✰ 47. LOS OBSTÁCULOS
Por qué te fuiste un, dos, tres, cuatro veces seguidas?
Y me dejaste un corazón sin salida
Solo me quedan un, dos, tres y serán siete vidas
Las que te llevas si te vas otra vez
Maldita costumbre - Morat
A lo largo de la tarde, Celia llegó a creer que tenía un don para predecir el futuro o manipular el tiempo. Caía una lluvia fuerte e imbatible, casi como la que debió presenciar Noé cuando lo del arca y los animales. No solo no daba tregua ni un instante, sino que cada vez era más abundante.
Con tal reguero de agua cayendo del cielo, Alicia se preguntó qué pasaría con las Fallas. Encendió el televisor y puso las noticias. El presentador del telediario informaba de la suspensión de numerosos eventos falleros que tan ansiosamente habían sido preparados para aquella fecha. Entre ellos, mencionó la famosa Ofrenda a la Virgen, un homenaje a la Virgen de los Desamparados que consistía en un largo paseo de los falleros y falleras de la ciudad de Valencia, desde su casal fallero hasta la Plaza de la Virgen.
—¡Dios mío! Esto es más horrible de lo que me temía —dramatizó la adolescente—. ¡Es culpa tuya, Celia! ¿Por qué has tenido que predecir el Apocalipsis?
—¡Yo no he hecho nada, exagerada!
El vecino de ambas barajaba las cartas del UNO para una tercera partida.
—¿Tu Falla cuándo tiene que ir a la Ofrenda, Alicia? —le preguntó Iván sonriente, disfrutando de las inocentes disputas entre hermanas.
—Mañana a las diez de la noche.
—¿La falla de Sara tiene el mismo horario verdad?
—Sí, las dos son del mismo sector.
—Ah... —Asintió Iván, tan ajeno al espíritu fallero como Inés—. ¿Y la Falla de Paula también lo hace tan tarde?
—No, la de ella está en el barrio de Ruzafa... ¿En la Calle Denia? —Miró a Celia buscando una confirmación en su mirada.
—Sí, Falla Cádiz-Denia. Creo que salía hoy a las tres y media. No lo sé, estaba durmiendo así que no he ido a verla desfilar. Ha tenido suerte, no le ha cogido la lluvia de milagro...
Siguieron hablando un rato largo sobre las Fallas y los desafortunados valencianos a los que la lluvia acababa de arruinar el acto de la Ofrenda. La parte positiva de esta tragedia era que Celia ya no se veía forzada a fingir que no le apetecía salir esa noche. La negativa era que no sería la única que se quedaría en casa. Primero Sara y luego el resto de sus amigas habían ido avisando por el grupo de WhatsApp de que no saldrían si seguía lloviendo. Lo mismo dijeron sus amigos de la universidad. Pero no solo el círculo de Celia abandonó los planes nocturnos: los amigos de Iván, después de comprobar que la previsión meteorológica de la noche era catastrófica, también manifestaron su deseo de posponer los planes al viernes.
Así que Iván se quedaba en casa también. En casa de Celia, claro.
Contra todo pronóstico, a Ali se le metió entre ceja y ceja bajar a la Falla a pesar del diluvio universal. Incluso con tan mal tiempo, no era una locura, ya que el local que servía como casal fallero solo quedaba a cinco minutos de distancia. Sabía que con ese gesto estaba dejando a su hermana en una situación muy comprometida, pero ¿no decía Celia que no sentía nada por Iván? En ese caso no existían problemas.
Así que la adolescente se marchó sobre las nueve en punto, enfundada en un chubasquero amarillo como el de Georgie en la primera escena de IT, y ni se le pasó por la cabeza invitar a la extraña pareja. Por una vez en su vida, Celia hubiera deseado unirse a uno de los planes de Ali.
—Me parece que nos quedamos solitos.
Tan pronto Iván dijo esas palabras en voz alta, el corazón de Celia dio un vuelco y comenzó a bombear con tanta fuerza, que la pobre chica temió que pudiera oírlo. Afortunadamente, aunque Alicia se marchara, en esa casa no vivía ella sola. También estaban su padre y su madre, que justo en ese preciso instante la llamaron por teléfono.
—Hola, cariño —saludó con energía y efusividad María—. ¿Vas a salir esta noche? ¡Está cayendo una buena!
—Ya lo sé y justo por eso no creo que sea un buen día para salir a la calle...
—Yo tampoco lo creo. ¿Ha llegado el vecino ya?
—¿Iván? Sí, está aquí a mi lado. Ya se ha acomodado en el salón y...
—¿Cómo que en el salón? ¿Le vas a hacer dormir en el sofá? Celia, por el amor de Dios, yo no te he educado así —la regañó—. Que duerma en una cama, como todos.
—Pero mamá, ¿dónde? Ni que esta casa fuera un palacio con mil habitaciones... —Celia odiaba que su madre le complicara la vida y ahora mismo le estaba dando la brasa con incoherencias. ¿Es que se olvidaba de que en su casa no sobraban colchones?
—En tu cuarto hay dos camas. Saca la de abajo y que duerma él allí.
—¿Conmigo? —Se atragantó mientras lo decía.
Celia había valorado todos los obstáculos. Pablo, Iván, Alicia... Había planeado esa noche al milímetro para que nada fuera un problema y para que su culpabilidad fuera la justa y necesaria para no atormentarla durante el resto de su relación con Pablo. Pero de todos los imprevistos, percances y posibilidades, su señora madre, María Moreno, nunca había sido uno de ellos.
—Celia, salvo que el chico ronque, no veo qué problema hay en que él duerma en un colchón y tú en otro.
—Es que yo no estoy cómoda así. —Su queja sonó como la de una niña pequeña a la que le obligan a ir al dentista.
—La otra opción es que Alicia y tú durmáis juntas en tu cuarto y él duerma en la habitación de Alicia. No sé cómo le sentará eso a tu hermana. Habla con ella y decididlo vosotras.
Celia se estaba poniendo de los nervios con la tozudez de su madre. Si a Iván no le importaba el sofá, ¿a qué venía tanto problema?
—Mamá, ella no va a querer. Odia que entren en su habitación...
—Habladlo, Celia. Llámala y a ver qué dice —ordenó—. Pero que quede claro: como llegue a casa y vea al pobre chico durmiendo en el sofá me voy a enfadar contigo. Es descortés y solo es una noche, no te cuesta nada. —Y por si imponerle un compañero de cuarto fuera poco, añadió—: ¡Ah! En realidad llamaba para avisarte de que tu padre y yo nos quedamos a cenar en la falla con Ali, así que no nos esperes despierta.
Dicho esto, la mujer se despidió de su hija y colgó el móvil sin decir nada. Celia se quedó de piedra, aguantando aún el aparato en su oreja, tratando de procesar lo que se le venía encima.
Por otro lado, el joven invitado se había enterado de, al menos, un setenta por ciento de la conversación telefónica de Celia con su madre, y conforme comprendía lo que podía significar compartir habitación con la chica de sus sueños, se había puesto tan nervioso que le temblaban las manos. No se atrevía a mirarla a los ojos, ni tampoco a decirle nada, por si la asustaba. Quería que esa noche todo fuera a pedir de boca. Lo único que tenía claro era que debía de buscar la manera de hacer que su anfitriona se sintiera cómoda con él. Esta era una oportunidad de oro para transformar de una vez por todas la tortuosa relación que mantenían en lo que brevemente fue aquella noche en Alma cuando buscaron a Álex juntos.
—¿Quieres que salgamos? —preguntó—. De casa digo, no como salir en una cita... ¿Quieres que salgamos a la calle y no nos quedemos aquí solos? Me parece que estaríamos más cómodos los dos en un ambiente donde... donde hubiera más gente.
Lo había hecho. Mal, pero hecho al fin y al cabo. Hubiera deseado ser más discreto, pero estaba temblando y tan nervioso que no podía pensar con claridad. Se sentía como cuando hizo el examen de acceso a la universidad: todo su futuro dependiendo de lo que hiciera en unas pocas horas.
—Creo que sé a qué te refieres. —Rio ella nerviosa, quitándole hierro al asunto—. Estoy de acuerdo, estaríamos más tranquilos fuera de casa. ¿Dónde quieres ir?
Iván lo pensó detenidamente y entonces tuvo una idea.
—¿Alguna vez has cenado en el Buena Vista?
La palabra «cenar» podía significar desde el acto más inocente del mundo, hasta el más significativo. ¿Salir a cenar con Iván era una cita?
—¿Qui-quieres que cenemos juntos en un restaurante? —tartamudeó, visiblemente sonrojada.
Automáticamente, él negó con la cabeza y trató de encauzar de nuevo la situación.
—No, no... No es una cena de verdad. Es un bar que sirve bocadillos a tres euros; lo más cutre que verás en tu vida, te lo aseguro. No es una cita. —Hizo hincapié en eso último. Con lo que le había costado llegar hasta casa de Celia, más le valía no espantarla a la primera de cambio.
Ella pareció relajarse de golpe y le dedicó una cálida sonrisa.
—En ese caso, está bien —cedió.
—¿Tienes un chubasquero para dejarme?
—Claro, el de mi padre. Em... —Dudó un instante—. Tengo que hacer primero una llamada a Pablo... Ahora vuelvo.
Rápidamente, Celia buscó el chubasquero de su padre y se lo ofreció a Iván sin mirarle a los ojos. En cuanto había pronunciado el nombre de Pablo, sentía que no tenía ni fuerza ni valor para enfrentarse a la mirada triste y nostálgica de aquel rompecorazones que vivía en el noveno. Después se encerró en el baño y sacó el móvil. Tenía que decirle a su novio lo que estaba pasando. Si no lo hacía, se sentiría casi igual de culpable que habiéndole sido infiel.
Entre las cuatro pequeñas paredes del lavabo, Celia miró la pantalla del móvil indecisa. Sabía qué tenía que hacer pero no cómo hacerlo. En su cabeza se repetía constantemente la posible evolución de la conversación y, en ninguno de los escenarios salía ella victoriosa. Se preguntó si sería tan malo no contarle nada a Pablo. Al fin y al cabo, estaba completamente segura de que no iba a ocurrir nada entre Iván y ella. Celia jamás sería una traidora; estaba enamorada de Pablo.
Finalmente llamó. Lo hizo sin pensar. Simplemente, buscó rápidamente el contacto y pulsó temblorosa el botón de llamar sin tener la más mínima idea de cómo exteriorizar lo que ocurría.
—Hola, princesa. ¿Qué tal estás?
La voz grave, atrevida y ronca de Pablo, que tanto excitaba a Celia normalmente, la saludó en un tono animado, ajeno al duelo que se debatía en la mente de su novia. La primera punzada de culpabilidad se clavó como un puñal en su corazón.
—Hola, Pablo...
—¿Vais a salir esta noche? Hay una tormenta que no sé si me atrevo a poner un pie fuera de casa —Rio—. ¿Qué plan tenéis?
—Ninguno, la verdad. Se ha cancelado todo, pero...
—Normal —interrumpió—. Entonces, ¿te quedas en casa? ¿Estás sola? Porque estaba pensando que podría coger el coche e ir a verte... Ayer no nos vimos por culpa de Inés y te echo muchísimo de menos.
Este fue el trágico desliz de Pablo que condicionó negativamente el resto de la conversación. De verdad que Celia quería contarle que estaba con Iván, y lo iba a hacer hasta que escuchó la frase: «Ayer no nos vimos por culpa de Inés». En el preciso momento en que Pablo la había verbalizado, la alarma del subconsciente de Celia, la que tintineaba cuando algo no encajaba en el puzzle deshecho que era aún su relación de pareja, sonó con una fuerza atronadora. Lo que insinuaba Pablo no estaba bien.
Es completamente cierto que Celia se había pasado el día anterior maldiciendo a su amiga por hacerle elegir entre ella y Pablo. También es igual de cierto que conforme había transcurrido la mañana, había comprendido que la intención de Inés no era esa de ninguna forma, y lo había hecho gracias a sus conversaciones con Rebeca, Sara y la propia implicada. Ahora, había una diferencia abismal entre ser ella misma quien despotricara de su amiga de toda la vida a que fuera Pablo que acababa de llegar a su mundo apenas tres meses atrás.
A todo esto, había que sumarle que nuestra protagonista de cabellos carbón aún no se había armado de valor para explicarle al novio que su actitud de la otra noche había sido nefasta. Posponerlo era responsabilidad suya, eso desde luego, pero ¿qué pretendía Pablo culpándola?
—No fue por culpa de Inés. Te dije que tenía plan en la falla de mi hermana y que iba a estar mi familia alrededor —repitió la mentira piadosa que dijo la noche anterior para evitarle—. Estuvimos de acuerdo en que no era el mejor momento para que los conocieras. ¿A qué viene culpabilizar así a Inés?
—No sé por qué te pones así de agresiva de repente —balbuceó el chico—. No he dicho nada que no fuera verdad. Anoche vi tus historias de Instagram y las de Marcos. Estuvisteis un buen rato en la Calle Burriana y podríamos habernos visto aunque fuera durante ese rato. Estaba claro que no me llamaste porque ibas con Inés y ella no quería verme.
Lo primero, ¡malditas redes sociales que han acabado con la intimidad del ser humano! Segundo, ¿cómo era posible que Pablo ni se hubiera planteado tener algo de responsabilidad en aquel desaguisado?
—Oye, te sorprenderá, pero no soy un títere que actúa según lo que me ordenéis Inés y tú —espetó furiosa.
—O sea que no quisiste verme anoche.
—Bueno, no, no quise —reconoció—. Creo que el lunes pasaron cosas bastante malas entre las chicas y tú, especialmente con Inés, y me parece que tenemos que hablarlas.
—Yo no he hecho nada malo, Celia. ¡Si te estuve defendiendo todo el rato!
—No es eso exactamente lo que pasó. Sé que tu intención era protegerme, pero no debiste meterte entre nosotras.
—En serio, ¿qué coño te ha metido esa en la cabeza para que me estés soltando este rollo? —estalló.
—¿Cómo dices? Relaja ese tono, Pablo. Te has pasado.
Una vez más, la conversación había empezado con un tono de voz y terminado con otro. En aquel punto, Celia no se acordaba ni de que Iván estaba en su casa. Por ello, no reparó en que cada vez que ella alzaba más y más el volumen y discutía acaloradamente con su novio, el simpático del vecino pretendiente escuchaba como un buen cotilla todo lo que sus oídos podían captar al otro lado de la puerta.
—Esto hay que hablarlo en persona, Pablo.
—Sí, porque yo también tengo mucho que decir aquí.
—Muy bien, pues mañana lo hablamos —sentenció—. Pero antes de que cuelgues: Inés es mi amiga más íntima y de ninguna manera va a salir de mi vida, ¿vale? Hazte a la idea de que tienes que aguantarla, te guste o no, igual que yo aguanto cada vez que salgo con tus amigos a la estúpida de Marta.
—Ya veremos —espetó con prepotencia su novio.
Le colgó sin esperar respuesta y a Celia le embargó una rabia en su interior completamente indescriptible. Sintió el impulso de tirar el móvil al suelo, pero en su lugar dio un golpe en la pared con la palma de la mano.
—Joder, al final no le he dicho que esta el puto Iván aquí —murmuró cabreada—. Esto es una mierda...
Abrió la puerta del baño con violencia, chocando su mirada furiosa con los ojos claros culpables de Iván.
Se había enterado de todo.
Bueno, bueno... empieza la noche intensa y parece que Pablo y Celia no consiguen comunicarse 🫢 Ella tiene tantas cosas en la cabeza que no sabe ya ni lo que debe ni lo que no debe hacer. ¿Creéis que Celia esta actuando bien?
Se viene larga dosis de Iván y Celia en los próximos capítulos... ¿Preparados?
Recordad darle a la estrellita si os gusta lo que leeis ⭐️
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