✰ 45. EL SUSTO
Si me preguntan por ti (oh, oh)
Diré que no es cierto
Que duele por dentro que no estés conmigo
Te quiero conmigo
Cuando nadie ve - Morat
Llegó al portal de su finca con las llaves agarradas entre los dedos a modo de arma. Era una realidad completamente desagradable, pero regresar a casa sola por la noche podía ser la última escena por contar antes de que algún malnacido con intenciones cuestionables se abalanzara sobre una sin consentimiento.
¿Que exagero? Para nada, mira las noticias.
Celia solía quedarse a dormir en casa de alguna amiga o regresaba a la suya acompañada cada vez que salía de fiesta, pero dada la espontaneidad de aquella extraña velada no le había permitido a Pablo cumplir ese papel. Aunque tampoco es que él se hubiera ofrecido.
Quería estar sola, aunque eso de noche no es nunca una buena idea para una mujer, ni siquiera cuando toda la juventud está festejando en las calles.
Atravesó su barrio esquivando a borrachos que oscilaban entre los dieciséis y los treinta y pico años, grupos de amigos que gritaban y reían, y alguna que otra pareja que discutía acaloradamente en público y luego se abalanzaban el uno al otro para comerse a besos sin dejarse tiempo para respirar.
Cuando llegó al portal, abrió con la agilidad de una profesional y en poco menos de un segundo entró en el interior del edificio cerciorándose de que la puerta se cerraba tras ella y nadie la seguía. Se encaminó un par de pasos hacia el ascensor y fue en aquel preciso instante cuando pudo escucharlo.
Eran varias respiraciones agitadas, jadeos que provenían de algún lugar dentro del edificio. El eco le impedía distinguir de dónde y Celia se asustó, deteniéndose a mitad del recorrido. Había alguien más a parte de ella en aquel enorme rellano y, a pesar de buscarle con la mirada por todas partes, quien quiera que fuera se había escondido bastante bien.
Una sensación de vulnerabilidad le sobrecogió.
En el telediario salían casi cada día noticias horribles sobre jóvenes que habían sido agredidas sexualmente en uno u otro lugar. Muchísimas veces, el escenario de tales actos solía ser un portal desierto a altas horas de la madrugada y la víctima una chica joven, de la edad de Celia, que retornaba de fiesta con alcohol en las venas y el juicio medio nublado.
Ella quería coger el ascensor, subir a casa y meterse en su cama, sana y salva, sin dedicarle un minuto más a esa horrible sensación. Sin embargo, entrar en un cubículo de reducido tamaño en el que no había escapatoria le parecía una trampa. Su supuesto agresor podía atraparla con tan solo bloquearle la salida.
La otra opción era volver a la calle y huir de allí a toda velocidad. Eso era quizás lo más astuto, pero el peligro, desgraciadamente, se extendía más afuera, donde los posibles agresores se multiplicaban e iban igual de bebidos que ella. También era cierto que no todo en el exterior era malo, sus posibilidades de que le prestaran auxilio eran incuestionablemente mayores que dentro del edificio.
Estaba pensando en eso cuando las respiraciones se detuvieron. De pronto no se oía absolutamente nada. Aquello la puso todavía más nerviosa y comenzó a temblar. Dio un paso atrás preparada para salir corriendo. Entonces un ruido sordo invadió todo el lugar en un eco ensordecedor y Celia gritó.
Corrió hacía la puerta de entrada de nuevo y empujó el pomo con violencia, tratando de abrirla. Justo cuando lo consiguió, una voz terriblemente familiar se hizo camino entre el escándalo.
—¡Silencio! —¿Acababa de escuchar a Iván Alvarez pedirle a alguien que se callara?
Paró en seco su huída y se giró bruscamente. Estaba completamente convencida de que había oído la voz de su vecino y dado que se encontraba en el rellano de la finca en la que ambos vivían, había razones de sobra para deducir que su hipótesis era más que probable.
El pánico de hacía unos instantes se esfumó casi por completo, y fue en ese mismo momento cuando atrajo su atención la puerta tras la que se escondían las llaves del gas y del agua en cada piso. Supo enseguida que de ahí provenía la respiración y supo también que Iván debía estar fumando o haciendo algo ilícito otra vez en la zona común del edificio. Ya le pilló en su día liándose un porro en el garaje de la comunidad...
No lo pensó dos veces y se acercó a la puerta, le dio una patada y la abrió de par en par. Lo que sus ojos encontraron en la negrura de la sala fue algo que no podría olvidar en su vida.
Descrito educadamente y sin entrar en detalles morbosos, Celia se encontró con dos cuerpos. El primero era de una chica con las manos apoyadas en la pared y el trasero extendido hacia atrás. Llevaba ropa puesta, aunque no de la manera que debía lucirse. Eso quiere decir que su camiseta ajustada estaba levantada exhibiendo sus senos desnudos y la falda de vuelo se alzaba dejando al descubierto unos glúteos bastante envidiables. El otro cuerpo era de Iván, obviamente. Y para ser precisos, llevaba la camiseta puesta, pero los pantalones y ropa interior bajados a la altura de los tobillos. Estaba situado de pie, erguido, justo detrás de ella.
Lo que ocurría era claramente evidente.
Lo extraño es que Celia no salió corriendo y cerró la puerta para concederles intimidad, sino que, tremendamente sorprendida, se quedó de pie paralizada. Tampoco ellos reaccionaron rápidamente. Iván tenía la cara sudada, roja por el esfuerzo y, en cuanto se dio cuenta de la presencia de su vecina, se puso nervioso e intentó cubrirse.
La chica, de cabellos oscuros como los de Celia y rostro contraído en una mueca, rompió la postura y se bajó la camiseta de forma automática, ocultando el pecho tras la tela. Comenzó a decir cosas sin sentido, a las que Celia no prestó atención, pero que la obligaron a actuar. Sintió que sus mejillas se tornaban rojas, cerró la puerta y fue disparada hacia el ascensor, suplicando al universo que bajara cuanto antes y pudiera salir de escena sin remordimientos. Había visto mucho más de lo que se atrevía a reconocer.
Un minuto después, la morena abandonaba el edificio enfundada en su abrigo, veloz como el viento. En aquel momento Celia entró en el ascensor sin pararse a pensar en su vecino.
—Espera, que yo también subo.
Iván bloqueó la puerta con su mano, interponiéndose entre los sensores, y entró en el diminuto espacio habilitado para un máximo de cuatro personas junto a Celia. Ninguno de los dos dijo nada, hasta que las puertas se cerraron y el elevador inició su trayecto hacia el séptimo.
Ella se fijó en que tenía un ligero tono rojizo en sus ojos y hubiera jurado que las pupilas estaban exageradamente dilatadas. Se diría que antes de tener sexo en la sala de contadores, Iván se había fumado un buen porro, aunque tampoco es que Celia tuviera pruebas para respaldar su hipótesis.
¿Se supone que tenía que decir algo? Por alguna extraña razón, a ella le había provocado celos verlo tirarse a otra, pero... Bueno, ¿eso no tenía sentido, verdad? Celia estaba con Pablo.
Fue su vecino quien rompió el silencio en una tremenda carcajada que resonó por el ascensor y, probablemente, el resto del edificio. Ella frunció el ceño y le dirigió una mirada inquisitiva. Estaba tan desconcertada por la situación que no sabía ni qué era tan gracioso.
—Lo siento... —Reía Iván—. Te juro que pensé que nadie nos descubriría ahí. ¡Ha sido buenísimo!
—¿Buenísimo? ¡Casi me sangran los ojos! —respondió ella con un leve amago de sonrisa—. Pensaba que había un violador escondido por el rellano y de pronto me encuentro contigo follando con una chavala... ¿Qué has hecho con el condón?
—Se lo ha llevado ella al salir. Le he pedido que lo tirara a la basura. ¿No la has oído? Me ha insultado de todas las formas posibles...
—Dios mío...
Saber que muy posiblemente la morena de antes no volvería a hablar con él le calmó el mal carácter.
—¿Cómo íbamos a saber que aparecerías y se te ocurriría entrar en la sala de contadores?
—¡Es una zona pública! ¿Cómo se os ocurre a vosotros? —Esbozó una sonrisa tímida.
—Me pareció un sitio discreto.
—Oye, ¿vas fumado?
Iván hizo un gesto con el dedo índice y el pulgar, insinuando que sí que lo iba, aunque solo un poquito.
El ascensor paró en el séptimo y Celia salió con una sonrisa soñadora pintada en el rostro. Iván no pudo evitar pensar cuánto le gustaba verla. Era tan bonita y blanca como la luna creciente.
—Tendrás que presentármela un día —se burló ella con la seguridad de que a esa morena no la verían de nuevo jamás—. Si es que vuelve a dirigirte la palabra. No ha sido muy galante por tu parte dejarla irse con un preservativo usado.
Iniciar conversación con él le obligó a detener las puertas del ascensor y quedarse un poco más de tiempo a su lado. Buscaba una excusa para seguir juntos.
—No creo que pueda —respondió Iván encogiendo los hombros—. No sé cómo se llama ni tengo su número.
—¿Lo dices en serio?
Él asintió, sonriendo con picardía. Le dedicó una de esas miradas que tan vulnerable hacían sentirse a Celia, esas que habían ocasionado una sesión de gritos en medio del portal meses atrás, pero esta vez su vecina no se cabreó. Estaba demasiado feliz ahora que había certeza en eso de que la morena no volvería a aparecer por los alrededores de Iván.
—¿Y cómo habéis acabado ahí? —preguntó ella tratando de desviar el tema.
—Es una larga historia. Mañana te la contaré.
—¿Mañana?
—Sí. —De pronto él se sonrojó—. ¿Sigue la oferta en pie? ¿La de pasar la noche contigo y tu hermana?
—Claro. Si lo necesitas, el sofá es todo tuyo.
—Gracias.
Sacó su móvil y se lo extendió con la pantalla desbloqueada y la agenda de contactos a la vista. La instó con la mirada a guardar su número.
—No puedo creer que no lo tengas a estas alturas —comentó, divertida.
—Bueno, no me lo habías dado. Y no le iba a pedir a nadie que me lo pasara sin tu aprobación.
Ella sonrió, tecleó y le devolvió el teléfono.
—¿Hablamos mañana?
—Por supuesto.
Las puertas trataron de cerrarse de nuevo y esta vez Iván no quiso impedirlo. Celia no se fue al instante, sino que se quedó a mirar cómo el rostro agotado y recientemente sudado de su vecino desaparecía de su campo de visión. Justo cuando estaba a punto de hacerlo, ella miró hacia su bragueta descaradamente y luego a los ojos de él.
—No está mal —reconoció, tras guiñarle un ojo juguetona.
Aquella fue la primera vez que Celia sonrojó a Iván y tan pronto se cerraron las puertas y el ascensor siguió su camino, él sintió de nuevo esa tremenda necesidad de bajar a buscarla y plantarle un beso en la boca que la dejara desorientada.
Suspiró al percatarse de que volvía a recaer en la adicción que era para él Celia.
Aquí teneis un capítulo que empieza desagradable, pero más real de lo que me gustaría reconocer, y después se vuelve bastante divertido.
Cómo veis, Iván no se queda esperando como un tonto a que Celia le haga caso. Él va a su rollo saliendo de fiesta y conociendo a otras chicas. ¿Qué os ha parecido este extraño e incómodo reencuentro? ¿Os ha hecho gracia? Os leo 👀
En el próximo capítulo llega la noche esperada de estos dos 😊
Recordad darle a la estrellita ⭐️
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