✰ 55. VÍCTIMA Y VERDUGO


Construimos el amor empezando por el techo
Sabiendo que aún faltaban mil pilares de peso

Porfa no te vayas - Beret y Morat

Aterrada. Así se sentía Celia cuando las puertas del ascensor se abrieron lentamente y expusieron la entrada a casa de Pablo como si de un portal al Inframundo se tratara. Ella sabía que lo que venía a continuación no sería fácil. Un remolino de sucesos, sentimientos, rumores y miedos se expandían caóticamente en el ambiente, creando una atmósfera irrespirable. La chica dio un paso al frente y sintió que el cuerpo le pesaba toneladas. Su corazón latía a un ritmo frenético y un ligero temblor nacía en la punta de sus dedos, extendiéndose por todo su ser.

Estaba paralizada, contando los segundos que transcurrían mentalmente y repitiéndose que la culpa era suya por no haber hablado con él antes, por no haber sido sincera consigo misma y por haberse convertido en una de esas infieles que no es capaz de reprimir sus impulsos. Ella había dado juego a que la relación con Iván llegara a un punto sin retorno. Ella había decidido comprometerse a una relación seria y estable con Pablo. Ella lo había tirado todo por la borda. Ella era el problema.

Y como buena culpable dispuesta a cumplir el castigo que le corresponde, Celia llamó al timbre.

Le abrió la puerta de casa con el semblante más duro y serio que los ojos claros de la joven habían visto hasta el momento. Todo su ser se acobardó al enfrentarse al juicio de su mirada. No había abierto la boca, pero ella era capaz de interpretar todo lo que pensaba a través de esa frías pupilas negras que la devoraban como si fuera un presa inofensiva. Era odio, dolor y rabia.

Pablo vestía con ropa de calle, así que, posiblemente, aquello era un signo de que había pasado la noche fuera antes de que Marta, la hija del mal que no tenía nada mejor que hacer, le confesara los pecados de Celia en orden y con detalle. La dureza de su aspecto, tan hostil y amenazante, impedían que el valor de ella fuera suficiente para afrontar esa tragedia. Sus manos temblaban, sus mejillas ardían y el escozor de unas lágrimas repletas de tristeza, avisaban de una reacción inevitable.

—¿Qué haces aquí si no pretendes decir nada? —le espetó finalmente—. Son las cuatro de la madrugada, estoy cansado y, honestamente, no tengo ganas de verte.

Cada sílaba pronunciada en los labios de Pablo sonaba cruel y afilada como una daga. Remarcaba el desprecio en el tono de voz y fruncía los labios en una mueca que reprimía todo lo que verdaderamente quería decirle. 

Una cascada de lágrimas se deslizaba veloz por las mejillas de Celia, que seguía sin atreverse a enfrentar a su verdugo. Estaba avergonzada, se sentía más que culpable, no creía merecer nada de él que no fuera su odio porque si las cosas hubieran sido al revés, ella sentiría odio de él. Era una traidora, era la causante de que esa relación se hubiera hecho pedazos. ¿Por qué había actuado así? ¿Por qué lo había destrozado todo?

—Si has venido a llorar a mi casa para que sienta pena por ti, lo llevas claro.

—N-no he venido a eso. Por favor, Pablo, escúchame...

—No tengo nada que oír de ti —la interrumpió—. Has pasado la noche con otro tío. ¿En qué momento esa cabecita tuya a pensado que no iba a tener consecuencias?

—¡No he hecho nada, Pablo! Te lo juro. Absolutamente nada —Celia alzó la voz—. Pregúntale a él... No nos hemos acostado. No le he besado... Yo...

La mirada de Pablo no mostró ni un mínimo de compasión. No le importaba en absoluto, de alguna manera todo se reducía al hecho de que ella hubiera compartido habitación con Iván sin contárselo. Al fin y al cabo, que Celia hubiera ocultado una parte de la verdad era prueba suficiente de la falta de confianza que sí existía entre ambos.

—¿Es que no lo entiendes? Me has mentido. Me has ocultado que él estaba contigo y que dormisteis juntos en la misma habitación.

—No era mi intención, ayer quise decírtelo pero nos pusimos a discutir y se me olvidó... Estaba enfada contigo, no quería saber de ti después de lo de Inés, necesitaba espacio y... —Trató de mitigar los efectos de su supuesta traición—. Solo dormimos. No tenía dónde hacerlo, se le ha inundado la casa... ¿Qué se supone que debía hacer?

—Mandarlo a la mierda. ¿Tan difícil es? Iván está colado hasta los huesos por ti, lleva años queriendo metértela hasta el fondo... Y ¿tú le permites dormir en tu cama? ¿Es que eres tonta? ¡No me creo que seas tan infantil e inocente! Sabes que él te quiere follar, lo sabes muy bien y, a pesar de todo, le estas dando coba. Mientras tanto, ¿yo qué soy? ¿el cornudo de Valencia? ¡No te mereces ni que haya abierto la puerta para verte llorar como una niña pequeña!

Aquello último fue la gota que colmó el vaso. Hasta ese instante la actitud de Celia había sido sumisa y culpable. Había aceptado su responsabilidad y tratado de redimirse, intentando que Pablo comprendiera sus intenciones y no la castigara por más de lo que merecía. Pero aquello había cruzado una línea fina e invisible que nunca hay que rebasar: la raya que convertía a la víctima en verdugo y al verdugo en víctima. Celia sabía que, por muy mal que hiciera las cosas, no se justificaba, bajo ningún concepto, que Pablo le faltara al respeto y, mucho menos, que hablara de ella como si fuera un mero objeto sexual que solo servía para recibir penes. Al menos Iván no la trataba así.

—No vuelvas a hablarme en ese tono —dijo, firme—. No me trates como si no tuviera valor.

—¿Ahora te pones chula? —Pablo soltó una carcajada falsa—. Con Iván has sido tremendamente compasiva, pero a mí que me jodan... ¡Si se te nota en la cara que quieres tirártelo! ¡Eres una falsa! Me revienta tu actitud de niña buena cuando al final eres como cualquiera.

—Te estas pasando Pablo... —Las lágrimas habían cesado, dando paso a una furia que con cada insulto se hacía más fuerte.

—La única que se ha pasado aquí, eres tú. Me has mentido, te has metido en la cama con otro tío y ahora te victimizas.

—¡No te he mentido! ¡Quería decírtelo esta mañana en persona, pero has pasado de mí todo el día! ¿Es que no ves lo manipulador que estás siendo?

—¿Disculpa?

—No, no te disculpo. —Ahora eran gritos lo que salía de la garganta de Celia—. Anoche te llamé para contártelo pero tú solo pensabas en follar y en meterte con mi mejor amiga. Me enfadé, la conversación se fue en otra dirección y pensé que sería mejor esperar a hoy para hablar las cosas tranquilamente. ¡Has sido tú el que ha decidido hacerme la ley de hielo todo el puto día! Estaba como loca esperando un mensaje tuyo y solo hacías que dejarme en visto, humillándome como a una idiota.

En algún momento, la discusión entre Pablo y Celia se había convertido en una especie de guerra por encontrar un vencedor y un vencido. Tanto ella como él se dirigían miradas cargadas de resentimiento y sus cuerpos estaban tensos, erguidos, preparados para el siguiente ataque.

—¡Me da igual que me lo hubieras dicho a la cara esta mañana, ayer en un mensaje o por teléfono! ¡No hay forma humana en este mundo para justificar que te hayas metido en la cama con otro tío que no sea yo! ¡Menos aún si ese tío es Iván!

—Mira Pablo, te lo voy a decir una sola vez —dijo Celia—: la casa de Iván se inundó, no tenía dónde dormir y le dejé que se quedara en mi casa. Ha pasado la noche en un colchón en el suelo, no en mi cama. ¿Queda claro? Sigo siendo una puta virgencita, como el día en que me conociste. ¿Te sientes mejor sabiendo eso?

—¡No! Nada de esta mierda me hace sentir bien. ¿Vas a negarme también que salisteis a cenar como una parejita?

—Sí, que lo hemos hecho pero...

—Y tienes los huevos de ir de víctima echándome un rapapolvo por hablarte mal... Que cojones tienes, nena... —la interrumpió, otra vez.

—Un bocadillo, Pablo. Nos comimos un puto bocadillo. Esto no es normal... Entiendo que te haya molestado enterarte por Marta y no por mí, pero no me pongas en duda. He rechazado a Iván dos veces por ti. Siempre te elijo a ti. ¿Sabes por qué estas paranoico? Porque tú sí que fuiste un traidor.

—¿Yo? Pero, ¿qué dices, nena? ¿Estas loca? Además, ¿qué importa que le rechaces un par de veces, si a la tercera te acuestas con él?

Era sorprendente cómo el carácter de Pablo había cambiado radicalmente. Su vocabulario era soez, sus expresiones, rudas. Nunca antes le había tratado de esa manera y, de alguna forma, estaba consiguiendo sacar el lado más oscuro de ella. Celia siempre había sido peleona, pero ahora no tenía freno.

—¡Ya basta! —Se aproximó a él hasta tenerle tan cerca que podía escuchar su respiración—. ¿Sabes por qué actúas como un puto loco paranoico? Porque si tú hubieses sido Iván, te la hubiera sudado liarte con una chica que tiene novio, ha discutido con él y se siente confusa. Tú eres el amigo de mierda que sabiendo que él estaba colado de mí hasta los huesos, tiraste adelante y actuaste a sus espaldas para engatusarme. No te fías de nadie, porque tú no eres de fiar y crees que el resto del mundo será tan rastrero como tú.

La ira reflejada en los oscuros ojos de Pablo se hizo patente cuando estiró el brazo y agarró a Celia de la muñeca con fuerza, impulsándola hasta chocar su cuerpo con el de ella y no darle casi espacio al aire para interponerse entre ambos.

—Tienes una lengua afilada, eso te lo reconozco —susurró—, pero te equivocas. No me fío de ti porque veo cómo le miras. Te pone y quieres follártelo a él y no a mí.

—¡Eso es una puta mentira! Suéltame.

—Si es mentira, ¿por qué aún no te has acostado conmigo?

En un arrebato de furia, Celia dio una sacudida y consiguió zafarse de Pablo. No daba crédito a lo que oía, no esperaba que el tema de su virginidad saliera ahora como un motivo para cuestionarla y culparle del rumbo tan desastroso que había dado su relación. Sin embargo, por esa misma sorpresa, no supo qué responder. Pocos temas asustaban tanto a la de cabellos oscuros, como el de no haber mantenido relaciones sexuales nunca con nadie. No se sentía preparada, eso era todo. No tenía que ver con Pablo, con Iván, ni con nadie. A pesar de todo, se desestabilizó.

—No estoy lista —murmuró, cohibida.

—¿No te pongo?

—¡Sabes que sí, joder! ¿A qué viene esto?

—Llevamos dos meses liándonos por las esquinas, yendo a las casas de la inmobiliaria de mi padre a meternos mano y no pasamos de los preliminares, es... ¡es frustrante! ¡Ni si quiera aceptas sexo oral!

El corazón de ella dio un vuelco. Eso sí que le aterraba. Más que sus sentimientos hacia Iván, más que su relación con Pablo... el sexo la horrorizaba. No necesitaba que Pablo dijera nada más para saber por dónde iban los tiros: ella iba con retraso. Tenía dieciocho años y seguía siendo virgen. Casi todas sus amigas se habían acostado ya con alguien, quizás incluso Sara, ahora que pasaba tanto tiempo con Dani. Ella era la última, la inexperta y odiaba tener pavor a lo desconocido. En cierto modo quería hacerlo ya y quitárselo de encima pero por otro lado... bueno, por otro lado, estaba asustada.

—Dijiste que no te importaba esperar. Dijiste que lo haríamos cuando me sintiera preparada.

—Sí, lo dije, pero todo eso fue antes de darme cuenta de que no hacemos nada porque te gusta otro chico.

—¡No, no, no! —Celia gritó, tratando de acallar su mente y no las palabras de Pablo—. Me da miedo, no lo haría con Iván ni con nadie.

Inclinó su rostro hasta cubrírselo con las manos. Quería desaparecer. Necesitaba desvanecerse en el aire como el vapor y trasladarse mágicamente a su cuarto donde nadie pudiera hacerle daño. Se olvidó de Iván y la noche perfecta que habían pasado, se olvidó de los sabios consejos de sus amigas, quienes estaban a tan solo una llamada de ayudarla en cualquier cosa, se olvidó de los miles de motivos que hacía un instante habían servido para argumentar contra Pablo. Solo quería llorar y escapar.

El ruido de la puerta de un vecino al abrirse resonó por todo el rellano. Así pudo escucharlo él, pero no ella, absorta entre pensamientos tóxicos que la abrumaban incesantemente. La mano de Pablo, la agarró del brazo y la estiró con violencia hasta introducirla dentro de la casa. Al tiempo que ella abría los ojos y trataba de ubicarse, él cerró la puerta con fuerza y la retuvo entre su cuerpo y aquella. Estaba cerca, muy cerca, con la cabeza agachada a la altura del pecho de Celia y un brazo apoyado en el pomo, bloqueándole la salida.

La chica abrió la boca para decir algo, pero se sentía desconcertada. ¿Por qué la había metido dentro de casa? ¿Por qué agachaba la cabeza y no la miraba? Tenía miedo de preguntar y de oír sus respuestas con ese tono prepotente y amenazante, así que se quedó en silencio, respirando lentamente y mirando a un punto fijo.

—Marta me enseñó unas fotos tuyas cenando con Iván. —Pablo no alzó la mirada mientras se explicaba—. Estabas radiante, cómoda y feliz. Odio que él te haga sentir así.

El dolor en sus palabras era más que evidente y eso, inexplicablemente, supuso una puñalada en el pecho para ella. No quería hacerle daño. No soportaría ser la culpable de todo aquello, la persona que había roto todo lo que ellos mantenían. Respiró entrecortado y el aroma de él le inundó los sentidos. ¿Por qué no era capaz de distinguir lo que sentía? ¿Por qué no podía elegir a uno y olvidarse del otro? Seguía sintiendo atracción por Pablo, pero era innegable el deseo que le producía Iván.

—Ella me preguntó si nos habíamos acostado. La verdad es que yo hasta ese momento no le había dado importancia a que no lo hiciéramos, siempre creí que era cierto eso de que no estas preparada y que es un paso enorme para ti. Siempre he ido poco a poco...

—¡Es que no tiene nada que ver!

El chico alzó su mirada, hasta cruzarse sus ojos oscuros con los claros de ella. Entonces, Celia enmudeció. Acercó su rostro lentamente, haciendo temblar el cuerpo de ella, quien en cualquier caso comenzaba a sentir unos nervios dominarla en su interior.

—¿Lo juras?

—Sí, joder, sí. —Retenía su respiración, cada vez más insegura. Su cuerpo la traicionaba.

—Pues no lo entiendo. —Pablo hundió su rostro en el cuello de ella, de una forma dulce y cariñosa. A ella siempre le había gustado ese gesto, sentir el cosquilleo de su barba reciente en la clavícula—. No sé por qué es tan complicado.

—Yo tampoco... —murmuró ella. Seguía tensa, pero su armadura, poco a poco, se iba convirtiendo en algo frágil y sencillo de destruir.

—¿Eh? ¿Cómo que tú tampoco?

En cierto modo, Pablo no esperaba esa respuesta. Estaba convencido de que cada conducta de Celia tenía una razón de ser y, quizás, eso no era falso, pero no por ello quería decir que la propia chica se comprendiera a sí misma. Ella solo sabía que le imponía el acto; le hacía sentirse vulnerable y desprotegida.

—¡Nunca lo he hecho!

De nuevo ahogada en sus propios miedos, Celia empujó el cuerpo de Pablo, alejándolo de sí, y aprovechó para escapar de él. Estaban en su casa, con las luces apagadas, salvo una pequeña lámpara de pie posicionada al lado del sofá. No es que sintiera la necesidad de echar a correr, pero sí que precisaba un espacio de dos o tres metros entre ambos. Si ella perdía su fuerza y le besaba, todo se perdería.

—Pues intentémoslo. —Él la miraba con un tierno semblante desesperanzado. No parecía querer herirla.

—Eso es fácil decirlo, tú no tienes que hacer mucho, pero a mí me puede doler, puedo sangrar, puede ser desagradable... ¿Sabes que me vi un video porno para aprender a hacer una felación?

—¿En serio? —Sorprendentemente, el chico esbozó una ligera sonrisa traviesa.

—No te rías, Pablo. No hemos tenido una bronca como esta nunca antes —suspiró abrumada, y comenzó a deambular trazando círculos en pleno salón—. Sí, me vi un video y no me gustó lo que salía...

—¡Es que no va a ser así!

El chico se acercó a ella, pero Celia retrocedió al mismo tiempo. No quería que la tocara. No quería sentirse pequeña. Ni si quiera era consciente de como todo el problema se había reducido a una sola cosa: sexo. Parecía que Pablo se había olvidado de Iván, de Marta, de Inés o de cualquier otra cosa. Celia se sentía una niña inexperta. No se atrevía.

—No, Pablo, no... Por favor, por favor, no quiero —sollozó.

La hostilidad de la mirada de Pablo fue como una puñalada directa al corazón de Celia. Sintió un dolor abrumador en el pecho, como si su corazón se hubiera quebrado en miles de trozos diminutos. Otra vez le costaba respirar y el inminente ataque de ansiedad comenzaba a mostrar sus efectos de manera progresiva.

—¿Te acuerdas de cuando empezamos y me preguntaste si eras una calientapollas? No sé si tenían razón los chicos de tu universidad, pero lo que está claro como el agua, es que te encanta tener la atención de tíos mayores que tú. ¡Eres una cría inmadura que ni si quiera sabe lo que son los compromisos en una relación!

Entonces, ella explotó.

—¡Me tienes harta!

Cubierta de lágrimas y con la cara desencajada, Celia avanzó hasta Pablo y le plantó el beso más forzado de la historia. No se conformó con juntar los labios, sino que profundizó sin ser cariñosa, sin ser tierna. Transmitió una rudeza nada común en ella, estirándole del cuello de la camisa y, una vez terminado, empujándole con fuerza lejos de ella.

—¿Así lo quieres? ¿Me empiezo a quitar la ropa ya y nos ponemos al tema? —espetó, quitándose el abrigo y lanzándolo al sofá.

—¿Qué coño te pasa?

—Nada, no me pasa nada. Tú quieres follar y yo no, pero, ¿qué importa? Si no lo hacemos me seguirás repitiendo que el problema de todo esto es que no te quiero lo suficiente y que, al parecer, pienso en Iván cuando nos metemos mano. O puede que cambies de estrategia y me llames calientapollas a partir de ahora.

Increíblemente sorprendido, Pablo se quedó sin hablar, mirándola con extrañeza. No comprendía el repentino cambio de actitud, de hecho, empezaba a pensar que se había vuelto loca. Sin embargo, ella seguía con sus discursos sin sentido, quitándose los zapatos y luego el suéter.

—¿A qué coño esperas? Quítate la ropa.

—Así no, Celia.

—¿Por qué no? Estoy cediendo, ¿no lo ves? Mírame. —Con rabia se quitó la camiseta y la lanzó al suelo, exponiendo su pecho cubierto por un sencillo sujetador negro—. ¿A qué esperas, Pablo? ¿No es esto lo que quieres? Follar, follar y follar.

—Quiero que hagamos el amor, no que...

—¡Madre mía! —Se carcajeó, irónica—. ¿Que hagamos el amor? Una forma falsa de adornarlo.

—Oye, lo estás manipulando todo —dijo, molesto—. Solo quiero que dejes de contenerte, no que hagas algo forzada.

—Me estas pidiendo que tengamos sexo sabiendo que no estoy lista.

—¿Cómo sabes que no estas lista si no lo intentas?

Con la furia como arma de ataque, Celia se acercó hasta Pablo y le agarró del brazo. Empleando una violencia poco común en ella, le empujó hasta el sofá, obligándole a sentarse. Le miró de arriba a abajo sin pensar en qué hacía, centrándose en expulsar esa rabia interna que había acumulado durante los últimos días. Aprovechando esa inusual valentía, se desabrochó los pantalones hasta quedarse frente a él en ropa interior. Pablo no decía nada; miraba su cuerpo como quien mira un deseo. A pesar de todo, se mantuvo callado e inmóvil, dejando que ella actuara como quisiera.

Celia se sentó a horcajadas encima de él, alzó su rostro con una mano y le obligó a mirarla a los ojos. Él seguía serio e inexpresivo, la retaba en un duelo de miradas que se prolongó unos minutos, hasta que ella agachó los ojos a su boca y le besó. Esta vez, se permitió ser menos ruda que al principio, puesto que en el fondo, una parte de ella aún le quería. Estaba enfadada, disgustada y, también, decepcionada. Sin embargo, no podía evitar recordar todo lo que había supuesto para ella Pablo en el último mes. Al fin y al cabo, Celia le había elegido como su pareja y veía algo en él que la impulsaba a caer en sus brazos y desear que no hubiera un punto y final en su historia. Al menos todavía.

Disfrutó los labios de Pablo, profundizando en un beso húmedo y lento, que fue inmediatamente correspondido por él. En cuanto sintió que ella actuaba distinto, el chico posó sus manos en su cintura, alzándola hasta situarla justo encima de su erección.

Ese fue el momento en que los nervios de Celia renacieron, pero se esforzó en contenerlos. Tenía que seguir. Quería quitárselo de encima.

Después de besarle un rato, empezó a balancearse sobre él, rítmicamente. Guió sus manos hasta situarlas sobre su trasero, incitándole a explorarla y, cómo no, Pablo no perdió el tiempo. La tocó con cierto salvajismo, de una manera bastante diferente a las últimas veces, cuando él había sido todo ternura y cariño. Esta vez estaba hambriento y, existía una razón oculta que le inducía a ser tan impulsivo: tenía que hacerla suya antes que Iván. Jamás se lo reconocería a Celia, pero el centro de la cuestión se encontraba ahí. Todo era una competición entre dos hombres por una mujer.

Pablo guió su mano por la entrepierna de ella. Le complació sentirla tan húmeda y, más tranquilo, sonrió entre el beso de Celia. Ella, sin embargo, no tenía la actitud adorable de las últimas veces y apenas dio valor a esa sonrisa. Simplemente, le beso más y más, con agresividad. Cerró los ojos, centrándose en lo único que necesitaba esa noche: relajarse, dejarse llevar y disfrutar.

El tacto de él en su sexo, le provocó un cosquilleo. Permitió que la satisficiera, dejándole masturbarla como siempre, pero, al contrario que otras veces, ella no hizo el gesto de tocarle a él. En su frialdad interna, Celia pensó que ya había cedido suficiente por hoy: si iba a darle su virginidad, entonces se negaba a pajearle. Esperaba que él pudiera solito ponérsela dura, sin más ayuda que su propio cuerpo desnudo y la promesa del polvo que tanto ansiaba.

Pablo la terminó de desnudar y luego la extendió sobre el sofá. Se quitó la ropa sin que Celia hiciera un ademán por echarle un cable y luego se situó sobre ella, buscando de nuevo con las manos la intimidad virgen en su entrepierna.

—¿Lo hago? —susurró.

Celia asintió. «Cuanto antes empecemos, antes acabaremos». Cerró los ojos con fuerza y pensó en cosas que, usualmente, le gustaban de Pablo. Pensó en su primer beso frente a su librería favorita. Pensó en el día que fue a recogerla a la universidad y se enrollaron apoyados en su moto y frente a todo el mundo. Pensó en todas esas veces que se habían encontrado quitándose la ropa y manoseándose mutuamente en los pisos de alquiler del padre de Pablo. Intentó aferrarse a la parte de él que siempre le había gustado. Entonces sintió cómo entraba.

Y dolía. Inexplicablemente, ninguno de los esfuerzos que había hecho Celia podían evitar la realidad: ella era nueva, ahí no había entrado nada que no fuera un tampón y, visto lo visto, era obvio que el tamaño del miembro de Pablo no tenía nada que ver con un producto de higiene íntima. Supongo que era normal esa molestia en sus músculos, esa sensación eléctrica que le recorría los nervios.

—¿Estas bien? —le preguntó—. ¿Sigo metiéndola?

¿No estaba ya metida? Celia abrió los ojos y le miró aterrada. Él trató de introducirse un poco más pero un gemido de disgusto escapó de los labios de la chica. Le dolía mucho, era soportable pero muy desagradable. Una cosa era aguantar como estaban un poco más, pero otra muy distinta, entrar hasta el fondo para meterla y sacarlas repetidas veces. ¿Cómo coño habían conseguido sus amigas hacerlo sin retorcerse de dolor? Hizo memoria. Cuando Inés le contó cómo perdió la virginidad, la muy cabrona se saltó toda esta parte.

—Para, por favor.

Inmediatamente, Pablo echó su cuerpo atrás y se distanció de ella. Increíble, no podía creerlo: le escocía la vagina. Se preguntó porque nadie hablaba de estas cosas en las películas de amor o en los libros de romance. Todo el mundo menciona el sexo como uno de los mayores placeres de la vida, pero para ella esto estaba resultado una verdadera tortura.

—¿Estas bien?

—No, me duele.

El chico se silenció. De pronto, se sentía avergonzado. Pablo se había dado cuenta de lo estúpido que había sido presionarla para hacer algo que ella no quería. Le había dañado, todo por unas inseguridades que Marta le había metido en la cabeza. Si solo estuviera convencido de que su novia no sentía nada por Iván, ni loco hubiera causado todo ese revuelo. Pero la verdad era que no confiaba en ella. No después de verla en esas fotos, radiante por compartir un bocata con Iván.

Por otro lado, la de cabellos negros estaba echando chispas de la rabia que le producía la situación. Si tenía que dolerle abajo, al menos que fuera por haber perdido la virginidad de una vez por todas y quitarse esa sensación de inexperiencia de encima. Era insoportable que siempre fuera un problema el sexo. Inés hablaba de sus polvos como si fuera lo mejor del universo, Noe también y Paula estaba encantada de acostarse con su novio casi cada día. ¿En serio ellas habían pasado por todo esto?

—Inténtalo otra vez.

—No. Has dicho que te duele.

—El próximo día también me dolerá.

—Celia, me siento violándote. No quiero estar a punto de correrme y ver que tú estás debajo aguantándote las ganas de gritar.

—¡Dios! ¡Esto es una mierda! —Ella se incorporó y empezó a buscar sus bragas entre la ropa del suelo—. Yo lo quiero hacer, de verdad que quiero, pero... Todo sale mal.

—A lo mejor debes dejar de pensar en perder la virginidad y centrarte en disfrutar.

—¿Y cómo coño voy a hacer eso cuando hace quince minutos me estabas tirando en cara que no nos acostábamos?

De nuevo, Pablo enmudeció. Empezaba a darse cuenta lo poderosamente letales que habían sido sus palabras. Esto no era lo que él pretendía. Celia se vestía a una velocidad vertiginosa y, en menos que canta un gallo, estaba en la puerta, lista para volverse a su casa.

—Celia, lo siento. Yo... No debí haberte presionado, de verdad, perdóname.

La chica abrió la puerta de la entrada y le dedicó una última mirada lastimera. Era inminente que una nueva cascada de lágrimas volviera a asomar. Abrió la boca para verbalizar una escueta despedida, pero enseguida la voz se le quebró. Así que se dio la vuelta y bajó las escaleras corriendo, tratando de ver las calles de Valencia a través de sus ojos nublados.

Bueno, este capítulo es largo pero intenso. Se pasa un poco de la longitud que suelo redactar, pero me parece que he conseguido que el diálogo tenga la suficiente fluidez para encontrar el sentido a los actos de cada uno.

Es la discusión más fuerte entre Celia y Pablo, y a diferencia de las anteriores, esta vez ella ha llegado a un punto de inflexión. Después de esto, nada va a ser como antes y será en la Parte 3 de esta historia donde nuestra chica se verá obligada a hacer algo al respecto de una vez por todas.

¿Qué opinamos de esta batalla? Os leo 👀

¿Os ha resultado desagradable la escena del sexo forzado? Me gustaría saber como habéis vivido la lectura :)

Aquí se han juntado mil cosas: la supuesta actitud infiel de Celia con Iván, la conducta egoísta de Pablo con el tema de Inés, las palabras venenosas que susurra Marta a Pablo, el empleo de la ley de hielo por parte de Pablo a Celia, la falta de honestidad de esta última con su novio, la maldita virginidad, y, como siempre, los miedos, las dudas y las inseguridades.

No olvidéis la estrellita ⭐️

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