✰ 48. EL BUENA VISTA

Tú me lograste enamorar
Y aunque podría negarlo una y mil veces
Yo no me voy a perdonar
Si por nunca admitirlo tú desapareces

Causa perdida - Morat

Se encontraban en la puerta del patio, esperando a ver si la lluvia amainaba y podían salir al exterior. Estaban callados, sin mirarse el uno al otro. Iván llevaba el chubasquero negro del padre de Celia, que le quedaba un poco ancho y cuya capucha le tapaba hasta los ojos. Hacía gestos con la cabeza hacia atrás repetidamente, tratando de ver algo más allá que el trozo de tela impermeable.

Celia, por su parte, también iba en chubasquero, pero el suyo era de su talla y muy bonito, de color rojo. Se había puesto botas de agua para combatir los charcos y la fría lluvia, no como su compañero que llevaba lo que había traído: zapatillas de tela blanca que al final de la noche iban a ser, muy posiblemente, grises. En realidad, el aspecto de Iván era cómico, pero Celia se negaba a reírse. Acababa de pillarle escuchando detrás de la puerta del baño su conversación con Pablo y estaba enfadada con él. Había sido de mala educación y una vulneración a su intimidad. Aparte, le daba rabia que supiera que tenía problemas en su relación.

—Vamos a tener que jugárnosla y salir corriendo. —Rompió el silencio el chico—. No nos podemos quedar aquí parados toda la noche.

—¿Tú has visto con qué fuerza cae la lluvia? Te dije que debíamos haber bajado el paraguas también.

—No, fíjate en el viento. El paraguas se rompería en cuanto lo abriéramos. Sigo pensando que el chubasquero es lo mejor.

La actitud de Iván era incomprensible. Se había presentado en casa de ella temblando de nervios como un niño pequeño que se queda solo en la cola del supermercado, pero ahora que ella le había pillado espiándola se comportaba como un sinvergüenza. Le hablaba como si nada, pasivo, serio y mirando a todas partes menos a los ojos de ella. No había quién le entendiera.

—Ha estado fatal lo que has hecho. Lo de espiarme.

—No era mi intención.

—Pues tenías la oreja pegada en la puerta, no sé cómo se puede interpretar eso de otra manera...

Él se encogió de hombros indiferente.

—Sí, sí. No lo niego. Estaba escuchando y eso está fatal, pero no quería hacerlo. Lo que pasa es que cada vez hablabas más alto y me ha entrado curiosidad. —La excusa menos elaborada del universo.

—Tú lo que quieres es saber si discutía con Pablo y por qué.

—Claro —confesó sin oponer resistencia—. Si te sirve de consuelo, al final no me he enterado.

Hablaba tranquilo y seguro, lo cual irritaba a Celia pero al mismo tiempo le intrigaba. Ella en su lugar estaría disculpándose cada cinco minutos, avergonzada por un comportamiento tan reprochable. Sin querer, esbozó una ligera sonrisa. Le había hecho gracia el último comentario.

—Lo siento —se disculpó él—. No tendría que haber escuchado tu conversación con Pablo.

Lo hizo sonriente, con las manos metidas en los bolsillos del gigantesco chubasquero y la capucha cayendo sin remedio sobre su frente. Estaba muy gracioso con ese aspecto.

—Acepto tus disculpas —cedió ella—. Si no lo hago, esta noche va a ser muy incómoda.

—Te agradezco tu generosidad —contestó Iván con tono burlón—. A la de tres corremos hacia el Buena Vista, ¿vale? Una, dos y ¡tres!

Celia no tuvo tiempo ni de pensar. De pronto Iván le agarró de la mano con fuerza y le obligó a salir al exterior. Estuvo a punto de tropezar con sus propios pies y de caer al suelo, pero afortunadamente pudo seguir el ritmo de su vecino y situarse tras él a tiempo. La lluvia no le dio ni un breve respiro: en menos de un minuto estaba empapada de pies a cabeza. Se alegraba por haberse puesto las botas, era un consuelo saber que sus pies estaban resguardados de la fría lluvia de marzo. Sus vaqueros negros se le pegaron al cuerpo, absorbiendo el agua y convirtiéndose en una prenda pesada. En algún momento, el viento le tiró la capucha hacia atrás dejando su pelo negro libre y comenzó a sentir cómo las gotas de agua caían salvajemente sobre su cuero cabelludo.

Trató de situarse lo más cerca posible de los edificios para refugiarse bajo los balcones y salientes y reducir las molestias que le ocasionaba la lluvia. Inesperadamente, Iván se detuvo en una esquina y se metió en la entrada de un portal.

—Mira que eres imbécil —le insultó Celia—, no me has dejado ni prepararme. ¿Has visto cómo llevo el pelo? Parece que acabe de salir de la ducha.

—Eres una quejica. —Se rio el otro—. No aguantas ni cuatro gotas, blandengue. Mira mis pies y dime que tienes derecho a quejarte.

Ella bajó los ojos al suelo y se tragó las palabras. Las zapatillas de tela de Iván, ordinariamente blancas, ahora eran grises y estaban tan mojadas que cada vez que el joven daba un paso sonaba rítmicamente el ruido de un chapoteo.

—La idea de salir ha sido tuya.

—Lo sé, vecina. —Siguió riendo Iván y en un acto de cariño le pasó un brazo por el cuello y la acercó hacia él.

Solo fue eso, un gesto amistoso sin ninguna connotación romántica, pero a Celia le despertaron cien mil mariposas en el vientre. Sintió que se sonrojaba y otra punzada de culpabilidad le estalló en el corazón. Esto no estaba bien, ¿no?

—En cuanto se ponga verde el semáforo salimos de este portal —explicó el chico—. ¿Preparada?

Estaba tan centrada en Iván, Pablo y lo correcto o incorrecto que ni se había dado cuenta de por qué se habían detenido en aquel portal. La razón era el semáforo del paso peatonal que estaba en rojo y le impedía cruzar. Justo en la acera contraria se vislumbraba la fachada del bar Buena Vista. Iván volvió a cogerla de la mano, contó hasta tres de la manera más rápida posible y la forzó a enfrentarse a la lluvia y el viento otra vez.

Entraron en el local dejando un rastro de agua y suciedad que el dueño no tardó en recriminarles.

—Limpiaos los pies en la alfombrilla, chicos. ¡La alfombrilla! Y los chubasqueros a la percha, no voy a dejar que me pongáis perdido el establecimiento.

El señor enfurruñado aún estuvo cinco minutos cronometrados maldiciendo a los jóvenes de hoy en día y su manera de andar por ahí como si el mundo fuera suyo. Celia se percató de que, para variar durante esas Fallas, se estaba riendo sin otra preocupación que la de que aquel hombre los tirara de vuelta a la lluvia. No se acordaba de su disputa con Pablo, ni de que Inés y ella habían tenido un roce que todavía se estaba curando. También cayó en la cuenta de que seguía sujetando la mano de Iván y automáticamente la soltó. Él se sobresaltó cuando la vio hacerlo, pero no pareció molesto. Todo lo contrario: le sonrió con picardía.

—Venga, vamos a sentarnos y a pedir la cena —sugirió—. Aquí hacen unos bocatas estupendos. Álex y yo solemos venir a cenar una vez a la semana.

Se sentaron tranquilamente en una mesa alejada del bullicio de los clientes, en una discreta y sombreada esquina.

—Hay bastante gente para el mal tiempo que hace.

—Precisamente por eso la hay. Si es Fallas y no se puede hacer fiesta en la calle, lo normal es que la gente vaya a los Casales Falleros y a los bares, pubs y discotecas —reflexionó Iván—. ¿Qué vas a pedirte?

Ojearon rápidamente la carta e, influenciada por las opiniones de habitual cliente de Iván, Celia terminó por pedir un básico bocadillo de lomo con queso. Su vecino le aseguraba que, aunque parecía algo sencillo y poco elaborado, le iba a sorprender una barbaridad el maravilloso sabor de la carne.

—Pero el bocata vegetal también tiene muy buena pinta.

—Si quieres lo pido yo y nos los partimos a medias.

—¿No te importa?

—Qué va. Más variedad, ¿no?

La idea de compartir un bocata con Iván le hacía feliz. Aunque, más feliz le hacía a él, que trataba de enmendar toda su mala suerte con Celia en una sola cena. No esperaba que después de esa noche ella terminara con Pablo y se lanzara a sus brazos, pero al menos tenía la esperanza de que por primera vez no se iban a matar el uno al otro.

Pidieron los bocatas y unas cervezas para beber. Luego, se quedaron en silencio mirándose el uno al otro sin decir una palabra. Incapaz de soportar esa incómoda situación, Celia dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.

—Decías que tu amigo Álex y tú venís mucho por aquí... —Trató de investigar lo más discretamente posible—. Es el chico que buscábamos en Alma. ¿Estáis muy unidos?

—Sí. Es mi mejor amigo. Vive cerca de nuestra finca, ¿sabes? Nos conocimos en el gimnasio, haciendo pesas. Ya sé que suena ridículo, pero enseguida nos dimos cuenta de que teníamos mucho en común y empezamos a salir a tomar algo juntos. Luego él me presentó a Alberto, a quien ya conocía de antes, y este último a Jorge. Así nació el equipo.

—El equipo —repitió burlona Celia.

—Pues sí, el equipo. Somos un equipo. Esa es la diferencia entre el grupo del colegio y los del gimnasio —explicó—. Los del colegio somos amigos porque nos criamos juntos, pero cada uno ha ido creciendo en un sentido distinto. Yo sigo quedando con ellos por todo nuestro pasado. La verdad es que si tengo que pensar en el futuro, me siento mejor con Álex, Alberto y Jorge.

—Estás más cómodo —comprendió Celia.

—Exacto —afirmó con semblante orgulloso—. Álex es un tío muy guay, si lo conocieras te encantaría.

De pronto Iván esbozó una sonrisa socarrona y añadió un comentario algo mordaz.

—¿Qué pensabas? ¿Que Álex es un rarito y no hay quién se lleve bien con él? Me pregunto qué te habrá contado Pablo...

—Eso no viene al caso —acortó ella. No podía pensar en Pablo sin evitar tener unas ganas enormes de mandarle a la mierda. Más aún con el guaperas del vecino enfrente de ella.

—Claro que sí, Celia Pedraza. Por eso me preguntas por Álex. ¿Te ha contado que no se lleva bien ni con él ni con el resto del grupo del colegio?

—Sí —reconoció ella—. ¿Es mentira?

—En absoluto, más verdad no puede ser. Les aborrece a todos.

—¿Por qué?

—Seguramente por los mismos motivos que tú.

—Yo no les aborrezco.

—No ni poco, mentirosilla. —Siguió pinchando Iván, con su sonrisa ladeada—. Venga, reconócelo. Yo no se lo voy a decir a nadie. Para empezar, Marta es una gilipollas de nacimiento y sin remedio. Tú ya lo has experimentado en tu propia piel, ¿se te ha olvidado? Es la clase de persona que necesita acaparar la atención cueste lo que cueste. Pero el peor de todos es Víctor, ¿te lo ha presentado ya Pablo? Está estancado en el siglo pasado. Si conoces a una persona más racista, machista y homófoba en este mundo, seguramente sea pariente o amigo suyo. —Celia estalló en una carcajada mientras la escuchaba—. ¡Te estás riendo! Eso es porque sabes que tengo razón.

Iván no era consciente de cuánto tiempo llevaba Celia deseando oír esas exactas palabras. Parecerá un comportamiento muy reprochable, pero es que ella siempre estaba haciendo esfuerzos por agradarles, por hacerse un hueco entre ellos y sentirse aceptada. Anda que no había aguantado la mala educación de Marta o los comentarios irrespetuosos de Víctor... Eso le recordaba a que Pablo ni siquiera había intentado hacer las paces con Inés. Cada vez era más evidente que en esa pareja una estaba sacrificando más que el otro.

—Bueno, aunque me complace oír hablar de lo estúpidos que son los de tu colegio, no está bien poner verde a la gente a las espaldas. —Trató de frenar la conversación.

—Me parece correcto. Solo reconoce que son un poco repelentes.

—Son muy repelentes.

Los labios de Iván se curvaron en la sonrisa más traviesa y divertida que había visto Celia en su vida y, sin darse cuenta, el espíritu juguetón de su vecino se le contagió.

—Hablemos de otra cosa —insistió haciendo un gran esfuerzo por no caer en las redes de su vecino.

—¿Seguro que no quieres saber por qué Álex no se lleva bien con Pablo?

—No. Pablo es mi novio, Iván. No quiero escuchar cómo tu mejor amigo se mete con él...

—Qué bonito que tengas tan buenos valores —ironizó Iván, todavía sonriente, antes de darle un mordisco al bocadillo.

—Tonto... —murmuró ella correspondiéndole con otra sonrisa juguetona.

Se lo estaba pasando muy bien con él, más de lo que le gustaría reconocer. Iván percibía que aquella lluviosa noche de Fallas estaba resultando el mejor remedio a su peligrosa amistad con Celia.

Siguieron hablando de mil tonterías y conociéndose mejor. En algún momento, la charla derivó al estado sentimental de Iván, quien, no pudiendo desvelar sus verdaderos sentimientos por Celia, esquivó la bala con mucho desparpajo, jactándose de ser todo un rompecorazones de tomo y lomo. Aseguró que nunca le faltaban pretendientas aunque, muy a su pesar, ninguna quería estar con él más que un par de meses.

—No se me dan bien las relaciones —dijo.

—Claro, si a todas las conoces como a la chica de la sala de contadores, es muy complicado crear vínculos —bromeó Celia.

—A veces pienso que tienes un cañón por boca, vecina, porque me lanzas pullas a cañonazos.

Ella se encogió de hombros y le dedicó un amago de sonrisa inocente mientras proseguía engullendo su parte del boca compartido.

—Lo de la chica de la sala de contadores fue solo sexo. Prácticamente ni la conozco... Yo creo que si estuviera ahora aquí mismo, en esta sala, no sabría identificarla.

—Eres un bruto.

—Soy sincero. Ya sé que tú eres doña princesita Pedraza, pero aquella chavala era tan consciente como yo de que nos lo íbamos a pasar bien una hora y ya no nos volvíamos a ver el pelo jamás. —Celia frunció el ceño y su vecino alzó una ceja con suficiencia—. Mírame como quieras, pero hay personas que preferimos aventuras fugaces al cuento de hadas que tienes tú montado con Pablo.

—Qué cínico. —La joven puso los ojos en blanco.

No le molestaba que Iván le contara sobre su ligues y aventuras. No sentía celos ni rabia porque notaba que para él no significaban nada. Puede que la noche anterior hubiera tenido un poquito de inseguridad, pero la actitud tan despreocupada de su vecino le hacía entender que no había de qué preocuparse. Un momento, ¿por qué le importaba? Si su novio era Pablo...

—Vamos a dejar de hablar de mi vida privada, si no te importa. —La cortó Iván finalmente y la verdad es que la joven de ojos claros estuvo de acuerdo con la decisión—. Te propongo un juego.

—Venga, ¿cuál?

—Reto o verdad.

—¿Así, sin venir a cuento? —Celia parecía dudar sobre la peligrosidad de esa sugerencia.

—Completamente espontáneo.

—No me parece una buena idea.

—¿Y eso por qué?

—Porque nos lo estamos pasando muy bien y según lo que preguntes o lo que me retes a hacer podemos estropear esta bonita noche.

—Comprendo tu desconfianza —dijo Iván simulando un tono profesional—. Pongamos reglas: no valen preguntas sobre los sentimientos de cada uno, tampoco retos que tengan una connotación cariñosa o sexual con el otro y, en general, no vale sacar que yo estuve pillado de ti hasta los huesos y tú estás liada con el traidor de mi examigo. ¿Mejor así?

Fue tan directo y claro que Celia no supo si seguir riéndose o sonrojarse por lo ridículo que sonaba todo. ¿Era raro que le preocupara más que Iván hubiese usado el tiempo pasado para hablar sobre sus sentimientos hacia ella, que el hecho de que acabara de llamar a su actual novio «traidor examigo»? El instinto le decía que no era buena idea aceptar. Por otra parte, acababa de terminarse los bocadillos y las cervezas. Si no encontraban algo más que hacer en ese bar tendrían que volver a casa ya.

¿Qué era peor: jugar a reto o verdad con Iván en un bar abarrotado de gente, o volverse a casa con él y quedarse los dos a solas el resto de la noche?

Pensó que el juego era lo menos arriesgado, así que aceptó.

Este juego siempre trae más problemas que soluciones, ¿no creéis?

¿Qué le preguntará Iván a Celia? Se han puesto unas reglas muy restrictivas que limitan en preguntar todo lo interesante. Os leo 👀

Si os ha gustado el capítulo, no dudéis en darle a la ⭐️

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