✰ 50. ¿RETO O VERDAD?

Yo sé que tú, tú sientes algo por mí
¿Por qué negar este amor, si lo confirman tus besos?

Bajo de la mesa - Morat

La moneda volteó repetidas veces en el aire y cayó en la palma de Iván. Él rápidamente le dio la vuelta y la depositó en la parte superior de su otra mano. Antes de mostrar el resultado, repitió las normas en voz alta.

—Cara empiezo yo preguntando, cruz empiezas tú.

—Vale.

Alzó la mano y mostró a Celia el dibujo del lado de la moneda que miraba hacia la superficie.

—Cruz. —Sonrió ella, saboreando la victoria—. Empiezo. ¿Reto o verdad?

—Verdad —eligió él con seguridad.

Tardó un poco en decidir qué quería preguntarle a Iván. No porque no tuviera ideas, sino porque todas tenían que ver sobre lo que sentía él por ella. Principalmente quería preguntarle por qué había dicho en tiempo pasado que «estuvo» pillado por ella. ¿Por qué ya no? Bueno, se suponía que eso era algo bueno, lo que ella llevaba esperando desde hacía tiempo: estar felizmente con Pablo sin tener al otro molestando de por medio. Finalmente decidió esforzarse en olvidar ese maldito verbo y llevar la conversación por otro lado igualmente interesante.

—¿Qué hicisteis el lunes por la noche?

El lunes, después de su trágica discusión a tres con Inés y Pablo, sus amigas habían ido a casa de Jorge para seguir con la fiesta allí. Era un poco presuntuoso por parte de Celia pensar que se podría haber hablado de ella, pero le picaba la curiosidad.

—Salir de fiesta con tu amiga Paula y las amigas de su Falla. Luego se vinieron tus otras amigas, Marcos y Dani, y nos fuimos a casa de Jorge a continuar la fiesta. Ya te lo dije.

—Sí, en realidad, me refería a qué hicisteis durante el rato que estuvisteis todos juntos en casa de Jorge. Si jugasteis a algo, hablasteis de alguna cosa particular... —matizó ella.

Iván soltó una sonora carcajada que hizo sonrojar a Celia.

—Pues eso no es lo que has preguntado. Tendrías que haber dicho: «¿Qué me perdí el lunes por la noche?».

Estás graciosillo, ¿no te habrás comido un payaso antes de salir?... —Puso los ojos en blanco Celia—. Bueno, pero contéstame.

—Ya lo he hecho. En la próxima ronda, haz bien la pregunta y lo sabrás.

—Jo, Iván...

—Ya te estás quejando otra vez. Venga, a aguantar la derrota como una campeona —se burló de ella amablemente—. Me toca a mí. ¿Verdad o reto?

Algo resentida, Celia se incorporó en su silla acercando unos centímetros más su rostro al de Iván. Meditó bien su respuesta y, dado que no se fiaba un pelo de él, optó por lo menos arriesgado.

—Verdad.

—¿Por qué no viniste el lunes pasado con el resto de tus amigas?

—Porque me quedé con Pablo y los de tu colegio en un pub. Ya lo sabes. Qué desperdicio de pregunta.

—No te he preguntado dónde estabas, sino por qué no viniste y te quedaste con ellos.

No contestó al momento. Sabía perfectamente la respuesta a esa maliciosa pregunta: no quería que Pablo se enfadara con ella. También sabía lo mal que quedaba su relación si revelaba una verdad de tal magnitud como esa en voz alta. Todo podía malinterpretarse. Las cosas eran más complicadas de lo que parecía e Iván no era la persona idónea a la que justificar por qué ella hacía lo que hacía.

—Teníamos un plan que era juntarnos con Pablo y tus amigos del colegio. A Inés le dio por ir con vosotros y creo que es obvio el por qué Pablo y los demás no querían ir contigo y Álex. Así que nos dividimos y yo me quedé con mi novio. —No mentía, pero ocultaba buena parte del conflicto principal que obligó a que se produjera dicha separación.

—Entiendo. —Asintió Iván con la cabeza—. Ya tengo la siguiente pregunta.

—Pues espera tu turno. Me toca a mí ahora, ¿reto o verdad?

—Verdad.

—¿Qué me perdí el lunes?

El chico soltó una risilla traviesa antes de explicarlo y se cruzó de brazos, acomodándose sobre el respaldo de la silla.

—Pues muchas cosas, Celia Pedraza —dijo en un tono cómico—. Primero conocimos a las amigas de Paula de la Falla. Muy simpáticas, aunque si tuviera que elegir, tu grupo de amigas del colegio me cae mejor. Como te podrás imaginar, Alberto apenas podía quitar los brazos de la cintura de Paula, son terriblemente empalagosos, así que Jorge, Álex y yo, nos dedicamos a tirar petardos y beber consumiciones gratis que nos consiguió Paula del bar de su Falla. Sobre las cuatro y media, cuando las discomóviles apagaron la música, Jorge, que llevaba una ciego que jamás podré olvidar, propuso ir a su casa para continuar con la juega. Paréntesis para poner en contexto: Jorge vive solo con su hermana mayor y al parecer ella estaba de fiesta en un pueblo así que no venía a dormir.

—Todo esto me importa bien poco.

—Paciencia, pequeña Blancanieves. —Celia frunció el ceño sin comprender por qué la llamaba por el nombre de la princesa Disney más famosa de todos los tiempos—. En ese instante, tu amiga Inés llamó a Paula para preguntarle dónde estábamos y Paula, sin preguntar a Jorge, os invitó a todas a venir. La parte positiva de este relato es que Jorge estaba en un estado de embriaguez en el que le hubiera parecido bien incluso hospedar a un delincuente en su casa.

Celia se rio y decidió no interrumpir a Iván. La narración era más entretenida con sus toques de humor y comentarios irónicos.

—Tus amigas llegaron más tarde de lo que decían y me llamó particularmente la atención que Inés traía una cara de pocos amigos que contrastaba bastante con el humor y las ganas de juerga que había demostrado minutos antes hablando con Paula.

—Me imagino.

—¿Qué le pasaba?

—Espera tu turno.

—Bueno, vale. —Se encogió de hombros y prosiguió con su relato—. Noe al menos estaba un poco más simpática y nos dijo que no nos preocupáramos por Inés porque enseguida se le pasaría, que no era nada importante. Se vinieron con nosotros y subimos a casa de Jorge. Al principio, fue raro, porque Noe, Paula y Sara se encerraron en el baño a hablar con Inés sobre lo que quiera que le pasara. En este punto de la historia es cuando me propuse sonsacarle a Marcos toda la información posible y, para mi sorpresa, el chico se mantuvo bastante hermético y se negó a contarme nada más que lo que ya sabían todos.

—O sea, que sí que sabes que la cara de perro de Inés venía de haber discutido conmigo.

—Sí, eso sí. Lo que sigo sin saber es por qué discutisteis. El fundamento del conflicto.

—¿Y qué te dijo Marcos?

—Espera tu turno. —Se rio, pero Celia le fulminó con la mirada.

—Bien, pues mi turno vuelve a ser ahora. ¿Reto o verdad?

—Qué tramposa... —Sonrió con picardía el chico—. Reto.

—¿Qué? —Celia dio una ligera sacudida a la mesa y adoptó un semblante tan tierno que Iván tuvo que realizar un auténtico esfuerzo por mantenerse firme—. Oye, eso no es justo. Quiero saber qué te dijo Marcos, no me apetecen los retos.

—Las reglas son las reglas y te acabas de saltar mi turno, así que te aguantas —se limitó a responder el otro.

—¿No podemos dejar de jugar a esta tontería y mantener una conversación como personas normales?

—Por supuesto que no. —Negó con la cabeza tajantemente—. ¿Siempre haces eso? ¿Rajarte cuando las cosas no van como a ti te gustan?

—Espera tu turno —espetó ella haciendo caras de burla.

Iván esbozó una sonrisa de medio lado y fijó la mirada en los ojos claros de la joven. Lo estaba pasando realmente bien martirizando a Celia, sobre todo porque podía sentir cómo ella disfrutaba de sus inocentes piques. La chica alzó una ceja, quizás preguntándose si Iván se había quedado petrificado o algo por el estilo y, finalmente, sonrió maliciosamente.

—Tú te lo has buscado —sentenció—. Te reto a pagar la cena.

Su vecino abrió los ojos como platos y se irguió alarmado.

—¿Cómo dices? ¡Pero qué cara más dura!

—Eres tú el que ha presionado con el jueguito de las narices. —Alzó la mano y llamó al camarero—. Espero que no te salga muy caro.

Mientras el empleado acudía a su mesa, Iván pensó que Celia Pedraza era demasiado espabilada para él. La verdad es que eso no lo había visto venir por ningún lado y quizás se tenía verdaderamente merecido ese castigo indirecto que la chica guapa le había impartido de forma vengativa. Ni siquiera cuando pasó la tarjeta por el datáfono y pagó los diez euros con cincuenta céntimos sintió nada distinto a la admiración que le producía contemplarla. En ese instante, Iván suspiró y supo que pasar la noche con ella era la peor decisión de su vida. ¿Cómo iban a dormir en el mismo cuarto sin que él no sintiera el impulso sobrehumano de besarla?

La lluvia no cesaba lo suficiente para volver a casa sin parecer dos esponjas llenas de agua, pero al chico poco le importaba ya. Sus zapatillas de tela llevaban mojadas desde hacía horas y su cabello, al igual que el de Celia, estaba enredado y parcialmente seco. No le suponía ninguna tragedia dejarse empapar por las gotas y, por los actos de su vecina, que ya se había vuelto a enfundar en el chubasquero y cogía los paraguas, supo que a ella tampoco.

—¿Vamos? —le animó Celia, entregándole uno de los paraguas.

—Vamos —afirmó él—. Aunque todavía queda una ronda.

Ella rodó los ojos y le obsequió con una mirada cansina. Cruzó los brazos en una pose pasiva y se encaminó a la salida.

—No aprendes, ¿verdad?

—Tú has jugado tres veces y yo solo una. No me niegues que es injusto. ¡Por lo menos déjame hacer una pregunta más para que las trampas no sean tan evidentes!

—Está bien. —Se encogió de hombros ella—. Elijo verdad.

Iván quedó pensativo. Lo que quiera que fuera a preguntar iba a ser la última oportunidad para obtener algo de ella que no fuera evasivas, indirectas o verdades a medias. Mientras cavilaba, asomó su cabeza al exterior y comprobó que la tormenta, aunque incesante, era algo más débil que hacía unos minutos. Probablemente, aquella suerte durara poco, pero consideró prudente aprovecharla. Absorto en sus pensamientos, agarró la mano de Celia instintivamente y ella, que permanecía en silencio a su lado aguantando su paraguas, sintió un hormigueo en sus entrañas al notar la fría mano de Iván entrelazando sus dedos con los suyos. Fue un gesto natural, inocente y sincero. A Celia le encantó.

Él se estaba haciendo polvo el cerebro en busca de la pregunta perfecta y caminó a zancadas, arrastrando a la pobre Celia a su lado, que no tenía las piernas tan largas como él y le costaba seguirle. Tenía las puntas de los pies congeladas y volvía a escuchar el fastidioso chapoteo que hacían sus zapatillas a cada paso que daba. Entonces sintió un estirón en el brazo y se giró para contemplarla.

—¿Eh?

—No vayas tan rápido, Iván —dijo ella aproximándose a él.

Ahí es cuando se percató de que llevaban un rato caminando cogidos de la mano y, de pronto, todo el frío de la tormenta desapareció e Iván sintió sus pómulos arder tanto como el fuego de una hoguera. Celia, por su parte, no pareció darse cuenta de los sentimientos de su vecino y siguió con la conversación como si no ocurriera nada extraño.

—¿Podemos parar un rato en algún portal? Dos minutitos y seguimos.

Iván asintió y los dos se escondieron en una portería que tenía espacio suficiente para que ambos se sentaran en el suelo y descansaran. Con la misma naturalidad que había llevado a sus manos entrelazarse, se soltaron y Celia las frotó repetidas veces en un ademán por calentarlas.

—Qué frío —murmuró—. ¿Ya tienes tu pregunta?

—Eh... sí.

—¿Por qué parece que estás medio dormido?

Eso arrancó otra sonrisa en él. No sabría cómo explicárselo sin desvelarle sus sentimientos por ella.

—Perdón, estaba pensando. Aquí tienes mi pregunta: ¿alguna vez has fumado un porro?

Ella dio un respingo y le miró con el ceño fruncido.

—No —respondió escueta.

Con un monosílabo terminaba el extraordinario juego de los retos y verdades. Se quedaron en silencio y él introdujo una de sus manos por debajo del chubasquero, buscando algo con los dedos. Celia, que se sentía algo confusa a causa de esa última cuestión, observaba atentamente los gestos de Iván especulando qué sorpresa le traería este chico ahora. Al fin sus dudas se vieron resueltas cuando su vecino desveló un cigarrillo y se lo ofreció.

—¿Tabaco?

—No, marihuana. —Lo toqueteó un poco, comprobando que el filtro estaba bien colocado—. ¿Qué me dices, Pedraza? ¿Te animas a perder tu virginidad?

Celia se sonrojó como un tomate y sobresaltada miró a todas partes menos a los ojos de Iván.

—O sea... —Iván comprendió al instante que sus palabras habían sido horriblemente malinterpretadas—. Joder, Celia, la palabra virgen tiene más acepciones que la de no haber follado en tu vida. También significa que algo no ha sido utilizado o se encuentra en su estado original. Reformulo la pregunta: ¿te animas a fumar un porro por primera vez?

Por muy buenas intenciones que tuviera Iván, Celia no podía sentirse más incómoda. Sabía que todo había sido un malentendido, pero con su reacción le acababa de decir a su vecino, ese que estuvo el día anterior manteniendo relaciones sexuales con una desconocida en la sala de contadores, que ella era virgen. Francamente, pensaba que él no tenía por qué conocer ese dato sobre su vida.

—Celia —la llamó Iván—. ¿Quieres?

Ella no respondió. Tampoco le miró.

—Ya la he vuelto a cagar —murmuró abatido.

—No, no... —titubeó la chica—. Sí que quiero.

Iván asintió, ahora también incómodo, y se puso el pitillo en la boca, sosteniéndolo entre los labios, mientras se hacía con el mechero que yacía escondido en alguno de los bolsillos de su pantalón. Mientras lo buscaba era capaz de sentir la situación tan violenta que se respiraba entre ellos y cuando dio con el encendedor verbalizó lo que creyó que era necesario verbalizar en una situación como esta.

—Me da igual si eres virgen o no. —Y matizó—: Ahora sí que estoy hablando de sexo. Preocuparse por la virginidad es una estupidez, es algo que está ahí y que un día dejará de estar, si no ha dejado de estarlo ya, ¿me entiendes?

—No mucho —susurró la afectada.

—Básicamente quiero decir que si ahora mismo eres virgen y el mes que viene te acuestas con alguien y dejas de serlo, serás la misma Celia todo el rato. Es como en los cumpleaños, ¿sientes alguna diferencia del día antes de tu cumpleaños al día de después? Simplemente tienes un año más. Pues la virginidad es lo mismo: hoy eres virgen, mañana follas y ya no. No cambia nada en ti. Por eso me da igual si has tenido relaciones sexuales alguna vez o no: sigo disfrutando de tu compañía en cualquier momento.

Los dos permanecieron en silencio un rato más, tiempo que Iván aprovechó para olvidar que acaba de hablar sobre la virginidad de Celia como si nada y encender el dichoso porro de una vez. Dio una calada y respiró hondo. Con la espalda apoyada en la pared, le ofreció el pitillo, observando su conducta de reojo.

Ella extendió su fina mano adornada con pulseras y un par de anillos y lo cogió algo temblorosa. Después meditó cómo utilizarlo y finalmente imitó los gestos de Iván para darle una calada. Lejos de las especulaciones del muchacho, Celia no tosió, aunque sí le pareció que sus ojos se humedecían un poco.

—¿Qué tal?

—Pues si te refieres al porro, bien —murmuró—. Si por el contrario hablamos de tu charla refiriéndote a mi sexualidad, no muy cómoda.

Que ella hiciera bromas sobre el tema solo podía significar que nada era tan malo como pudiera parecerles. Peores desenlaces habían tenido sus últimos encuentros. Ahora al menos fumaban en compañía al tiempo que escuchaban la lluvia caer a su costado.

—¿Y si me refiero a la noche en general?

—Muy bien. —Celia dejó escapar el humo por la boca y miró a Iván de reojo—. ¿Qué se supone que tengo que sentir?

—Un amor inquebrantable por mí.

—¡¿Qué?!

—Era broma, vecina. —Rio Iván—. Depende de la persona. Yo me siento relajado. También me suele dar hambre, aunque eso es más de vez en cuando.

Volvieron a enmudecer. Ya no llovía, pero ninguno de los dos parecía percibir la evolución del espacio-tiempo a su alrededor. Quizás ese era otro de los efectos del cannabis del que no eran plenamente conscientes. Transcurrieron unos minutos así: calada, pasar el pitillo, calada, pasar el pitillo... Hasta que se consumió. Después, Iván cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación placentera que le producían las hierbas. Posiblemente se hubiera dormido en ese mismo y húmedo portal si no hubiera escuchado la repentina risa eufórica de Celia que explotaba en una carcajada infinita.

—¿Qué coño te pasa? —preguntó sorprendido.

—No lo sé —respondía entre carcajada y carcajada la otra—. He pensado en esta noche y no me puedo creer que hayas acabado sabiendo que soy virgen.

Otra risa. Otra más. La cara de Celia estaba roja y esta vez no era por vergüenza, sino por el tremendo esfuerzo que hacían sus músculos cada vez que reía.

—Eso también son efectos del porro —comentó Iván.

—Pues fíjate que yo creo que son efectos de mi estupidez —volvió a desternillarse y con esto consiguió que Iván esbozara una tierna sonrisa mientras la contemplaba—. Cada vez que hago memoria de estos últimos tres meses pienso que soy la chica más burra del universo.

En este punto de la conversación, Iván comenzaba a darse cuenta que obsequiarle con marihuana a Celia había sido una idea desastrosa.

—Bueno, bonita —dijo—, me parece que va tocando largarnos a casa. Estás diciendo unas tonterías...

—Tonterías no solo digo, también las hago. —Volvió a explotar en otra risa incontrolable.

—Qué mal te ha sentado el porro. ¿Cómo puedes decir eso de ti?

—No sé. ¿Tú cuántas personas conoces que la hayan cagado tan profundamente como yo?

—No creo que tú la hayas cagado en nada.

Iván respondía las absurdas preguntas de Celia sin dejar de sonreír, pero empezaba a sentir que algo en ella no iba del todo bien. Se puso de pie y, sin dejar de escuchar toda su verborrea, la ayudó a sostenerse sobre sus piernas, agarrándola de ambas manos y tratando de garantizar que ella no perdía el equilibrio.

—El día que te conocí pensé que la elección era muy fácil. Tú eras la descripción exacta de chico tóxico que bajo ningún concepto podía dejar entrar en mi vida y Pablo... Bueno, Pablo es sencillamente perfecto. ¿Le has visto? Está tan bueno que se me mojan las bragas cada vez que lo veo y es tan atento... Nunca nadie me ha protegido tanto como él, ni me ha hecho sentir...

—A ver si callas ya, eh. —No pretendía hablarle mal, pero era inaguantable escuchar mencionar las virtudes del puto gilipollas que un día fue su amigo y ahora era un mierdecilla egoísta que se liaba con la chica que le gustaba a él.

Cuando Celia calló, agarrada a las manos de Iván, tropezó algo patética con su propio pie, encontrando su rostro contraído en la risa más tonta del planeta a menos de dos centímetros del de su vecino. Pensó, bajo el influjo de la droga, que Iván era el chico más atractivo que había tenido frente a ella. Pensó, que si Pablo hacía que se le mojaran las bragas, Iván conseguía crear auténticas piscinas en su entrepierna. Pensó, que sus ojos azules, además de devorar con la mirada, escondían una ternura infinita y un amor incondicional por ella. Y supo por primera vez en tres meses que estaba pillada hasta los huesos por él.

—Si pudiera volver hacia atrás en el tiempo, te elegiría a ti.

Al él se le cortó la respiración y por una vez no encontró palabras que decir. Se miraban, en silencio, y ella había detenido su sarta de risas sin sentido. No llovía, no había gente a su alrededor... Solo existían ella y él.

Celia acortó el poco espacio que les separaba, colocó una de sus frías manos en el cuello de Iván y atrajo su rostro hacia ella. Los labios de él, temblorosos, rozaron brevemente los de la joven, provocándose mutuamente un escalofrío que recorrió como una corriente eléctrica sus cuerpos. En ese momento en que ya no había barreras entre ellos, Iván pudo haberla besado como siempre había soñado. Sin embargo, dirigió su boca al oído de Celia y, susurrándole con ternura, se sinceró:

—Nuestro primer beso no será a consecuencia de haber fumado marihuana. —Se alejó de ella sin romper el contacto visual—. Cuando tú y yo nos besemos, Celia, habrás roto con Pablo y no existirá otro chico rondando por tu cabeza que no sea yo. Si no, sencillamente no nos besaremos.

Ella le observó y suspiró. Entrelazó su mano con la de él; esta vez de manera completamente intencionada y, sin decir nada más, salió del portal acompañada por el chico que debió elegir pero por innumerables razones no lo hizo.

Mientras paseaban de vuelta a casa, Celia se preguntó si la integridad de Iván sería capaz de mantenerse firme toda la noche. Ella empezaba a tomar conciencia de que la suya flaqueaba.

⚠️En primer lugar, sabed que no pretendo bajo ninguna circunstancia incitar al consumo de la marihuana ni de cualquier otra droga. He expuesto esta situación como podría haber ocurrido cualquier otra, así que, por favor, que nadie tome de referencia los efectos que describo del cannabis porque podrían no ser así para todo el mundo. ⚠️

Voy a dedicar este capítulo a Mena_S_H_  quién suele ser la primera de todos mis lectores en leer las actualizaciones de esta historia. Como es team Iván, le regalo este capítulo 💖 ¡Eres un encanto, preciosa!

Por fin Celia ha revelado sus sentimientos a Iván, aunque no podemos olvidar que va bajo los efectos de las drogas y actuando de forma impulsiva.

¿Qué pensáis sobre la reacción de Iván?

¿Cómo consideráis que se desarrollará el resto de la noche?

Y la pregunta estrella, ¿deben besarse en el próximo capítulo o esperar a que Celia ponga su vida en orden? Os leo 👀

Como siempre, recordad darle a la estrellita si os ha gustado el capítulo ⭐️

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