✰ 56. FUEGO

Soldado advertido no muere en guerra
Por algo Cenicienta nunca se queda

Mejores amigos - Morat y Yera

El final de las Fallas se marcaba a medianoche del diecinueve de marzo, día de San José y del padre. Era el momento en que todas las esculturas de cartón que plagaban la ciudad, un majestuoso laberinto de figuras llenas de color y vida, serían reducidas a cenizas. A la gente de espíritu festivo, como Alicia, le rodaban lágrimas en el rostro cuando eso ocurría. Sin embargo, ese no era el caso de Celia. Ella deseaba poner un punto y final a esa tortuosa semana, suplicaba al cielo por volver a la rutina: las mañanas de universidad con Rebeca, a quien añoraba muchísimo, los mediodías con Pablo en el piso de Paterna, las tardes de estudio en casa de Sara y los domingos aleatorios de risas y confesiones con amigas bebiendo cafés. Deseaba regresar a su antigua realidad, pero la vida no es una máquina del tiempo.

Cuando las manijas del reloj dieron las doce, un estruendoso castillo de cohetes y fuegos artificiales anunció el esperado desenlace: la Falla de la calle Almirante Cadarso con Conde Altea empezó a arder progresivamente. Celia, acompañada por Sara y su hermana pequeña, contempló las llamas avivarse y destruir todo lo que se interponía a su paso. Una cálida sensación golpeó su rostro al sentir el ardor del fuego propagar su temperatura. Vio la gigantesca escultura: el Rey Midas ya no tenía rostro y su hija Zoe tendría el mismo destino.

Le entristeció pensar que la Falla desaparecería pero no todo lo que había vivido esos días.

A pocos metros de Celia, aunque completamente invisible para ella, Pablo aparcaba su moto de mala manera entre el café Vertigo y la puerta de entrada de la finca de su amada. Esa noche no era a ella a quien pretendía hacer una visita. Él pensaba que su conducta había sido demasiado pasiva durante todas las fiestas y ya iba siendo el momento de actuar.  Dejaría las cosas claras, costase lo que costase. Llegó al precioso portal que tan bien conocía y pulsó un botón del telefonillo.

Las tecnologías facilitaron a Iván poder identificar a su inesperado visitante. La cámara de la entrada le desveló aquella cazadora de cuero que Pablo siempre llevaba y su inconfundible pelo rizado, más revuelto que de costumbre. Sorprendentemente, hacía tiempo que el de ojos claros sospechaba que una escena como esa se produciría tarde o temprano: el hipócrita de Pablito exigiéndole responsabilidades. Al fin y al cabo, nunca había llegado a hablar. Su antigua amistad se había ido desvaneciendo como el vaho de los cristales.

—¿Qué haces aquí? ¿Te has equivocado de timbre?

El novio de Celia carraspeó, incómodo.

—Tenemos que hablar, Iván. ¿Puedes bajar? —Su voz era firme, seria.

—Eh... Sí. Dame un momento.

Pablo tuvo que esperar diez minutos para ver a su contrincante —pues así es como lo consideraba a estas alturas— que apareció por arte de magia acompañado de Álex Gilbert. Estupefacto, se preguntó qué hacía ese imbécil allí; nadie le había dado vela en este entierro.

—Llego a saber qué estaba este y no vengo —espetó, señalando al mejor amigo de Iván con despecho.

—No te ofendas, pero nadie te ha invitado. Estás aquí porque te ha dado la gana.

Iván era de temperamento tranquilo, aunque eso no le era un obstáculo para poner los puntos sobre las íes. Su madre le había enseñado desde bien pequeño a poner límites a la gente prepotente y engreída. Así que a Pablo no le quedó más remedio que soportar la sonrisa burlona de Álex y tragar saliva.

En silencio, un duelo de miradas se exhibía desafiante. Ridícula batalla de testosterona.

En realidad, Pablo no sabía ni por dónde empezar: había acudido allí en un arrebato de rabia. Se sentía mal después de lo que ocurrió anoche con Celia. De algún modo, era consciente de que sus celos, su envidia a Iván y su injustificada insistencia en tener sexo como muestra de amor verdadero habían obligado a Celia a hacer algo que no quería. Aunque no sabía que le hacía sentir peor: caer tan bajo al forzarla o que a ella no le saliera por voluntad propia ofrecerse. Sin duda, la escala de valores de Pablo a la hora de analizar la trágica situación de la noche anterior dejaba bastante que desear. Él también escondía sus pecados y, entre unas cosas y otras, se estaba volviendo casi más incoherente que su novia.

¿Cómo poner orden entre tanto caos?

—Bueno, tú dirás.

Pablo bajó de las nubes para hacer frente la situación.

—Solo tengo una cosa que decirte: deja en paz a Celia, deja de estorbar y deja de meterte en medio. Vas a cargarte nuestra relación por actuar como un crio egoísta que no es capaz de asumir que la chica que le obsesiona no le quiere. —Se irguió, imponente—. Te estás humillando, Iván.

—Que tremendos cojones tiene este gilipollas.

Álex era más que un mero espectador: prefería ser participe de la trama con todas las consecuencias que su actitud insultante y directa le acarrearan. Iván, por su parte, no cabía en sí. No podía entender cómo Pablo tergiversaba la historia hasta el punto de convertirla en un sinsentido.

—Por curiosidad —prosiguió el de mirada verde—, ¿está tu novia al corriente de esta visita o has decidido tú, unilateralmente, hablar en su nombre?

—Cállate, Álex. Esto es entre Iván y yo.

—Y Celia, chaval. Ella también tendrá opinión al respecto: es una persona, no una muñeca.

Molesto por la impertinencia del amigo de Iván, Pablo se encaró a él, amenazante, con la única intención de meterle el miedo en el cuerpo y dejarle claro, implícitamente, que si seguía tocándole las narices estallaría a lo grande. Lejos de cumplir su propósito, Álex alzó una ceja y sus labios se curvaron en una sonrisa burlona. Le encantaba sacarle de quicio. A pesar de todo, decidió detener sus comentarios mordaces por no provocar más a la bestia.

—¿Por qué no me lo dice ella? —dijo, finalmente, el implicado.

—Con que lo haga yo, debería ser suficiente.

La tensión se podía cortar en el aire. Los transeúntes se detenían a contemplar, brevemente, esa evidente situación violenta que cada vez parecía ser más el acto previo a una pelea. Iván se preguntaba hasta dónde la paranoia y toxicidad de Pablo había llegado. ¿Sería capaz de agredirle? ¿De putearle por conseguir lo que quería? ¿De joder a Celia y someterla? Normalmente diría que Pablo no era un tipo conflictivo, pero la cara de asesino en serie que llevaba ahora por máscara parecía decir lo contrario.

—No puedes ir prohibiéndole a la gente hacer cosas. Ese comportamiento es de lo más tóxico, lo sabes perfectamente. ¿Por qué lo haces? Tú no eres así —dijo Iván, nervioso.

A Pablo se le marcaban las venas en el cuello y su rostro, contraído en una mueca de odio, se endureció. Se estaba conteniendo.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? —gritó. Álex dio un saltito, sorprendido—. Te ha rechazado mil putas veces, pero tú sigues apareciendo constantemente. Eres como una jodida infección que siempre reaparece, un veneno que esta matando nuestra relación. Si no vas a escucharle a ella, me escucharás a mí —Con esto se acercó a Iván hasta que sus frentes chocaron y susurró entre dientes—. No te acerques más a Celia.

El otro no es que fuera un pobre indefenso. Iván tenía paciencia hasta un límite y, además, le tenía ganas a Pablo desde hacía dos meses. Si las cosas se ponían feas, no sería él quien actuara correctamente. ¿El idiota quería guerra? Pues la tendría.

—Tío, te juro que estoy flipando... —masculló—. ¿En qué momento me he convertido yo en el malo? Te recuerdo que estaba colado por ella antes que tú, que fuimos a la fiesta de Marcos para que yo la conociera. ¡El único hijo de la gran puta que traicionó la confianza de alguien fuiste tú! Te lanzaste al cuello de Celia en menos de un día, a mis espaldas. Ni siquiera me avisaste...

—¡A ella no le gustabas! ¡No te quería ni ver la cara!  No puedes pedirte a una chica por haberla visto primero e impedir que los demás nos acerquemos a ella. Es lo que ha dicho este —señaló a Álex con el pulgar—: es una persona, no un cromo de fútbol.

—Bueno, si me lo hubieras explicado, seguramente, lo habría entendido. El único que ha actuado de forma rastrera aquí has sido tú. Mira todo lo que ha pasado; es un puto caos. Has perdido a un amigo y ganado una desconfianza brutal en todo lo que te rodea, hasta el nivel de prohibirle a tu novia que tenga contacto conmigo —Ahora era Iván el que montaba un espectáculo, gesticulando y alzando la voz.

Pablo no encontró palabras para responderle. Solo le miró amenazante y optó por el último recurso cuando ya no existen argumentos favorecedores: las amenazas.

—Ya te he avisado una vez —murmuró—. No habrá otra.

—¡No eres nadie para darme órdenes! Hablaré con...

—¡Cuidado!

El fuerte impacto de unos nudillos sobre el rostro de Iván silenció de golpe su discurso. Ni siquiera el grito de Álex, que fue testigo de cómo el desequilibrado de Pablo alzaba el puño, pudo detener la agresión. Su cabeza dio un violento giro y cayó de espaldas al suelo, en un trompazo digno de tres o cuatro exclamaciones ahogadas de los desconocidos ciudadanos, testigos de la escena. Si la intención de Pablo había sido cerrar el pico de su antiguo amigo, lo había conseguido.

A Iván le ardió la mejilla y sintió un dolor indescriptible naciendo de su pómulo hasta propagarse por toda la cara y cuello. Hasta pegarle había sido a traición, como todo lo que hacía Pablo. Álex se agachó para asegurarse de que Iván estaba bien y, en cuanto comprobó que el chico no veía doble, se lanzó al culpable. Le empujó el pecho, obligándole a recular.

—¿Qué coño ha sido eso, hijo de puta? ¡Como vuelvas a ponerle la mano encima, te juro que te hago polvo!

—¿Sí? —Pablo estalló en una sarcástica carcajada—. Eso tengo que verlo.

Cuando Álex apretaba los labios y se disponía a cumplir con su amenaza, Iván estiró el brazo hasta agarrarle del codo y retuvo su impulso. El de cabello oscuro se giró, inquisitivo, pero Iván negó con la cabeza.

—Nos está mirando todo el mundo —susurró—. Si montamos bronca llamarán a la policía.

En contra de sus oscuros deseos, Álex antepuso la cordura a la locura y se detuvo. Sin embargo, él no era de los que se largaba con la cabeza agachada: miró desafiante a Pablo y gritó.

—No te hace falta Iván para destruir tu relación con Celia. Ya lo estás haciendo tú solito cada vez que desconfías de ella y tratas de coartarla. No puedes obligarla a estar contigo. —Esbozó una sonrisa vengativa—. Te va a dejar, Pablo. Tarde o temprano te dejará y tú serás el único responsable.

Al menos tuvo la decencia de omitir: «y yo estaré disfrutando como un niño con juguetes nuevos cuando eso ocurra». El chico de la chupa de cuero y rostro furioso, se negó a complacer a Álex con una respuesta. Era tan consciente como los otros de que la gente que transitaba por la acera había sido testigo de su agresión y si repetía la pelea, indudablemente, alguien llamaría a la policía. ¿Para qué provocar lo evitable? Distante, sin mirarles a la cara de nuevo, se abrochó el cierre del casco y se subió a la moto con celeridad, desapareciendo por la Gran Vía a más velocidad de la permitida.  Ya había cumplido su cometido.

Tras aquel encontronazo tan intenso, Iván y Álex permanecieron en silencio durante un buen rato. Nunca sienta bien que vengan a amenazar a uno, mucho menos que le peguen un puñetazo.

—¿Te pintan los últimos churros con chocolate de estas Fallas? —preguntó el de ojos verdes, corriendo un tupido velo sobre el último acontecimiento.

—Son las doce y cuarto de la noche.

—¿Y qué? Despidamos las Fallas como es debido, no como Pablo ha decidido que deben terminar para él. La Falla de la Plaza del Ayuntamiento se quema a la una. Nos da tiempo a comprar churros e ir para allí, ¿te apuntas? —Sonrío amablemente, buscando la complicidad de Iván.

—Pues claro.

Las Fallas concluyeron, como todos los años, con fuego, cenizas y lágrimas de emoción.

Un par de amigos caminando, lado a lado, con un paquete de churros freídos y dos vasos de plástico con chocolate derretido. Un chico asustado y con problemas de confianza, huyendo malherido en una moto a cincuenta y ocho kilómetros por hora. Una chica de cabellos oscuros como el ébano y ojos claros como el mar, apoyada en el hombro de su hermana, viendo al fuego consumir y destruir los restos de una Falla, reflexionando en la metáfora, tratando de borrar una semana caótica del recuerdo pero asimilando al mismo tiempo un cambio en su interior.

Sin duda, la inocencia de Celia era como uno de esos monumentos de cartón: desaparecía con el final de las fiestas.

Bueno, este capítulo es corto pero intenso. Pablo ha rebasado otra línea y dudo que sea la última.

¿Qué pensamos de los chicos y la pelea? Como siempre, me encanta leer vuestras reflexiones. 👀

No olvidéis la estrellita ⭐️

Este es el último capítulo de la parte 2 y, como veréis, esto ha pasado de castaño a oscuro. Hemos llegado a un punto de no retorno, al límite de lo que Celia es capaz de soportar.

La parte 3 va a ser muy intensa y aún la tengo en proceso. Tengo que confesar que está resultando todo un reto para mí, porque quiero describir situaciones muy delicadas y odiaría caer en el error de resultar inverosímil o incoherente. Así que ya aviso de que no actualizaré en un par de meses esta historia y cuando tenga la mitad o más de la tercera parte escrita os avisaré por el tablón para que acompañemos juntxs a Celia a enfrentar sus demonios.

Con esto, os doy las gracias por haber llegado a este punto. ¡Me hacéis súper feliz!

PD. Fotito de la noche de la Cremà (es como se llama el momento en que se queman las Fallas de Valencia).

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