✰ 77. VUELTA A CASA
My heart's been borrowed and yours has been blue
Lover - Taylor Swift
Los labios de Iván se apoderaron de los de Celia una y mil veces en el transcurso de una escasa media hora. Llevaban tanto tiempo esperando ese momento, que ahora que podían disfrutar de él no veían la posibilidad de ponerle fin. Las manos de ella, antes sumergidas en el cabello de Iván, habían descendido lentamente hasta su torso y palpaban sobre su camisa la musculatura de su vecino. Él, por su parte, se había mantenido más o menos en la misma pose todo el rato: sentado sobre el bordillo, con las piernas de Celia yaciendo sobre su regazo, acariciando con su mano derecha el muslo exterior, mientras con la izquierda le sujetaba la espalda para que estuviera cómoda. Poco a poco sus besos se volvían más intensos y la excitación ya era físicamente identificable entre ambos: en forma de humedad para una y de dureza para el otro.
Sin olvidar que seguían en la playa, bajo una farola y a la vista de cualquiera, Iván deslizó una mano hacía el interior de los muslos de Celia. No estaba tocando zona prohibida, pero se aproximaba peligrosamente a ella y, para su sorpresa, su vecina gimió y abrió las piernas ligeramente suplicando que no se desviara del camino.
—¡Idos a un hotel! —gritó un voz familiar desde la otra punta del paseo.
La joven de cabellos como el carbón se dio un susto de muerte. Automáticamente juntó las rodillas, se separó de Iván y descendió de su regazo bajándose la falda de tubo con el rostro sonrojado. Qué vergüenza, acababa de perder la noción del tiempo y el espacio. ¿Pero qué pretendía? ¿Qué él la tocara en medio de la calle a la vista de cualquiera? ¿Se había vuelto loca?
A su lado Iván sentía algo parecido y situaba sus manos sobre el pantalón intentando recolocarse la evidente erección que había despertado desde hacía un buen rato gracias al roce de las piernas de Celia y sus sabrosos besos. Buscaba con la mirada al gilipollas de turno que les había interrumpido y dio con el rostro jocoso y jovial de Alberto que, abrazado a Paula y acompañado también por Sara, se deshacía en carcajadas exageradas.
—¡Bravo! ¡Bravo! —aclamaba Pau—. ¡Ya era hora! ¿Alguien lo está grabando? Esto es un acontecimiento histórico.
El chico de pelo alborotado levantó una mano para sacarle el dedo corazón en todo su esplendor al grupo y miró de reojo a Celia para asegurarse de que no se sentía humillada. Con lo bien que iba todo ahora y lo mal que solía ir normalmente, cada gesto le parecía determinante. Todavía le daba un poco de miedo perderla.
—Dejad de hacer el imbécil —masculló.
—Es que estamos muy orgullosos —dijo Sara poniéndose las manos sobre el pecho y simulando ser una madre cuyos hijos acababan de impresionar con un diez en matemáticas—. Después de seis meses dándonos un dolor de cabeza monumental al resto...
—¡Eh! —se quejó Celia.
Intentaba mirarse la cara discretamente en el reflejo del móvil. Lo bueno de no pintarse los labios era que ahora no tenía una enorme mancha ocupando toda su boca y barbilla. Sin embargo, tanto beso le había irritado la piel y estaba bastante roja. Por otro lado, su pelo negro, mecido por el viento de la playa y las caricias de Iván, empezaba a asemejarse al de Bellatrix Lestrange a en la adaptación al cine de Harry Potter, así que se lo alisó con los dedos antes de que el trio supersónico llegase hasta donde ellos estaban.
La verdad era que Celia se sentía eufórica, aunque temía que la interrupción de sus amigos hubiera puesto un punto y final a la noche de besos entre Iván y ella.
—¿Qué hacéis aquí afuera? —preguntó Iván echando simultáneamente un vistazo a la pantalla del móvil—. Todavía es pronto. ¿No queréis volver?
Una sutil forma de dejar caer que secundaba los deseos mentales de Celia. Paula se encogió de hombros y apoyó su cabeza recogida en una preciosa coleta sobre el hombro de su novio.
—Nosotros queremos irnos ya a casa —explicó—. Sarita mañana se levanta pronto.
—Mi hermano juega un partido de futbol a las nueve y tengo que llevarle yo... —Se lamentó la rubia y después señaló a Paula con un dedo—. Estos dos quieren seguir con lo que estaban en una cama.
—¡Sara! —exclamó la aludida—. Eso a vosotros no os importa.
El grupo entero se deshizo en carcajadas y Celia e Iván se levantaron del bordillo para seguir hablando con ellos. No pasó desapercibido para nadie la proximidad a la que se situaron ambos: hombro con hombro y sus manos rozándose con el meñique.
—¿Y los demás? —preguntó el chico algo tímido—. ¿Y Álex?
Alberto sonrió cariñosamente y le dio una palmada en la espalda bastante amigable. Vecino y vecina sentían algo de remordimientos por enrollarse durante media hora y no haber tenido la consideración de enviar un mísero mensaje al chico de ojos verdes haciéndole saber que todo estaba bien. Por otro lado, tanto tiempo esperando ese momento les hacía merecedores de, al menos, treinta minutos sin sentirse culpables de nada.
—No te preocupes por él. Si quieres mándale un mensaje, pero está bien —respondió Alberto quitándole importancia al tema—. Y ahora cuando le contemos que os hemos pillado a punto de follar, se quedará del todo tranquilo.
—¡Alberto, cariño! —le regañó su novia y luego completó la explicación con información más ilustrativa—: Álex ha estado durante un buen rato preocupado, pero Inés se ha quedado con él y le ha hecho ver todo ha sido un malentendido. Luego han vuelto a la terraza con el resto y, además de contarnos el drama, se ha sentido gratamente entretenido escuchando lamentarse a tu amigo Marc, Celia. ¿Ese chico tiene muchas recuperaciones, no?
—Sí, pero confiamos en que puede con ellas. —La otra sonrió divertida.
Por fin las cosas iban bien. Los últimos seis meses habían sido un torbellino de emociones, pero poco a poco su vida volvía a encauzarse. Había roto con Pablo, había aprobado todas las asignaturas y, lo más valiente, le había reconocido a Iván cómo se sentía. Celia era una chica cabezota, eso era indudable, aunque al final siempre aprendía la lección.
—¿Queréis que os llevemos a casa? —preguntó Alberto—. Tengo el coche aparcado aquí la lado. Si no tendréis que volveros andado luego porque la parada de taxi está a reventar...
Iván y Celia se miraron. No se atrevían a decirlo en voz alta, mucho menos frente a sus amigos, pero dar por terminada la noche no era una opción. Querían seguir besándose, metiéndose mano y, la verdad sea dicha, Celia no descartaba llevar las cosas al plano sexual si encontraban un lugar íntimo para aquello. Meses atrás ni se había atrevido a besar a Pablo en una discoteca por miedo a lo que pensaran de ella. Esa noche, sin embargo, su cuerpo deseaba a Iván y demasiado sufrimiento se había interpuesto entre ambos para posponerlo.
—Podéis seguir comiéndoos la boca bajo de vuestra casa —dijo Alberto, interpretando con claridad las caras de ellos—. Nadie os lo impide. Yo solo os propongo ser vuestro taxista.
Paula y Sara explotaron en otra carcajada e Iván, un poco harto de la burla constante de su amigo, le metió un ligero empujón. Normalmente, él era el más seguro del grupo y justo por eso Alberto estaba disfrutando de lo lindo viendo al duro y rebelde Iván Álvarez sonrojado por sentirse vulnerable junto a la chica que le gustaba. Qué tierno era todo.
—Queremos —dijo Celia de repente. Iván la miró sorprendido—. Es mejor si nos acercas en coche que hacernos todo el camino a pie. De la playa a nuestro edificio hay casi tres cuartos de hora caminando.
—¡Pues decidido! —exclamó Alberto—. Seguidme al coche, damas y caballero.
El trayecto no duró más de diez minutos y fue suficiente para que se les pasara un poco el calentón. Celia e Iván se sentaron en la parte trasera del auto, uno al lado del otro, y mientras Sara le contaba a la cabellos oscuros qué tal se lo había pasado esa noche, Iván miraba por la ventana al mismo tiempo que deslizaba sus dedos discretamente sobre la rodilla de Celia, en un gesto cariñoso que enterneció el corazón de su vecina.
Alberto pasó primero por casa de Sara y una calle después dejó a los otros dos en la entrada de su edificio. Ellos bajaron del coche entre risas y comentarios jocosos, aunque a Celia ya le latía de nuevo el corazón a mil de pensar en que se quedaba sola otra vez con Iván.
—¡Ale, disfrutad de la noche, tortolitos! —gritó Alberto al meter primera para seguir conduciendo hasta su casa.
—¡Lo mismo digo! —respondió Iván haciendo un vago saludo con una mano.
Les perdieron de vista y, en contra de todos las estúpidas inseguridades de Celia, Iván pasó su brazo sobre los hombros de ella y la atrajo hacía sí con naturalidad y una sonrisa traviesa pintada en la cara. Ella se dejó arrastrar y con la misma clase de sonrisa enamoradiza abrazó el torso de su vecino para asegurarse de que no se le escapaba ni ahora ni nunca. Se miraron a los ojos un segundo y después los de él descendieron hasta los labios de ella.
—Por fin —murmuró Iván antes de besarla otra vez.
Lo hizo suavemente, de una manera similar a la de la playa, donde todos sus actos habían sido descarados sin llegar a ser rudos. Celia tuvo la impresión de que las piernas le temblaban. Se acomodó en sus brazos para poder besarle en condiciones, moviendo la lengua y los labios con ansia y agitando su respiración conforme profundizaba los besos. De alguna manera se las ingeniaron para encontrar la posición perfecta: él apoyó su espalda en la pared del edificio, abrió levemente las piernas y Celia se irguió entre ellas con su cuerpo sobre el de él. Las caricias siguieron el mismo ritmo que los besos: primero discretas, luego más arriesgadas y finalmente pasionales, tratando de entrar en lugares cubiertos.
Iván no recordaba haber deseado a alguien tanto en toda su vida. Era como si llevase siglos sin hacer el amor, como si sus hormonas tomaran el control y cada simple gesto de Celia le sugiriera sensualidad. Cuando ella le mordió levemente su labio inferior, el que gimió fue Iván. Cuando el chico la agarró de los glúteos sin miedo y atrajo su pelvis a él, obligándola a sentir su dureza, fue Celia quien notó que una auténtica piscina se formaba en su ropa interior. Estaba muy excitada.
—¿Quieres subir a mi casa? —preguntó él entre beso y beso—. Duermo solo, mi familia está en el pueblo este fin de semana.
La tranquilidad de Celia se vio ligeramente mermada por esa sugerencia. No hace falta poner en antecedentes porque ya se conocen, pero sus inseguridades respecto al sexo seguían exactamente en el mismo lugar. Puede que hubiera superado a Pablo, puede que se sintiera la mujer más sexy del planeta en ese momento y puede que deseara sentir las manos de Iván bajo su falda dandole placer. Pero más allá de eso seguía teniendo miedo y, lo que es peor, arrastraba un mal recuerdo.
Sin embargo, todo eso había sido culpa de Pablo. El que hubiera tenido una nefasta experiencia con él no significaba que todo se repitiese con Iván. Imposible. Su vecino era distinto. Además, ella estaba muy excitada. Su cuerpo le suplicaba pasar al siguiente nivel y era una tontería reprimirse por miedos sin sentido. Ya lo había pactado con Rebe, ¿no? Esta noche tocaba arriesgar.
—Sí —dijo enseguida y con otra sonrisa le robó un buen beso de esos que aturden.
Se separó de Iván y buscó las llaves en el bolso. Puede que empezara a sentirse un poco nerviosa, pero eso era a causa de sus inseguridades. Se dijo que tenía que dejar la mente en blanco y evitar preocuparse por todo. No hacía más de quince minutos que estaba sentada sobre él en la playa dispuesta a que la tocara públicamente. ¿A qué venían estos miedos injustificados de repente?
Dio con la llaves e intentó meterlas en la cerradura del portal. No pudo hacerlo porque su vecino tuvo la sublime idea de abrazarla por la espalda y enterrar su cara en su cuello, mientras deslizaba las manos con suavidad por su viente, subiendo peligrosamente hasta rozar su senos.
Era insoportablemente cruel.
Celia echó el rostro hacia atrás, buscando los labios de Iván, y consiguió dar con ellos y fundirse en otro apasionado beso. Deseaba que se dejara de juegos. Quería que sus manos tocaran ya de una vez sus pechos, le liberaran de la falda y jugaran con su intimidad. Nunca se había sentido de esa manera y volvió a llegar a la misma conclusión: Iván no era Pablo, ella se sentía diferente y si quería, ¿por qué tenía que pensarlo dos veces? Puede que no fuera una noche romántica y que la cama de su vecino no tuviera pétalos de rosa sobre ella, pero perder la virginidad así no le parecía una tragedia.
Su vecino, ajeno a su debate interno, acarició sus brazos hasta quitarle las llaves de las manos.
—Ya abro yo, que tú estás en otro mundo ahora mismo —bromeó en un susurro.
—La culpa es tuya que no me dejas meter la llave en la cerradura.
—Y no te veo quejarte por ello —La besó fugazmente e impidió volver a recaer en la adicción separándose de ella para centrarse en la endemoniada puerta—. A este paso amanece y no hemos subido a mi casa.
Iván abrió con rapidez y continuó besándola mientras esperaban al ascensor, se introducían en él y llegaban al noveno. Con cada metro que avanzaban hacia la casa del chico, los instintos más primitivos de ambos salían a la luz de forma incontrolable. Los jadeos ya no eran una cosa puntual, si no que la velocidad y profundidad de sus besos les obligaban a buscar oxígeno durante el fragmento de segundo que pasaban sin unir sus bocas. Iván ya había tocado las bragas de Celia y había descubierto lo húmedas que estaban y eso solo suponía que él se sintiera más excitado y quisiera desnudarla ya.
La que también se estaba descubriendo a sí misma era Celia. No se reconocía, era totalmente ajena a la existencia de ese lado tan atrevido que emergía por primera vez gracias a su vecino. Creyó que la necesidad tan desesperada de poseerse el uno al otro solo podía tener origen en la larga espera que habían sufrido para estar juntos. Claro, una no puede estar seis meses deseando estar con alguien y esperar ser capaz de contenerse en el momento que lo consigue. Las ganas de Celia con Iván habían ido creciendo con el tiempo, como si fueran el agua de lluvia llenando una presa. Ahora que por fin había abierto las compuertas, todo lo retenido saldría a presión, no a goteras.
Al entrar en su casa, Celia se permitió un breve descanso en el que apreciar el hogar de su vecino. No es que le interesara más que seguir comiéndole los labios, pero estaban solos y eran las tres de la mañana. Había tiempo para lo otro y curiosear brevemente el lugar donde se había criado el chico que había invadido su mente durante tanto tiempo le pareció algo digno de su atención.
—Es bonita —murmuró—. Igual que mi casa, pero con otros muebles.
—Es lo que tiene vivir en el mismo lado del edificio —afirmó Iván.
Él quería besarla otra vez, tumbarla sobre la cama de su cuarto y hacerla suya. Sin embargo, había una cosa que ansiaba por encima de todo eso: no perder a Celia. Así que se apoyó sobre el marco de la puerta y la miró con una expresión enternecedora. Lo mejor era que ella marcara el ritmo. Si quería hablar de muebles, bien. Si quería seguir enrollándose con él, bien también. Si quería cantar una opera, hacer una voltereta y poner la música a todo volumen, genial.
Por suerte para él, Celia compartía deseos con Iván, así que tardo demasiado poco en preguntarle por su habitación.
Su vecino la guió un poco tímido. La verdad sea dicha, nunca había llevado a una chica a su casa. Con la mayoría de los rollos de una noche se las había apañado para acostarse con ellas en sus casas y, cuando eso no había sido posible, el garaje de la comunidad y la sala de contadores habían sido buenos recursos para salir del paso. No es que tuviera un cadáver escondido en el armario, pero en cuanto abrió la puerta y permitió a Celia descubrir sus más oscuros secretos, no le extrañó escuchar una exclamación de sorpresa.
—No me lo puedo creer —murmuró ella fascinada—. ¿Eres un friki de los superhéroes?
Las estanterías de la habitación estaban a reventar de cómics y tenía unos cinco pósters colgados de la pared ilustrando a Spiderman, Nightwing, Batman, Poison Ivy y Starfire. Celia supo identificarlos a todos porque ella también era bastante seguidora del mundillo, aunque no llegaba al nivel de Iván. El chulo de su vecino se irguió con orgullo. ¿Qué si llevaba desde los ocho años devorando cómics como un loco y soñando con levantarse una mañana con poderes? Afirmativo. ¿Qué si esta información era públicamente conocida? Negativo.
—Me encantan los superhéroes —reconoció—. Pero no voy disfrazado a la Comi-Con, si es eso lo que me estás preguntando.
—¿Y por qué no?
—Pues porque no me gusta disfrazarme. —Se encogió de hombros—. Ni se te ocurra burlarte de mí y recuerda que hace unos minutos estabas a punto de quitarme la ropa y me considerabas sexy.
Celia se rio. Curioseó un poco más y después se acercó a Iván para obsequiarle con un dulce beso en los labios. Quedando sus rostros muy cerca, susurró:
—Sigo pensando que lo eres y, si algún día quieres probar e ir vestido de Spiderman a la Comic-Con, no me importará ser tu Spider-Gwen por una tarde.
Iván le devolvió un beso igual de cariñoso y respondió en su oído.
—¿Te vale Batman y Catwoman? Creo que el mono de cuero ajustado al cuerpo te quedaría de miedo...
Él mismo interrumpió su propia frase abalanzándose de nuevo sobre los labios de Celia. Ya no estaban en la playa, ni en un portal bajo la lluvia, ni había un novio tóxico de por medio, así que no era de extrañar que, solos en la intimidad del cuarto de Iván, ambos continuaran los besos y caricias en horizontal sobre la cama, cada vez con más intensidad, dirigiéndose hacia un mismo puerto.
Impulsada por una energía desconocida, Celia se situó sobre Iván y restregó su cuerpo mientras discretos gemidos escapaban por su boca. ¿Y si este era el momento? ¿Y si, tras tantas preocupaciones asociadas a su virginidad, esa noche ocurriría de la forma más natural y simple? Mordiendo sus labios, deslizó las manos por los botones de su camisa, desabrochándolos uno o a uno con ciertas dificultades. Dos años atrás hubiera jurado que su primera vez sería tras una cita romántica, con música de fondo, lencería de encaje y la suavidad y protección de los actos de su novio al desvirgarla. Sin embargo, allí estaban, devorándose mutuamente después de una noche llena de emociones en la que Celia había empezado besando al mejor amigo de Iván y terminado en la playa suplicando disculpas con una extensa declaración y un mar de lágrimas. Nada planeado, ni siquiera la lencería bonita; sus braguitas eran blancas y de corte ordinario.
Iván, por su parte, tenía otras preocupaciones en mente. Era evidente lo que Celia quería, pero no hasta dónde llegarían. Se sentía emocionado, perdiéndose en su boca, quitándole ese bonito top rojo con maestría y acariciando su cuerpo, cada vez menos cubierto, sin vergüenza ni timidez. La cuestión era que le daba miedo dar por sentadas las cosas: ¿debía decirle algo? ¿Seguir hacia delante hasta que ella le detuviera? Era bastante incómodo preguntarle entre jadeos si seguía siendo virgen o, en caso de no serlo, si le apetecía follar. Todas sus conversaciones con ella siempre habían sido sobre arenas movedizas y una vez más, tenía miedo de meter la pata.
Celia le desabrochó el cinturón y le ayudó a quitarse los pantalones. Introdujo su mano en el interior de esos calzoncillos negros que en aquel instante se habían convertido en la única prenda que cubría a Iván. Le tocó como lo había hecho con Pablo otras veces, y para su sorpresa, Iván esbozó una extraña mueca.
—Más despacio —susurró—. Y cógela de más arriba.
Ella se sonrojó. ¿Acaba de corregirla mientras...? Joder, qué vergüenza. Descendió la mirada y siguió tocándole según sus instrucciones. El rostro de Iván cambió a una ligera sonrisa ladeada. Claro, es que su vecino no era Pablo y puede que tuvieran gustos distintos...
Sus pensamientos se vieron abruptamente interrumpidos cuando Iván le alzó la barbilla y le besó otra vez. Costaba pensar en sus inseguridades teniendo sus bocas juntas y volvió a gemir mientras el chico baja sus labios por su cuerpo y le mordía el cuello suavemente.
—¿Puedo...?
Celia asintió con la cabeza y de pronto sintió a Iván succionando un poco de piel. Iba a marcarla con un chupetón y tan pronto empezó, no pudo evitar clavar sus uñas sobre sus brazos y proferir unas cuantas exclamaciones ahogadas. Le encantaba el cosquilleo que le producía ese gesto y su vecino pareció captarlo al vuelo. Se hizo paso entre las braguitas blancas de ella y le devolvió el favor tocándola con suavidad.
—¿Así? —preguntó.
—Eh, sí, claro... —respondió confusa. ¿Qué significaba esa pregunta?
—Si quieres otra cosa, dilo... —La besó fugazmente en los labios—. Aquí mandas tú, Celia.
Ella sonrió levemente y se fundió en otro beso. Todo era muy distinto a Pablo. Iván disfrutaba del sexo de otra manera y eso le desconcertaba. No es que no le gustara, todo lo contrario, le encantaba como estaba haciéndola sentir, pero al mismo tiempo comprendía que su falta de experiencia iba más allá de las prácticas sexuales que había probado y las que no. Celia no se conocía a sí misma, no sabía qué le gustaba y ser incapaz de responder a Iván le hacía sentir pequeña. Solo sabía las cuatro cosas que había repetido en bucle con Pablo y tener constancia de golpe de lo inocente que era todavía, la puso nerviosa.
Ahogó un gemido. Acababa de sentir algo totalmente nuevo mientras Iván la tocaba. Él la tumbó a su lado y siguió haciendo exactamente lo mismo que antes, pero más rápido. Parecía haberse dado cuenta de algo que ni la propia Celia sabía.
—¿Lo tienes? —le preguntó.
—¿El qué? —Celia estaba muy perdida.
—El orgasmo —dijo él reprimiendo una risita—. ¿Quieres que siga o...?
—¿O qué? —Ni de broma le iba a reconocer que en dos meses de jueguecitos en la cama con Pablo aún no sabía ni cómo debía hacerle sentir una orgasmo.
—¿O quieres que te la meta y lo hagamos? —Iván se puso rojo y, siendo honestos, Celia sintió un enorme alivio al saber que no era la única con inseguridades durante esa noche—. No se me ocurre otra forma más romántica de decirlo, lo siento. Te prometo que estoy intentando que todo sea...
—Sí —le interrumpió Celia—. Sí que quiero que lo hagamos.
Iván le dedicó una tierna sonrisa y le besó en la mejilla con ternura. ¿Quería eso decir que Celia perdió la virginidad con Pablo? No era algo que le preocupara, ya que no le hacía sentir más o menos importante para ella el hecho de no ser el primero. Sin embargo, en caso de serlo, le gustaría saberlo. No quería tratarla como si fuera de cristal, pero a ver si por intentar ser fiero terminaba por dañarla... No obstante, preguntarle directamente si era virgen podía ofenderla.
—Voy a por un condón —dijo.
Treinta segundos es lo que tardó Iván en abrir el cajón de su escritorio, encontrar la caja de preservativos, arrancar un envoltorio y ponérselo en su sitio. Medio mísero minuto que sirvió para que Celia saboteara la situación con alguno de sus pensamientos intrusivos. Se acordó del dolor que sintió con Pablo, de cómo fue incapaz de introducirse ni la mitad del miembro de su ex y se preguntó si volvería a pasar lo mismo con Iván. No, imposible. Iván no era Pablo. Ni siquiera la Celia de marzo se parecía un poco a la Celia de junio. Se estaba poniendo muy nerviosa y eso era una condena asegurada. Tenía que calmarse. Tenía que volver al estado de hacía un minuto en el que tenía claro lo que quería hacer con Iván. ¿Por qué le avasallaban los miedos tan de repente?
Él regresó a la cama y la miró dubitativo.
—¿Quieres ponerte arriba o abajo? —preguntó con timidez.
—Abajo —Una vez Inés le dijo que las primeras veces era mejor empezar en esa posición. No tenía tiempo para buscar en internet si esa idea era acertada, así que se dejó guiar por su consejo.
—Pues abajo. —Le dedicó una sonrisa ladeada y la besó en los labios. Celia acarició su rostro y se colocó bocarriba.
Iván se situó sobre ella, encajando su cuerpo desnudo entre las piernas de ella. La besaba como al principio y acariciaba sus muslos subiendo poco a poco hacia el torso, sintiendo como Celia ser pegaba más a él y jadeaba excitada. Ella creía que estaba lista, pero había un poquito de inseguridad todavía rondando por su cabeza. Iván paseó sus dedos por su abertura, confirmando que seguía la suficientemente húmeda para recibirle. Todo estaba en orden para pasar a la acción. Mirándola fijamente y respirando el aroma a sudor de sus cuerpos, intentó entrar.
Y no pudo. Al menos no por completo.
Presionó levemente y la mueca esbozada en el rostro de Celia le hizo detenerse. Algo no iba bien, pero ella no lo decía. Sin embargo, ya no le miraba directamente, sino que había girado el rostro y se mordía el labio. Iván se preguntó qué estaría ocurriendo y enseguida salió de dentro de ella.
—¿Te he hecho daño? —No pudo disimular la nota de confusión en su pregunta. Había ido con mucho cuidado.
Ella negó.
—Hazlo otra vez.
La falta de información estaba acabando con Iván. ¿Qué ocurría? ¿Por qué su cara de placer se había convertido radicalmente? Obedeció su petición y lo intentó una segunda vez. Mucho más lento, acariciando su rostro.
—No puedo, no, para —soltó ella de carrerilla sobresaltando a Iván—. No puedo hacerlo, no puedo hacerlo...
Ni siquiera supo de dónde venía ese reguero de lágrimas saladas. Celia se había puesto a llorar y le empujaba para que se quitara de encima. Él tenía la cara desencajada, quería entender qué había ocasionado todo ese apoteósico desenlace, pero no lo veía. Sus ojos no podían apartarse de su vecina, que descendía de la cama a toda velocidad y sollozando recogía la ropa del suelo para volver a vestirse. ¿Por qué?
—Vale, tranquila, no pasa nada... —dijo Iván en un murmullo, aproximándose a ella y buscando su tacto para confortarla.
Celia no parecía escucharle. Actuaba de forma incoherente, sollozando y recogiendo ropa del suelo sin mirar a la cara a Iván. Se sentía estúpida y avergonzada. Creía que esta vez sería diferente, pero no podía quitarse de la cabeza su experiencia con Pablo y sin darse cuenta se había puesto tan tensa que el mero intento de penetración de Iván le había parecido una auténtica tortura.
—Lo siento, de verdad, lo siento... —dijo con la voz quebrada y se pasó las manos por los ojos para limpiarse el llanto.
Iván quería hacer algo para detener ese desastre, pero perdió un minuto en quitarse el preservativo y ponerse otra vez sus calzoncillos, pues necesitaba algo que le cubriera su intimidad para sentirse en igualdad de condiciones mientras hablaba con Celia. La chica ya desaparecía por el pasillo y él seguía sin entender por qué. Estaba pasándolo realmente mal con esa incertidumbre.
—Espera, ¿adónde vas? —Corrió tras ella—. Celia, por favor, no te vayas, estábamos muy bien. No lo comprendo.
Seguía sin mirarle y su rostro estaba empapado.
—Lo siento, Iván. —Estaba ya en la puerta, calzándose antes de salir al exterior.
No, eso si que no. Esta vez no podía irse. No sin explicarle por lo menos qué le había llevado a ese cambio repentino de opinión. No era justo, le había dicho que le quería. ¿Por qué le trataba de esa manera tan despectiva? ¿Por qué no hablaba con él? No podía volver a huir. Otra vez, no.
—Pero, ¿qué ha pasado? —preguntó abrumado, interponiéndose entre ella y la puerta. Su rostro era el vivo reflejo del dolor—. ¿Qué he hecho mal? ¿Dónde me he equivocado esta vez?
Celia dio un respingo y le miró a los ojos sorprendida. Fue consciente en ese momento de cuanto daño le hacían sus actos a su vecino y se le ablandó el corazón.
—Tú no has hecho nada malo. Tú eres perfecto.
Negó con la cabeza. Dios mío, ¿acaso estaba pagando con Iván lo que Pablo le hizo? Todo lo que había dicho y hecho él esa noche había sido mágico. La que estaba rota era ella. Creía que se había arreglado durante esos meses, pero se equivocaba.
—¿Y por qué te vas así? ¿Qué ha pasado?
Ella le miró a los ojos. Volvía a sentir su mirada nublada, a punto de caer hileras de agua por sus mejillas.
—Nunca me acosté con Pablo. —Se encogió de hombros al decirlo—. Lo intentamos una vez y todo fue un desastre. Me hizo muchísimo daño y desde entonces me da miedo. Bueno, para ser sincera, siempre me ha dado miedo, pero lo que pasó me ha hecho temerlo mucho más. Creía que ahora estaba lista, estaba convencida de que esta vez sería diferente, pero en el último minuto me he asustado y dolía...
Él la recogió en un abrazo antes de que volviera a llorar. Ella se agarró a él y enterró su rostro en su pecho mientras soltaba todo lo que acumulaba dentro. No se lo había contado a nadie. Desde que Pablo y ella vivieron la tragedia de marzo, no había compartido ni un mísero detalle de aquella noche ni con Sara. Su mente había decidido ignorar ese recuerdo y fingir que no había ocurrido, pero ahora que volvía a intentarlo, el pasado la visitaba como un fantasma.
—No tenemos por qué hacer nada si no estás lista —susurró él en su oído, mientras con ternura le acariciaba la espalda.
—Eso dijo Pablo y era mentira —respondió ella separando la cara de él—. Esperarás un tiempo, pero al final te cansarás y esta situación ocurrirá de nuevo.
—No. Eso no será así.
—Ya ha pasado.
Iván agarró el rostro de Celia con ambas manos y la obligó a mirarle a los ojos.
—Con Pablo, no conmigo. —Su expresión era seria—. Yo no soy él, ¿queda claro?
Suspiró y la besó otra vez. Al separarse de ella su mirada parecía una suplica.
—Por favor, Celia, quédate.
Me ha costado una barbaridad escribir este capítulo y por eso aquí teneis 5000 palabras, sorry. Tenía muy claro que quería que terminara justo así, pero me daba miedo que el hecho de que Iván y Celia pasaran una noche juntos sonara forzado. ¿Qué pensáis? ¿He conseguido hacerlo natural?
Preguntitas habituales:
¿Se quedará Celia o se marchará? Eso te lo cuento en el próximo capítulo, pero eres libre de interpretar.
¿Qué pensamos del ataque de pánico de última hora de nuestra chica? ¿Es normal que siga asustada con el tema del sexo después de lo que ha vivido?
¿Y qué os ha parecido el hecho de que Celia se sintiera cohibida cuando Iván le ha corregido mientras le tocaba? ¿O cuándo no ha sabido qué responder a la pregunta del orgasmo? Parece que las inseguridades van más allá de hacerlo o no hacerlo...
Estamos a dos capítulos de terminar la parte 3. Luego, en la parte 4, que se compondrá de tres únicos capítulos, le daremos un punto y final a la historia de Celia. Esto quiere decir QUE EL SALSEO NO HA TERMINADO TODAVÍA.
El martes 100% tenemos capítulo 22 y el viernes, el 23 (es cuestión de vida o muerte, los Wattys me están agobiando demasiado y he tardado mucho en actualizar porque estaba editando la parte 1 y 2 en drive, pero afortunadamente eso ya está terminado, así que esta semana solo pienso escribir, escribir y escribir).
Seguimos con la cuenta atrás: QUEDAN 5 CAPÍTULOS PARA CONOCER EL FINAL DE ESTA HISTORIA ⏰
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