✰ 7. RUMORES
Sonrisas por fuera, aunque por dentro lloras
+ (Más) - Aitana, Cali y el Dandee
Durante toda la semana estuvo intercambiando mensajes con Pablo. No se habían vuelto a ver en persona, ni habían hablado directamente de lo que pasó aquella noche entre ellos, más allá de la bromita de Cenicienta, pero empezaban a conocerse superficialmente.
Mientras tanto, la vida seguía, con ello la universidad y el resto de sus compromisos y aficiones. Entre ellos había un complejo trabajo de valor exageradamente alto que había mandado el profesor de la asignatura de Técnicas Instrumentales, amenazando con que aquellos que no lo entregaran en plazo y forma previsto, no tendrían oportunidad de presentarse al examen final y, en consecuencia, de aprobar la asignatura.
El jueves por la mañana, cinco días después de la fiesta, Celia llegó a casa de Rebeca Mendes, una compañera de la facultad, junto con un par de amigos para preparar el terrorífico trabajo. El grupo era productivo y responsable, lo cual era de agradecer, pues siempre resulta tranquilizante saber que se puede confiar y delegar trabajo en las personas que te acompañan, en lugar de sentirse sobrecargada o abrumada con tanta materia.
A Rebeca la conocía desde hacía muy poco, ya que apenas contaba con un cuatrimestre de experiencia en el mundo universitario, y todavía no habían tenido oportunidad de vincular en profundidad. Sin embargo, en esos cortos cinco meses de amistad, Celia podía asegurar que había descubierto a una gran persona con la que esperaba, de corazón, mantener una amistosa relación durante muchos años.
—¡Hola, chicos!
Rebeca abrió la puerta de su casa con energía y les saludó con un abrazo a cada uno. Era una chica bajita, de cabellos largos con rizos definidos. Tenía una risa escandalosa y solía vestir con chaquetas de punto y pantalones cargo. Llevaba poco tiempo viviendo en Valencia, pues se había criado a las afueras de la ciudad, en Gandía, un pueblo costero bastante conocido.
Tras Celia, entraron Carlos Tur y Mario Gómez, los otros dos miembros del grupo con los que habían hecho buenas migas. Carlos era un chico altísimo, rozando el metro noventa, de piel café y ojos pardos. Lucía siempre una sonrisa enorme, mostrando una hilera de dientes blancos decorados con un metal grueso y gomitas de colores, el famoso aparato dental que todo adolescente había sufrido durante sus años de instituto, excepto Carlos, cuya mala suerte perduraba hasta en la universidad.
Mario era la persona más pecosa que Celia había conocido en su vida. Rubio como un alemán, Mario era el típico chico al que la gente se le dirigía en inglés por la calle, pensando que se trataba de un turista. Provenía de una familia adinerada de un pueblo valenciano cercano a la capital de provincia. Llevaba gafas de pasta negra y un audífono en el oído derecho.
Se sentaron alrededor de la mesa alargada del salón, toda ella llena de folios, bolígrafos y otros útiles de papelería. Rebeca se disculpó, alegando que ese desastre era solo causa del proyecto y de nada más. En realidad ella era muy ordenada.
Estuvieron trabajando durante horas y, en un determinado momento, la concertación empezó a destacar por su ausencia.
—Son casi las ocho y media —comentó Rebeca—. ¿Lo dejamos ya?
—Sí, hemos avanzado bastante —confirmó Mario—. Yo quiero irme a casa a repasar para la prueba del martes que viene.
—¿Vas a estudiar más? —Rebeca se llevó la mano a la cara en un gesto dramático, pero pronto se encogió de hombros y asintió—. Genial, pues nos vemos en clase.
Mario se fue a los pocos minutos, mientras que Carlos y Celia aceptaron quedarse a tomar algo con la anfitriona. Ella les ofreció cerveza fría en botellín y los tres se tumbaron en la amplia terraza del ático, en uno de los tantos edificios de la avenida Blasco Ibáñez. El invierno en Valencia, aunque mediterráneo, podía resultar especialmente incómodo, ya que la humedad, constante durante todo el año, se impregnaba entre las ropas de los transeúntes fortaleciendo la sensación de frialdad propia de la estación.
Celia se acomodó el pañuelo verde que llevaba alrededor del cuello y cruzó los brazos.
—¿Qué os contáis?
—No mucho. Pasé el finde anterior estudiando a rabiar, los exámenes de junio me tienen acojonada. Ya sé que aún queda tiempo de sobra, pero después de suspender dos asignaturas el primer cuatrimestre, no estoy para tonterías —respondió Rebeca—. Tú sí que saliste, ¿no?
La interrogada se había tumbado en una de las cuatro hamacas de su anfitriona y miraba los tejados de la ciudad que dibujaban un hermoso laberinto. Sin moverse un ápice de su postura, respondió en susurros:
—Sí, yo sí que salí. El sábado.
—¿Y qué tal?
—Conocí a un chico.
Lo dijo de manera instintiva, sin pensarlo dos veces, y fue el rostro de Pablo el que se le apareció en la mente. Se incorporó de cara a sus dos amigos.
—¿Os enrollasteis? —preguntó Carlos.
Ella se sonrojó y se recordó bailando con él bajo las luces de colores, riendo.
—No... O sea, él lo intentó, pero yo...
—Le hiciste una cobra, ¿no? —le interrumpió el joven mirándola fijamente. Cualquiera diría que la estaba presionando con esos ojos pardos tan penetrantes—. Giraste la cara en el humillante momento en que él te iba a besar y se quedó perplejo.—No lo digas así, suena fatal.
—¿Pero lo hiciste? —insistió.
Ella enmudeció. De pronto se sentía incomoda y percibía cierta hostilidad en el interrogatorio de Carlos. Fulminó con su mirada azulada a la torre humana que le bombardeaba con tanta pregunta desagradable.
—Yo no quería besarle y no lo hice. Punto y final —resumió.
—Todo apunta a una cobra...
—Oye, para. ¿Por qué no dejas de decir eso? ¿Es que me quieres hacer sentir mal?
Celia se irguió. Su semblante sorprendido cuestionaba a Carlos por las constantes insinuaciones que le lanzaba. Si tenía algún problema con ella que se lo dijera directamente, sin indirectas.
—¡Chicos, chicos! Pero bueno, ¿qué os pasa? —Rebeca zanjó la breve disputa alzándose e interponiéndose entre ambos—. Vamos a ver, Carlos, ¿a ti qué más te da si le hizo una cobra, una víbora o una pitón?
—A mí me da igual.
—¿Y por qué le insistes? Parece que la quieras poner en evidencia...
El muchacho pasó de mirar a Rebeca para fijar sus ojos pardos en los de Celia, que seguía castigándolo con fuego en sus pupilas.
—Perdona, estaba de broma —dijo suspirando con pesadez.
—Entre broma y broma la verdad se asoma —escupió Celia fríamente, poco satisfecha con esa falsa disculpa.
—Ya.
Carlos echó la cabeza hacia atrás en una pose pasiva.
—¿Cómo que ya? —inquirió Rebeca, incrédula—. ¿Pero por qué le hablas así? ¿Acaso el chico que fue a besar a Celia es amigo tuyo o algo por el estilo? No entiendo a qué viene tanta necesidad por dejar claro que ella hizo una cobra. ¿Qué pasa aquí?
Carlos había adoptado una expresión hostil y ninguna de las dos amigas adivinaba a descifrar el motivo que le había llevado a ello.
—Nada.
—Nada no, Carlos, ¿qué te he hecho? —Inconscientemente Celia alzaba el tono de voz, irritada—. Llevamos toda la tarde de buen rollo haciendo el trabajo y en cuanto he mencionado que he conocido a alguien te has vuelto un borde.
—Celia tiene razón, Carlos, te has puesto muy borde de golpe y por algo que no tiene relación contigo.
Él seguía mudo pero desafiante, sin romper el contacto visual con la otra. Impotente, ella se levantó de la hamaca y se acercó a él con pasos firmes y decididos, instándole a hablar claro.
—Siempre haces lo mismo —dijo finalmente Carlos.
—¿El qué?
—Tontear con chicos y luego cuando ellos se acercan para hacer algo más, retirarte como una cobarde. —Y tras una pausa añadió—: Eso tiene nombre...
—¡Carlos! —Rebeca se llevó las manos a la cadera en una pose de reproche—. ¿Eres imbécil o qué?
—¿De verdad? ¿Y cuál es? —dijo entre dientes Celia.
Su pálido y delicado rostro se había contraído en una expresión de tristeza y sentía en sus ojos el nacimiento de unas lágrimas que tardarían poco en deslizarse por sus mejillas. Carlos se dio cuenta y reculó, arrepentido.
—Lo siento, me he pasado. No ha estado bien, Celia, no he debido insinuar eso...
—¡Ya, pero lo has hecho! —gritó ella—. ¿De verdad piensas eso de mí? ¿Que soy una calientapollas, no? ¿Te referías a eso, verdad? Pensaba que éramos amigos, me-me caías bien...
Las palabras morían en su garganta, ahogadas entre las mismas lágrimas que ya habían comenzado a desprenderse velozmente por sus pómulos, cayendo como gotas de lluvia desde su barbilla.
—No, no, no, no... —El arrepentimiento se manifestó aún más evidente en la cara de Carlos—. Celia, no quería hacerte daño, de verdad, perdóname...
—Joder Carlos, ¿que no querías hacerle daño? ¿Y qué esperabas que hiciera después de insinuar eso? ¿Dar saltos de alegría? —le espetó Rebeca sancionándole con su expresión—. Lárgate. Imbéciles en mi casa no quiero.
El chico se levantó, culpable, buscando las palabras necesarias para solucionar aquella desagradable situación.
—Ha estado mal lo que he dicho, en especial cómo lo he hecho. Tienes toda la razón, pero... Es que no soy del único que lo piensa y creo que debes saber por qué. Hay gente en clase que te tiene tachada de falsa. Que vas de un plan y luego haces todo lo contrario...
—¿Tú realmente crees que esto ayuda, cariño? —interrumpió Rebeca sarcásticamente, cuya cara sorprendida combinaba a la perfección con la de Celia.
—No lo sé, Rebe, no sé si ayuda o empeora...
—Empeora.
—Pero es una realidad. —Miró los ojos llorosos de Celia—. Te lo digo como amigo. Celia... Tú eres guapísima, lo sabes, eres de las chicas más atractivas que he conocido... Eh... Por eso muchos tíos se acercan a hablar contigo, les atraes y...
—Pero Carlos, por Dios, ¿qué haces? —suspiró Rebeca—. Si te queda alguna neurona viva, por favor, escúchala y deja de decir tonterías.
—¿Por qué? Oye, se lo digo como amigo, ¿sabes? —Carlos se cruzó de brazos y miró a Rebeca con el ceño fruncido—. No pretendía disgustarla, pero creo que si no se lo digo, no va a cambiar, ¿entiendes? —Pasó a dirigir sus ojos hacia Celia—. Durante estos meses has coqueteado con Dani Figueroa, Marc Navarro, Javi Albert o Carles Martínez. Y con los cuatro hiciste lo mismo: hablar con ellos a todas horas y luego, cuando alguno daba el paso en una fiesta e intentaba besarte, le esquivabas. Como una cobra. Me ha parecido que al chico de la otra noche le hiciste lo mismo. Otra vez.
Carlos pareció culminar su historia y se quedó mudo, mirando algo asustado la expresión de odio que transformaba la bella cara de Celia. Rebeca, hasta ahora mediadora, alzaba las cejas y miraba de reojo a Carlos, compadeciéndose del pobre. Oficialmente no podía hacer nada más para salvarlo. Celia, que tenía la cara hinchada de llorar y la voz grave y nasal por la congestión, se acercó a Carlos hasta tenerlo a pocos centímetros, preparada para ponerle punto y final a esa discusión.
—Eres un cerdo de mierda —le insultó—. En primer lugar, alucino con que yo deba darte explicaciones sobre por qué elijo a un chico o a otro, pero igualmente lo voy a hacer. La diferencia entre Pablo y esos cuatro burros que has enumerado es muy simple: Pablo me gusta, ellos no. Para empezar, Javi Albert tiene novia desde que me conoce y si algo tengo claro es que jamás trataría de besar o ilusionar a alguien que tiene pareja. En segundo lugar, Dani Figueroa ni siquiera me atrae, con Carles me pasé el mes hablando a todas horas de Stranger Things porque ambos nos hemos puesto a ver esa serie ahora. —Celia bufó y se alejó del chico del aparato asqueada—. Lo de Marc es lo que más me fastidia. ¿De verdad piensa que soy una calientapollas? Él fue la primera persona con la que hablé a principio de curso. No conocía a nadie, estaba sola en clase y Marc se sentó a mi lado. Estábamos juntos a todas horas porque no conocíamos a nadie más... ¡Si yo solo trataba de hacer amigos! ¿Y después de todo la falsa soy yo? Que te sonría no quiere decir que quiera casarme contigo. Créeme, Carlos, si hubiera querido algo con alguno de ellos, no hubiera tenido problemas en besarles.
—¿Y por qué con el chico del sábado no lo hiciste? Creía que ese sí que te gustaba.
—¡Porque no quiero ser Carla Almeida y paso de explicarte quién es ella y cuáles son mis miedos! —Se limpió la cara y respiró hondo—. ¡Esto es muy injusto! ¿Por qué tengo que justificarme ante ti? Yo no te pido que me cuentes los motivos por los que haces una cosa u otra para decidir si me parece bien o no. ¡Me habéis juzgado los cinco! Y, encima, habláis mal de mí a mis espaldas...
Carlos se sonrojó. En algún momento Celia había dado con algo que tocaba su fibra sensible. Abrió la boca para decir algo, pero solo salieron incoherencias.
—Nosotros no... No estábamos juzgando... No...
—Replantéate quién es un falso de los dos. A lo mejor, si juzgarais menos, si os plantearais preguntarme qué quiero, os ahorrarías un segundo de humillación y nadie os giraría la cara al ir a besarlas. —Cogió sus cosas con la agilidad de los que se mueren por huir de donde están y murmuró por lo bajo—: De verdad, ¿quién se cree que por hablar de una serie de televisión quiero enrollarme con él? Menuda película se ha montado Carles en la cabeza...
Sin esperar a que el chico reaccionara, cuyo rostro antes aterrado había pasado a humillado, salió de aquella casa a grandes zancadas, con el juicio nublado entre la rabia y frustración.
Y mientras caminaba sacó el móvil de su bolsillo y marcó el número de Pablo.
¿Qué os ha parecido este capítulo? Si os ha gustado recordad darle a la estrellita ⭐️ Me hacéis muy feliz si valoráis mi trabajo creativo y comentáis:)
¿Os indignan las acusaciones del Carlos? ¿O por el contrario creéis que tiene algo de razón? Me encantaría saber que pensáis sobre este tema. Os leo 👀
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