✰ 63. CALAMIDAD
I knew you were trouble when you walked in
So, shame on me now
Flew me to places I'd never been
Now I'm lyin' on the cold hard ground
I knew you were trouble - Taylor Swift
Se retrasó. Corrió velozmente hasta llegar a su casa desde el hospital y se duchó, vistió, maquilló y peinó a la velocidad de la luz. Sin embargo, todo aquello aconteció en el tiempo limitado de media hora y no fue suficiente para que ella estuviera lista cuando Pablo paró su coche como pudo en una intersección en doble fila.
Telefoneó su móvil varias veces, pero Celia no pudo descolgar hasta la tercera llamada.
—¡Al fin lo coges! —exclamó notablemente airado—. ¿Dónde estás? He aparcado de mala manera y si no vienes ya, me van a multar.
—¡Estoy yendo lo más de prisa que puedo! —espetó ella—. Ya te he dicho que seguramente me retrasaría, el doctor nos ha atendido tardísimo...
—Sí, sí, ya sé todo eso —la cortó—. No te enrolles hablando y baja ya de una vez. Estoy en la esquina, justo frente al Café Vértigo. ¡Corre!
Colgó tajantemente y Celia lanzó su móvil sobre la cama con una violencia estremecedora. Estaba furiosa, iracunda, deseaba gritarle y decirle todo lo que llevaba reprimiendo desde las fiestas de Marzo. La falta de empatía de su novio, que no había tenido ni la decencia de preguntarle por el diagnostico final de su abuelo, le inducía a quedarse en casa viendo la tele e ignorar por completo el condenado cumpleaños. Pero no se atrevía ha hacer eso. Creía que lo mejor era soportar los acontecimientos del día tal y como se presentaran. Luego, cuando se sintiera más calmada, ya discutirían.
Lucía el pelo desenredado y mojado, por lo que enormes machas de humedad empezaban a formarse en las hombreras de su camiseta. Aun así, pasó olímpicamente de alterar su aspecto. Agarró el bolso, las llaves y cerró de un portazo la puerta de su casa.
Cuando subió al coche de Pablo, lo hizo con malas formas y sin dignarse a darle ni las buenas tardes.
—¿No me vas a dar un beso? —preguntó este.
—Pensaba que había prisa —espetó ella, echando un vistazo a su improvisado aspecto en el espejo del retrovisor.
Súbitamente Pablo apoyó su mano en su muslo, sobre la larga falda que había comprado en la tienda de Álex, y lo presionó con cariño. No obstante, las secuelas de la noche trágica aún cobraban vida en la mente de la joven de cabellos oscuros, por lo que Celia cerró sus piernas con fuerza y miró a Pablo sobresaltada. No le había gustado que hiciera eso. Él aprovechó ese momento para plantarle un beso en toda la boca y sujetar su nuca con la otra mano, forzando un intercambio de saliva digno de película romántica adolescente.
Esa era la clase de besos que le habían vuelto loca a Celia dos meses atrás, aunque claro que aquello había sido antes de haber sufrido mil disgustos por su culpa. Se dejó besar y, disimuladamente, trató de escapar de su abrazo retrocediendo el cuerpo hacia atrás.
—Venga, que llegamos tarde —susurró.
El egocéntrico de su novio ni siquiera identificó la falta de ganas de Celia como un problema. Es más, creyó que la timidez de ella, que miraba a todas partes menos a los ojos marrones de Pablo, era consecuencia de la excitación que le había producido. Volvió a depositar un rápido beso en sus labios, metió primera y arrancó.
En los escasos diez minutos de trayecto hasta el restaurante, la mente de Celia divagó entre muchos pensamientos. La mayoría de ellos estaban relacionados con la noche en la que casi perdió la virginidad de una forma desagradable y sucia. Tenía la impresión de que haber perdonado a Pablo se había convertido en sinónimo de olvido. Pues no: ella no podía olvidar lo que pasó, por mucho que aceptara las disculpas de él y le diera una segunda oportunidad. Le dolía que su novio la tocara tan bruscamente y no se planteara siquiera el trauma que le había dejado. Ese peso lo cargaba ella sola.
—Estaba pensando que luego de comer podemos hacer algo nosotros...
—¿El qué?
El coche se detuvo en un semáforo en rojo y Pablo volvió a poner una mano en el muslo de Celia, subiendo con suavidad sobre la falda.
—Podemos jugar un poquito. —Sonrió travieso.
Celia no se cortó un pelo al sujetar la mano de él con firmeza, interrumpiendo así el recorrido a sus partes más íntimas, y bajarla rápidamente hasta su rodilla.
—No. —Miró directamente a sus ojos oscuros con toda la valentía posible—. Me resulta hipócrita que te enfades porque no me haya acordado de felicitarte el cumpleaños cuando parece que tú ni recuerdas que yo no me siento preparada para eso.
Él frunció el ceño, como si entendiera por primera vez que Celia no estaba flirteando, sino verdaderamente molesta. El semáforo cambió de color a verde y, tras el estridente ruido de una bocina trasera alentándoles a arrancar, Pablo volvió a fijar la mirada en la carretera y a circular con normalidad.
—Lo siento, preciosa —dijo—. Tienes razón. Solo estaba contento por verte. Con tantos exámenes, no negarás que nos vemos poquísimo y para un día que estamos juntos, te subes al coche con ese conjunto que te sienta espectacular y el pelo mojado que te hace tan sexy... Mi imaginación es muy peligrosa. —Rio nervioso y pasó su mano del cambio de marchas a la de Celia con cariño—. Pero lo entiendo y lo siento mucho. Ha sido injusto por mi parte enfadarme hace un rato. No sé qué me ha pasado.
Ella asintió, con la mirada fija en el paisaje urbano.
—De todas maneras, ya sé que no estás preparada para el sexo todavía, pero, si por algún motivo te apeteciera hacer otras cosas... —El coche giró en una calle estrecha y aminoró la marcha en cuanto encontró un sitio libre para aparcar—. A mí me encantaría hacerte jadear exclusivamente con mis manos hasta que explotes de placer, Cenicienta.
Maniobró para aparcar y se concentró en no rayarle el coche a nadie. Celia se descubrió a sí misma sonriendo ligeramente y mirándole la nuca con auténtica atracción. Se fijó en cómo sus músculos se adaptaban tan bien a la camisa azul que se había puesto. A lo mejor se estaba anticipando con tanto disgusto. En realidad estaba muy agobiada por los exámenes y no podía decirse que pensara con objetividad...
Una vez aparcados, Pablo quitó la llave del contacto y la miró con una sonrisa socarrona pintada en la cara.
—¿Preparada?
—No me queda otra —dijo ella sonriente—. ¿Voy a sufrir mucho entre tanta familia tuya?
Pablo negó y acercó su rostro al de ella, mirándola con ternura. Después la besó dulcemente y acarició su mejilla con los dedos.
—Te quiero, Celia. Que no se te olvide. —Volvió a besarla—. Ya sé que siempre meto la pata y que no te merezco, pero, por favor, no te rindas conmigo.
Otra cosa no, pero Pablo Aguirre tenía una habilidad para cortarle la respiración sublime. Sabía qué decir en el momento preciso para desarmarla y Celia, a pesar de su reciente convencimiento para romper con él hacía pocos segundos, volvía a estar danzando entre nubes rosas de algodón. Así que esta vez le besó de verdad y bajó del coche muy contenta.
Quizá por el estado romántico y neblinoso que le impedía salir de la toxicidad de esa relación, el destino, arbitrario pero muy sabio, vio necesario intervenir en favor de la joven de cabellos oscuros como el ébano. La forma en la que se presentó fue cuando menos inhóspita: un pinchazo en la parte baja del abdomen le obligó a soltar un quejido y a cubrirse con ambas manos la piel a la altura de sus ovarios.
—¿Qué te pasa? —preguntó Pablo—. ¿Te encuentras bien?
Celia comprendió perfectamente qué pasaba: era rojo, líquido, puntual e insoportablemente molesto. Solían llamarle periodo o regla, pero Celia prefería rebautizarla como: la tortura del mes. Así es, a la novia de Pablo su cuerpo le avisaba de que en pocas horas tocaba sangrar y, con eso, un agobio se asentó en ella brutalmente. Qué terrible momento para visitarla.
—¡La regla, Pablo, mierda! —exclamó—. No llevo compresas, se me va a manchar la ropa y... ¡Dios mío, qué desastre! No me tocaba esta semana, ¡se me ha adelantado!
Pablo no tenía ni idea de qué decir o hacer porque no se sentía muy familiarizado con los problemas de higiene íntima femenina. Lo que sí que captó al vuelo es que Celia estaba histérica y debía ayudarla como fuera.
—Vale, calma, preciosa, que por esto no se acaba el mundo. Hay un supermercado en esa esquina —señaló la esquina en cuestión—. Ves a comprar unas y cámbiate en el baño del restaurante, ¿no?
Celia, ahora más relajada al ser consciente de que existía un escenario en el que nadie se daba cuenta de su desliz y salía airosa de esa catástrofe, asintió repetidamente y salió disparada sin decir nada.
—Bueno, pues yo voy entrando, que a mí me espera todo el mundo —dijo Pablo.
—¡Vale! —gritó de vuelta ella sin dejar de caminar.
Primero el hospital, luego la bronca y ahora la regla. ¿No pensaba darle la vida un segundo de tregua? ¡Todo eran problemas y más problemas! Encima llevaba el conjunto que le vendió Álex en Los sueños de Luna el otro día, era nuevo y no quería estropearlo nada más estrenar.
Sintió a la perfección cómo una gota de sangre caía y empapaba su ropa interior. Necesitaba compresas, tampones o lo que fuera antes de ver un reguero de líneas rojas descendiendo por su pierna.
Llegó al pasillo del champú, desodorante y demás productos de higiene jadeando, y no perdió más tiempo del estrictamente necesario en seleccionar un paquete pequeño de seis compresas. Después, la cola en caja se le hizo eterna e insoportable. Sabía que en ese poco tiempo no iba a pasar nada tan traumático como para sentirse avergonzada, pero estaba de los nervios. Prácticamente, pagó sin mirar el precio y no esperó a que le dieran recibo. Salió del supermercado a toda prisa y se armó de valor para entrar en el restaurante.
En una situación como aquella, lo último que necesitaba Celia era ponerse a saludar a desconocidos mientras su cuerpo saboteaba la ocasión. La incertidumbre de saber en qué estado se encontraría su falda sería horrible. Por ello, no se paró más de un mísero instante a mirar la larga mesa que se extendía de punta a punta del restaurante. Vio de refilón a Pablo sentado encabezándola y una mujer idéntica a él, con cierta semejanza a Katherine Hepburn en La Costilla de Adán, sonriéndole emocionada. Esa debía ser su madre.
Celia se apresuró por esconderse en los baños antes de que alguien la reconociera y, cerrando el pestillo con la fuerza de la desesperación, se introdujo en uno de los diminutos cubículos que solo tenían espacio suficiente para la taza del váter y un par de piernas. Suspiró agobiada. Siempre había pensado que, por mucho que la puerta del servicio distinguiera entre hombres y mujeres, los baños estaban diseñados por hombres y para hombres. Si la hubieran dejado a ella decidir cómo construirlos, lo primero que habría hecho sería colgar un perchero en la pared. Así pondría el bolso, abrigo y demás sin dificultad. Todo el mundo sabía que no hay mujer en La Tierra que apoye los muslos de verdad en un váter público si no pretende volver a su casa con una infección en la entrepierna.
Agarró el asa del bolso con la boca, se recogió la falda con ambas manos y practicó ejercicio de cuádriceps levitando sobre la taza antes de permitirse evacuar la vejiga. Después, con las mismas dificultades y una engorrosa sensación de malestar, consiguió abrir el paquete de compresas y ponerse una satisfactoriamente.
Objetivo conseguido.
Ya se estaba subiendo las bragas y arreglándose el vestido para que nadie sospechara nada cuando escuchó la puerta abrirse con violencia, chocando estrepitosamente con la pared. En su espacio seguro, Celia se quedó inmóvil sin atreverse a salir.
—¡Marta, cálmate! —dijo una voz femenina que no supo reconocer—. Tienes que tranquilizarte, te va a escuchar todo el restaurante.
—¡¿Que me calme?! —gritó otra voz. Esa sí que la reconoció a la perfección, pues pertenecía a la odiosa mujer que se había esforzado tanto por estropear su relación con Pablo desde el día que la conoció—. ¿Tú te calmarías si estuvieras en mi lugar?
Lo cierto era que sonaba histérica y Celia ponía la mano en el fuego a que estaba llorando.
—Bueno, Marti, yo te entiendo. Es un capullo, lo sé, pero... Nada de esto es problema tuyo.
—Es que me siento tan idiota, Belén... ¿Sabes cuántos años llevo detrás de tu primo? Más o menos toda mi adolescencia. He sido paciente como la que más, he aceptado que se distanciara de mí y solo me quisiera como amiga... Sabía que él no estaba preparado para una relación y lo respeté. —Sorbió por la nariz—. Pero fue aparecer la niña esta que encima está enamora de Iván, por mucho que se esfuerce en negarlo, y... ¡Ya ni existo!
Por si había alguna clase de duda, se supo con certeza en aquel momento que aquella conversación versaba de la joven escondida en uno de los baños y su novio anfitrión y cumpleañero sentado en la extensa mesa de afuera. La niñata era Celia, el capullo, Pablo, y esa tal Belén, al parecer, era la prima de él.
De pronto su móvil vibró. Afortunadamente, Celia mantenía el sonido del aparato casi el noventa por ciento del tiempo en silencio, así que entre los lloros de Marta y las palabras de consuelo de Belén, ninguna de las dos chicas se dieron cuenta de nada. La espía se aseguró de colgar la llamada antes de ser descubierta, pero pudo ver, para su sorpresa, que quien telefoneaba era Rebeca y eso le extrañó. Por razones evidentes, pospuso ese interrogante para más adelante.
—He hecho todo lo posible para que me viera —se lamentaba Marta—. Estoy siempre cuando me necesita, ¡prácticamente he organizado yo esta comida con su madre! Me falta ponerme un chaleco fluorescente y pasearme semidesnuda por su habitación con un cartel entre las manos que diga: Quiéreme, por favor.
Celia sintió algo de lástima.
—Lo sé, Marta. Mi primo es idiota, ya lo sabes —la consoló Belén—. Además, esto que ha pasado lo confirma.
Y de nuevo, la joven escondida se preguntó qué demonios había pasado.
—Es que estaba segura de que la dejaría por mí —dijo Marta—. No me había planteado otra posibilidad: o se quedaba con Celia o venía conmigo. Pero, joder, ¿tirarse a Sandra Durán? Eso ni se me había pasado por la cabeza. ¿Tú sospechabas algo?
—¿Yo? Para nada. No sé ni quién es Sandra. Mira, Marta, si quieres que te dé mi opinión, lo que acaba de pasar es incluso bueno. Al menos tú no eres la cornuda. Esa parte se la lleva Celia —dijo Belén—. Él no ha cambiado en absoluto. Es el mismo imbécil que te dejó en el colegio después de desvirgarte y largarse con otra tía.
—No por eso duele menos...
No existe otra manera de describir la sensación que oprimió el corazón de Celia que la de una flecha ardiente atravesando de lado a lado su pecho. Oírlo, le partió el alma, pero no ser capaz de controlarse, la hundió en la máxima humillación. Su cuerpo dejó de responder acorde a sus deseos y un persistente temblor hizo que su bolso se resbalara y cayera de golpe al suelo. Se había quedado de piedra, con la mirada fija en el pestillo, pero sin ver nada a través de su mirada nublada.
—¿Hay alguien ahí? —se atrevió a preguntar Belén.
Lo que ocurrió a continuación fue desgarrador y extraordinario al mismo tiempo. No se había planteado semejante escenario posible en la mente de Celia, mas la vida es compleja y está llena de giros inesperados. La puerta del baño se abrió lentamente y un chirrido quebró la tranquilidad del lugar. De aquel diminuto espacio salió la joven de cabellos oscuros como el ébano con la cara desencajada. No se había dado cuenta de que estaba llorando hasta que un par de gotas saladas se arrastraron por su cuello produciéndole cosquillas. Entonces Celia se pasó una mano por el rostro, para limpiarse, y los temblores volvieron. Era ridículo.
Las caras de Marta, tan llorosa e hinchada como la de Celia, y de Belén, confundida mirando a una y a otra mientras comprendía quién era la chica que acababa de salir del lavabo, eran un cuadro triste y melancólico. Ninguna dijo nada por unos minutos. Se miraron asustadas hasta que el mundo dejó de dar vueltas alrededor de Celia y le permitió expresarse con dificultad.
—T-te odio —soltó—. Siempre te he aborrecido y creo que eres la peor persona que he conocido jamás, pero... —Las lágrimas cayeron precipitándose por sus mejillas incansablemente. Era incapaz de mantenerse firme—. ¡¿Por qué haces esto?! ¿Por qué mientes? ¿No piensas dejarme en paz nunca? ¡Primero lo de Iván y ahora esto! ¡Déjame ser feliz, joder! ¡No es culpa mía, yo no le he obligado a no quererte!
Marta tardó en reaccionar, estupefacta. Celia había explotado, estaba fuera de sí y gritaba con tanta fuerza que posiblemente su voz estuviera traspasando las paredes y llegando a personas que nada tenían que ver con el conflicto.
—Celia, c-cálmate —tartamudeó.
Lejos de hacerlo, la chica se abalanzó sobre Marta y la empujó hasta que la espalda de ella impactó con la pared. Tan pronto como lo hizo retrocedió, como si le atormentara ser consciente de que sí, estaba fuera de control y no podía contenerse. Rompió a llorar otra vez y se tapó la cara con ambas manos.
Lo creía. Creía que lo que había escuchado era verdad. Puede que Belén no supiera quién era Sandra, pero Celia sí.
Era la chica que salió con Matías, un amigo de Pablo. La belleza despampanante que se había quedado con el corazón hecho pedazos cuando su novio le dejó por otra. Pablo empezó a pasar tiempo con ella antes de Fallas y Celia le había animado a hacerlo pensando que eso le convertía a él en un buen amigo. Ni se le había pasado por la cabeza que entre ellos dos hubiera algo... Pero de alguna forma encajaba: supongo que Pablo no había vuelto a insistir en el sexo porque ya tenía esa parte cubierta con otra. Supongo que tampoco había insistido en verla más a menudo esos días porque ya tenía planes con Sandra. Y la inocente Celia creyendo que aquello era empatía por sus exámenes, que había aprendido a respetarla por la noche trágica...
¿Entonces por qué la invitaba a ese estúpido teatro de mentiras y le presentaba a su familia? ¿Acaso era una venganza por todo lo de Iván? No lo entendía. No entendía nada.
Lloró tan desconsoladamente que Marta, en contra de todo lo que creía sentir por Celia, se encontró abrazándola y pidiéndole disculpas. En sus lágrimas se había visto a sí misma reflejada.
Tenía unas ganas abismales de publicar este capítulo: dije miércoles y estamos a lunes. Imaginad las ganas.
No sé si recordaréis a Sandra porque publico cada mil años, pero si necesitáis rememorarla: capítulos 23 de la parte 1 y capítulo 10 de la parte 2. En este libro no meto escenas si no son necesarias ;)
¿Qué opinamos de la infidelidad de Pablo? ¿A qué creéis que obedece? ¿Y qué pensamos del final del capítulo? Martita no es mala, solo incomprendida.
Tomad nota de la llamada perdida de Rebeca. Los próximos tres capítulos son dos de ellos dinamita y uno explicativo del que me siento muy orgullosa (estoy mirando en que orden subirlos porque no sé que es más adecuado...)
El temporizador ha llegado a 0 y Celia ha estallado con todo. Es momento de arrasar, tocar fondo y apoyarse en los que están siempre ahí.
Si te ha gustado este capítulo y te has emocionado tanto como yo escribiéndolo, dale a la estrellita ⭐️
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