✰ 69. PABLO OTRA VEZ


All the girls that you've run dry
have tired lifeless eyes
'Cause you burned them out

Dear John - Taylor Swift

El jueves dieciocho de marzo por la noche, Pablo no quiso que Sandra subiera a su casa. Es decir, la besó en la discoteca y le sugirió pasar al siguiente nivel en la intimidad, pero cuando ambos salieron al exterior y se tuvieron el uno frente al otro, una molesta sensación de culpabilidad le avasalló por dentro. Algo en su interior le decía que lo que hacía no estaba bien,  sin embargo en ese lugar, a esas horas y de la mano de esa otra chica, su realidad con Celia parecía muy remota y tan pronto como había llegado, la culpabilidad se fue.

Tenía una erección bastante prominente presionando la bragueta del pantalón. Su miembro pedía a gritos que le dejaran salir, ya que durante tres largos meses, solo había gozado de las manos suaves y tímidas de su novia inexperta. Se moría de ganas por un poco de acción, llegar más lejos, disfrutar hasta el final. Una cosa era ser paciente, otra ser de hierro. Simplemente no podía evitar la atracción que le producía mirar a Sandra.

La cascada de lluvia cayó sobre ellos. El agua mojando la ligera ropa sobre el cuerpo voluminoso y curvado de Sandra era una imagen tan sensual que Pablo sintió la imperiosa necesidad de volver a besarla. La guió hasta su casa, ubicada a pocos minutos de la discoteca, y cuando ambos entraron en el ascensor, pulsó el botón que descendía al parking.

—¿No subimos a tu habitación? —preguntó ella algo confusa.

Pablo no respondió. En su lugar volvió a besarla apasionadamente, explorando su cuerpo mojado con las manos firmes que un par de días atrás habían hecho lo mismo a Celia. La desesperación de Sandra por estar con aquel maravilloso hombre que la había cuidado desde que el cerdo de Matías le dejó por otra, le evitó poner obstáculos a la situación. Para ella, tanta necesidad de mantener sexo corriendo en cualquier parte simbolizaba la pasión que sentían el uno por el otro. Sentían tanta urgencia por estar juntos que no podían esperar a hacerlo en mejores condiciones.

Cuando bajaron al parking, para sorpresa de Sandra, Pablo no abrió el vehículo ni la invitó a entrar. Estampó su espalda sobre la puerta trasera y volvió a hacerla suya a base de besos y mordiscos en el cuello, manoseándola al completo con la fuerza de un salvaje y subiendo su diminuto vestido ajustado por encima de la cadera.

—¿No entramos? —Sandra jadeaba, pero no estaba cómoda en medio del aparcamiento semidesnuda.

—No, estamos mojados, se va a ensuciar la tapicería del coche.

El ansia con la que conquistaba todos los rincones de su piel era excitante para ella, aunque le costaba seguirle el ritmo. No oponía resistencia y se dejaba masajear los glúteos, separando las piernas para facilitarle el camino a Pablo dentro de lo posible. Él ni siquiera la miraba a los ojos: ocultaba su rostro en su cuello y la marcaba con violencia, mientras desplazaba los tirantes del vestido a un lado y al otro, exhibiendo esos voluminosos pechos escondidos tras un sujetador de encaje. Celia no llevaba nunca esa clase de lencería.

—Pablo, por favor... —murmuró Sandra—. Si baja alguien me va a ver desnuda...

—No creo que baje ni un alma a las tres de la mañana... —murmuró él antes de cerrarle la boca con un buen beso de los que dejaban sin aliento.

El diminuto vestido ajustado y negro se había convertido en un grueso cinturón que se mantenía húmedo y pegajoso cubriendo su ombligo. Los tirantes del sujetador ya no se mantenían sobre sus hombros. Pablo luchaba con la abertura para liberar por completos aquellos deseosos senos que, por cierto, también eran más grandes que los de Celia. En el tronco inferior, la intimidad de Sandra era apenas cubierta por un sencillo tanga que él no tardó en acomodar a un lado para introducir sus dedos en su vagina.

Por otro lado, el aspecto de Pablo era menos problemático. Había dejado su abrigo sobre el capó del coche, pero su torso seguía oculto bajo una camisa azul bien abotonada. Se había desabrochado los pantalones y, aunque pronto dejaría que su miembro asomara para seguir con su cometido, no se sentiría tan expuesto como ella. Agarró la mano de Sandra y la guió hasta su entrepierna, pidiéndole silenciosamente que le tocara.

—Por favor, vamos dentro... Así no me gusta... ¿Y si hay cámaras de vigilancia? —Nerviosa, Sandra miró hacia un lado y otro—. ¿Y si estamos grabando un vídeo porno sin saberlo?

Pablo siguió la vista de Sandra. La verdad es que no había tenido en cuenta ese detalle. Estaba tan centrado en quitarse la necesidad de encima, que no había caído en los riesgos. Que le grabaran teniendo sexo era malo, pero que encima lo hicieran con una mujer que no era su novia, peor aún...

Buscó entre los bolsillos de los pantalones el mando del coche y abrió la puerta trasera. Sandra permanecía a su lado bajándose la falda del vestido y subiéndose los tirantes. Tenía el rostro sonrojado y se abrazaba a sí misma.

—Creo que tengo una toalla de playa en el maletero —dijo él—. Voy a comprobarlo.

A estas alturas, oportunidades para detener esa infidelidad de la que Sandra ni sospechaba ser partícipe había tenido unas cuentas. La cantidad de alcohol que una hora antes le nublaba la mente empezaba a disiparse. Pero la erección de Pablo seguía ahí y sus reprochables intenciones también. Dio con la toalla y la extendió sobre los asientos traseros. Después de varios minutos en los que no pensó en Celia ni por un segundo, adaptó los asientos para disfrutar del polvo perfecto.

Entre las paredes del automóvil, ella pareció relajarse y encajó su cuerpo sobre el de Pablo, que se había sentado y bajado los pantalones hasta mostrarse por completo. Él la terminó de desnudar velozmente, la giró y agarró sus caderas hasta situarlas justo encima de su miembro. En esa posición en la que Sandra se sentaba sobre Pablo, se introdujo en su interior y la embistió las veces que hizo falta hasta terminar eyaculando en su interior.

Al novio de Celia se le olvidaron muchas cosas a lo largo de esa noche. Entre ellas, la existencia de su pareja o preguntarle a Sandra si usaba alguna clase de anticonceptivo. La mente de Pablo, un día más, pensaba en sí mismo y su propia satisfacción personal. La de Sandra, sin embargo, sentía la euforia de ser amada de una manera tan pasional por el chico al que llevaba persiguiendo desde hacía semanas.

Terminaron, se vistieron y el chico acercó a la chica a casa.

A la mañana siguiente, a Pablo la realidad de su traición le cayó encima como un jarro de agua fría. ¿Qué había hecho? ¿Cómo podía haber dañado a Celia de esa manera? ¿Por qué no había sido capaz de controlarse? Tendría que haberlo pensado antes de acostarse con Sandra, pero es que Pablo no había sido capaz de pensar en otra cosa que no fuera Sandra durante la noche de ayer. Esa situación había sido superior a sus capacidades de autocontrol: su mente había colapsado y no le había permitido razonar debidamente. La culpa era del alcohol, no tendría que haber bebido estando enfadado... Joder, joder, ¿y ahora qué? No podía fingir que no había ocurrido porque sí lo había hecho. Lo de anoche había sido un completo error, él estaba enamorado de Celia.

Entonces sonó el teléfono y Pablo distinguió mensajes de su novia suplicándole solucionar la disputa previa a su interacción con Sandra. Todo iba de mal en peor. Sonaba tan dulce y preocupada por él... ¡Era un completo capullo! Se había tirado a otra tía mientras ella sufría por la relación, ¿es qué estaba loco? ¡Si la quería, la amaba de verdad! ¿Pero qué narices le había pasado por la cabeza para hacer algo así? ¿Y ahora cómo iba a contestarle? ¿Cómo iba a ser capaz de mirarla a la cara? Los remordimientos de conciencia se apoderaron de él, había metido la pata profundamente y no podía volver atrás en el tiempo para solucionarlo.

Así que tomó una decisión: asumiría las consecuencias de sus actos. Primero iría a ver a Sandra para dejarle claro que no podía haber nada entre ellos, que su corazón lo tenía Celia y que se negaba a perderla. Luego se sinceraría con su novia y le suplicaría disculpas. Eso era lo correcto y eso sería lo que haría.

Se metió en el mismo coche en el que había tenido sexo con Sandra hacía pocas horas y condujo hasta el piso de ella repitiéndose el discurso que le diría. Estaba preparado para escuchar la sarta de insultos que seguramente recaerían sobre él, pero se lo tenía merecido. Aquel sería su castigo y no el más grave. Perder a Celia sí que sería una auténtica tortura.

Llegó a casa de Sandra alrededor de las doce y media del medio día y llamó al timbre. En otro lugar de Valencia, Celia se mordía las uñas preguntándose por qué su novio la dejaba en leído y no contestaba sus mensajes mientras Iván la miraba lastimero aceptando que por mucho que se gustaran, la presencia fantasmal de Pablo se terminaba por interponer siempre entre ellos.

—¿Quién es? —La voz de una chica completamente desconocida emergió del interfono.

—Soy Pablo... —respondió él dudoso—. ¿Está Sandra?

—¡Ah, tú eres ese Pablo! Sube, se está duchando pero ahora enseguida acaba.

El estridente ruido indicando la apertura de la puerta principal le sobresaltó. Estaba de los nervios y solo de pensar que habría público cuando le dijera a Sandra que no quería nada con ella le sudaban las manos. Frente al ascensor sonó su móvil. Echó un vistazo creyendo que se trataba de Celia, pero se sorprendió al encontrar el número de Marta ocupando toda la pantalla. ¿Y esta qué quería ahora? Rechazó la llamada justo cuando llegaba a la planta en la que residía Sandra. A los pocos segundos Marta volvió a telefonear y Pablo, algo mosqueado por la falta de oportunidad de su amiga, colgó de nuevo. Menuda insistencia.

—¿Qué haces aquí, cariño? —Pablo alzó la mirada para ver la puerta del apartamento abierta y a Sandra cubierta por una toalla que solo tapaba de las rodillas a las axilas mientras el cabello húmedo y recién peinado caía sobre sus hombros. Le miraba con picardía, mordiéndose la punta del dedo índice con sensualidad—. ¿No puedes pasar ni un minuto sin mí o qué?

Él se preguntó cómo debía abordar la situación. ¿Existe una buena manera de comunicarle a alguien que el sexo estuvo bien pero ahora que ya lo habían hecho no sentía la necesidad de seguir quedando con ella porque estaba enamorado de otra persona? No parecía. Lo mejor era soltarlo rápido. Abrió la boca y el móvil sonó otra vez.

—¿Pero qué coño le pasa a esta chica? —gruñó.

Sandra salió al rellano y se apoyó sobre el pecho de Pablo, jugando con su pelo rizado.

—¿A quién? ¿Tienes a otra esperándote? —susurró en su oído apretando su cuerpo al de él. Literalmente solo había una toalla mal anudada interponiéndose entre sus deseos impuros.

Pablo pensó que estaba tremenda así recién salida de la ducha, pero enseguida encauzó la conversación echándose hacia atrás y separándose de ella.

—Es Marta, una amiga del colegio. Ya me ha llamado tres veces, no sé qué quiere...

Sandra estiró a Pablo de la camisa con suavidad hasta guiarle al interior de la casa. Quería repetir la noche anterior e interpretaba que él estuviera allí tan pronto como algo romántico. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que quisiera dejarla. ¿Por qué iba a hacerlo? Ayer se corrió de lo lindo dentro de ella.

Y por razones evidentes a Pablo se le estaba poniendo dura otra vez. Es que era mirarla y las hormonas despertaban a lo bestia. Por suerte, en esta ocasión, había algo que le impedía dejarse llevar, y eso eran los trescientos mensajes de Celia buscándole para hacer las paces. Era un caradura pero tampoco tanto.

—Sandra, tengo que decirte una cosa... —Miró el piso de estudiantes en el que se encontraba vagamente—. ¿Y la chica que me ha abierto la puerta?

—¿Amanda? En su cuarto. ¿Quieres que vayamos al mío? Aquí en medio puede salir cualquiera e interrumpirnos. —Sandra se refería a algo totalmente distinto, aunque Pablo no la corrigió.

—¿Cuántas personas hay en esta casa?

—Contándome a mí, cuatro.

—Ya veo, mejor vamos a tu habitación...

Estaba tan nervioso que ni siquiera se fijó en la decoración del lugar. Sandra tenía obsesión por Karol G y por eso hasta las sábanas de su cama eran una marea roja.

—A ver por dónde empiezo... —murmuró pasándose una mano por la nuca.

No pudo decir nada, ella ya se había echado sobre él y le estaba besando. Le pilló tan de sorpresa que no retrocedió ni la detuvo, aunque sus labios no se movieron para prolongarlo. Sandra retiró su rostro con una sonrisa seductora.

—¿Para esto has venido, verdad?

El sonido de las notificaciones llegando al teléfono de Pablo interrumpió la escena. Él la miraba a los ojos, hipnotizado por esa belleza sin igual. Antes de corregir a Sandra en sus suposiciones, miró la pantalla del móvil descubriendo siete notificaciones de Marta. Ahí ya supuso que algo importante pasaba, porque de no ser así, su amiga de la escuela no estaría insistiendo con pesadez en reclamar su atención.

—Dame un minuto, no sé qué le pasa a Marta, pero es la cuarta vez que me llama...

Sin esperar respuesta, Pablo se escaqueó de la habitación y cruzó la primera puerta que encontró en busca de algo de intimidad. De esta manera dio con el baño y, antes de comprobar qué demonios quería la pesada de turno, se apoyó sobre la pila y se miró al espejo cargado de nervios. ¿Qué estaba haciendo? Se habían vuelto a besar, por Dios... Nada salía como él quería. Era tremendamente complicado ser sincero con una chica que había sido su amiga durante los últimos meses sabiendo que lo que tenía que decirle le partiría el corazón.

Pero debía ser valiente.

Comprobó los mensajes de Marta, preparado para exigirle que dejara de molestar porque intentaba hacer lo correcto y bastante costaba ya de por sí, como para que ella estuviera interrumpiendo cada cinco minutos. Y ahí fue donde sus planes cambiaron por completo. Las notificaciones del chat de Marta eran todo imágenes. En ellas se distinguía a Celia, su novia, la razón por la que pretendía renunciar a Sandra, cenando en un bar con Iván. Estaban ambos sentados uno frente al otro, ella riendo a carcajadas y él apoyado sobre la silla con el pelo despeinado y las manos escondidas en los bolsillos. No se le veía la cara, pero Pablo apostaba a que mantendría esa expresión de rebelde indiferente que tanto éxito tenía entre las chicas.

Su corazón dio un vuelco. Era la primera vez que veía a su novia así, Celia no parecía tan viva a su lado. Entre ellos había una química insuperable, de eso no cabía duda. Se atraían como dos imanes y, aunque todavía no habían avanzado mucho en el plano sexual, Pablo sabía que el día en que lo hicieran todo saldría a pedir de boca. Sabía cómo hacer llegar a una chica al orgasmo y vista la poca experiencia de Celia, seguro que ella se quedaría alucinada con muy poco. Sin embargo, por lo que contaban los rumores, Iván tampoco era un flojeras en ese campo y había algo que le preocupaba mucho más que la atracción que incuestionablemente existía entre los vecinos: ¿y si Celia se estaba enamorando de Iván? ¿Y si esas fotos eran la prueba de que, por mucho que la besara, abrazara o coqueteara, lo que existía entre ellos nunca sería suficiente?

Llamó a Marta.

—¿Qué coño es esto? —espetó nada más ella descolgó la llamada.

—Lo sé, Pablo, es muy duro para ti, pero... Creí que merecías saberlo. —A él le repulsó la compasión fingida de su amiga. Ella estaba disfrutando—. Ha sido una completa coincidencia. Anoche me quedé atrapada en casa de mi tía por la lluvia y cuando salí, como no disminuía, me metí en un bar cualquiera. Entonces les vi y supe que tenía que decírtelo. Pensaba hacerlo por teléfono, pero como no me lo cogías...

—Has visto más sensato enviarme siete imágenes sin contexto. —Pablo reprimió una carcajada irónica—. ¿Y esto es todo? Quedaron para cenar, ¿y qué? No es que me pusiera los cuernos...

Era gracioso que esa conversación se diera en el cuarto de baño de la chica con la que él sí que le había sido infiel a Celia. Curiosa la capacidad de no ver la hipocresía de la situación: Pablo sufriendo por que su novia se hubiera enrollado con otro, cuando él acababa de hacer lo mismo segundos atrás.

—Bueno... —dijo Marta. ¿Es que había más?—. Sabía que la ibas a excusar, siempre justificas a Celia. Así que intenté escuchar la conversación y les oí decir que Iván dormiría en su habitación. ¿No hace falta que te explique lo que debieron hacer anoche esos dos, verdad?

—¿Qué? Marta, te estás pasando si esto es una de tus manías de malmeter cuando alguien te cae mal...

—Pregúntale a ella.

Esa oración le puso los pelos de punta. Marta desprendía seguridad, estaba convencida de que lo que contaba era verdad, así que Pablo se asustó y creyó que era todo cierto. Su peor pesadilla se había hecho realidad: Iván le había robado a Celia. La había perdido por culpa de aquel maldito idiota que no sabía quedarse al margen. El miedo se transformó en ira casi instantáneamente, colgó a Marta sin mediar palabra y silenció el móvil cuando ella volvió a llamarle a los pocos segundos. Quería pegar a Iván, gritar a Celia, mandarlos a todos a la mierda por semejante humillación.

¿Que él había hecho exactamente lo mismo al tirarse a Sandra? Eso era diferente. Él estaba sufriendo, llevaba batallando con sus más profundos deseos desde primera hora de la mañana, arrepentido y dispuesto a romper el corazón a Sandra por Celia, mientras ella estaba tan feliz con la compañía clandestina de Iván. Era tan injusto, tan doloroso... De pronto la odiaba y necesitaba vengarse, hacerla polvo, dañarla. ¿Qué se creía aquella malcriada? Era solo una estúpida cría que no sabía ni hacer una simple mamada, prácticamente le había llevado por el camino de la amargura con sus arrebatos de niña infantil... No debería haber perdido el tiempo con una simple chica inmadura teniendo a toda una mujer como Sandra justo en frente.

No necesitó más que recordar a la anfitriona para salir del baño, regresar al cuarto rojo repleto de pósters de Karol G y estampar un ardiente beso en la boca de Sandra sin dar explicaciones. La liberó de la toalla en un fugaz gesto y se perdió en su cuerpo esculpido por los dioses soltando la intensidad de sus emociones en el sexo más pasional. Allí, sobre la cama, desnudos y en la complicidad de esas cuatros paredes, Pablo dejó salir la ira en forma de orgasmos, mientras Sandra sentía que ambos hacían el amor poseyéndose mutuamente con la pasión de las primeras veces. Nunca hubiera imaginado que solo era un objeto terapéutico para él.

Pasaron el viernes entero juntos, la medicina perfecta para olvidar a Celia, que yacía en su casa desconsolada preguntándose por qué su novio no respondía al WhatsApp. Sin embargo, la aventura con Sandra no dejaba de ser una vía para evadir sus verdaderas emociones. Al final del día, Pablo tuvo que asumir que se sentía traicionado. Quizá era incoherente, teniendo en cuenta sus dos recientes polvos con Sandra, pero era como se sentía y punto. ¿Acaso podía controlarlo? No y eso fue lo que le condicionó a enviar una sarta de insultos y reproches a Celia como respuesta a los continuos mensajes que le había mandado durante el día. Si eso la destrozaba y era un castigo injusto, le daba completamente igual.

Quería inducirle el mismo daño que creía sufrir él.

Y todo esto nos lleva a la noche trágica en que Celia se presentó en casa de Pablo con un ataque de pánico, dejándose castigar por lo que ella pensaba que era una traición espiritual al chico más bueno del mundo y sucumbiendo a la presión de no haber sido lo suficiente madura para él.

Aún nos queda un capítulo más sobre Pablo porque me ha quedado tan largo que he decidido partirlo en dos. Lo subiré estos días en cuanto tenga un momento y así compruebo que todo encaja a la perfección.

No pretendo justificar a Pablo, pero sí dotarle de humanidad. No es una persona cruel y sin empatía, si no que es un chico irresponsable y tremendamente egoísta que busca justificarse en cualquier excusa para legitimar sus actos.

¿Qué pensamos de Sandra? ¿Sufrís al ser conscientes de que ella se está entregando completamente a alguien a quien en realidad no conoce?

Por cierto, ¿teorías sobre por qué Pablo se hizo un perfil en Soulmates? Os lo voy a contar en el próximo capítulo, pero tengo curiosidad en saber qué pensáis.

¡Estrellita, por fi! ⭐️

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