✰ 67. LA VERDAD
Screaming, crying, perfect storms
I can make all the tables turn
Rose garden filled with thorns
Blank Space - Taylor Swift
—¿Qué hacen estas dos aquí? —preguntó Pablo cuando las vio venir—. ¿Quién las ha invitado?
Celia le fulminó con la mirada.
—¡Yo!
Para cuando espetó su respuesta con énfasis, Sara e Inés estaban colocadas cada una a un lado de ella. La rubia de brazos cruzados, con el ceño fruncido y silenciosa, mientras que la castaña, con ganas de guerra, pasaba un brazo por los hombros de Celia. Inés sentía que acababa de recuperar a su amiga y no pensaba permitir que Pablo volviera a arrebatársela otra vez. Nunca se había sentido tan posesiva.
Por muy intimidante que pudiera parecer la pose a lo Ángeles de Charlie, para Pablo todo era una broma de mal gusto. Primero bufó, luego apoyó las manos en las caderas y las miró de arriba a abajo cargado de juicio. Finalmente soltó la primera pulla que se le pasó por la cabeza para hacer polvo esa situación.
—¿Has tenido que traerte a tus amigas porque tú sola no sabes discutir? —Rodó los ojos—. Qué ya eres mayorcita, Celia...
Aquel comentario fue un golpe bajo para ella. Se sonrojó y miró al suelo. Le gusta librar sus propias batallas y normalmente no precisaba el apoyo de nadie para salir victoriosa. Sin embargo, esta vez sí que las había buscado intencionalmente y no había tomado como un acto de debilidad haberlo hecho. Se encogió en su pose avergonzada.
—Está claro que te cuesta comprender cómo funciona lo de tener amigos —masculló Sara sin mirarle a la cara—. Si traicionas a todo el mundo, ¿quién te queda para contar en momentos como estos? Al menos Celia no está sola.
—Además, no nos ha llamado para eso, pedazo de imbécil —soltó Inés—. Venimos a recogerla. Entenderás que llegar aquí y escucharte mentir con toda la cara del mundo no nos íbamos a quedar calladitas. Ya sabemos que tú no te llevas muy bien con la sinceridad, pero ella se la merece.
A Celia el corazón le latía a mil por hora. Sentía una dualidad en su interior. Por una parte, necesitaba la verdad ya, dejar de sentirse como una estúpida que no se enteraba de nada. Ver que todo el mundo sabía más que ella era algo insufrible. Por otra, le daba miedo lo que pudiera descubrir. Le dolería el alma mucho más de lo que ya hacía, se sentiría peor que en ese momento y volvería a romper a llorar como una niña pequeña. Nunca antes había deseado con tanta urgencia escapar.
Pablo dirigió una mirada de asco a las amigas de su novia y se aproximó unos pasos a Celia, los suficientes para que esta alzara la mirada y le retara. Unos enormes surcos negros perfilaban las cuencas de sus ojos, consecuencia del maquillaje desplazado por las lágrimas.
—¿No vas a decirles nada? —espetó Pablo—. ¡Ves, Celia! A esto me refería. Tus amigas me atacan y no tratas de detenerlas. Te quedas muda con la mirada gacha como una cobarde. ¿Te extraña que me sintiera abandonado?
—¿Me estás mintiendo, Pablo? —preguntó ella con un hilo de voz, ignorando la acusación.
Él enmudeció. Sus ojos saltaban de Inés a Sara, pero ninguna de ellas cedía a sus amenazas implícitas. Se mantenían firmes a pesar de lo violento de la situación.
—No, te digo la verdad —dijo tras un segundo de duda.
—Pues no lo parece.
—¿Por qué me preguntas si has decidido que no me vas a creer? —reprochó—. Aparecen tus amigas y...
Celia se soltó de Inés y se acercó a Pablo con tanta rabia acumulada en el cuerpo, que el chico se atragantó con sus propias palabras y retrocedió un par de pasos. Estaba seguro de que ella iba a pegarle, pero no fue así. Tan solo se quedó a pocos centímetros de su rostro, desprendiendo ira.
—No vuelvas a insinuar que no tengo criterio o soy manipulable —murmuró—. Recuerda por qué estoy aquí llorando. Has reconocido serme infiel con otra chica, eso quiebra la confianza que podía tener en ti, y hacerme dudar de mí misma no va a arreglar nuestra relación. Así que te lo vuelvo a preguntar, ¿me has mentido?
—¡No! Celia, no te he mentido. Estoy siendo sincero...
—¡Oh, vamos! ¡Eres una rata! —exclamó Inés dejando caer los brazos con dramatismo—. ¿No te das cuenta de que ya te hemos pillado? ¡Todo el mundo lo sabe, Pablo! Deja de mentirle, ¡por el amor de Dios! ¿No tienes remordimientos de conciencia?
A Celia se le escapaban las lágrimas otra vez. Quería creerle a él, era la opción menos dolorosa. Sin embargo, no lo hacía. Veía en su cara la ausencia de verdad, la necesidad de encubrir sus actos hasta tal punto que era capaz de negar la existencia del Sol o la Luna si era conveniente. Eso le hizo suponer a Celia que realmente había metido la pata hasta el fondo. Lo que quiera que había hecho de seguro no tenía disculpa. Agachó la mirada y se limpió las mejillas otra vez.
Odiaba llorar delante de él. Odiaba demostrarle que tenía ese poder sobre ella. Odiaba sentirse atrapada.
—¿Qué es lo que sabe todo el mundo? —preguntó finalmente.
Pablo la cogió del brazo y desesperado la zarandeó. Ella se zafó al instante.
—¡Se lo están inventando, Celia! ¡No las escuches! Solo quieren separarnos, llevan intentándolo desde hace semanas...
—¡Cállate! —le gritó a Pablo—. Quiero oírlo. Quiero escucharla a ella, no a ti. Te he dado la oportunidad de ser sincero y la has desperdiciado, ¡ahora te toca callar!
Inés estaba deseosa por desvelar las acciones de Pablo. Se la tenía jurada desde que se enfrentaron por primera vez hacía ya cuatro semanas. Para ella, el chico era responsable no solo del daño que pudiera sufrir su amiga, sino también de haberla alejado y quebrado su amistad. Dentro de todo aquel drama, Inés sentía la emoción de destruir al enemigo y el alivio de haber dado con una información jugosa que pondría un punto y final a su relación con Celia. Se le olvidaba que ese éxito era simultáneamente la causa que partiría el corazón de su amiga en mil pedazos.
—No se lío con Sandra una vez, sino tres —dijo ansiosa—. ¿Y sabes por qué se ha descubierto todo esto, Celia? Porque la chica esa no sabía que Pablo salía contigo y se enteró hace dos días. Él nunca le habló de ti. Ella creía que se estaban enamorando, especialmente durante estas fiestas, ya que Pablo se acostó con ella la noche que llovía a cántaros y los dos días siguientes.
Es decir, el día en que Celia envió millones de mensajes a Pablo sin que él le respondiera para terminar recibiendo insultos y reproches por haber pasado la noche durmiendo en la misma habitación que Iván. La noche trágica en que casi perdió la virginidad con él a base de presión. Eso Inés no lo sabía. Ni se imaginaba la mella que hacía esa confesión en su amiga.
A Celia se le cayó el universo encima. La situación más dura y traumática que había sufrido hasta el momento era peor de lo que ella creía saber. Él la había torturado durante todo un día después de haberse acostado con otra chica. Le había chantajeado para tener sexo por primera vez, después de haberla traicionado dos veces seguidas. Le había tachado de guarra para arriba por pasar una noche en compañía de Iván, después de haberse reído de ella a sus espaldas.
¿No tenía corazón ese chico? Ni en mil años podría ser Celia tan cruel como él.
—El imbécil este —Inés señaló a Pablo— pasó de Sandra después de eso, sin contestar sus llamadas perdidas y miles de mensajes. Esto es otra prueba de lo gilipollas que eres, Pablo: ¿creías que así ya no habría ningún problema? Pues te equivocabas. Sandra no comprendía por qué la abandonaste y empezó a preguntar por ti. Removió cielo y tierra para saber qué había hecho mal y... ¡sorpresa! Se enteró por su exnovio, en teoría amigo tuyo, que aquí —extendió ambas manos fingiendo presentar al chico como si fuera un premio de feria— este perfecto hijo de mala madre llevaba saliendo con Celia desde finales de enero. A Sandra no le ha gustado que la trataras como una estúpida y a Matias, tampoco. ¡Tú solito has llegado hasta aquí, campeón!
—¿Quién te ha contado esto? —inquirió el acusado—. Hasta dónde yo sé, vosotras no conocéis a Sandra, ¿no?
—Eso no es importante —respondió Inés—. Ha pasado y estás engañando a mi amiga. Punto y final.
El chico se mantuvo firme en la negativa y miró con el ceño fruncido a Celia.
—¿Te digo quién está contando estas mentiras? —dijo indignado—: Iván.
—¡Qué dolor de cabeza me das con Iván! —gritó la joven de cabellos negros—. Piensas tú más en él que yo. Ellas no son sus amigas...
Se giró a mirarlas buscando apoyo, pero se llevó una sorpresa al contemplar los labios apretados de Sara mirando al suelo.
—Sí que nos lo ha contado él, Celia, pero eso no quiere decir que sea mentira...
—¿No? —bufó Pablo y se carcajeó de ellas—. ¿Me equivoco si digo que ese tío está colado por mi novia y le interesa una barbaridad que rompamos? —Miró a Celia—. ¿Crees a Iván, el chico que lleva metiéndose entre nosotros desde hace meses, o en mí, tu novio?
Celia enmudeció. No se encontraba nada bien. Le dolían los ovarios, estaba más sensible que durante el resto del mes, desconfiaba de su novio, se sentía idiota y, lo peor de todo, empezaba a sentirse también traicionada por sus amigas. ¿Qué clase de relación había entre Sara e Iván? ¿Eran tan amigos como para contarse secretitos a sus espaldas?
—¿Por qué hablas con Iván sobre mí? —le preguntó a Sara—. ¿Sois amigos?
La del pelo corto y rubio teñido dio un respingo y negó tajantemente.
—No, te lo juro que no...
—¿Y por qué te ha contado esto a ti? ¿Os habéis encontrado? No entiendo porque habláis, creía que no teníais relación...
La treta de Pablo había funcionado a la perfección: Celia estaba discutiendo con sus amigas en lugar de con él. Inés, repugnada por la sonrisa traviesa que esbozaba aquel manipulador, se interpuso entre Celia y Sara y agarró por los hombros a la primera.
—Entiendo que esta situación es una auténtica mierda. No imagino cómo debes sentirte, pero no olvides que somos tus amigas. Conoces a Sara de toda la vida, sabes que ella no te haría algo tan sucio como...
—Empiezo a estar un poco harta de todos vosotros —espetó Celia escapando del abrazo de Inés—. Ahora mismo no me fio de nadie, los tres me escondéis cosas y actuáis a mis espaldas, tengo la cabeza hecha un lío... Me... Me quiero ir a casa...
¿Podían culparla? Sara, al menos, se daba cuenta de que no. Veía a su amiga peor que nunca, completamente insegura. Haber quedado con su hermana para sonsacar información no había sido un acto muy sincero. Hacer lo mismo con Iván, el evidente punto flaco de Celia, tampoco. Supongo que si Sara hubiera estado en los pies de su amiga, se habría sentido también traicionada.
—Lo entiendo —dijo entre dientes—. Si necesitas tiempo para pensar, lo respetamos.
Honorables intenciones las suyas, aunque no podía hablar en nombre de todos los presentes. Inés se mordió la lengua y asintió a base de sentir la presión en el hombro de la mano de la rubia apretando con fuerza a modo de amenaza. Sin embargo, a Pablo no le gustaba cómo se estaban desarrollando los acontecimientos. Celia no le creía y dudaba que fuera a hacerlo dentro de dos días. La cagada era demasiado grande para opacarla y su única baza seguía siendo poner su error al nivel del de ella con Iván: si los dos lo habían hecho mal en la misma magnitud, estarían empatados y no se sentiría culpable por verla tan triste.
—Vamos a ver, ¿se puede saber qué cojones pasa aquí?
Podría parecer una broma de mal gusto, pero Víctor, el amigo de Pablo, había contemplado, junto al resto de la familia del cumpleañero, gritar, llorar y pelear como locos a los novios. Se había mantenido al margen a petición de la madre de Pablo, la Katherine Hepburn española a juicio de Celia. No obstante, la aparición de las mejores amigas le había dado licencia para intervenir. ¿Qué se creían estas niñas metiéndose con su colega? ¿Tres contra uno? Eso era muy sucio.
—¿Eh, Pablo? ¿Qué cojones pasa? ¿Se ha enterado de lo de Sandra, no? —Una vez más, Víctor demostrando ser un capullo integral—. Bueno ¿y estas dos qué pintan en esta historia? —Señaló a Inés y a Sara con desgana y luego miró a Celia—. ¿No sabes arreglar tus problemas con tu novio sola o qué?
—¡Serás cerdo de mierda! —gritó Inés abalanzándose sobre Víctor con una agresividad inesperada—. ¿Tú de qué coño vas, Neandertal?
—¡Inés! —Celia agarró del brazo a su amiga para evitar que le arrancara la cabeza al otro—. Ya sabemos que es un imbécil, ¿qué te sorprende? —Miró a Pablo—. ¿Luego me reprochas tú que no te defienda ante mis amigas? Madre mía, tío, eres la viva imagen de la hipocresía...
—¡Ya me estáis cabreando todos, coño! —explotó el novio—. ¿Vas a seguir haciéndote la víctima, Celia? A ninguno de estos tres debería importarles nuestra relación, es problema nuestro...
—Y al parecer, de Sandra y Matías también, ¿no? ¡No sé de qué te quejas si eres tú el que ha metido a media Valencia dentro con tu puta infidelidad! ¡Ya estoy cansada de ti, de las dudas, de las inseguridades, de no saber qué está bien y qué no! ¡No te aguanto, Pablo, no puedo ni mirarte! La decisión está tomada: te dejo, te libero para que te tires a Sandra con tranquilidad y sin remordimientos, me libero para...
—¿Para follarte tú a Iván, no? —gritó él con lágrimas en los ojos—. ¿Eso querías desde el principio, verdad? ¡Rendirte! ¡Pensaba que me querías!
—¡Sí, joder! ¡Sí, sí y sí! ¡Eso es justo lo que quiero, que termine ya de una puta vez tanto dolor! ¿Y sabes que te digo? Que sí, me gusta Iván, me gusta muchísimo, y no solo para follar, me gusta de verdad y he luchado contra mis sentimientos por ti. ¡Ya no me pienso sentir culpable! No te quiero, no quiero tenerte cerca, no quiero perder un minuto más pensando en ti! ¡Le quiero a él!
Ya lo había dicho.
Sus ojos rasgados no habían dejado de llorar ni un instante. Casi no podía ver a Pablo entre la tormenta de su dolor. Había gritado con toda la fuerza de sus pulmones, sin saber si lo que expresaba era cierto o solo fruto de la ira. Sin duda no podía decir que lo que sintiera por Iván fuera amor porque apenas se conocían. Estaba claro que le gustaba, que le atraía y que disfrutaba de su compañía, pero nada de eso significaba amor... Lo que sí sabía a ciencia cierta es que quería averiguarlo. Quería saber si algún día podría serlo.
Pablo miraba a Celia con los ojos rojos y cargados de lágrimas, como si todo a lo que había tenido miedo hasta ese momento se hubiera hecho realidad de golpe. Su rostro estaba roto, desencajado, completamente hecho pedazos. Comprendía lo irreparable de sus acciones.
La puerta del restaurante volvió a abrirse. Se giraron para ver cómo una mujer mayor, de unos cincuenta años, la Katherine Hepburn que decía Celia, salía echando humo por las orejas. La progenitora del antagonista, vestida con un traje blanco impecable, parecía dispuesta a ejercer su influencia contra los más jóvenes a base de un castigo. Miró a su hijo Pablo y alzó los brazos en señal de sorpresa.
—¿Qué está pasando? —preguntó airada—. ¿No ves que hay invitados, Pablo? ¡Todo el mundo está pendiente de ti! ¿Qué hacemos? ¿Comemos o no comemos? Sea lo que sea que esté pasando aquí fuera, hay que arreglarlo ya.
Los cinco se quedaron en silencio. Pablo no miraba a su madre, sino a Celia. Tenía los ojos acrisolados, reprimiendo las lágrimas.
La había perdido.
Sin decir ni una palabra, entró de nuevo en el restaurante, seguido de su madre y de Víctor.
Celia se quedó parada, mirando a través del cristal cómo el hombre que había protagonizado sus días durante tres meses se largaba para siempre.
—¿Qué quieres hacer ahora? —preguntó Sara tras esperar unos minutos a que su amiga tomara conciencia de la realidad.
La otra suspiró y se limpió la última lágrima.
—Quiero irme a casa.
Y aquí termina la relación de Pablo y Celia. Ha saltado todo por los aires, Pablo ha gestionado de la peor manera posible la situación y Celia finalmente ha conseguido ponerle un final a tanto drama. ¿Será definitivo?
Al menos sabemos que ambos han llegado a punto sin retorno, así que está claro que nada va ser como antes para Celia.
Por otro lado, se han hecho confesiones muy intensas, como los sentimientos de Celia por Iván.
¿Por cierto, alguien echa de menos a Iván?
Yo sí. Quizá aparezca dentro de poco.
¡Recordad la estrelllita!
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