✰ 60. SALTO AL ABISMO
When I told you "I'm fine", you were lied to
Mess it up - Gracie Abrams.
Celia tenía un precioso calendario lunar que había diseñado ella misma a finales del año anterior. Durante el mes de diciembre, la joven de piel pálida y cabellos negros como el ébano repasaba toda las ilustraciones que había dibujado a lo largo del año y seleccionaba sus doce favoritas. Después, tras hora y media utilizando programas informáticos variados, creaba un calendario único y especial para organizarse los próximos trescientos sesenta y cinco días y lo enviaba a imprimir en su copistería de confianza. Era una de sus manualidades favoritas.
Para el mes de Abril se exhibía en la pared la ilustración de una mágica libélula a base de colores metalizados y motas doradas. Celia había leído que el vuelo de una libélula sobre el agua simbolizaba los aspectos más allá de la superficie, la profundidad y madurez de la vida. Justo debajo de ese místico insecto —para ella, no para los entomólogos—, los cuadraditos que apuntaban los días del mes iban siendo tachados con una gruesa cruz proveniente de un rotulador permanente. Al final de esa misma semana, a menos de tres cajitas, un gigantesco círculo anunciaba el futuro y peliagudo cumpleaños de Pablo junto con la trágica comida que le acompañaba.
Lo miró. Primero su dibujo, lo que le llenó de orgullo y satisfacción, y luego el transcurso del tiempo en cruces y círculos, lo que le revolvió las tripas. No tenía aún el regalo, qué desastre.
Sentada en el sofá, con las piernas cruzadas y el ordenador levitando sobre ellas, Celia buscó entre páginas webs algo que a Pablo pudiera gustarle. Quería que al romper el papel de regalo, su novio pudiera leer en el obsequió las palabras: «Te quiero y deseo que esto funcione», sin necesidad de escribirlas.
Así que la sufridora joven de ojos color mar perdió media mañana navegando por la red, saltando de enlace a enlace, hasta terminar, por razones ajenas a su voluntad consciente, en una librería online con un diseño gráfico fascinante.
—Cuentos de hadas —leyó Alicia en voz alta. Así era como se denominaba el comercio.
Celia dio un respingo y la miró con las cejas alzadas. Ni la había escuchado llegar.
—¿Me estás espiando?
Su hermana menor rodó los ojos y negó con la cabeza.
—¿Qué quieres que espíe? ¿Tus apuntes de botánica? —se burló—. Quería hablar un rato contigo porque últimamente no me haces ni caso y prometimos pasar más tiempo juntas...
La adolescente se dejó caer sobre el hombro de Celia, apoyando su mejilla en él de una forma muy cómica. Su hermana rio tras depositarle un cariñoso beso en la cabeza. Ali era una de las cosas eternas de su vida: quizá sus amigas fallaran, quizá su novio también, pero, Alicia... Ella estaría hasta el final.
—Lo siento, bella flor —se disculpó juguetona—. Estoy tan agobiada estudiando que me había olvidado.
—Ya, ya... ¡Pero si estás mirando libros!
—Es que este sábado es el cumpleaños de Pablo —explicó Celia—. Estoy buscando un regalo y la verdad es que no encuentro nada que pueda gustarle.
Con Ali se podía hablar libremente de Pablo porque no lo conocía. La pequeña de las Pedraza, que no tenía un pelo de tonta, ya se había percatado hace tiempo que Celia escondía cosas desde el mes pasado y era consciente de que una inmensa barrera —un secreto realmente— las había separado desde entonces. No obstante, conocía muy bien a Celia y comentarlo en voz alta solo iba a conseguir ponerla a la defensiva y cerrarla en banda.
—¿Y le vas a regalar una novela?
—No, para nada. A él no le gusta leer, se aburre enseguida —negó la otra—. En realidad estaba buscando libros para mí, pero con la falsa excusa de que a lo mejor le gusta alguno a Pablo.
—Me parece una buena idea. —Miró fijamente la pantalla hasta que sus ojos se abrieron de par en par y tuvo una revelación—. ¡Ya decía yo que me sonaba! Esta es la nueva librería que han abierto por la Avenida Reino de Valencia. Está bastante cerca de casa de Sara.
—¿Mi amiga Sara? —preguntó Celia.
—Sí, tu amiga. Yo no conozco a ninguna otra Sara.
Enmudecieron durante unos instantes, mientras Celia descendía el ratón y observaba tanto la paleta de colores de la web como la variedad de obras que se ofertaban. Había cantidad de títulos que desconocía, joyas ocultas que no habían conseguido hacerse un hueco entre los bestsellers. De pronto recordó el día en que Sara y ella fueron a ver las luces de la Calle Cuba y la joven de cabello corto y rubio albino confesó que escribía historias. Su amiga mencionó haber autopublicado varios libros...
—¿Te apetece que vayamos a ver esta librería ahora? —le preguntó a Alicia, cerrando el ordenador y levantándose del sofá simultáneamente.
—¿Ya? —Ali miró sus pies descalzos y finalmente esbozó una expresión de indiferencia—. Vale, me pongo los zapatos y listo. ¿Quieres que te acompañe también a comprar el regalo de Pablo?
—Ah, el regalo... Claro, sí. Se me olvidaba. —Rio tímidamente.
—Es que te hablan de novelas y se te va la cabeza... —murmuró la pequeña.
A lo pocos segundos, las hijas de Fran Pedraza y María Moreno abandonaron el edificio camino de una breve aventura entre estanterías y obras de novelistas. Apenas llegaban a ser las siete y media de la tarde, pero las calles del centro estaban repletas de personas haciendo recados de aquí para allá. Celia caminaba pensativa, tratando de recogerse el pelo en una hermosa coleta bien alta mientras a su derecha, Alicia tarareaba una canción que no se parecía ni de lejos a la original.
—¿Qué cantas? —preguntó la mayor.
—Mess it up —respondió la menor.
—¿Eh? —Celia terminó de agarrarse el pelo con la goma y bajó los brazos para esconder las manos entre los bolsillos de su chaqueta verde.
—Es de Gracie Abrams. No la conoces.
—¿Y cómo sabes tú que no la conozco? —A Celia no le gustaba que Alicia diera por sentadas las cosas. Ella sabía mucho de música, tanto como su hermana.
La pequeña Pedraza se rio y cruzó la calle, guiando a la otra hacia aquella misteriosa librería.
—Bueno, ¿la conoces? —preguntó.
—No —confesó Celia.
—¿Pues entonces qué estamos discutiendo?
—Ay, no sé, Ali, es que lo has dicho tan segura que me ha ofendido.
—Lo he dicho tan segura porque sé que es verdad —rebatió.
—Pues no, en realidad no lo sabes. Podría escuchar música de Gracie Abrams y tú no tener ni idea.
La condenada canción se convirtió en el tema estrella desde el portal de su casa hasta la misma puerta de entrada de la librería y ni la una ni la otra consiguieron llegar a un punto medio en aquel sinsentido de debate. Si la madre de ambas señoritas hubiera estado allí para ser testigo de la conversación más tonta del planeta, hubiera murmurado algo así como: «cosas de hermanas». En ocasiones Celia y Alicia protagonizaban aquella clase de espectáculos incoherentes y terminaban discutiendo a gritos en el pasillo de casa y dando portazos que muy probablemente se escucharían hasta en el piso de Iván.
—¡Oye, qué pesada estás hoy, Celia! —explotó al final Alicia y, antes de que su hermana le soltara otra expresión del mismo talante, señaló a su derecha—. Ahí tienes la puñetera librería. A ver si así te callas ya y dejas el asunto de la música en paz.
Por suerte para Ali, su hermana mayor estaba demasiado intrigada como para permitir que Gracie Abrams o cualquier otra cantante pudiera impedirle imitar los pasos de Hércules Poirot y descubrir si en ese bello establecimiento que se asemejaba a un viaje al pasado del siglo XIX podía ser el hogar de los recientes y desconocidos libros de su mejor amiga. Por todo aquello, entró sin decir nada. Vaya, sin duda la echaba de menos.
El olor a hojas se filtraba por las paredes y —solo los lectores más ambiciosos entenderán— desde las estanterías voces extrañas susurraban secretos, romances, misterios y mil aventuras, suplicando al inesperado lector que allí entrara, que les sacara de su sitio para descifrar los enigmas entres sus palabras y vivir tantas vidas como historias pudieran contarse.
La divertida adolescente entró tras ella sin provocar nuevos altercados y, silenciosa como un gato, se dedicó a copiar los actos de su hermana mayor y a mirar entre tantos títulos y portadas coloridas algo que llamara su atención. En aquel trance debió pasar casi media hora, pues poco a poco, las hermanas se perdieron en el interior del local, distanciándose cada vez más la una de la otra, inmersas en sus pensamientos y en su imaginación.
Súbitamente, los pasos rápidos de la más pequeña se aproximaron hasta Celia, que se giró a mirar a su hermana justo en el momento en que esta se detenía a su lado y le ponía una novela en la cara.
—Mira, mira, mira —repitió eufórica en un tono de voz bastante bajo para la emoción que contenía.
Celia miró. Se trataba de una novela corta, de apenas doscientas cincuenta páginas y cuya portada dejaba bastante que desear. Era de un color llamativo, eso sí, un azul celeste que gritaba desesperado que alguien le diera una oportunidad. Leyó el título: Salto al abismo. No se correspondía el ímpetu y la fortaleza de aquel con los colores dulces pero chillones de la encuadernación.
—La sinopsis, Celia, la sinopsis —exigió Alicia nerviosa.
La aludida obedeció y procedió a leer rápidamente lo escrito en la contraportada. En resumen, la historia que se escondía en esas páginas narraba la aventura de una niña de doce años tímida y muy insegura que vivía en la ciudad de Valencia y descubría que en su habitación había un portal mágico capaz de viajar una hora atrás en el pasado. Para usarlo, la niña debía abrir una trampilla escondida bajo su cama, desafiar la negrura que se escondía en ella y después saltar al abismo confiando en que reaparecería en el mismo lugar pero tiempo atrás. De esta manera podía corregir los errores que había cometido durante el día y arriesgarse a hacer cosas que en una primera oportunidad no había tenido valor de realizar.
«Es sobre todo lo que me gustaría haber hecho en mi vida si no hubiese sido tan tímida. Escribo mi vida pero cambiando todo lo que no me he atrevido a hacer» había dicho Sara hacía pocas semanas.
Comprobó quién era el autor: Miriam Sepulveda. Vaya, qué decepción, pues no era de Sara al fin de cuentas. Bueno, salvo que ese nombre fuera un seudónimo. Celia recordó que su amiga había dicho algo sobre que sus libros solo podían adquirirse en formato digital. Pues en ese caso, Salto al abismo no podía ser una novela escrita por ella, dado que estaba publicada en papel.
—¿Te has dado cuenta? —preguntó Ali, dando saltitos a su lado.
—¿De qué?
La adolescente rodó los ojos y se armó de paciencia.
—Se supone que la lista de las dos eres tú, pero no sé yo qué decirte... —Le arrebató la novela de las manos y señaló de nuevo la sinopsis—. ¿Has visto dónde transcurre la historia? ¡En Valencia!
—¿Y qué?
—Pues que la autora es Miriam Sepulveda, ¿no la conoces? Es muy famosa en internet y todo un enigma.
Celia se sentía completamente perdida. A ella ese nombre no le sonaba lo más mínimo y no entendía la exaltación de su hermana pequeña.
—Alicia, habla claro que no entiendo nada.
Suspiró la otra agotada su paciencia.
—Creía que ya lo sabías. Hay una autora muy popular en las redes sociales que se llama Miriam Sepulveda. Ha escrito dos historias alucinantes y las ha autopublicado en librerías online sin ninguna ayuda: nada más que su propio intelecto. Una es Secretos del ayer, y la otra, Duelo de almas. ¡Es toda una sensación adolescente! ¿Y sabes qué es lo mejor? No se conoce absolutamente nada de ella. Se rumorea que es una escritora muy particular y no quiere ser reconocida. Solo le importa escribir y se alegra de ser leída, pero no busca participar en entrevistas o firmas de libros. No obstante —señaló Salto al abismo—, este título es nuevo, transcurre en Valencia y está publicado en formato papel precisamente en esta pequeña tienda poco conocida. Es la primera vez que se imprime una de sus historias y la encontramos aquí.
—¿Y qué quieres decirme con todo eso?
Alicia saltó de alegría antes de dirigirse a la caja. Ya había decidido que iba a comprar la obra en cuestión.
—Que Miriam Sepulveda es valenciana y debe vivir por aquí cerca —exclamó—. Bueno, no lo sé con certeza, aunque eso parece, ¿no?
Celia asintió y, negando con la cabeza, entregó un billete de veinte a su hermana con el que pretendía regalarle el libro. Si tanta ilusión le hacía leerlo, quería ser ella y no otra persona quien fomentara su hábito tan poco habitual de lectura.
Saliendo de Cuentos de Hadas, la joven de cabellos color ébano se preguntaba qué probabilidades habría de que esa tal Miriam Sepulveda pudiera ser Sara. A lo mejor estaba dándole demasiadas vueltas al asunto. Al fin de cuentas, eso podía ser tan simple como una de esas extrañas casualidades que no significaban nada.
Pensativa se hallaba la mayor y más risueña, ojeando páginas, y buscando pistas sobre la enigmática autora la menor, cuando la carente capacidad de concentración de Alicia se desvaneció al dar con un precioso escaparate de una tienda de ropa espléndidamente exhibida. Sin duda, aquel era el día de los nuevos comercios porque, una vez más, ninguna de las dos había visto ese local en su vida.
—¿Aquí no había antes una zapatería? —preguntó Ali.
Celia echó un vistazo también al escaparate y se sorprendió enamorándose del maravilloso conjunto de dos piezas que lucía el maniquí principal.
—¿Qué narices pasa en este barrio que no paran de aparecer nuevos comercios? —murmuró hechizada con las prendas de ropa.
—Vamos a entrar —exigió Alicia y agarró la mano de su hermana sin esperar respuesta por su parte.
En realidad no había problema por parte de Celia. En cuanto cruzó el umbral de la puerta decidió que aquella tienda era una de esas típicas maravillas escondidas que no han sido descubiertas, pero con potencial para eclipsar a los grandes centros comerciales que daban cabida a conocidas cadenas de negocios textiles. Quería echar un vistazo, quizá allí hubiera alguna maravillosa prenda que poder lucir el día del cumpleaños de Pablo y con la que ganarse los atributos «mona», «bonita» o «preciosa» por parte de la familia de su novio.
—¡Pero qué ven mis ojos! —exclamó una voz masculina y tremendamente conocida desde la otra punta del establecimiento—. ¿No será un rayo de sol del amanecer?
Celia buscó entre los vestidos de colores y, en cuanto sus ojos se cruzaron con los de él, no pudo evitar sonreír ilusionada:
—¿Luna? ¡Ya era hora de vernos las caras en un contexto que no implicara arrollarme con un patín o escuchar nuestras penas a las cuatro de la mañana!
El chico de mirada fresca y verde como la hierba de los prados, arrugó la nariz y se acercó hacia esas preciosas hermanas para decirles, entre otras cosas, que su nombre de verdad no era Luna, sino Álex.
Álex Girlbert Luna, mejor amigo de Iván y formal enemigo de Pablo.
Algunxs ya lo sospechabais y sí, el chico desconocido es Álex, pero no olvidemos que éste maravilloso ser de luz está muy desorientado con la identidad de Celia. Ha conocido al resto de las chicas, aunque no a la protagonista y, además, ya veremos que opinión tiene de la persona que ha torturado mentalmente a su mejor amigo en este triángulo amoroso sin fin ;)
En el próximo capítulo descubriremos que conversan estos dos y si Celia encuentra un conjunto adecuado para la comida familiar de su pareja. También averiguaremos que maravilla de personaje es Ali, porque a las hermanas pequeñas hay que amarlas por ser bienintencionadas aunque enreden las cosas torpemente en el camino.
Por otro lado, ¿Miriam Sepulveda, eh? Podría ser Sara o podría ser la inspiración de Sara. Sea lo que sea, esta nueva autora literaria le ha recordado a Celia cuánto echa de menos a su amiga y es un peculiar vínculo que mantiene viva su casi inexistente amistad.
¿Qué revelaciones nos deparará el capítulo 5 de la parte 3? Pues ya te digo yo que muchas.
PD: Ya sé que ha habido un cambio de planes con las canciones de Taylor Swift, pero TRANQUILIDAD que en el capítulo 5 vuelve mi rubia favorita.
Si te está gustado, dale a la estrellita que así me haces muy feliz ⭐️
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