✰ 54. LUNA

Sé que unas se ganan y que otras se pierden
Pero no me importa si la vida es corta y yo te tengo a ti

23 - Morat

Darle el móvil a Noelia había resultado un remedio milagroso para su estado de ánimo. Se le hacía extraño no contar con el ligero peso del aparato tecnológico colgando de su bolsillo, pero conforme pasaban las horas se terminó acostumbrando. Veréis, es algo tan simple como que si no tienes el Whatsapp para leer mensajes, te toca levantar la cabeza y mirar a tu alrededor. ¿Y qué había alrededor de Celia? Fiesta, música, gente feliz, churros con chocolate, hermosas falleras luciendo sus más elegantes vestimentas y la Virgen de los Desamparados irguiéndose con su manto de flores blancas y rojas en el centro de la Plaza de la Virgen. Un espectáculo que opacaba con creces a Pablo, Iván y, en general, a cualquiera.

La bella exhibición fue secundada por un largo paseo de viandantes rumbo al Puente de las Flores, aquel que gozaba de las mejores vistas para contemplar los fuegos artificiales de la llamada Nit del Foc, que suponían una maravillosa despedida en la última noche de la festividad. Después de eso, Celia no sabía si salir de fiesta o volver a su casa.

—Claro que vamos a salir —sentenció Noe—. A partir del domingo todo volverá a ser como antes: estudiar, estudiar y estudiar. Los finales empiezan en dos meses. Tenemos que aprovechar esta última bocanada de libertad antes del tormento.

—Es que yo ni siquiera me he arreglado. —La de cabello oscuro señalaba su atuendo a modo de evidencia—. Tú pareces una princesa y yo un mendigo.

—Pues creo que estás fantástica.

—Eso lo dices porque te da miedo que suba a casa a cambiarme y decida irme a dormir.

—Lo digo por eso y porque lo pienso de verdad. —La rubia abrió el bolso y sacó algunos productos de cosmética—. Si nos sentamos debajo de una farola, soy capaz de aplicarte la base, delineador de ojos, rizador de pestañas y pintalabios en unos minutos.

Celia abrió los ojos como platos y negó enérgicamente.

—No dejaré que me hagas un estropicio en la cara.

—No lo haré, confía en mí. Soy toda una experta.

Tanto la morena como la rubia fueron objeto de numerosas miradas cuando la primera se apoyó en una farola y acomodó su rostro para que la segunda invirtiera toda su concentración —pues no gozaban de la ventaja que hubieran sido unas toallitas desmaquillantes— en trazar a la otra una fina línea negra por el párpado superior de su ojo izquierdo. Ni qué decir de la maestría que demostró al dibujar una más, del mismo grosor y longitud en el derecho.

—Déjame el teléfono —pidió la modelo—, quiero verme en la cámara interna.

—¡Já! Ni de broma, bonita —se negó en rotundo la artista—. Tu móvil es mío hasta las cuatro de la madrugada.

Pensar de nuevo en que, quizás, hubiera un mensaje de texto de Pablo, una llamada perdida o una mísera historia en Instagram que pudiera poner fin a su agonía, causó en la chica un descenso a los infiernos. ¿Es que no podía su cabeza dejar de pensar?

—No, no, no... —Noe levantó la barbilla de Celia con el dedo índice—, como llores y destroces la obra maestra que he pintado en tus ojos, me vas a oír.

La amenazada rompió en una preciosa carcajada, sorprendida por el comentario de su amiga. Pensaba que volvería a repetirle lo idiota que era su novio o lo pesada que se había vuelto ella misma esos últimos días por no saber resolver sus problemas con madurez, pero no: Noelia prometió dejar el tema de lado por esa noche y lo estaba cumpliendo.

Celia tuvo que acercarse al cristal de un escaparate en el que se observaba parcialmente reflejada para pintar sus labios de una oscura tonalidad púrpura. Meticulosa, se dejó guiar por su instinto de ilustradora aficionada al deslizar la barra de labios, dejando un rastro de pigmentación violácea a su paso.

—Dígame. ¡Ah, Inés! ¿Por qué me llamas desde el móvil de Paula?

La chica de ojos claros viró su cuerpo ciento sesenta grados para husmear en la inesperada llamada telefónica. Probablemente, en aquel preciso instante, aquellas tres estaban orquestando el plan de la noche. Dado que no había visto el pelo a Paula durante toda la semana porque la más risueña del grupo lo había pasado de la mano de su novio Alberto y el resto de amigos —Iván, Jorge y el misterioso Álex—, Celia especuló que aquella noche sus caminos se iban a cruzar. Eso le produjo retortijones en la tripa.

—¿Qué dice? —preguntó en su susurro.

Noe se distanció un poco del móvil, para responder.

—Inés, Sara y Paula están en la Falla de Paula con Alberto y Jorge. Nos preguntan si queremos ir.

Era muy considerado por su amiga tener la decencia de esperar una reacción de Celia antes de comunicar un veredicto.

—¿Iván no está?

La rubia se encogió de hombros y procedió a transmitir la pregunta al equipo.

—¿Iván no está? Oh... Entiendo. —Miró a Celia y gesticuló con los labios—. Álex y él están con otros amigos suyos.

—¿Quiénes? —En realidad, aquí la auténtica pregunta era «¿Están con los amigos del colegio de Iván y Pablo?». Cruzó los dedos.

—¿Quiénes? —Transmitió la duda la intermediaria—. Dice que no lo sabe.

—Pero ¿luego vendrán con nosotros? —No sabría decir si aquello fue una pregunta llena de esperanza o de preocupación.

—¿Luego...? Ah, ya te ha oído. Dice que a lo mejor, pero no es seguro. —Separó el móvil de su oreja para espetar en voz alta—. Oye, si queréis podéis hablar entre vosotras.

Extendió el aparato hacia Celia, invitándole a gestionar ella la situación como le viniera en gana.

—Lo único que pido es que hagamos algo —dijo, seria—, no te he maquillado para irme a mi casa ahora solo porque puede ser que Iván aparezca esta noche en la misma calle en la que estemos bailando nosotras.

La joven de cabellos como el ébano asintió, decidida a no ser un obstáculo para sus amigas —y para sí misma— mucho más tiempo. Saludó a Inés, percibiendo la voz de aquella muy relajada y amable. Eso la tranquilizó: odiaría que su actitud infantil provocará la resurrección de algunos de sus fantasmas.

—Iremos —se pronunció, segura.

—¿Sí? —Inés, al otro lado de la línea, dudaba de la fiabilidad en las palabras de su amiga—. Es posible que Iván venga. Es más, yo creo que vendrá. En cuanto sepa que tú estarás...

Celia también lo había pensado. Su vecino era un chico que no sucumbía a los fracasos y visto que la noche anterior ella le había confesado cómo se sentía, entregándose en bandeja de plata para besarle, era tan seguro como que el sol sale cada mañana que él aparecería.

—Sí, Inés. Hay algo que debes de saber. —Ni siquiera hizo una pausa, más bien escupió la información como si de veneno se tratase—. Anoche Iván durmió en mi casa, salimos a cenar, nos reímos mucho, me gustó estar con él, fumamos marihuana y... casi le beso. Dos veces. Te paso a Noe.

Entregó de vuelta el teléfono a su propietaria, quien se deshacía en una incontrolable carcajada mientras los gritos de Inés preguntando «¿Qué coño acabas de decir?» constituían la banda sonora de la situación.

—Me muero contigo —decía entre risas Noe, antes de verbalizar una fugaz despedida a Inés—. Ahora te contamos. Bueno, ahora te cuenta nuestra, en teoría, inocente Celia.

No sería justo catalogar de mala persona a aquella cuya vida estaba patas arribas por el mero hecho de reír en ese momento. Simplemente, una no puede estar llorando a todas horas y sumiéndose en las depresiones más absolutas. A veces el cuerpo y la mente no pueden más. Está bien tener valores y ser fiel a ellos, pero nunca es bueno una extrema rigidez que ahoga con la fuerza de una horca. Celia se debía una tregua a sí, a pesar de que no fuera extensa y de que el destino apocalíptico de aquella situación fuera a desarrollarse de cualquier forma.

Dejándose llevar, respaldada por las chicas que siempre habían estado a su lado, Celia sonrió y caminó por las calles de Valencia con la mente en blanco. Creyó que pasarlo bien significaba tres cosas: la primera, olvidar que llevaba la ropa con la que saldría a hacer la compra al mercado en lugar de algo bonito como el vestido rojo de Noe; la segunda, posponer sus autosanciones por los actos que, en base a su propio criterio, habían sido reprochables; la tercera, quizá la más importante, dejar de evitar a Iván. Ya puestos, dejar de evitar a Álex también. Matar a la vocecilla en su subconsciente que recalcaba que es ser una buena o mala novia para Pablo y, de una vez por todas, ser ella misma.

Llegaron a la calle Cádiz y Paula se abalanzó sobre la de cabellos oscuros para obsequiarle con el mejor abrazo del universo. Y, ciertamente, Celia lo agradeció. Ahora necesitaba mucho, mucho cariño.

—¡Cuánto me alegro de verte! —le susurró la chica dulce en el oído—. Ya te echaba de menos.

—Yo a ti también, Pau.

—¡Tú, pequeña liante! —gritó una voz llena de energía que se acercaba con velocidad—. Espero que me expliques con todo lujo de detalles qué coño pasa con...

Antes de que desvelara nombre, apellidos y número del documento nacional de identidad, la rubia se abalanzó sobre Inés para taparle la boca con una mano.

—Pero, nena, no puedes ir chillando por la ciudad los secretos de Celia —la riñó Sara, quien llegaba acompañada de los chicos—. Si eso que los grite ella. Pero tú no, Inés.

—Secreto a voces.

Esa innecesaria aportación que le valió una mirada de odio por parte de la afectada, provenía de Alberto, tan ajeno al impacto que producían sus palabras que sonreía mostrando todos sus dientes como un niño. Paula procedió a acercarse sigilosamente a su novio para darle un codazo discreto que significaba muchas más cosas de las que el chico supo interpretar.

La pareja de Alberto, vestida con vaqueros de corte acampanado y un forro polar amarillo con el logo de su Falla cosido a la altura del corazón, pidió a sus amigos que la siguieran para introducirles a todas las personas que bebían, cantaban y bailaban alrededor de la fiesta que se disfrutaba en su barrio. Si algo se le daba bien a Pau, era gestionar eventos.

Ocurrió todo lo necesario para que la tensión que cargaba Celia en su espalda se desvaneciera casi por completo, aunque, una parte de ella, la impulsaba a realizar una vigilancia de vez en cuando buscando entre los rostros de la gente el de Iván. Curioso era que ni con la culpabilidad acechándola como a una presa, la chica de ojos claros no pudiera quitarse a su vecino de la cabeza.

Sorprendentemente, Iván no apareció. Al principio, ella estaba convencida de que él llegaría tarde o temprano. Pero se hizo la una y media de la madrugada, y supo que la convicción era en realidad una esperanza. Sobre las dos, añadió el adjetivo «vaga» a la palabra «esperanza», y a las dos y media, desistió. Aun así, lo pasaba bien. Se alegraba de estar las cinco juntas como en los viejos tiempos, de conocer a Alberto algo más y contemplar cuánto difería la relación romántica de su amiga y él con respecto a la suya con Pablo. En cierto modo, era un descanso tener la mente en otra parte.

—¡Oye! Me has tirado todo el vaso encima —se quejó Sara, mostrando una mueca en su agraciado rostro—. Inés, eres una bruta.

—No me he dado cuenta —se defendió la otra—, estaba bailando y...

—Estabas haciendo el tonto, que no es lo mismo.

—Bueno, perdón. Ni que lo hiciera adrede.

Dispuesta a calmar la situación, Celia se ofreció a traer otra copa para Sara. La pobre se había volcado todo el contenido del vaso sobre sus pantalones. No podía garantizarle que las manchas de ginebra se limpiasen con agua y jabón, pero al menos le daría algo más de beber para amenizar la pena.

Se escabulló, no sin antes asegurarse de que Noe mediaba entre el mal carácter de ambas: a Inés siempre se le había dado mal pedir disculpas y bien buscar excusas. Por otro lado, Sara adoraba esos pantalones. El conflicto era más peliagudo de lo que parecía.

Esquivando a la multitud, Celia llegó hasta la barra del Casal Fallero y apoyó los brazos sobre ella, impulsándose con las puntas de los pies y tratando de que el camarero le prestara un mínimo de atención.

—¿Más alcohol, señorita Pedraza?

La voz grave y ronca de Iván le sobresaltó. Era casi un suspiro en su cuello y el calor de su aliento en la nuca le provocó un escalofrío. La chica se giró balbuceando incoherencias, para encontrarse a centímetros de distancia del rostro socarrón de su vecino. Así, sin marihuana de por medio, le costaba articular cualquier palabra.

—¿Qué quieres que te pida? —preguntó.

Dios mio, le sacaba de quicio esa mirada: otra vez con la cara de idiota que sabía a la perfección las ganas que tenía ella de cogerle del cuello de la camiseta y acercarle a sus labios hasta comerle la boca. Seguro que estaba roja como un tomate y lo peor es que no podía hacer nada por evitarlo.

—¿Celia? ¿Estás aquí o en otra dimensión?

—Creía que hoy no venías.

Iván se encogió de hombros y, sin mirarla de frente, se hizo con el camarero en un segundo. Gracias a esa capacidad que tenía él para atraer la atención de absolutamente todo el mundo, Celia pidió la copa de reemplazo para Sara y, mientras esperaba a que se la sirvieran, reanudó la conversación con su vecino, que se negaba a dejar más aire correr entre los dos que el estrictamente necesario para sobrevivir.

—Creía que hoy no venías —repitió.

—Ya lo has dicho. —Él la miró a los ojos con seguridad—. Pero mientes. Casi acoso a Marcos para conseguir contactar contigo a través de él, ¿de verdad esperabas que no me recorriera diez minutos andando para verte otra vez?

El pecho le iba a mil por hora. ¿Cómo no iba a hacerlo? Iván acababa de decir, como si se tratara de lo más natural, el esfuerzo que había hecho abandonando un plan con sus amigos para venirle a ver a ella. El camarero terminó de servir la copa, ella pagó y agarró el vaso de cristal con ambas manos.

—Yo ya no sé qué espero y qué no espero —dijo directamente—, pero la cosas siguen exactamente igual que ayer. Con eso quiero decir que sigo teniendo novio...

—Y ganas de besarme —interrumpió él, divertido—. Bueno, al menos ayer las tenías.

—Tú también.

—Pues claro, yo no lo escondo —reconoció con tranquilidad—. Lo que pasa es que seguimos en puntos distintos de la vida: tú con la cabeza hecha un lío entre dos chicos, y yo con la mía totalmente amueblada. Sin embargo, mis objetivos son más ambiciosos que un beso, Celia. No quiero ser el chico con el que engañas a tu novio; mi dignidad me exige un poco de amor propio.

Si la conversación iba a seguir ese camino, Celia no podría reprimir sus impulsos ni con toda la voluntad del universo. Lo tenía tan cerca, con su viril olor hipnotizándola por completo, esos ojos azules, tan seguros e intensos, atravesándola de lado a lado, y le decía cosas que... bueno, cosas que rompían por completo la opinión que ella había mantenido de él al principio.

—Yo... —susurró, perdiéndose en sus pupilas.

A pocos metros de ellos, Alberto exclamaba el nombre de Iván con una potencia pulmonar sorprendente. El grupo entero, menos tres que andaban ensimismados en su propia conversación, atestiguó que la chica de cabellos oscuros y el chico de ojos color mar estaban a punto de cruzar la línea.

Sin embargo, en la vida de Celia primaba el caos.

Ocurrió de forma repentina: Noe hablaba con Jorge y Sara sobre cuál era el mejor de los tres Spiderman, discusión que parecía inofensiva, pero sacaba las peores armas de ataque de la chica. Jorge se valía como el mayor defensor de Tobey Maguire, Noe de Andrew Garfield y Sara, que tenía un flechazo con Tom Holland desde la primera vez que le vio en pantalla, respaldaba al último de los trepamuros. Estaba a punto de crearse una batalla campal al respecto cuando Noe, tan pasional como era ella cuando discutía, sacó las manos de los bolsillos de su chaqueta velozmente, dejando caer por accidente el móvil de Celia.

Se estrelló contra el suelo, golpeando la esquina superior izquierda del aparato el duro asfalto de la carretera y, al momento, se escuchó un crujido al abrirse varias grietas que se deslizaban desde el punto afectado hasta el centro de la pantalla.

—¡Joder, Noe! —gritó Celia, olvidando a Iván y regresando a pasos rápidos al lugar de los hechos—. Espero que no te hayas cargado mi móvil... No tiene ni un año.

—¡Lo siento mucho, Celia! Ha sido sin querer, te pago la reparación... ¡Lo siento!

Como ocurre en estas situaciones, la rubia se puso nerviosa y se disculpó mil veces. La cara antes feliz de la joven de cabellos oscuros se contrajo en una mueca, disgustada por la situación. La dueña del aparato trató de comprobar su funcionamiento, a fin de comprender la magnitud del accidente. Lo encendió y esperó pacientemente a que se iluminaran los restos de pantalla resquebrajada. Sorprendentemente, todo parecía en correcto funcionamiento. Incluso recibía las notificaciones de WhatsApp y llamadas perdidas. Todas eran de Pablo.

El corazón le dio un vuelco, la ansiedad se volvió a asentar en su pecho y el arrepentimiento del que tanto le había costado deshacerse se adueñó por completo de sus pensamientos. Los ocho se dieron cuenta. Pudieron verla enmudecer en el mismo momento en que leyó el primer mensaje. Contemplaron su expresión facial paralizada en un esfuerzo por contener el inicio de una cascada incesante de lágrimas. Temblaba un poco, visiblemente nerviosa, y deslizaba el dedo por la pantalla a una velocidad vertiginosa.

—¿Tan... tan mal está el móvil? —le preguntó Noe.

Celia no respondió. Confundida, enfadada y asustada, salió corriendo en dirección a casa de Pablo. Solo Iván comprendió qué había ocurrido: el hijo de puta lo sabía. Su pequeño momento de gloria en la vida de Celia había llegado a su fin.

Os preguntareis qué ponía en el mensaje de texto. Pues, exactamente, decía: «Eres una puta mentirosa. No vuelvas a acercarte a mí. Espero que follarte a Iván valiera la pena». Información suficiente para perder los papeles y salir como un cohete en busca de la persona que, en aquel instante, sentía como más importante en su vida. Tenía que explicarle la verdad. Tenía que decirle que no fue infiel. Tenía que suplicar su perdón.

Cegada por la rabia, el miedo y el dolor, Celia Pedraza cruzó la Gran Vía corriendo, con los ojos nublados por sus lágrimas y esa horrible sensación de ahogo y presión en el pecho que le provocaba la ansiedad. El cuerpo le pedía que se detuviera y respirara hondo, pero el corazón insistía en que lo perdería todo si no encontraba a Pablo y rogaba su perdón. El aire entraba pero no salía; ella intentaba mantener la respiración coordinada y le resultaba imposible.

La vista se le nubló cuando ya se encontraba en el inicio de la Calle Isabel la Católica, a cien metros del portal de Pablo. Tropezó con sus pies y estuvo a punto de precipitarse al suelo si no llega ser por unos fornidos brazos que se interpusieron entre ella y el asfalto. Sentía que se ahogaba y una inexplicable quemazón en su corazón la abrasaba por dentro.

—¿Estás bien? —preguntaba una voz que le resultó imposible de distinguir—. Por favor, deja de moverte. Quiero ayudarte. ¡Luna! ¡Luna! Échame un cable por aquí, esta chica está mal.

Quienquiera que fuera Luna, esperaba que supiera cómo detener un ataque de pánico porque Celia tenía impresión de que iba a desfallecer de un momento a otro. Las manos de otro chico le sujetaron por los hombros, conduciéndola con suavidad a un banco de madera.

—¡Eh, chavales! —Esa voz sí que le sonaba—. Dejadnos sentarla ahí, por favor. No se encuentra bien.

—¿Llamamos a urgencias? —preguntaba otra voz masculina.

—No lo sé.

El tal Luna, que inexplicablemente era tío y no tía, depositó a la joven de cabello oscuro con el maquillaje corrido por las cuencas de sus ojos claros sobre la superficie del banco y, solo en ese momento, se arrodilló un segundo hasta situarse a la altura de su rostro. Celia no olvidaría esa mirada verde jamás, mucho menos la seguridad que desprendía. Era él otra vez, su ángel de Alma.

—Hola, ¿me recuerdas? —le habló, acariciando sus mejillas en un gesto bastante tierno—, ¿sabes quién soy?

Ella, a falta de palabras que se dispusieran a salir por su boca, asintió.

—Bien. ¿Te sientes mejor? ¿Quieres que llamemos a alguien?

Celia negó. No sabría explicar por qué lo hizo, pues, al fin de cuentas, estaba sola entre desconocidos con un ataque de ansiedad monopolizando todas sus decisiones.

—Tengo que irme —logró balbucear.

—De eso ni hablar. Casi te mueres. Hasta que no vea que eres capaz de valerte por ti misma, no pienso dejarte sola, ¿entendido? —Se giró para señalar a unos chicos que observaban tras ellos—. Estos son Ferrán, Álvaro, Marc y Jaime, mis amigos. Nos vamos a quedar a tu lado hasta que te sientas mejor.

—Ya me siento mejor —mintió, intentando levantarse—. Tengo que irme.

—¿Adónde? —preguntó uno de los amigos, de gafas y pelo rizado.

Celia no respondió. El chico de Alma la miró con un aire compasivo inexplicable. Se acercó a la herida y, dudoso, le pasó un brazo por la espalda para acariciarla. Fue un gesto de pura amabilidad y ternura, que al principio resultó un tanto incómodo —pues ni siquiera eran amigos—, pero pronto consiguió provocar en la chica el apoyo necesario para que bajara la guardia. Entonces, como si el bloqueo mental se hubiese quebrado, las lágrimas de Celia retornaron a sus ojos para caer por sus mejillas.

Luna la contemplaba lastimero, con una sonrisa dulce en la cara y las cejas agachadas en señal de cariño. La dejó incluso apoyarse en su hombro y empapárselo de rímel, lágrimas y, posiblemente, mocos.

—¿Qué ha pasado?

—Él me odia y tiene razón. Soy la peor persona del universo, le estoy haciendo un daño brutal y no sé qué hacer.

—¿La peor persona del universo? —se sorprendió el otro—. ¿Por qué?

—Porque he sido infiel a mi novio.

Luna asintió con la cabeza, aliviado, evitando juzgar las acciones de la pobre desgraciada que le había empapado el suéter de lágrimas.

—Pues no sabes cuánto me alegro: cuando has aparecido con un ataque de ansiedad a punto de acabar contigo, he creído que habías sufrido una agresión sexual o algo así. Imagino que a tu novio no le hará ni puta gracia que te tires a otro, pero yo me alegro de que seas una infiel y no una víctima de violación. —Sonrió de lado de una forma bastante dulce—. ¿Quieres contármelo? La otra vez tú me escuchaste a mí.

El reguero de tristeza que recorría el rostro de la chica se hizo espacio hasta caer en diminutas gotas saladas por su barbilla.

—Fui a una fiesta y conocí a dos chicos. Los dos... Los dos me gustaban, pero uno me pareció más bueno que el otro. Así que descarté al malo casi instantáneamente.

—A ver si adivino: ni el bueno es solo bueno, ni el malo es solo malo.

—Así es. Entonces no sé qué debo hacer. Me gustan los dos. He intentado decantarme por uno, pero...

—No te sacas de la cabeza al otro —completó.

—Exacto. Hasta que al final, no pude evitarlo...

A Luna le faltaba conocer ciertos detalles, como que Celia ni siquiera había llegado a besar a Iván o que Pablo había sido un completo gilipollas durante los últimos días. Básicamente, la una contaba algo y el otro imaginaba con libertad, sin poder concluir un veredicto fiable y objetivo en esta historia.

—Deberías pasar de los dos y liarte conmigo —concluyó.

Celia se sorprendió y le miró a los ojos, creyendo que había oído mal. El chico esbozaba tal sonrisa, que le fue fácil comprender que andaba de broma. Simplemente quería hacerla reír.

—No me vaciles. Ya me siento suficientemente mal para que encima te burles de mis problemas. Le he roto el corazón y a conciencia; soy horrible.

—Eres una chica que siente cosas por otro chico que no es su novio. No creo que seas la primera o la última. —Se pausó un instante—. La infidelidad puede ser un tema muy complejo.

—¿Complejo? Yo lo veo bastante simple. Poner los cuernos está fatal y punto. Es traicionar a tu pareja, que se supone que es la persona a la que amas.

—Bueno... Cada relación es distinta. Creo que existe un estigma enorme con las infidelidades: «si te han puesto los cuernos no debes perdonarle. Eso es que no te merece y no caben segundas oportunidades...» —Miró a Celia a los ojos—. Yo no estoy de acuerdo. No encuentro coherente que el hecho de poner una etiqueta a una relación suponga un deber inexcusable por cumplir ciertas obligaciones y exigir responsabilidades. La relación se construye y el amor se trabaja. Ser infiel está mal, pero ¿es lo único que ha perjudicado tu relación? Depende de cómo ha pasado puede no ser tan malo.

En otra situación, a la chica le hubiera encantado quedarse a reflexionar sobre la vida con ese apuesto caballero de ojos verdes que bien podría ser el hombre más guapo del universo. Sin embargo, aquel viernes noche, no. La cabeza de Celia tenía suficiente con sus propias historias como para añadir otra cuestión que procesar. Sentía martillazos con tanta fuerza golpeando su cerebro que temía perder el conocimiento.

—Hoy no puedo pensar, Luna.

—Más razón para irte a casa.

Fingiéndose más tranquila, Celia se alzó sobre sus pies para reiniciar el recorrido que pretendía en contra del consejo de ese mero conocido. Evidentemente, mintió al chico guapo al decirle que iba a su casa y no a la de su novio.

—Te acompaño.

—No hace falta, es justo ese portal —Señaló el lugar donde vivía Pablo.

Luna miró en dicha dirección y asintió.

—Muy bien. En ese caso, buenas noches... —De repente añadió un breve petición—: Oye, ¿me das tu Instagram o tu número? Me gustaría preguntarte mañana cómo te encuentras.

—Yo... No creo que esté bien hacerlo.

El otro la miraba curioso, sin comprender del todo por qué ella ponía ese obstáculo. No insistió.

—¿Y tu nombre lo puedo saber?

—Sol.

—Me estás tomando el pelo.

—Sí.

—¿No me vas a decir la verdad?

Celia creía que decirle su nombre era una forma más de traición a Pablo. Quizá ese extraño pensamiento se debía a lo consciente que era de la atracción física que sentía por él. ¿No sería estúpido meterse en un problema mayor conociendo a otro chico guapo? No estaba ella en su mejor momento, como para creer que actuaría coherente si empezaba a mantener cualquier tipo de relación con Luna. Ahora mismo, todas sus decisiones eran un desastre.

—Me llamo Rebeca —mintió.

—Estupendo, Rebeca. Es un placer conocerte.

Nerviosa por haber engañado a una buena persona que solo pretendía preocuparse por su salud, Celia caminó consciente de la mirada penetrante de Luna en su espalda, hasta el portal de Pablo. Agradeció al universo que justo en el instante en que arribaba, un vecino saliera a la calle, pues aprovechó la situación para colarse y subir en el ascensor.

Una vez entre las cuatro paredes de aquel cubículo, la sensación de ahogo retornó a sus pulmones. Sintió un nudo en la garganta y su estómago empezó a estremecerse. Llegaba la hora de ser valiente.

Sé que este capítulo me ha quedado más largo que de costumbre, pero es que tenían que pasar muchas cosas.

Como siempre, recordad la estrellita si os está gustando ⭐️

En primer lugar, ¿habéis notado el cambio de actitud de Celia con Iván? Parece que poco a poco se convence de que no es su enemigo 👏🏻

Lamentablemente, la bomba nuclear ha explotado. ¿Qué opinamos de la reacción de Celia? ¿Se entiende su culpabilidad y la manera de castigarse a sí misma por no poder controlar sus sentimientos? ¿Cómo anticipáis la conversación con Pablo? Os leo 👀

Por último, y no me nos importante, ha regresado el chico de Alma. Aquí hay muchas pistas sobre su verdadera identidad, puesto que, obviamente, Luna no es más que un mote. ¿Qué detalles os han llamado la atención? 🔎🕵️‍♀️

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