✰ 57. RAYO DE ESPERANZA


He was sunshine, I was midnight rain
He wanted it comfortable

I wanted that pain

Midnight rain - Taylor Swift 

27 de abril.

Dicen que no hay que perder el tiempo con aquellas personas que no saben valorarte. Dicen que es mejor pasar página, centrarse en uno mismo y seguir adelante. Iván creía que toda la gente que decía esas cosas no se había sentido nunca como él. ¿Quería olvidar a Celia? Sí. ¿Podía hacerlo? Tal vez. ¿Y por qué no dejaba de mirar el teléfono cada hora pendiente de un nuevo mensaje, una reacción a las historias de Instagram o una simple llamada perdida a las tres de la mañana? Bueno, la respuesta era bastante simple: aún quedaba un ínfimo rayito de esperanza al que agarrarse. Maldito rayito torturador.

—¿Qué te pongo?

Bajó de las nubes para recordar que estaba sentado en la terraza de un bar y no había consumido nada. El camarero se había situado frente a él en una pose bastante autoritaria, como si pensara que Iván pudiera ser un chico problemático. No entendía él a qué podía venir ese prejuicio: solo estaba fumando un cigarro y pensando en su corazón roto. ¿Acaso eso le convertía en un criminal?

—Una caña.

El hombre tosco y rudo no le respondió, simplemente se giró y volvió al interior del local. Estaba claro que aquel individuo no estaba hecho para trabajar cara al público, aunque no sería Iván quien se lo dijera. Además, le importaba bien poco el trato al cliente: él se había sentado a sufrir sin compañía y todo lo que no tuviera relación directa con ello le era indiferente.

No tenía por costumbre beber en soledad, si bien tomarse una cerveza no era sinónimo de beber en el significado negativo del verbo; sus salidas entre alcohol y cigarros solían ser sociales. El tema era que Iván ya no quería ver a nadie y existía un buen motivo para ello: todos y todo le recordaba a Celia. Si veía a Álex sentía en su pómulo el ardiente dolor del izquierdazo de Pablo. Si veía a Alberto acababa escuchando hablar de su novia, Paula, y de todas sus amigas. Si veía a Jorge sabía que terminaría por preguntarle: «Eh, tío, ¿qué fue de tu vecina?» y se negaba a dar respuesta al interrogante. Si frecuentaba su finca y alrededores temía encontrarse con la chica en cuestión. Huir parecía la idea más atractiva pero no la más inteligente.

Todo mal para Iván, aunque él tenía la vaga esperanza de que la desdicha no sería eterna. Mientras tanto, evitaría el Café Vertigo, donde Pablo y Celia se besaron bajo la lluvia con Iván de testigo desde su balcón y, más aún, el bar Buena Vista, donde pasó la mejor noche con la mejor chica.

Tenía que romper vínculos y curarse. Aquel propósito comenzaba ese mismo día.

Hubiera deseado proseguir en su tristeza desgarradora, pero las casualidades ocurrían a menudo por Valencia y esta, específicamente, tenía pelo corto y rubio platino. Una joven de metro sesenta abandonaba el portal situado justo enfrente del miserable Iván, que no daba crédito a lo que veía. ¿Por qué tenía que encontrarse a la mejor amiga de Celia cuando pretendía huir de su vida? ¿Era necesario esta conspiración del destino por ponerle en una situación incómoda?

Agachó la mirada, haciéndose el loco de una manera un tanto evidente. Esperaba que Sara no se hubiera percatado de su presencia porque no tenía ganas de entablar una conversación forzada con ella. ¿Qué iba a decirle? «Oye, ¿qué tal Celia? ¿Sigue con el gilipollas que casi me parte la napia el mes pasado? ¿Tiene alguna clase de problema neuronal que le impide razonar como cualquier otro ser humano? Es que no comprendo por qué coño sigue con ese malnacido. Por cierto, ¿cómo va todo, Sarita?».

—¿De verdad vas a fingir que no me has visto?

Demasiado tarde, la rubia estaba de pie a menos de un metro de él con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Si algo odiaba Sara Marco Aguilar era a la gente maleducada y nunca hubiera imaginado que el vecino de su amiga entrara en aquel grupo. Entre la espada y la pared, a Iván no le quedó más que mirar a su interlocutora a los ojos y sonreír tímidamente.

—Hola —dijo en un hilo de voz.

Entonces llegó el camarero con la caña y la depositó sobre la mesa. Miró a la chica de pies a cabeza y procedió a preguntar si iba a tomar algo. Iván suplicaba mentalmente que la respuesta fuera una tajante negativa, pero, contra todo pronóstico, Sara pidió otra caña y se sentó a su lado.

—Hola —dijo ella, tras una pausa enfrentando la mirada cansina de Iván—. No me esperaba esto de ti. ¿Qué te he hecho yo para que no me saludes?

—Nada. Es que no esperaba encontrarme con nadie hoy. He venido a este bar precisamente para no socializar. —Iván dio un trago al vaso y sonrío—. Perdona, Sara, sé que he quedado fatal.

Ella se encogió de hombros y, dulce como siempre fue, esbozó una sonrisa risueña que permitió a Iván sentirse fuera de peligro. Irremediablemente, pensó en Celia de nuevo y en lo feliz que le hubiera hecho que fuera ella y no Sara quien saliera del misterioso portal. Estaba seguro de que si volvía a hablar con ella, todo se arreglaría... ¡No! Otra vez el rayito de esperanza no. Estaba harto de ilusionarse para después llevarse un chasco abruptamente.

—¿Por qué quieres estar solo? ¿Tienes mal día?

—Mal año.

Ella rodó los ojos sin dejar de sonreír.

—Eso es una exageración como la copa de un pino.

—Lo sé. ¿Qué hacías tú en ese portal?

—Ir al dentista.

Claramente, Iván no esperaba una respuesta como esa y rio a carcajadas.

—¿Qué posibilidades había de que, de todos los bares de Valencia, fuera yo a parar al que está enfrente de tu dentista?

—Valencia tampoco es tan grande —respondió la otra, acompañando a Iván en sus carcajadas—. ¿No te alegras de verme? Desde Fallas que no hablamos. Seguro que me echabas de menos.

No, por ahí no. Iván se negaba a recordar las fiestas y todas sus consecuencias. Había sido una semana trágica, repleta de emociones, que le había dejado con el corazón hecho trizas. Álex pensaba que todo aquello no era más que una reacción injustificada por parte de Iván: la chica se fue con Pablo por tercera vez, pero ¿y qué? Pues que Iván creía haber visto una chispa, una luz, algo lleno de sentimiento entre ellos. Esta vez pensaba que las cosas serían diferentes y volvía a llevarse la decepción de que no lo eran.

—A ti me alegro siempre de verte, Sara —dijo finalmente, eludiendo el tema de Celia.

—No mientas, que hace un segundo te estabas haciendo el loco.

Él no respondió porque no encontró palabras.

—Pero tranquilo, lo entiendo. —Siguió en su parloteo la chica—. ¿Has hablado con ella?

Aquella pregunta, más bien encerrona, fue tan inesperada como la casualidad de ambos al encontrarse.

—Eh... No. La última vez que la vi fue la noche en la que salió corriendo y llorando a buscar a Pablo. ¿Sabes qué ocurrió?

Sara frunció el ceño, confusa y abrió la boca para decir algo. No obstante, debió replantearse lo que quiera que pretendiera decir porque, finalmente, preguntó:

—¿Tú no?

—No.

—¿De verdad?

Se le veía completamente desconcertada e Iván le devolvió en mismo semblante desencajado. Aquello parecía un sinsentido. ¿Qué quería decir eso de si él no? El pobre Iván no había vuelto a tener noticias de Celia desde aquella noche, a pesar de haberla bombardeado a mensajes y a llamadas perdidas. Lo único que recibió fue el puñetazo de Pablo en su portal al día siguiente. La chica de ojos color cielo y cabello como el ébano jamás le dio una explicación. Aunque para qué engañarse: Celia sin dar la cara no era algo nuevo.

Sin embargo, en el otro bando, Sara escondía detalles que no sabía si confesar a Iván, pues él no era el único que no tenía noticias de la novia de Pablo. Desde Fallas, Sara se había dado cuenta de que su amiga no era la misma: estaba distante, sin ánimo para nada. Había dejado de acudir a los planes de sus amigas y le contestaba a los mensajes de texto cada dos o tres días, siempre con respuestas escuetas y evasivas para quedar. A Celia le pasaba algo malo y Sara estaba preocupada.

—Vamos a ver —dijo él, irguiéndose sobre su asiento y apagando el cigarro en el cenicero—. Me parece que nos estamos haciendo un lío. Empiezo yo: Celia lleva sin hablarme desde que pasó esa noche tan extraña. Nunca llegué a saber qué había ocurrido entre ella y Pablo y, curiosamente, no nos hemos vuelto a cruzar por la finca. Si te soy sincero, barajé la posibilidad de ir a su casa y llamar al timbre, pero... Bueno, no hay valor para ponerme en evidencia por cuarta vez.

Con los ojos marrones abiertos como platos, Sara se mordió el labio. Habría jurado que Iván sabía más cosas que ella, pero ahora veía que estaban igual de perdidos los dos.

—Yo tampoco sé qué pasó esa noche —dijo al fin—, Celia nunca me lo llegó a contar. Pero... —Miró a Iván a los ojos con seriedad—. Necesito que, lo que te voy a decir, quede entre tú y yo.

—No se lo diré a nadie.

—Vi a su hermana una semana después de todo aquello y me contó que, a la mañana siguiente de todo ese follón, Celia no quería salir de la cama y no hacía otra cosa que llorar. Alicia y sus padres pensaban que había roto con Pablo o discutido con alguna de nosotras, pero Celia no quiso dar explicaciones a nadie. —Hizo una breve pausa antes de continuar—. Sabemos, por el Instagram de Pablo y las fotos que sube con Celia, que siguen juntos.

—¿Sabemos?

—Las chicas y yo. Estamos todas igual de preocupadas por ella.

Iván se cuestionaba en qué momento su pacífica tarde en soledad y miseria se había convertido en una película de intriga. He aquí Sara Marco, alias Sherlock Holmes y su querido Dr. Watson, conocido popularmente con el nombre de Iván Álvarez. Sin duda, comprendía el nerviosismo: Celia estaba actuando de forma muy sospechosa.

—Imagino que no sabes que a la noche siguiente, Pablo vino a verme y me pegó un puñetazo.

—¡¿Qué?! —Sara por poco se sube sobre la mesa.

—Me pidió que no me acercara nunca más a Celia y le mandé a la mierda. Luego me pegó y Álex casi le parte la cara a él...

—¿Álex?

Tomándose un respiro y aceptando que no podría huir de esa situación ni aún cambiando de identidad y cogiendo un avión a las Bahamas, Iván procedió a relatarle a Sara la verdad de la última noche de Fallas. Para ser sincero, sabía que ni siquiera la propia Celia estaría al corriente de la actitud conflictiva y posesiva de Pablo. Era demasiado evidente que su antiguo amigo había perdido los papeles ese día y caído en una espiral de malas decisiones.

—¿Me estás tomando el pelo, Iván? ¿En qué momento pensabas decírnoslo? Eso es algo muy gordo... ¡Nunca se debe llegar a las manos! Por el amor de Dios, ¿está loco o qué?

—Bueno, Sara, yo que sé. —Él alzaba los brazos en señal de redención—. Le escribí mil mensajes, te lo juro. —Sacó el móvil, lo desbloqueó y procedió a mostrarle a Sara todas sus conversaciones con Celia, que, la verdad, eran pocas—. No los recibe. Salvo que se haya cambiado de número, diría que me ha bloqueado y, no quiero sonar pedante, pero sé que no lo ha hecho porque no quiera estar conmigo. Cinco minutos antes de que a Noe se le cayera su móvil al suelo y Celia descubriese los WhatsApps de Pablo estuvo a punto de besarme por tercera vez. —Suspiró—. Y yo no pensaba oponer más resistencia... ¡Si es que soy imbécil!

Aquello era más grave de lo que Sara imaginaba: una pelea, prohibiciones, celos, aislamiento... Las señales estaban y por todas partes.

—¿Por qué pones esa cara de terror, Sara? —preguntó Iván, asustado—. ¿Hay algo más que yo no sepa?

—No, no... ¡Joder! ¡La incertidumbre me está volviendo loca! Está rarísima, no se relaciona con nosotras, su hermana dice que está triste, sigue quedando con el gilipollas de turno y tú tampoco tienes noticias suyas. —Se dejó caer sobre la silla y miró a Iván—. ¿Qué se hace en estos casos? ¿Se lo digo a su madre? Siento que hacer eso es desproporcionado porque a lo mejor no ocurre nada y soy yo que estoy paranoica... ¿Le pregunto a Pablo?

—Ni de coña.

Iván no sabía qué protocolo de actuación seguir para este tipo de cosas, pero tenía claro que dirigirse a Pablo no era, es o será nunca una buena opción.

—Sé que pasó algo —repitió por enésima vez.

—Claro que sí, todos la vimos salir con un ataque de ansiedad. —Iván corroboró la sospecha de Sara—. Pero ¿qué vas a hacer? ¿Obligarla a contarte algo que no quiere? Eso no funciona así.

—No, aunque... Bueno, ¡soy su amiga! ¿Por qué no lo ha hecho?

—No estará lista o no sabrá cómo hacerlo... No lo sé.

Se quedaron en silencio, mirando cada uno hacia un lado, sumidos en sus propios pensamientos. Sara estaba muy preocupada. Tenía el presentimiento de que algo determinante ocurrió aquella noche que había cambiado a Celia radicalmente. No podía imaginar el qué, pero sentía que su amiga la necesitaba y odiaba no tener idea de cómo actuar.

—Nunca habíamos estado tan distanciadas —murmuró—. No le he contado ni que he dejado de quedar con Dani, ¿sabes? Es como si fuéramos dos desconocidas...

Iván la miró con lástima.

—No puedes obligarla a que te cuente lo que le pasa, pero puedes estar ahí cuando necesite un apoyo. Celia no se ha olvidado de ti, ni ha dejado de quererte, pero... Evidentemente lo que quiera que le pase con Pablo está eclipsando todo lo demás.

Sara, sorprendida por la profundidad de las espontáneas palabras de Iván, le miró a los ojos agradecida.

—Y, si te sirve de consuelo, yo voy a intentar indagar entre los de mi instituto. A lo mejor alguien sabe algo —añadió—. Me da pereza hablar con Marta y Victor, pero si es necesario...

Sonrió de la manera más cálida que pudo y Sara no pudo evitar preguntarse por qué Celia elegiría a Pablo y no a este rayo de luz y bondad que era Iván.

—No te preocupes. Sea lo que sea, tendrá solución y ella estará bien —volvió a hablar el chico.

—Que no me enteré yo de que Pablo le ha hecho daño porque te aseguro que le parto la cara —sentenció la más dulce, poseída por una rabia poco usual en ella.

Iván se levantó de la silla y dejó un par de monedas sobre la mesa, dando por finiquitada la conversación. Pensó que Celia era afortunada de contar con amigas como Sara: no todo el mundo se vuelca en cuerpo y alma para ayudar a las personas que le rodean.

También pensó que Pablo, en realidad, no era mal chico, solo un inmaduro que se estaba echando a perder por los celos. El problema era que arrastraba a Celia a su paso, como un tornado, y que por muchas buenas intenciones que uno tenga, no podemos controlar el impacto que pueden producir nuestros actos y palabras en los demás.

Habrá que posponer eso de pasar página un par de días más. 

¡Estamos de vuelta y a lo grande! Calculo que la parte 3 durará un total de veinte capítulos, de los cuales a partir del tercero esto no se va a detener ni un instante. Preparaos para ver al monstruo del caos en su forma más terrorífica. 

Imagino que os habréis fijado en un detalle que antes no existía en esta historia: estoy iniciando el capítulo con la estrofa de una canción. Esto es porque nadie es capaz de expresar el amor y las inseguridades que cualquier ser humano tiene salvo Taylor Swift, así que, semanalmente, tendréis un capítulo de esta parte acompañado de una de sus canciones que transmite con exactitud el sentimiento, mensaje o emoción que pretendo plasmar en el texto. 

Ya sabíamos que la relación de Pablo y Celia es un completo desastre, pero, hasta ahora, nadie ha intentado hacer algo por remediarlo. Parece que Sara, la amiga más maravillosa que alguien pudiera desear, está dispuesta a dar el primer paso, junto con un inesperado aliado: nuestro maravilloso Iván :)

La próxima semana descubriremos cómo se encuentra Celia y por qué bloqueó a Iván de todas sus redes y decidió seguir con su relación con Pablo. ¿Teorías?


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