✰ 46. CONFRATERNIZANDO CON EL ENEMIGO
Y tengo que decirte que es por ti
Que me jugué todas las cartas y perdí
París - Morat y Duki
17 de marzo.
¿Qué cómo le había ido a Iván desde que vio a Celia besarse apasionadamente con su antiguo gran amigo Pablo? Pues honestamente, nada mal.
Se suele pensar que el amor verdadero es aquel que consume. No poder dejar de pensar en esa persona ni por un instante. Contar los minutos, horas y días que faltan para estar juntos y sentir que la vida antes de conocerle no era vida en realidad. Sin embargo, no era así como se sentía Iván. Sus sentimientos hacia Celia eran honestos, puros y sinceros, pero no por ello iba él a llorar día y noche sin levantar cabeza.
Cronológicamente, Iván estuvo triste tres días en los que sí que pensaba exclusivamente en Celia y el fracaso de su declaración. Al cuarto, salió con Álex a dar una vuelta y se sintió un poquito mejor. Después, hizo lo mismo con Alberto y con Jorge. Cada día que salía, tenía la sensación de que el mal de amores no era para tanto y que la imagen de Celia con su cabello oscuro ondeando en su espalda, iba desvaneciéndose y dando paso a otras preocupaciones. Entonces, una mañana cualquiera, una compañera del máster —Alba, se llamaba— le pidió el número de teléfono y flirteó un poco con él. Para su sorpresa, Iván, que había llegado a convencerse de que solo tenía ojos para Celia, no pensó en su vecina en todo el tiempo que habló con Alba. Tampoco lo hizo cuando minutos más tarde le dio su número. Ni siquiera días después al besarla en su portal.
Es decir, Iván estaba bastante seguro de haber superado a Celia, a pesar de que sus cuatro días de tonteo con la tal Alba no hubieran llegado a nada más serio. No obstante, su derrota del día catorce jugando al Call of duty le había demostrado lo contrario.
Pese a todo, ahí estaba él, el miércoles diecisiete de marzo por la tarde, guardando en una bolsa su ropa y enseres para pasar la noche en casa de Blancanieves, como diría Álex. Mientras lo hacía, le temblaba el pulso y a su mente acudían fugazmente pensamientos que le inducían al abandono de aquella nefasta idea.
Bajó por las escaleras, porque así el camino era más lento y el espacio más amplio. Sonaba ridículo, pero eso le hacía sentirse a salvo. Podía detenerse y girar sobre sus pasos en cualquier momento, aunque sabía de sobra que no lo haría. Celia era como un imán para él. Finalmente, se halló a sí mismo frente a una gran puerta marrón con el número 51 grabado en tonos plateados. Tuvo la sensación de que aquel trozo de madera que obstaculizaba el acceso a casa de Celia, se agrandaba por momentos. O quizás era él quien se empequeñecía.
Llamó una vez. Solo una porque le temblaban las manos al hacerlo y no pensaba que pudiera repetir tan heroica hazaña de nuevo. Las piernas le flaqueaban, los hombros no podían soportar el peso de la bolsa. Sintió un inoportuno calor abrumarle sin previo aviso. Si no le abrían ya, iba a ponerse a sudar de nervios.
—¿Pero qué me pasa? —murmuró desconcertado. Nunca estaba nervioso. Era, literalmente, el ser humano con más seguridad del universo.
En ese preciso instante, la puerta emitió un grave ruido sordo y procedió a abrirse lentamente. En realidad, fue cuestión de dos segundos, pero vivido en el cuerpo de Iván todo transcurría a cámara lenta, como en las películas de terror.
La cara de la persona que asomó no era otra que el rostro feliz de Alicia, con un par de corazones hechizados por ojos y la babeante sonrisa de una admiradora.
—Te estaba esperando —balbuceó.
No era que Iván no estuviese acostumbrado a romper corazones. Es más, esa era su reputación por el barrio, instituto y universidad. Viendo la enamoradiza mirada de la hermana pequeña de Celia, a la que el vecino sacaba siete años, Iván se sintió al fin controlando la situación.
Sonrió dulcemente a Alicia antes de hablar.
—¡Buenas! ¿Llego tarde?
—No mucho. Te he preparado el sofá hace un par de horas, por si acaso venías antes.
—Vaya, me siento muy halagado. No hacían falta tantas molestias.
Entró en casa de Celia sintiéndose un extraño y se permitió contemplar hasta el más mínimo detalle a su alrededor. Era un piso muy parecido al suyo, por no decir que tenía exactamente la misma disposición. Sin embargo, la decoración era más creativa, algo así entre vintage y moderno al mismo tiempo, con colores atrevidos jugando con otros más neutros.
—Qué bonito —elogió.
—Me alegra que te guste.
Alicia le acompañó hasta el salón, donde había dejado sobre el sofá mantas y sábanas dobladas a un lado, con almohadones ubicados de manera estratégica para que combinaran a la perfección con el espacio. Al lado, una mesilla de madera sostenía un jarrón con flores rosas, una extraña lámpara asimétrica y varios libros.
—Los he escogido de la habitación de Celia —dijo la chica—. No sé si te gusta leer antes de dormir...
—Me encanta leer, muchas gracias.
Iván alargó el brazo y procedió a examinar los volúmenes. Uno era novela negra, La chica del tren de Paula Hawkins, y el otro parecía fantasía, La Torre Oscura: el pistolero de Stephen King. Él también era muy afín a esos géneros.
—¿Tu hermana no está? —preguntó intentando no sonar tan ansioso como se sentía.
Quiso sonar discreto, pero no pudo. Los labios de Alicia se curvaron, dejando una hilera de dientes blancos a la vista.
—Está durmiendo la siesta. Es su ciclo en Fallas, ¿sabes? Dormir, comer y salir. Si algo de eso no pasa, su cerebro cortocircuita.
Iván soltó una sonora carcajada ante la elocuencia de la menor de las Pedraza.
—Eres muy ingeniosa.
—Muchas gracias —agradeció orgullosa—. Te dejo organizarte con tranquilidad. Yo mientras despertaré a Celia.
—No hace falta que la molestes, si está cansada...
—No, no, no —interrumpió enérgica—. Mi hermana es capaz de dormir toda una vida.
Dicho eso, desapareció por un pasillo y dejó en soledad a Iván. Él deambuló por el salón, curioseando y, cuando empezaba a preguntarse si debía haberse ido a casa de Álex en lugar de meterse en el berenjenal en el que estaba, escuchó a alguien toser tras él.
Se giró sobresaltado, encontrando la cara medio dormida de su adorada vecina y amor platónico que trataba de ocultar un bostezo. Él ahogó un saludo, que sonó tan agudo como una ardilla, y ella tardó más de lo normal en reaccionar acorde a la situación. Le miró a él, luego a su alrededor, y finalmente, levantó una ceja.
—La verdad es que pensaba que no ibas a venir. —Tenía la voz grave y ronca por estar recién despertada.
—T-tu hermana te ha ido a buscar... —Señaló la dirección por la que había desaparecido Alicia como si eso tuviera alguna relación con lo que Celia había dicho.
Iván se puso rojo como un tomate, miró a todas partes menos a los ojos claros de su vecina, y tartamudeó un par de veces. Sentía que le había poseído un demonio o algo parecido porque él simplemente no era así. ¡Estaba demasiado nervioso!
En el otro bando, la mente de Celia trataba de procesar información con la mayor agilidad posible, pero estaba cansada y ni siquiera recordaba dónde se habían quedado. Es decir, ¿en qué punto de la relación estaban Iván y Celia? La noche anterior se rieron en el ascensor después de que ella descubriera cosas de las que no estaba dispuesta a volver a hablar nunca más. Antes de eso, se vieron en el portal, cuando él estaba sudado tras bajar cajas con muebles y trastos, preparando su casa para la obra. Ese día, casi solo había hablado con Alicia. Si retrocedía más, recordaba cómo Iván se le había declarado después de la horripilante cena con los amigos de Pablo y el ataque de ansiedad en medio de la calle. Ella nunca le llegó a dar una respuesta.
Madre mía, ¿cómo debía actuar?
—Jamás te había visto nervioso —comentó para romper el hielo.
En realidad, lo que Celia quería decir era: «Nunca hemos estado nerviosos los dos a la vez».
—¿Cómo no voy a estarlo? —se sinceró Iván—. Para empezar, ayer viste mucho más de lo que deberías.
—No te voy a engañar, creo que mi mente jamás se recuperará de ese trauma —bromeó.
Iván se rio, aliviado de que la tensión que siempre se interponía entre ellos se deshiciera como la espuma del mar.
—Tenemos que organizarnos para esta noche —añadió ella tras unos segundos de incertidumbre—. Imagino que tienes planes con tus amigos, ¿no?
—Sí, sí... Bueno, haremos lo mismo de ayer. Saldremos con tu amiga Paula. —Tras una pausa—. Tú... Quiero decir, ¿las demás vendréis? El primer día se unieron a nosotros Inés, Noe, Marcos, Sara y su novio. —Celia se ahorró matizar que a partir de ahora a Dani era mejor mencionarlo como exnovio—. Fuimos a casa de Jorge para seguir con la fiesta allí. Me sorprendió no verte con ellas. ¿Estabas con...?
—Pablo —terminó la frase Celia rápidamente—. Sí. Me quedé con él y vuestros amigos del colegio en un pub cerca de la Plaza de Cánovas.
Hubo un silencio incómodo tras ese intercambio de palabras y es posible que lo más adecuado para Iván hubiera sido seguir la conversación por otro lado. Pero no se le puede culpar de tener curiosidad y querer conocer el estado en que se encontraban su examigo y su amor platónico. ¿Y si tenía la oportunidad de ganársela durante esa noche?
—Pues tendrías que haber venido —dijo mirando al sofá—. ¿Te acuerdas de mi amigo Álex? ¿El chico que estuvimos buscando en Alma y no aparecía por ningún lado?
—Sí, claro que me acuerdo.
—Tus amigas ya lo han conocido y creo que están encantadas con él.
—¿De verdad? —Celia enarcó una ceja y sonrió levemente—. Pues a mí no me han comentado nada.
—Será porque lo tienes que ver con tus propios ojos. —Iván le devolvía una de sus sonrisas ladeadas y se acercaba a ella poco a poco. La verdad es que el pijama le quedaba muy sexy—. Venios esta noche con nosotros. Iremos a ver los fuegos artificiales desde los Jardines del Túria y luego nos quedaremos en la Falla de Paula toda la noche. —La invitó con un tono seductor en sus palabras—. Pregúntales a las chicas. El lunes lo pasaron genial. De hecho, me extrañó que no se vinieran también anoche.
—Bueno, tampoco es que pudieras prestarles mucha atención. —Celia había retrocedido un par de pasos. Le estaba poniendo nerviosa tenerle tan cerca—. Estabas muy ocupado en la sala de contadores.
Se contesta en forma de pulla cuando se divisa una amenaza cercana. La conversación se aproximaba vertiginosamente a la temible disputa entre Celia e Inés con la colaboración no solicitada de Pablo, que había monopolizado el principio de las Fallas. Se negaba en rotundo a contarle al mismísimo Iván, pretendiente encubierto, que tenía problemas con la actitud de su novio para gestionar conflictos y que su mejor amiga le había pedido que no lo trajera más al grupo durante un tiempo. Podía imaginarse el semblante de su vecino si descubría todo eso. Disfrutaría como un niño con un caramelo.
—Te agradezco la oferta...
—Pero no quieres. —Iván le quitó las palabras de la boca y miró hacia otra parte.
—En realidad, no voy a salir esta noche.
Cuando hay problemas a la vista, no debería ser una opción huir despavorida en lugar de enfrentarlos. Ese era el camino fácil para Celia: si no salía, no elegía. Sencillo y, extrañamente, demasiado condicionante. Sin embargo, no encontraba en su interior el coraje necesario para tomar otra clase de decisión. Habían transcurrido más de treinta y seis horas desde que Inés se largó cabreada con las chicas a la Falla de Paula y todavía no había intentando hablar con su novio acerca de aquello. No se atrevía y no le apetecía.
—¿No vas a salir? —repitió Iván perplejo.
—No lo creo.
—¿Por qué no?
—Pues... —Echó un vistazo a la puerta del balcón—. Hace mal tiempo.
Iván miró a través de la ventana. Era cierto que hacía un día de perros, no tanto por el cielo nublado y los evidentes signos de una inminente lluvia, sino por el violento viento que agitaba con fuerza los árboles.
—¡Pero todos los años hay un día que llueve un poco! No puedes quedarte en casa. —Quería convencerla, pero vio en sus ojos que no podría—. ¿Estás segura?
—Sí, necesito descansar.
—Alicia me ha dicho que llevas todo el día durmiendo.
—Pues quiero dormir más.
Sin molestarse, Iván la miró de reojo y sonrió de forma traviesa. Esa era la Celia que él conocía: la de las pullas y miraditas asqueadas. Le alegraba estar a su lado de nuevo, a pesar de que saliera con el imbécil de Pablo y no con él mismo.
—¿Jugamos a las cartas? —propuso de repente la chica—-. Lo digo por hacer algo divertido durante estas ¿horas?. No son ni las seis.
Su vecino asintió con la cabeza.
—¿Le decimos a Ali que juegue con nosotros?
—Sí, genial.
Entonces, un rayo partió el cielo y la fría, húmeda y abundante lluvia de marzo comenzó a inundar las calles de Valencia en cuestión de segundos. Celia sonrió para sí misma, segura de que el universo intentaba echarle un cable.
Seguro que estabais deseando que llegara este momento... Celia e Iván compartiendo un rato juntos. ¿Terminará todo igual de mal que siempre o, por el contrario, tendrán de una vez la velada que merecen?
Por cierto, ¿Qué os parece el dilema moral del Celia? ¿Es posible que pueda estar agrandado más de lo necesario sus propios problemas con eso de eludir a los demás? ¿Si os pasara a vosotrxs, cómo lo solucionaríais todo? Os leo 👀
Por favor, recordad darle a la estrellita si estáis disfrutando de esta lectura ⭐️
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