✰ 53. LA TORTURA DEL TIC AZUL
Yo no me voy a dormir
Hasta que tú te despiertes, prefiero
Cinco llamadas perdidas, cuatro cartas, tres heridas, dos de suerte
Que una vida sin volver a verte
Llamada perdida - Morat
Iván disfrutaba de las Fallas con sus amigos; las chicas hacían lo propio sin Celia, que llevaba sin dar señales de vida toda la mañana, y la joven de cabellos como el ébano permanecía en su habitación recluida del mundo exterior, permitiendo que las inseguridades y preocupaciones se apoderaran de ella.
¿Qué hacía Pablo? Esa era una interesante pregunta. Iván no lo sabía porque ya no tenía relación con él. Sara e Inés mucho menos, pues no acababa de caerles en gracia el mencionado. Alicia ni siquiera lo conocía, así que ni se planteaba el interrogante. Celia, sin embargo, no hacía otra cosa que preguntarse eso mismo incesantemente: ¿qué hacía Pablo? Y, sobre todo, ¿por qué no le contestaba los mensajes?
Cuán tranquila debió ser la vida antes de los WhatsApps y los SMS. Aquellos tiempos en los que no se podía controlar a una persona a través de mensajes de texto, últimas conexiones y el endemoniado tic azul. La ausencia de noticias sobre el paradero de su novio era como un veneno en la mente de Celia que la llevaba a imaginar los peores escenarios posibles: ¿seguía enfadado por el tema de Inés? ¿Acaso se había enterado de su cita improvisada con el vecino? ¿La estaba castigando por no haber sido capaz de valorarle mejor? O aún peor, ¿esto era el famoso ghosting? ¿Cómo responder a todo aquello sin oír las respuestas de los labios de él?
El chat de Celia y Pablo exponía los mensajes de esta manera y en estas horas:
CELIA, 11: 05
Me gustaría que habláramos sobre ayer. Odio que discutamos. ¿No sientes lo mismo?
CELIA 12: 50
Pablooooo, ¿te acuerdas de mí? ¡Dime algo! 🥺
CELIA 15:47
Oye, ¿Estás enfadado? Me tienes preocupada. Para mí esto ha sido una discusión sin importancia, un bache en el camino. Pensaba que lo arreglaríamos hoy...
Por favor, respóndeme
CELIA 17:15
Pero, ¿qué te pasa?, ¿tan molesto estás conmigo? Veo que recibes los mensajes. Me sale el doble tic de color azul, ¿por qué no respondes? Lo estoy pasando muy mal, no creo que la disputa de ayer fuera algo tan grave. Por favor, dime algo.
Dado la fantástica exactitud y precisión de las nuevas tecnologías, Celia podía ver que Pablo recibía los mensajes sin problemas, los leía y, a pesar de todo, decidía ignorarlos. El estado de ánimo de la perjudicada había oscilado entre el enfado más titánico de su existencia a la tristeza más trágica sin coherencia alguna.
Pensaba que la discusión del lunes, con Inés y el resto, no era motivo suficiente para que Pablo se enfadara tanto con ella y la ignorara. Le parecía desproporcionado y una forma de hacerle pasar un mal rato deliberadamente. Sin embargo, conforme transcurrían las horas y el remordimiento por haber compartido dormitorio con Iván iba acrecentando, comenzaba a creer que tal vez, Pablo se había enterado de su desliz de alguna manera. Eso sí que era razón suficiente para odiarla y no responderle jamás.
En este último caso, lo único que podía hacer la chica era echar de tripas corazón y confesar sus pecados junto con una extensa y sincera disculpa. Luego rezar tres padres nuestros a la espera de que Dios todopoderoso le concediera el milagro de que Pablo no la dejara escupiéndole mil insultos por el camino.
Sin embargo, no estaba claro que aquel fuese el verdadero motivo del silencio telemático de su novio. ¿Y si, por querer hacer el bien, era la propia Celia quien confesaba el crimen del casi beso al disculparse vía WhatsApp? No quería delatarse. Tampoco es que tuviera pensado ocultarle la información durante mucho más tiempo. Su plan era verle y hablar. Pero hablar de todo: empezando por Inés y terminando por Iván.
Por fin, milagrosamente, su móvil sonó a las ocho de la tarde. No miró quién la llamaba, porque estaba convencida de que no podía ser otro que Pablo, y se abalanzó como una leona sobre una gacela al aparato que reposaba sobre la mesilla de noche enchufado al cargador.
—¡Hola! ¿Cómo estás? —saludó del tirón, ansiosa, sin respirar, con las manos temblorosas y el corazón latiendo con la fuerza de una bomba.
—Muy bien, ¿y tú? ¡Menudo recibimiento!
El alma se le cayó a los pies, su corazón se rompió en mil pedacitos y las primera lágrimas del crepúsculo nacieron en sus ojos para terminar deslizándose por todo su rostro. No era la voz de Pablo, era la de Noelia.
Se atragantó con su propia pena y no pudo responder.
—¿Celia? ¿Estás ahí?
—Sí, sí... —asintió, esmerándose en ocultar su tristeza.
—¡Ah! Vale... Oye, ¿va todo bien? Estábamos hablando por el grupo de ir a ver la Ofrenda a la Virgen de los Desamparados en la Plaza de la Virgen. ¿Te apetece que vayamos juntas?
Apetecer, lo que significaba el verbo, no le apetecía ni estar viva. No obstante, incluso ella era consciente de que ese círculo de malas vibraciones no le aportaba nada bueno. Esperar noticias de Pablo podía hacerlo desde la cama o desde la Plaza de la Virgen. En este segundo caso, en compañía de una amiga y con banda sonora fallera de fondo.
—Está bien. De hecho, me vendría de lujo hablar contigo un rato.
—¡Estupendo! Tardo veinte minutos en llegar a tu casa. Vístete y dile a tus padres que cenamos fuera. ¡Nos vemos!
«Mi madre te da las gracias», pensó la otra.
Noe colgó sin esperar respuesta y Celia hubiera jurado que lo había hecho así para asegurarse de que ella no le pudiera responder con una negativa. La rubia hacía esa clase de cosas algunas veces: tender emboscadas para sacar provecho de alguna oportunidad.
En esos veinte minutos de margen hasta que su amiga apareció en el portal de su casa, Celia se vistió vagamente con un suéter discreto y pantalones de pana verde oscuros, con la pasividad de una persona obligada a hacer algo que le disgusta pero que sabe que debe hacer. Pudo pensar en más cosas de las que le hubiera gustado, como que desde que estaba con Pablo no habían hecho ningún tipo de plan tan romántico que no fuera ir al piso de Paterna y comer algo encargado o pasear por el barrio como dos personas sin nada más en común que la atracción que sentían el uno por el otro.
«Querido cerebro, deja de fomentar mi depresión».
También tuvo tiempo para especular de qué manera iba a explicarle a sus amigas que Iván había pasado la noche con ella y que estuvieron a punto de besarse dos veces. Eso era todo un dilema. Básicamente, porque no solo había pasado la noche con él, sino que aquello era algo planeado desde un día antes de que empezaran las Fallas, es decir, desde antes de la disputa con su mejor amiga por, precisamente, no acudir a la Falla de Paula porque estaban Iván y Álex.
Celia era toda una hipócrita. No se sostenía nada de lo que hacía ni decía. Su mente era un caos.
—Estás preciosa, como siempre —mintió Noe al verla. La de ojos claros lucía cadavérica—. Vamos a pasar la mejor tarde de tu vida. ¡Ya verás! Anima esa cara, que no todo son chicos y discusiones con amigas.
La cogió del brazo y estiró suavemente, guiando a Celia por la Calle Almirante Cadarso, con destino a la La Puerta del Mar.
—He hablado con Carmen, la madre de Sara y me ha dicho que seguramente ella esté por allí —explicó irradiando energía—. Si nos damos prisa podremos verla en su nuevo traje de fallera. ¡Vamos! ¡Corre!
Menos mal que Noe tenía vitalidad por las dos porque la buena de Celia era un cadáver andante de semblante neutro y ojos sin vida.
Al principio, su amiga trató de animarla con cumplidos, comentarios sobre lo bonita que estaba Valencia en Fallas y churros con chocolate. Pero, tras ver que nada de eso funcionaba y que la hermana de Alicia se comportaba como un autómata, optó por cortar el problema de raíz y enfrentarse a los demonios de Celia.
—Vamos a ver, ya sé que Iván ha dormido en tu casa, nos lo ha contado Sara hace unas horas después de ver que no contestabas a los mensajes. ¿Le has puesto los cuernos a Pablo? —Así, de golpe y sin filtros.
—¡No! ¡Por supuesto que no! Me ofende muchísimo que creas que soy capaz de algo así...
—¡Genial! Celia, eso es genial —interrumpió Noe, aplaudiendo con ironía—. Tus valores de chica buena están intactos. Entonces, ¿por qué tienes esa cara de rancia? ¿Qué te pasa?
—Pues justo eso. He pasado la noche con Iván y se lo he ocultado a Pablo. No hace falta que le ponga los cuernos para hacerle daño, mentirle y ocultarle eso es suficiente —y añadió—: además, estuve a punto de hacerlo. Y no una, sino dos veces.
—Pero no lo hiciste. Eso será por algo.
Celia pensaba reprochar, pero Noe le silenció con un dedo y la miró desafiante.
—Cariño, estás insoportable con todo este drama de Pablo e Iván. No dudo que estás sufriendo una barbaridad y te prometo que todas queremos apoyarte, pero tu autoexigencia no ayuda en nada. Incluso aunque hubieras besado a Iván, estamos hablando de infidelidad, no de homicidio, ¿vale? —Retiró el dedo de sus labios—. Relájate, todo en esta vida tiene solución y tomar decisiones impulsivas, culpabilizarte y ser tu propia verdugo no es el camino. El amor no debería causarte tanto daño.
Habían llegado a la Calle Isabel la Católica y Celia se detuvo en seco. Allí era donde vivía Pablo. También era el lugar donde se reencontró días atrás, en una situación lo más propia de una comedia romántica que de la vida real, con el chico de Alma. Suspiró pensativa. La última vez que estuvo allí era muy feliz. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué todo se desmoronaba?
—No quiero hablar más de esto —sentenció—. Vosotras solo sabéis una parte de la historia. No habéis visto cómo somos cuando estamos solos, cuando nos confesamos todos nuestros secretos a la luz del sol de mediodía en Paterna o cuando me regaló una libreta simplemente porque se acordó de mí al pasar frente a una tienda. Solo estoy hecha un lío.
La rubia se pasó la mano por su cabello, colocándolo tras una oreja.
—Estoy de acuerdo. No hablemos más por hoy —coincidió—, pero no hagas lo de siempre. No huyas del problema fingiendo que no existe.
—Habla claro, Noe.
—Pues que entre Iván y tú pasa algo. Dejar de hablar del tema no lo solucionará —y se apresuró añadir—: pero esto ya lo discutiremos después de Fallas, ¿vale?
—¡Hay que tener valor para hacer eso!
—¿Eh?
—Sueltas el comentario y lo zanjas a toda prisa porque sabes que voy a estallar.
Noelia se abstuvo de hacer comentarios. La afirmación de Celia era completamente cierta.
—¿Puedo serte sincera?
—Si ser sincera es una excusa para ser borde, no.
—Ser sincera significa decirte la verdad sin tapujos y sin crueldad.
—Pues dale —concedió la de cabellos oscuros—. Sé sincera.
La rubia trataba de descifrar si entre las palabras de su amiga se escondía alguna clase de trampa oculta. Dado que no encontraba razones para creer que Celia se marcaba un farol y que tenía unas tremendas ganas de expresar su opinión en voz alta, carraspeó y soltó el discurso a la velocidad del Correcaminos.
—¿Es que no ves las señales? —Suspiró agotada por la frustración—. La discusión del lunes pasado, la ansiedad de satisfacerle en todo, el sufrimiento de no ser aceptada por su gente, la falta de reciprocidad, los comentarios tan misóginos de sus amigos...
—También son amigos de Iván, al que tanto proteges.
—Si hubieras venido el lunes con nosotras en lugar de quedarte en un pub con este grupito de tontos arcaicos, sabrías que no es verdad. Pasamos toda la noche con tu vecino, Alberto, Jorge y Álex. Son completamente distintos a Pablo y sus amigos: más abiertos, divertidos y con mucha personalidad. Honestamente, creo que te encantaría Álex.
—No, no me encantaría porque ese tío odia a Pablo. ¿Cómo me puede encantar una persona que detesta a quien yo más quiero?
—Quizá eso es otra señal que deberías valorar —puntualizó la otra—. Te conozco, Celia.
—Se acabó esta conversación.
Quería llorar otra vez, pero estaba cansada de hacerlo. Las lágrimas se habían secado; ya no quedaba nada más que ansiedad en su interior. Le dolía la cabeza y por la calle solo se escuchaba la música elevada de las orquestas con las voces del público valenciano de fondo. Sentía que era una bomba de relojería a punto de explotar. Ni siquiera podía prestar atención a la procesión de preciosas falleras paseando por las calles de camino a la Plaza de la Virgen. Otros años había disfrutando como una niña haciéndolo, comentando con Noe e Inés qué vestidos eran más bonitos, lo guapas que estaban todas y lo adorables que eran los más pequeños del desfile.
—Bien, pues veamos a las falleras —cedió Noe—. Pase lo que pase, Celia, yo voy a estar a tu lado hasta el final.
Desconcertada por el cambio de tono en la voz de la rubia, la de ojos claros balbuceó.
—¿Por qué...? ¿Por qué me dices eso?
—Porque es verdad. —Se encogió de hombros—. Tú siempre has estado conmigo, incluso cuando empecé a quedar con chicas en el colegio. Fuiste a la primera que se lo conté, ¿recuerdas? Tenía miedo de que te sintieras incómoda o pensaras que, yo que sé, todas las veces que habíamos estado juntas en el vestuario me había estado aprovechando de ti...
—Menuda gilipollez, Noe.
—Lo sé, lo sé... Estaba perdida y tú me ayudaste a encontrarme. Así que tienes mi lealtad para siempre. Si quieres quedarte al lado de Pablo, yo seguiré contigo. Si decides cambiar de opinión, también. —Cogió la mano de Celia en señal de apoyo—. Debes de estar tremendamente confundida para armar todo este lío.
La aludida soltó una carcajada vacía y miró al suelo, evitando el contacto visual.
—No tengo ni idea de qué me pasa —confesó—, pero si de algo estoy segura es de que todo esto va a acabar fatal.
—¿Por qué dices eso?
—Porque no paro de enredarlo. No puedo evitarlo.
—No, me niego —decidió Noe—. Esta noche es la última de Fallas y nos lo vamos a pasar genial. Apaga tu teléfono; ya habrá tiempo para catástrofes mañana.
Tras un esfuerzo considerable y un millón de miradas de reproche, su amiga consiguió que la joven de cabellos color del ébano desconectara el aparato que la llevaba esclavizada desde que había abierto los ojos.
Justo una hora después Pablo trataría de contactar con ella sin resultados.
Bueno, bueno... Quedan tres capítulos para el final de la parte dos y, tal y como prevé nuestra protagonista, una tragedia se avecina.
¿Pensáis que Pablo sabe lo de Celia e Iván? ¿O tan solo está molesto porque su novia se haya posicionado del lado de Inés? ¿Las dos cosas? Os leo 👀
Por otro lado, ¿quién de los presentes se ha sentido esclavo del WhatsApp alguna vez? Yo, particularmente, unas cuantas veces. Sobretodo cuando estoy a la espera de noticias importante y me comen los nervios.
Recordad la estrellita ⭐️
P.D: En este capítulo escribo sobre la Ofrenda a la Virgen de los Desamparados y, como no podía ser de otra manera, aquí os traigo las fotitos para que imaginéis mejor de que hablan Noe y Celia.
La Ofrenda consiste en una peregrinación desde la falla hasta la Plaza de la Virgen, llevando un ramo de flores a la Virgen de los Desamparados desde cada Falla.
Por lo tanto, la Virgen empieza así:
El Ayuntamientos de Valencia organiza un horario para que las falleras de cada Falla paseen vestidas con el traje típico, llevando el ramo de flores que se pondrá entre la madera, creando un manto precioso blanco y rojo.
Aquí abajo se ve bien a las falleras (que monas son las pequeñitas, ¿no?) llevando el ramo mientras pasean por las calles de Valencia. (Por cierto, las falleras lloran de la emoción, no porque estén tristes)
Luego el manto de la Virgen queda algo así:
Es uno de los espectáculos más emblemáticos de la fiesta. Como se puede observar, acude una barbaridad de gente a verlo.
¡Con esto me despido! ¡Nos vemos la semana que viene con más Celia! :)
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