✰ 70. PABLO POR ÚLTIMA VEZ
Look at this idiotic fool that you made me
Illicit affairs - Taylor Swift
La vio llegar llorando a su casa, con el rostro hinchado, las lágrimas bañando sus pómulos y la respiración agitada. Sintió una punzada de remordimiento. Sin embargo, el recuerdo de las imágenes le impedía ser compasivo. Sentía dolor, humillación y furia, le parecía que lo que quiera que estuviera sufriendo Celia era insuficiente en comparación con él. ¿Pero quién era Pablo para decidir que su estado emocional tenían más valor que el de ella? Pues nadie. En realidad no tenía ni idea de cuánto había sufrido su novia, aunque tampoco le importaba.
Ella intentó explicarse, pero él no se lo permitió. La castigó con expresiones de asco, miradas fulminantes y afirmaciones rudas que la dejaban como una vulgar traidora incapaz de ser leal. De Sandra ya ni se acordaba, porque en el fondo, la chica de Matías nunca había sido tan importante para él. Celia sí lo era, al fin y al cabo salían juntos y él había dado la cara por ella desde el principio. ¿Y para qué? No era tan pura e inocente como se hacía ver.
Simplemente le sacaba de sus casillas que hubiera sido Iván y no otro tío el que hubiera pasado la noche al lado de Celia.
—Solo dormimos —dijo ella—. No tenía dónde hacerlo, se le ha inundado la casa... ¿Qué se supone que debía hacer?
—Mandarlo a la mierda. ¿Tan difícil es? Iván esta colado hasta los huesos por ti, lleva años queriendo metértela hasta el fondo... Y ¿tú le permites dormir en tu cama? ¿Es que eres tonta? ¡No me creo que seas tan infantil e inocente! Sabes que él te quiere follar, lo sabes muy bien y, a pesar de todo, le estás dando coba. Mientras tanto, ¿yo qué soy? ¿el cornudo de Valencia? ¡No te mereces ni que haya abierto la puerta para verte llorar como una niña pequeña!
No hablaba Pablo, sino la ira. Estaba tan enfadado que ni siquiera supo detectar qué parte de todo su discurso había conseguido que la sumisión y culpabilidad con la que Celia se había presentado se transformara en venganza. Su pose cambió: tensa, erguida, preparada para atacar.
—No vuelvas a hablarme en ese tono —dijo firme—. No me trates como si no tuviera valor.
Y aunque él hizo lo posible por retomar la atención al tema que más le interesaba por convertirle en víctima, es decir, la supuesta noche de sexo pasional entre Iván y ella, no pudo dominar la disputa de nuevo. Algo en ella había cambiado. Ahora se defendía con uñas y dientes. Estaba fuera de sí, tan cabreada que su cuerpo se movía a base de temblores y espasmos. Pablo había cruzado alguna clase de línea invisible que lo desmoronaba todo.
—He rechazado a Iván dos veces por ti. Siempre te elijo a ti. ¿Sabes por qué estás paranoico? Porque tú sí que fuiste un traidor.
Directa al corazón. La rabia de Pablo estaba tan centrada en los actos de Celia que se había olvidado de los suyos propios y al escuchar cómo ella le acusaba de traición, recordó a Sandra. En un momento percibió lo hipócrita que estaba siendo y, como no le gustó la manera en la que ese pensamiento le hacía sentirse, recurrió a la estrategia más detestable del universo.
—¿Yo? Pero, ¿qué dices, nena? ¿Estás loca? —Y volvió a centrarse en la parte que le convenía—. Además, ¿qué importa que le rechaces un par de veces, si a la tercera te acuestas con él?
Si algo sacaba de quicio a Celia era que la tacharan de loca y le castigaran más de lo que realmente merecía. Se le sancionaba por algo que no era cierto y estaba dispuesta a darlo todo por probar su verdad. Lo que no sabía es que Pablo convertía la infidelidad espiritual de ella en algo físico por puro interés. En su lugar, achacaba toda la responsabilidad a la lengua viperina de Marta.
La batalla dialéctica se convirtió en gritos y baños de lágrimas por parte de Celia, donde hizo uso de toda su fuerza para desmentir las falsas acusaciones que proclamaba él. La destreza con la que argumentaba, aun a base de tacos e insultos, intimidó a Pablo. No conseguía desarmarla y eso le asustaba. Así que empleó otra herramienta bastante reprochable: atacó el punto flaco de su novia que bien conocía él por haber compartido sus momentos más íntimos y primeras veces en los últimos tres meses.
—Te pone y quieres follártelo a él y no a mí.
—¡Eso es una puta mentira!
—Si es mentira, ¿por qué aún no te has acostado conmigo?
El desconocimiento de Celia sobre su sexualidad fue el único motivo por el que se sintió pequeña de repente y no supo manejar la situación. Le tembló la voz y no encontró las palabras adecuadas para justificarse porque ni ella misma se entendía. Pablo, viendo por fin una salida a esa jodida conversación, presionó hasta abatir a su novia, que sucumbió al llanto cuando no pudo más. En aquel instante, el chico volvió a ser testigo de la letalidad de sus palabras y reculó.
Cada vez que creía vencer, se daba cuenta de que la victoria sabía amarga.
Pronto su retorcida mente llegó a la conclusión de que quizá la causa por la que él había buscado a Sandra estaba en la ausencia de voluntad por parte de Celia por descubrir el sexo. Así que, en lugar de poner un punto y final a esa discusión que estaba haciéndoles trizas a ambos, trató de gestionar el asunto del sexo desde una perspectiva que él consideró enriquecedora para la relación. Sugirió intentarlo porque ¿cómo se puede saber si uno no está preparado si no lo intenta? Bueno, Pablo, es una opinión respetable, pero si ella no deja de repetir que no se siente cómoda para probarlo, ¡déjala en paz! No tiene por qué seguir tus tiempos.
Presionó, presionó y Celia se quebró. El resto es historia conocida.
Cuando ella salió corriendo de su casa con la mirada nublada y el alma rota, Pablo comprendió que había metido la pata hasta el fondo. Si las cosas ya estaban mal de por sí esa mañana, él las había terminado de empeorar. Se quedó de piedra frente a la puerta abierta de su casa y creyó que no había sentido tanto arrepentimiento en su vida. Tuvo una visión panorámica de las últimas horas en la que vio que cada puta decisión tomada era un completo desastre y se preguntó por qué lo había hecho.
La llamó varias veces, pero no le extrañó que no le atendiera. Una pesada sensación de culpabilidad se apoderaba de él y era un sentimiento de lo más desagradable. No lo quería, no podía soportarlo. ¿Él también era una víctima, verdad? Intentó dormir, pensar que a la mañana siguiente las cosas se habrían calmado y podría hablar con Celia y solucionarlo todo. Sin embargo, el sueño no llegaba. Estaba tan tenso y nervioso que le era imposible conciliarlo.
Cuando amaneció sus preocupaciones estaban en el mismo sitio. Un retortijón le presionaba el estómago y caviló la experiencia de la noche anterior durante todo el día. Era sencillamente insoportable. ¿Y de quién era la culpa? De Iván, por supuesto. Si se hubiera mantenido en su sitio sin entorpecer la relación de Celia y Pablo, todo habría salido mejor. No existirían los celos, las inseguridades, ni la desconfianza. Pero Iván era más tozudo que una mula y aun habiendo sido rechazado varias veces por su vecina, seguía reapareciendo como una infección mal curada. Solo había una solución posible y esa era arrancar las malas hierbas de cuajo.
A las doce de la noche se subió a la moto y viajó hasta la finca de su novia. Por el camino se percató de que estaba tan tenso que sobrepasaba el límite de velocidad inconscientemente. Le pitaron un par de coches por cruzar un semáforo en rojo, pero en su cabeza la seguridad vial no era una prioridad. Realmente no sabía ni lo que hacía.
Al llegar al portal del edificio en el que vivían su antiguo amigo y su... ¿novia? —tras la fatídica eventualidad acontecida no sabía cómo definir el estado de su relación—, vio que sus manos temblaban de nervios. Presionó el timbre de casa de Iván dubitativo. Sorprendentemente el miedo desapareció en cuanto escuchó su voz a través del interfono.
—¿Qué haces aquí? ¿Te has equivocado de timbre?
No era más que una inofensiva pregunta dada la sobrevenida aparición de Pablo en el sitio menos esperado de Valencia. Sin embargo, el chico de ojos misteriosos la interpretó como una burla. El tono con el que pronunciaba Iván las palabras apestaba a condescendencia. Así que se mantuvo firme y le pidió que bajara. Lo que no esperaba es que lo hiciera acompañado de su estúpido mejor amigo.
¿Qué pasaba exactamente entre Álex y Pablo? Es una buena pregunta. No había ocurrido nunca nada lo suficientemente relevante para decir que entre esos dos había un problema. No obstante, lo que sí se podía afirmar es que el mejor amigo de Iván supo qué clase de persona era Pablo desde el día en que le conoció. Por expresarlo de alguna manera, Álex se dio cuenta de que el otro era gilipollas después de hablar durante dos horas con él: la prepotencia de sus actos, la excesiva seguridad al referirse a las mujeres, las risas falsas, la selección de sus amigos, las bromas de mal gusto... Y aunque siempre le toleró por respeto a Iván, que le había defendido a capa y espada asegurando que era un buen chico, Álex no podía controlar desprender un aura negativa al mirar a Pablo. Se leía en su rostro que no le aguantaba. Así que, el hecho de verle bajar junto a Iván en un momento tan importante como ese, en el que iban a decirse todo lo malo y más, puso de los nervios al novio de Celia.
Ya sabemos lo que se dijo después. Entre las pésimas habilidades comunicativas de Pablo, que no sabía dialogar, sino amenazar y ordenar, y Álex intercediendo cada dos por tres para ponerle en evidencia por el simple placer de liberar la rabia que le producía la mera presencia corpórea del tío de la moto, era cuestión de tiempo que las cosas se salieran de control. Iván gritaba, se resistía a concederle a Pablo el placer de enjaular a Celia, así que solo se le ocurrió una cosa para terminar esa disputa: meterle un puñetazo por sorpresa.
Y funcionó, consiguió callarle definitivamente. Pero entonces Álex dijo esto:
—No te hace falta Iván para destruir tu relación con Celia. Ya lo estás haciendo tú solito cada vez que desconfías de ella y tratas de coartarla. No puedes obligarla a estar contigo. Te va a dejar, Pablo. Tarde o temprano te dejará y tú serás el único responsable.
Nunca antes le había importado lo más mínimo el tío de ojos verdes que acompañaba al gimnasio a Iván tres veces por semana. ¿Por qué sus palabras acababan de sonarle como una predicción? De nuevo la sensación de malestar interno... Esa noche, Pablo escapó del portal de la finca de Celia subido en su vieja moto, dejando a Iván con el ojo morado y a Álex recitando todos los insultos que se le pasaron por la cabeza. De lo que no pudo huir fue de sus problemas, especialmente de sus miedos. Partirle la cara al enemigo no le había ocasionado ni la mitad de satisfacción de la que creía.
Pasó la siguiente semana sintiéndose la peor persona del mundo. Al principio deprimido, luego enfadado. Se autoconvenció de que Iván tenía bien merecido el golpe, a pesar de haber dudado temporalmente de la legitimidad de sus actos; era más fácil culpar a otro que a sí mismo. Con el placer de traspasar la responsabilidad a los demás, insistió en recuperar a Celia a base de un millar de llamadas perdidas, mensajes de amor, indirectas a través de historias de Instagram... Pero nada parecía conmoverla.
Por otro lado, la que se sentía tremendamente desorientada era Sandra. ¿Por qué Pablo había dejado de contestarle los mensajes? Si todo iba de maravilla entre ellos. No comprendía qué podría haber hecho mal para perderle. La realidad era que Pablo estaba tan centrado en su conflicto sentimental con Celia que se había olvidado completamente de Sandra. Sí que recibía sus llamadas y mensajes, pero decidía no contestarlos porque tenía cosas mejores que hacer, como, por ejemplo, recuperar a su novia.
El día treinta de marzo, Pablo tuvo una revelación. Él nunca había sido la clase de persona que lloraba en su cuarto a la espera de que una chica le hiciera algo de caso. Todo lo contrario: él era el tío por el que todas las chavalas de entre quince y treinta años babeaban. A los dieciséis se compró una cazadora de cuero negra por un motivo y a los dieciocho se sacó el carné de moto por el mismo motivo. ¿Quién demonios era ese desconocido llorón que perdía las tardes sintiendo remordimientos por haberse enrollado con dos tremendas mujeres?
Él era un héroe. Seguro que Víctor estaba de acuerdo en eso.
Pensaba en sus grandes éxitos cuando le llegó el mensaje número treinta de Sandra. Esta vez lo leyó con la mente en La Tierra y no en un universo paralelo donde Celia le perdonaba todos sus pecados. Madre mía, sí que estaba loquita por él. Se preguntó cómo había podido ser tan estúpido de perder el tiempo tratando de recuperar lo imposible —o sea, su relación tóxica con Celia— teniendo semejante diosa griega ofreciéndose en bandeja. La cosa estaba más que clara: su ex ya no le quería; Sandra, sí.
Se las ingenió para excusar su reciente desaparición diciéndole absolutamente todo lo que ella necesitaba oír. Se inventó el drama justo y necesario para que Sandra empatizara con él y se sintiera lo suficientemente conmovida para disculpar su mala educación. Pablo hubiera preferido no tener que mentir, pero no existía escenario en el que saliera victorioso de confesar la verdad. Fue tan fácil volver a seducir a Sandra que cuando menos se lo imaginó pasaba el día con ella y se la tiraba de nuevo en el mismo coche donde le fue infiel a Celia por primera vez.
Que Sandra tuviera el cuerpo perfecto para que se le pusiera dura con solo mirarla, era solo una parte de su obsesión con ella. En realidad, lo que más le inducía a repetir era su experiencia. Era una artista chupándola, le dejaba colocarla en cualquier situación imaginable y gemía mejor que una actriz porno. Si Afrodita tuviera que encarnarse en alguien, esa sería Sandra y Pablo estaba disfrutando una barbaridad de ello.
Entonces, si tan bien le iba todo con su nuevo ligue, ¿por qué volvió con Celia? No parecía echarla de menos mientras embestía a Sandra sin preservativo en el asiento trasero de su auto.
Pues la verdad era que, por mucho discurso que soltara haciéndose el duro, Pablo sí sentía algo muy fuerte por Celia. Evidentemente ese sentimiento no era amor en el sentido sano y positivo de la palabra.
Mientras duró la fase de negación y una vez quitadas las telarañas y renacido su hombría gracias al cuerpo sexy y generoso de Sandra, Pablo se dio cuenta de que la chica que utilizaba como desahogo se estaba enamorando perdidamente de él y no estaba dispuesto a hacerse responsable de ello. En otras palabras, no la correspondía.
Visto el patrón ordinario que tendía a seguir, pasó de dar explicaciones —básicamente porque, una vez más, los actos de Pablo no tenían justificación— y dio con una forma más efectiva de olvidar a su exnovia. Lo que el chico buscaba era una persona que no le exigiera compromisos. Ya lo decía el refrán: un clavo saca a otro clavo y si es a base de sexo, mejor. Así que con esa nefasta relación ideal en mente decidió probar suerte en un terreno creado específicamente para eso.
Soulmates era la aplicación de citas que estaba rompiendo récords en internet. Se anunciaba como el lugar perfecto donde conocer al amor de tu vida, pero la realidad es que eso era una barra libre para encontrar a gente que ansiaba una cita picante. Quizá hubiera un cinco por cien que encontrara el amor, no obstante, el noventa y cinco por cien restante eran tíos y tías como Pablo que iban a echar un polvo y a olvidarse de sus penas.
Le daba un poco de corte reconocer ante sus amigos que se había creado un perfil en esa aplicación porque, hasta hora, Pablo no había necesitado ninguna herramienta adicional para conseguir la atención y favores de ninguna chica. En secreto creó una cuenta con su información más básica y superficial, protagonizado mayormente por fotos suyas sin camiseta. Como ya predecía, las nenas cayeron como agua de lluvia, y Pablo pasó una semana tonteando, mandando fotos de su miembro erecto a desconocidas y recibiendo imágenes de cuerpos desnudos en lencería de encaje. Hay que reconocer que se lo pasó muy bien con el juego sexual, pero, inexplicablemente, cada vez que entraba al Instagram y veía alguna publicación relacionada con Celia, Iván o su círculo social, volvía a sentirse como una absoluta mierda.
Quedó con una chica una tarde cualquiera de abril. Se llamaba Diana Gómez y la había elegido de entre todas las tías con las que había hecho sexting por tener el culo y las tetas enormes. A diferencia de Sandra, Diana era lo que Pablo llamaría una completa guarra porque soltaba cada comentario por el chat de la aplicación que se la ponía dura a cualquiera. Sin embargo, ella se veía más como una mujer sin complejo ni vergüenza de reconocer cuando tenía ganas de sexo y buscarlo intencionadamente en internet. A la tal Diana le daba completamente igual que Pablo fuera tonto de narices. Tan solo le interesaban sus abdominales, su pedazo de espalda musculada y que supiera cumplir con su pene de tamaño aceptable —había tenido el placer de confirmar su forma gracias a las fotos que le mandaba él—. Pensando en la follada que le iba a meter, Pablo pasó frente a la parada de metro de la Calle Colón rumbo a casa de su cita y, de repente, vio a Celia salir de la boca de metro bostezando y cargando la mochila de la universidad.
Curiosamente, su mera presencia le hizo recordar tantas cosas que las tetas de Diana desaparecieron del mapa en menos de un segundo. En ese momento, el mundo se le vino abajo y creyó que haberse encontrado ambos por casualidad era una señal. Dejó plantada a la chica desconocida de cuerpo tremendo y volcó todo lo que tenía en su interior en recuperar a Celia.
Ya sabemos que ella le perdonó. También sabemos que Pablo, aun habiéndola recuperado, no pudo evitar seguir usando Soulmates para hablar con otras chicas. ¿Pero por qué lo hizo? Bueno, hay algo muy extraño en hacer cosas que uno no debería sin ser pillado. La primera vez que le fue infiel a su novia, lo pasó fatal. La segunda también. Sin embargo, entre la tercera y las sucesivas, mediando la excusa de que habían roto, Pablo había encontrado la egoísta solución a sus problemas. Si nadie se enteraba, era como si no hubiera existido. Y otra cosa no, pero el chaval se había convertido en un auténtico maestro de la mentira.
Viviendo en un mundo ficticio en el que todo parecía ir perfectamente entre ellos, Celia se convenció de que Pablo había cambiado. No iba desencaminada: aquel ya no era el tipo que conoció en enero y lo daba todo por ella. Ahora había mutado a una especie de sinvergüenza que ya no veía la gravedad de liarse con otras que no fueran su novia y ocultarlo. Mientras lo hiciera él, claro está; Celia no podía gozar del mismo beneficio.
La cosa funcionó por un breve tiempo. Sin embargo, hay que ser estúpido para pensar que la verdad no se terminaría por descubrir. Pablo se había dejado un cabo suelto: Sandra era vulnerable pero no tonta, y después de sentirse como una imbécil cuando el chico que la usó tres veces desapareció de su vida, removió cielo y tierra para saber por qué la había abandonado. Descubrió la existencia de Celia, entendiendo así la causa de su rechazo a la perfección y, tras llorar durante unas horas en el hombro de una amiga, Sandra alzó su voz para hacer justicia.
Juego, set y partido, Pablo. Se acabó para ti.
Aquí termina definitivamente la historia de la infidelidad de Pablo. El chico ha sido expuesto más que un cuadro de Goya en el Museo del Prado, y podemos oficialmente mandarle a la 💩 en veinte idiomas distintos.
A partir de ahora volveremos al presente, a la vida de Celia que se verá tremendamente trastocada por este suceso.
¿Echamos en falta a Iván? Cada vez queda menos para que su camino vuelva a cruzarse con el de Celia y, ahora que esta soltera, ¿qué pasará?
Os lo digo ya, no lo vais a ver venir 😎
¿Teorías?
Darle a la estrellitaaaaaaa⭐️⭐️⭐️⭐️
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