✰ 44. MARCOS

Y no sé cuánto, no sé cuánto voy a soportarlo

Cuánto me duele - Morat

16 de marzo.

Marcos Díaz Colomer era para Celia la clase de amigo que no llegaba a ser íntimo, como Inés, ni un mero conocido, como Arnau. Estaba en las zonas grises.

Se lo presentó Sara en una fiesta organizada por los estudiantes de Periodismo a principio del curso universitario, aquel lejano momento en que el grupo de amigas, por primera vez en cuatro años, se separaba para iniciar cada una su formación en una facultad distinta.

Distanciarse era duro para todas, aunque ninguna lo pasó mal comparada con Sara. Quería cursar Periodismo pero le aterrorizaba entrar en una sala llena de gente extraña sin los rostros de sus amigas como aliadas. Con la voluntad como única arma para enfrentar sus temores, la joven de pelo castaño —se lo tiñó de rubio un mes después— entró en el aula el primer día de clase con la mirada gacha y el cuerpo encorvado en busca de un sitio libre.

En la tercera fila quedaba un hueco entre dos personas. La primera era un chaval de metro setenta y cinco de pelo rizado y un destacable pendiente plateado en forma de aro en el lóbulo de la oreja derecha. Ese era Marcos. La segunda era una joven bajita y pecosa de dientes grandes y sonrisa feliz que respondía al nombre de Violeta. Como suele ocurrir en los casos en los que varios individuos se encuentran solitarios en un lugar desconocido, se presentaron los unos a los otros y empezaron a pasar tiempo juntos.

Este trío supersónico duró dos semanas. Conforme fueron conociendo a otros estudiantes resultó evidente que Violeta, quien desde un primer momento no tenía mucho en común ni con Sara ni con Marcos, se distanciara de ellos para dedicar su tiempo libre a otras personas más afines a su estilo y gustos.

Sin embargo, con Marcos fue diferente. Un flechazo en términos de amistad: era divertido, carismático, sinvergüenza y escandaloso. Todo lo contrario a Sara. Quizás por eso se complementaban tan bien: uno se encargaba de hacer nuevos amigos y la otra de mantenerlos. En eso estaban cuando se celebró la fiesta de Periodismo y a Sara se le ocurrió llevar a las chicas.

Encajaron a la perfección. Marcos, espontáneo por naturaleza, se dirigió a ellas como si fueran amigas suyas de toda la vida. Conquistó a Inés, que desde entonces aseguraba que jamás encontrarían a un chico tan genial como él. Se ganó la confianza de Noe, que cada vez que le veía le contaba su vida como si fueran colegas desde siempre. Triunfó con Paula, que era incapaz de poner una traba a la arrolladora personalidad del chaval y, especialmente, arrasó con Celia, quien ya lo consideraba uno más del equipo.

Volviendo a Las Fallas, la noche del dieciséis de marzo pintaba dura, en el sentido de que Celia tenía más ganas de dormir que de salir de fiesta. Se trataba de un acontecimiento absolutamente insólito, ya que era la primera vez desde que cumplió los quince que no deseaba salir las cuatro noches de las fiestas consecutivas. Sin embargo, entre Pablo, Inés e Iván —parecía que no, pero el espectro de Iván estaba más presente de lo que le gustaría reconocer— habían conseguido que la joven de cabellos como el carbón terminara por sentir un agotamiento brutal.

Salió a la calle por compromiso, no por gusto.

Al respecto de cómo transcurrió la noche, solo se puede decir que fue casi exactamente igual que la anterior. Diferencias a destacar: esta vez cenaron en casa de Sara y luego se reunieron con Aida, Fátima y los chicos de clase de Celia en la Calle Burriana en lugar de la Plaza Cánovas.

Celia pasó las horas ensimismada pensando en Pablo. Al parecer eso era la único que hacía últimamente: Pablo por aquí y Pablo por allá.

—¿Qué te pasa?

—¡Ay! Qué susto —exclamó ella.

Marcos, con su radiante sonrisa juguetona pintada en el rostro, se había apoyado a su lado. Ambos estaban algo distanciados del resto del grupo, con las espaldas chocando contra la pared de uno de los edificios. Él le pasó un brazo por los hombros, atrayendo la cabeza de Celia hacia sí en un breve abrazo.

—Bueno, ya te has recuperado de la sorpresa —bromeó—. ¿A qué viene esa cara de pena?, ¿qué te pasa?

—Nada.

La joven suspiró apesadumbrada. No tenía ganas de verbalizar todas sus preocupaciones otra vez. Su mente estaba en un constante bucle eterno.

—El que nada no se ahoga. —Marcos seguía buscándole el lado divertido a la situación.

—Eso lo dice mi abuela.

—La mía también.

Tras ese intercambio de palabras tan poco fructífero, el chico sonrió cálidamente a Celia. Quizá no estaban tan unidos como le hubiera gustado, pero sí lo suficiente para preocuparse por ella.

—¿Qué tal con Pablo? —aventuró.

Ella dio un respingo.

—Muy bien. —Le miró con desconfianza—. ¿Por qué lo preguntas?

—¿Por qué no iba a preguntarlo? —Él frunció el ceño como si la cuestión le pareciese de lo más estúpida—. Estás saliendo con un amigo mío del colegio y lo sé por Sara, ya que tú nunca te has animado a contármelo.

Eso era vergonzosamente cierto, aunque Marcos no parecía ofendido. Había soltado la pulla con un tono que aparentaba indiferencia, pero cualquiera con dos dedos de frente podía imaginarse que el chico guardaba algo de rencor a la de cabellos oscuros por ello. Celia no supo cómo responder. La verdad era que ni se había acordado de la existencia de Marcos durante aquellos últimos meses. Solo había tenido espacio mental para Pablo e Iván.

Otra vez igual, Pablo por aquí y Pablo por allá. Se estaba resultando pesada hasta a sí misma, si es que eso era posible. ¿No se estaría convirtiendo en una de esas personas que en cuanto tienen pareja no piensan en otra cosa? Ojalá que no.

Celia dejó caer la cabeza sobre Marcos y alzó la mirada hacia él. Su amigo bebía cerveza a pequeños tragos.

—No eres muy cercano a Pablo, ¿verdad? —le preguntó.

—No, la verdad es que no. —La expresión facial de Marcos no evidenciaba absolutamente nada. Neutra—. Fuimos juntos a clase durante el instituto y la verdad es que en todo ese tiempo creo que no hablamos más de tres veces.

Se encogió de hombros con indiferencia y añadió algo así como que eran personas con poco en común.

—Entonces, ¿por qué le invitaste a la fiesta de enero?

No es que Celia quisiera quejarse por ello. Más bien es que todo le había parecido un cuento de príncipes y princesas en un inicio, pero conforme las lagunas de su primer encuentro se iban llenando, empezaba a cuestionarse la magia de su relación. Ya no estaba segura de que el destino hubiera entrelazado sus caminos.

—Me lo encontré por la calle, cerca de mi casa. Iba con Iván, su colega del instituto, y me pareció educado invitarlos a los dos —explicó el chico.

Celia asintió, tratando de disimular la conocida existencia de un triángulo amoroso entre los dos mencionados. La breve mención de Marcos coincidía con lo que su vecino le contó en febrero durante su ataque de ansiedad en medio de la calle.

—¿No te pareció raro? —insistió mirando al suelo—. Si no erais amigos...

—Rarísimo —afirmó el otro y volvió a beber cerveza—. No me habla en tres años y de pronto aparece por mi barrio saludándome como si fuera su mejor amigo.

—Y, aun así, le invitaste.

—Sí. —Y tras una pausa—. Me cayó bien Iván.

Por alguna extraña razón, aquel inocente comentario dejó a Celia desconcertada. Misteriosamente, algo tan simple como descubrir que a Marcos le caía mejor Iván que Pablo, le ponía nerviosa. Por describir la frustración que sintió Celia, fue parecido a resolver erróneamente un problema de matemáticas. La solución era incorrecta a pesar de que el procedimiento era acertado. Se había equivocado sumando al principio y había terminado arrastrado el error de cálculo hasta el final. Un pequeño detalle que parecía cambiarlo todo.

—¿C-cómo que te cayó bien Iván? —tartamudeó.

Marcos no pareció captar el ligero desequilibrio emocional de Celia.

—A ver, la forma de actuar de Pablo era un poquito falsa. —La miró con una expresión de culpabilidad—. No te lo tomes a mal, ya sé que es tu novio pero... O sea, piénsalo: no me habla en tres años y de repente me lo encuentro por la calle y me saluda con un abrazo, interesándose por toda mi vida como si alguna vez le hubiera importado... ¡Incluso me invitó a que nos tomáramos algo en un bar! Yo estaba flipando. Si en clase no me dejaba ni la goma de borrar.

Sorprendida por la confesión, Celia deshizo el abrazo que los unía y le dirigió una mirada cargada de reproches. Estaba abrumada por semejante confesión y quería enfadarse con Marcos por no haberle contado la verdad con anterioridad.

—¿Por qué no me has dicho todo esto antes? —exigió algo hostil.

—¿Cómo quieres que te lo diga, si me enteré de que estabas liada con él cuando ya llevabais un mes saliendo? Si me lo hubieras contado, te lo habría explicado, pero lo supe todo a través de Sara.

Celia paseó en círculos frente a Marcos. No sabía cómo sentirse al respecto y su malhumor amenazaba con salir a saludar. Lo peor de todo es que no podía culparle a él por absolutamente nada. El error de cálculo había sido suyo y de nadie más.

—Bueno, ¿por qué dices que te cayó bien Iván? —retomó la conversación.

—Porque parecía sincero. Me sonreía muy ilusionado y fue el más natural de los dos. Nos sentamos en una terraza y pedimos algo para picar. Estuve casi todo el rato hablando con Iván sobre mil cosas: fútbol, la uni, el master, cómics... Es un friki de Marvel, ¿sabes?  —Rio—. Además, mostró mucho interés en mi segunda carrera. Me preguntó por qué estudiaba Periodismo si ya estoy graduado en Comunicación Audiovisual.

—Siempre olvido que eres mayor que yo —pensó Celia en voz alta—. En mi defensa diré que ni siquiera te crece la barba...

—¡Eh! Que yo no me meto contigo, bonita —bromeó Marcos dándole un breve empujón en el brazo.

—¿Qué culpa tengo yo de que aparentes diecisiete? —siguió picándole Celia.

—Pedraza, cuidado que acabaré burlándome yo de ti —amenazó el otro entre carcajadas.

—Ya sabes que no hablo en serio... —Ella le dedicó una sonrisa traviesa y retomó la conversación original—. Bueno, ¿lo que me estás diciendo es que invitaste a Pablo a la fiesta por Iván?

—Resumido, sí. —Asintió con la cabeza y volvió a beber—. Me cayó genial, pero era un poco maleducado invitarle a él y a Pablo no. Aunque, honestamente, no sé de qué te quejas si gracias a mí ahora tienes un novio maravilloso ¿no?

Ahí estaba la cuestión, que, de pronto, con demasiada facilidad, su chico dejaba de parecerle maravilloso. La forma en la que se habían conocido no era tan mágica como ella creía. Pero Marcos tenía razón, ¿qué más daba lo que él pensara? Gracias a esa fiesta, Pablo y Celia estaban juntos. ¿Por qué sentía dudas ahora? Cada cosa que había pasado entre ellos era real: cómo se habían enamorado y todo lo que había compartido juntos. Celia había elegido a Pablo por una razón y no era que fuera más o menos amigo de Marcos. No podía permitir que una simpleza como esa condicionara el resto de su relación.

Su teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo. Marcos le hizo un gesto, dándole a entender que se marchaba para proporcionarle la intimidad necesaria para atender la llamada. Cuando Celia sacó el móvil, vio iluminada en la pantalla una foto suya con Pablo. Estaban adorables abrazados el uno al otro mirándose a los ojos. Trató de identificar qué sentía al verla, pero no supo decirlo. Quizá sus emociones estaban demasiado mezcladas esa noche. No podía pensar en estas cosas de madrugada, con alcohol en las venas y cansancio acumulado.

—Hola, Pablo. —Descolgó la llamada.

—Hola, preciosa, ¿qué tal te lo estás pasando?

—Muy bien, ¿y tú?

—Genial, pero me lo pasaría mejor si estuvieras aquí conmigo —dijo esto último en un tono enternecedor.

Celia rio, pero no como otras veces donde se sentía atontada cuando escuchaba cada piropo que le decía. La conversación con Marcos aún bailaba por su mente haciendo que dudara de todo.

—Bueno, no te preocupes, mañana nos vemos un rato —zanjó ella.

—¿Mañana? ¿Por qué no nos vemos esta noche?

—Ya te lo he dicho Pablo, no puedo.

—Pero después, cuando acabe la fiesta, puedes venirte a mi casa a dormir.

Celia encarnó una ceja. Eso que decía su novio no tenía sentido.

—¿Para qué voy a caminar veinte minutos hasta tu casa, sola y de noche, si tengo la mía aquí enfrente? —preguntó confusa.

—Bueno, si te lo tengo que explicar es que algo va mal —espetó de golpe él.

¿Qué narices acababa de pasar?

Se quedó callada sin saber qué decir. Le parecía haber escuchado un cristal romperse, aunque quizás era su subconsciente alertándola de que la imagen perfecta que tenía de Pablo se estaba quebrando otra vez. ¿De verdad había dicho eso? Quiso colgarle en la cara justo en ese instante, decirle que si solo quería verla para que se tocaran mutuamente y ella bajara a chupársela, ya podía empezar a buscarse a otra.

—Estoy cansada, Pablo —terminó por decir—. He tenido un día de locos solucionando la disputa con Inés, de la que, por cierto, ni te has interesado, y solo quiero dormir. Espero que puedas entenderlo. En cuanto termine la fiesta con mis amigos, me iré a mi casa. Buenas noches.

Le colgó sin esperar respuesta, consciente de lo severa que había sido. Supuso que Pablo se enfadaría. Era bastante probable que a la mañana siguiente recibiera un millón de mensajes y llamadas perdidas suyas como la vez de la cena con sus amigos o la noche anterior cuando la perdió de vista. Le preguntaría muy indignado que por qué le colgó y repetiría en bucle que él no comprendía nada y que ella estaba muy arisca. Esta vez a Celia le dio igual lo que su novio pudiera pensar. Estaba cansada, no le había engañado en eso.

Simplemente, necesitaba una noche de paz.

Otra inesperado giro de los acontecimientos.  He visto la necesidad de hacer regresar al personaje de Marcos, que aunque no tiene mucha importancia en la vida de Celia, fue testigo del inicio de esta historia ¿Alguien esperaba su declaración?

Por otra parte, ¿es normal que a Celia le afecte tanto lo que su amigo piensa, sinceramente, de su novio? Os leo 👀

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