno de los lavabos, de estos tan estrechos que no se puede uno ni limpiar a gusto, y yo le pregunté si sabía cómo se ponía el condón. No sé por qué, pero se me salía todo el rato. Después de explicármelo con amabilidad, se la metí dos veces y hasta luego. Nunca me he corrido tan deprisa ni he dejado a una mujer tan poco complacida.
Celia pasó de llorar a estallar en carcajadas. Iván sabía que su situación no era la misma que la de ella. Puede que para él su primera vez hubiera sido una experiencia humillante, pero lo de su vecina era un trauma. Sin embargo, que él se sincerara sobre sus inseguridades o anécdotas era una buena forma de hacerla sentir cómoda. Iván le propiciaba un espacio seguro en el que sentirse a salvo para ser ella misma. Así que, cuando volvieron a la habitación, después de besarse un poco y reír por cualquier cosa, Celia cerró los ojos con una sonrisa pintada en la cara y durmió mejor que en toda su vida.
—He comprado desayuno —dijo Iván exhibiendo una bolsa de cartón—: cruasanes rellenos de chocolate.
—¡Genial! —La chica se levantó de la cama y le besó en la mejilla.
Él esbozaba una preciosa sonrisa radiante. A pesar de todo, estaban bien. Poco a poco parecían combatir y salir victoriosos de las adversidades, y tener la esperanza de que esa relación era posible, le hacía indudablemente feliz.
El timbre sonó y la pareja dio un respingo. Se miraron el uno al otro con el ceño fruncido.
—¿Tus padres no estaban fuera? —preguntó Celia preocupada. Se miró rápidamente: en bragas y con una camiseta de Iván a modo de pijama no era cómo quería que la vieran.
—Si fueran ellos abrirían con llave. —Negó el otro—. Debe ser algún pedido o algo así...
Dejando la frase a medias, se dirigió al salón para comprobarlo. Por si acaso, Celia se introdujo en el baño con la ropa del día anterior arrugada en ambas manos y, tras lavarse los dientes con un cepillo nuevo, optó por ducharse muy deprisa y cambiarse de ropa. No quería oler a sudor y sexo en el caso de que sí fuera la familia de Iván quien llamaba; prefería que la pillaran aseándose.
Se había desvestido cuando los nudillos de Iván tocaron la puerta y su voz grave la llamó desde el otro lado.
—¿Celia?
—Dime. —Ella se enrolló en la primera toalla que tuvo a mano y, un poco traviesa, abrió—. ¿Es que quieres ducharte conmigo, tramposo?
Él sonrió levemente, pero ni con lejía podría desaparecer la cara de preocupación que había adoptado su rostro. La cosa debía ser grave si una pregunta tan sugerente de sus labios no producía ni un comentario picante por parte de él. ¿Por qué parecía que una nube negra se hubiera asentado sobre sus cabezas?
—Pablo está abajo —dijo Iván de sopetón.
La sonrisa de Celia desapareció y en su lugar se instauró una expresión de sorpresa. No esperaba volver a oír hablar de su ex. Rompieron. Ella le dejó. La tarde más humillante en sus breves dieciocho años de vida se protagonizó junto a él hace apenas tres semanas. ¿Cómo tenía el coraje de aparecer de nuevo después de lo que hizo? ¿Estaba loco o qué? La incredulidad se transformó en furia, indignación y odio.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó con la voz temblorosa—. ¿Qué hace aquí? ¡No quiero verle!
—Lo sé. —Iván se rascó la cabeza pensativo—. Quiere hablar conmigo, está bastante cabreado...
—¡¿Qué él está cabreado?! —interrumpió Celia airada—. Joder, me puso lo cuernos, me engaño, me forzó a... ¡No tiene derecho ni a pisar el portal! ¿Cómo se puede tener la cara tan dura?
A Iván no le gustaba ver a su vecina al borde de cometer un homicidio, pero comprendía a la perfección su frustración. Se encogió de hombros y suspiró. Sin duda él tenía tan pocas ganas como ella de enfrentarse a esa situación, aunque la verdad es que no se encontraba ni la mitad de furioso. Visto con perspectiva: Iván y Celia estaban bien, eso era lo único importante. Pensó en la manera de librarse de Pablo cuanto antes para regresar al placer de los cruasanes de chocolate con la chica de sus sueños.
—¿Exactamente qué te ha dicho? —Celia salió del baño molesta y fue directa al telefonillo que conectaba el interfono de la calle con la casa de Iván.
—Ha dicho: «Iván, necesito que hablemos ahora» —El joven caminaba siguiendo a Celia e imitando la voz de Pablo con chulería. Con lo bien que estaban y había tenido que llegar el traidor de turno a boicotearles la mañana—. Y yo le he dicho: «¿Qué coño haces aquí?», y él ha respondido: «Dejar las cosas claras de una vez por todas. Baja». Y luego me ha colgado en la cara.
Lo cierto es que hasta él se estaba cabreando al repetir su diálogo con Pablo. Era un auténtico idiota. Miró a Celia. Ella divisaba al intruso a través de la pantalla del interfono. La calidad de imagen era desastrosa, pero se apreciaba con suficiente claridad a su ex vestido con camisa y vaqueros dando vueltas en el portal a la espera de que Iván apareciera. Su actitud de suficiencia parecía indicar que pensaba cantarle las cuarenta. El rostro de la chica se contrajo en una mueca de disgusto: no cabía en sí de la rabia. ¡Pedazo de idiota!
—¡Es un gilipollas! —exclamó y se giró a mirar a Iván—. ¡No! ¡No vas a bajar! ¿Quién demonios se cree este tío para fastidiarnos la mañana?
—Tengo una ligera sospecha...
Ella alzó una ceja inquisitiva. Se miró a sí misma y luego a Iván. La una casi desnuda con una mísera toalla cubriéndole el cuerpo y el otro prácticamente igual, pero con unas bermudas. Él miró al suelo mordiéndose el labio.
—Es imposible que sepa que estamos juntos —dijo Celia tajante—. ¡Si no me ha dado tiempo ni de contárselo a mi hermana!
—En eso estoy de acuerdo, pero sabe que Sara e Inés descubrieron su infidelidad gracias a mí. Creo que viene a cobrarse eso.
Celia rodó los ojos y se tapó la cara con las manos. Tanto esfuerzo por olvidar un trauma y de pronto llegaba otro...
—Si eso ya lo sabía, lo dijeron en voz alta aquella tarde... ¿Por qué aparece ahora que pensábamos que todo había terminado?
—Bueno, quizá a tardado un poco en reaccionar.
Lo que significaba esa frase, pero Iván no se atrevía a expresarlo con claridad, era que probablemente Pablo había pasado esas ultimas tres semanas gestionando sus problemas con los demás. Celia no era el único frente en su vida. Después de romper con ella, tuvo que regresar al restaurante y celebrar su cumpleaños. Se tragó el orgullo durante unas horas y, en cuanto la fiesta familiar terminó, se encargó de echarle una bronca como una catedral a Marta por su desliz. Todo era culpa de ella por hablar a voces, no de él por poner los cuernos. Esos dos llevaban sin hablarse desde entonces y, sabiendo cómo de importante era Pablo para Marta, es de imaginar el gran disgusto que tuvo la rubia durante varios días. Celia no lo sabía, pero Iván seguía metido en el grupo de WhatsApp del instituto y de vez en cuando le llegaban retazos de la vida de sus excompañeros de clase. Además, a todo esto habría que sumarle que Matias, el amigo universitario de Pablo que salió durante varios años con Sandra, quiso aclarar varios asuntos con él de forma bastante agresiva. Otra amistad truncada a causa de la deslealtad de Pablo. Y, evidentemente, no podemos olvidar a la propia Sandra, quien también protagonizó su propio escándalo con el chico de la moto por tratarla como a un objeto de placer sin sentimientos. En fin, ¿cómo iba a tener Pablo tiempo para Celia si primero debía resolver asuntos con tantas personas?
En tres semanas ella no había escuchado hablar de él no porque las cosas hubieran terminado, si no porque él no tenía tiempo para ella.
—No bajes —repitió Celia con carita de pena—. Quiero desayunar contigo, besarte y seguir con lo de ayer. Él ya no está en mi vida y me niego a dejarle entrar otra vez.
Iván sonrió con ternura y se aproximó a ella un par de pasos. Escuchar a Celia decir que quería besarle era algo a lo que no se iba a acostumbrar nunca. Sentiría un cosquilleo en la tripa eternamente y corría el riesgo de su sonrisa de idiota suplantara a la de pillo a partir de ahora. ¿De qué se preocupaba? Todo era perfecto y Pablo no podía fastidiarlo.
—Te prometo que enseguida desayunaremos —dijo—. Pero tengo que hablar con él. Si no lo hago volverá otro día y el problema se hará más grande. Tengo que ponerle el punto y final ya, ¿vale?
Le rodeó la cintura con los brazos. Ella sujetaba la toalla con ambas manos, pero se dejó abrazar y apoyó su frente en la de Iván. Estaba muy enfadada, quería asomarse al balcón y tirarle una maceta desde el noveno al idiota de Pablo por no dejarla ser feliz. Pero si algo había aprendido de la noche anterior, es que las cosas iban mejor cuando dejaba de huir y las confrontaba.
—Está bien, pues bajo contigo —cedió.
Él dio un respingo y la miró inseguro. ¿Qué significaba esa expresión? ¿Lo estaba interpretando mal o acaso su vecino no quería que lo hiciera? Celia se separó de él un poco molesta.
—No es una buena idea —intentó justificarse Iván—. Si se entera de que has dormido aquí se va a poner como un loco.
—¡Qué se ponga como quiera! ¿Ahora tenemos que escondernos para no soportar la furia de Pablo? ¡No le tengo miedo!
—Ni yo tampoco, Celia. —Suspiró agobiado. No quería que ella se enfadara con él, pero es que si bajaban los dos, la posibilidad de que se ocasionara una batalla campal en la calle era bastante probable—. No es lo mismo esconderse que evitar una situación innecesaria. Yo jamás te ocultaría, puedo gritar por un megáfono que te quiero todos los días de la semana si es preciso, pero ahora es un momento nefasto. Pablo ya está cabreado, no es necesario provocarle más.
—Yo no...
—Y a venido a verme a mí, no a ti —añadió—. Deja que lo solucione yo, ¿vale? Sé que te arde la sangre con solo verle, pero el único motivo por el que estás así es porque yo te lo he contado. Si hubieras dormido es tu casa anoche ni sabrías de esta visita.
La cogió de las manos. Celia tenía una expresión hostil. No le agradaba ni lo más mínimo lo que Iván le decía. No obstante, le veía algo de sentido a su razonamiento y tampoco quería que esa preciosa mañana se convirtiera en una disputa con él.
—Estoy encantado de hacer pública mi relación contigo —siguió hablando—, y cuando lo haga me dará igual que Pablo monte en cólera o no. Sin embargo, una cosa es que se entere a través de una foto de Instagram y otra muy distinta es que te vea bajar de mi mano a las doce de la mañana porque hemos dormido juntos.
—Vale, bien. —Accedió de mala gana—. Baja tú solo.
Iván no esperaba que Celia fuera la diosa de la comprensión en este caso, así que se conformó con su cara de disgusto y brazos cruzados. Se calzó con rapidez unas chanchas y cogió las llaves de casa. Antes de salir se acercó a ella y la besó en los labios.
—En cuanto vuelva nos comemos los cruasanes, te cuento el cotilleo y te como a besos si estás de humor.
Mientras esperaba al ascensor, Iván decidió que no permitiría que nada ni nadie estropeara aquello que empezaba a nacer entre Celia y él. Hablaría con Pablo, pero solo para dejar claro que esa sería la última conversación que ambos mantendrían. Ya era hora de que su examigo enfrentarse las consecuencias de sus actos individualmente. Iván no caería en provocaciones, sería paciente en todo momento y evitaría conflictos innecesarios porque lo más importante estaba en casa esperándole. Puede que Pablo no comprendiera su indiferencia. Puede que quisiera hacerle trizas a base de comentarios sin sentido en los que se justificaba por todo y culpabilizaba a cualquiera. Sin embargo, a Iván no le correspondía reeducarle y explicarle por qué todo lo que hacía y decía estaba mal. Con suerte se daría cuenta él mismo en los próximos diez años y cambiaría para convertirse en una mejor persona. En caso contrario... Bueno, no era problema de Iván y muchos menos de Celia.
No obstante, aun contando con toda la fuerza de voluntad del universo, Iván comprendió que estaba a punto de enfrentarse a una de sus peores batallas en cuanto salió a la calle y divisó a su opuesto apoyado en la moto, con las manos en los bolsillos y dedicándole una mirada que cortaba cabezas. Tenía el discurso claro, aunque llevarlo a la práctica era otra historia.
Pablo se acercó un par de pasos y le miró de arriba a abajo con una expresión asqueada. Negó con la cabeza y, esbozando una sonrisa burlona, plantó cara:
—Te dije que la dejaras en paz. —Iván se mordió la lengua para no soltar la primera pulla de la mañana—. ¿No te quedó claro en marzo cuando te partí la cara? Tenías que insistir como un puto pesado.
Bendita paciencia la suya. Tenía unas ganas abismales de reventarle a hostias, pero nada de eso valía la pena.
—Perdí el contacto con ella después de hablar contigo —respondió Iván calmado—, aunque no porque tú lo ordenaras.
—Contarle lo de Sandra a Inés y Sara no me parece precisamente mantenerse al margen.
El otro reprimió una carcajada cargada de ironía. Joder, esto de actuar como una persona madura a la que le resbalaba todo era una tarea titánica...
—¿Enserio soy culpable por que tu novia te dejara? ¿No crees que el hecho de que le fueras infiel tiene un peso bastante superior a lo que quiera que yo hablara con sus amigas? —Apretó los dientes frustrado—. Además, no dije nada que no se supiera a voces.
—Metiste el dedo en la yaga porque sabías que ella me dejaría... —insistió Pablo—. Esto no era cosa tuya...
—¡Pues claro que te dejaría! —Se esforzó en no llamarle idiota—. Te follaste a otra chica varias veces y encima tuviste los huevos de tirarle en cara que cenásemos juntos y de venir a pegarme una paliza por haberlo hecho. ¿Es que no ves la hipocresía? ¡Ella y yo nunca llegamos a hacer nada! ¡Por Dios, si te quería a ti y tú la engañaste!
Iván notaba que empezaba a enervarse. Por mucha calma que quisiera mantener, la cosa estaba complicada con aquel tonto que cada vez que abría la boca era para soltar algún comentario que fácilmente podría premiarse como la barbaridad suprema del mes. Respiró hondo y apoyó las manos en las caderas.
«Zanjar el asunto y volver con Celia. No pierdas el objetivo de vista, Iván».
—¡Si tú no te hubieras metido ella me habría perdonado!
—¡Y unos cojones! —No podía, de verdad, era imposible no pegarle cuatro gritos a ese pedazo de fantasma—. ¿Por ponerle los cuernos tres veces? ¡Tú estás loco!
—Ella no lo sabría, no tendría por qué haberse enterado, ¡cometí un error, pero no iba a volver a pasar! —Levantó la voz hecho un energúmeno—. ¿En qué le beneficiaba conocer los detalles? ¡Hubiéramos seguido adelante, Sandra no es nadie! ¡Yo quiero a Celia!
—¿Beneficioso para ella o para ti? ¿Pensabas dejar que tu relación se construyera sobre una mentira? —Se detuvo de sopetón y contó hasta tres mentalmente. Al bajar por el ascensor ya sabía que hablar con Pablo iba a ser más surrealista que un cuadro de Dalí, así que nada de lo que estaba pasando era una sorpresa—. Mira, me da igual, no quiero saberlo. Si quieres vivir en ese mundo de fantasía en el que crees que tú no te cargaste tu relación con Celia en el momento en que besaste los labios de otra chica, es tu problema. No sé a qué has venido, pero ya no somos amigos. Dejamos de serlo en el momento en que te lanzaste a ella sin tener en cuenta mis sentimientos, por lo que no te debo explicaciones ni ninguna clase de fidelidad tóxica en la que me veo obligado a encubrirte por ser un auténtico cerdo. Quizá Victor sea de los que hace eso, pero desde luego yo no. ¡Márchate ya y déjame en paz!
Se quedó bastante orgulloso con su discurso. Había cortado de raíz en problema. Había sido muy claro y conciso con sus intenciones y sus límites. Sin duda alguna, ahora tocaba que Pablo se cabreara, aunque a Iván no le importaba. Tan pronto escucharse el primer reproche se daría la vuelta y entraría de nuevo en el edificio dejándole con la palabra en la boca. Se acabó la conversación para siempre. Quería regresar al lado de Celia.
No obstante, no ocurrió nada de eso. Por algún motivo, el rostro de Pablo lucía completamente desencajado y, dado lo estúpidamente egocéntrico que era el chaval, a Iván le constaba convencerse de que ese efecto fuera consecuencia de su monólogo. Se giró, descubriendo con pesadez que la lucha todavía no había terminado.
Celia había quebrado el acuerdo. Salía del ascensor y se aproximaba a ellos hecha una furia, con los ojos nublados y una expresión de angustia completamente nueva para su vecino. Era la primera vez que la veía de esa manera: todo su ser era rabia contenida. Y tal y como salió a la calle, Iván la sujetó de la cintura y le impidió que matara a Pablo con sus propias manos.
Lo había escuchado todo a través del interfono. ¿Cómo no iba a hacerlo? Se moría de curiosidad. Ser consciente de las verdaderas intenciones de Pablo, de la forma en la que había hablado de ella y del valor que había tenido al aparecer por allí para estropear su mañana perfecta, había sido como echar sal en todas las heridas que le hizo.
Llego un día tarde, peeeeero aquí está el capítulo 22 de la parte 3 y es INTENSO. Os juro que no odio ni a Iván ni a Celia, pero ¿qué os pensabais? ¿Qué Pablo se iba a ir sin montar un jaleo por todo lo alto? No, nuestro antagonista ha salido en escena durante más de 60 capítulos y se merece una despedida digna de su carácter.
Preguntiticas del día:
¿Qué tal ha estado Iván? Cualquiera en su lugar hubiera sido menos benévolo...
¿Se entiende que Celia haya incumplido su promesa? Si lo miramos con perspectiva, ella nunca estuvo de acuerdo con la decisión de esperar en casa como Penélope esperó a Ulises.
El viernes empiezo mis vacaciones y lo vamos a celebrar con el capítulo 23 que pone fin a esta discusión y a la parte 3 del libro. Luego, como ya dije, quedaría parte 4 que estará compuesta por 3 capítulos que cierran esta historia :)
Retomamos la cuenta atrás... QUEDAN 4 CAPÍTULOS PARA LLORAR DE PENA Y ALEGRÍA POR LLEGAR AL FINAL DE ESTE LIBRO INTERMINABLE ⏰
Recuerda darle a la estrellita si te gusta lo que lees :)
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