✰ 42. LAS ANTEOJERAS

Por favor dime lo que has hecho con este pobre corazón
A ver si poco a poco puedo repararlo

Di que no te vas - Morat

Bajó a la Falla de Sara con vaqueros, deportivas negras y una sudadera marrón y blanca. Ocultaba las manos en los bolsillos y caminaba mirando al suelo, esquivando a la gente como un robot. Le hubiera gustado ser invisible o capaz de solucionar todos sus problemas con un chasquido, pero no. Hasta ahora, lo más parecido a un hada madrina era la buena y cariñosa de Sara. Siempre con una sonrisa sincera y buenas palabras para ella.

La encontró arrodillada en la acera de la Calle Maestro Gozalbo con su hermano David al lado. Frente a ambos, había un petardo sin explotar y Sara estaba prendiendo la mecha directamente con el encendedor. Cuando las chispas asomaron, dando comienzo a la cuenta atrás para la explosión, se puso de pie y cogió a David de la mano. Los dos salieron corriendo y a los pocos segundos sonó un pequeño estruendo.

—¡Toma ya! Este ha sido fuerte, ¿verdad?

A los niños, por alguna extraña razón, les fascinaban los petardos. Celia no alcanzaba a entender qué veían en ellos, pero se reían y divertían una barbaridad explotándolos. Los ojos castaños de Sara se encontraron con los azules de Celia, y la primera le dedicó una radiante sonrisa a la segunda, acudiendo a recibirla con los brazos abiertos.

—¡Celia! —exclamó con dulzura.

La abrazó cálidamente, como siempre, y luego ordenó a su hermano que no fuera maleducado y saludara a su amiga. David no era mal niño, pero le importaba un cuerno las amigas de su hermana. Tenía diez años y su mente infantil solo estaba pendiente de petardos y explosiones, como la de cualquier otro chiquillo en Fallas.

—Bueno, ni caso —dijo Sara—. Está muy tonto últimamente.

—Da igual, deja que se divierta. —Rio Celia—. ¿Te apetece que demos una vuelta?

—Claro, voy a llevar a David con mi madre y vuelvo.

En otra situación, Celia hubiera acompañado a Sara para saludar a su madre. Al fin y al cabo, Carmen era una mujer encantadora. Pero aquel miércoles no estaba para historias. Tenía una cara de sufrimiento que no podía ocultar ni con una máscara y no le apetecía los sermones de una madre, tan maduros y correctos que la hicieran sentir como un fracaso de ser humano que no acertaba con ninguna de sus decisiones.

—¿Compramos churros con chocolate y paseamos viendo fallas? —sugirió Sara cuando regresó.

—Vale.

Había puestos de churros, buñuelos, porras y dulces prácticamente en todas las esquinas. Pidieron una docena de los primeros y un vaso de chocolate caliente y después  deambularon entre el olor a pólvora y el ruido de los petardos. Los churros estaban tan ricos que su sabor consiguió amansar el carácter hostil y agresivo de Celia.

—¿Qué hiciste anoche al final? —preguntó la rubia, pasándose la lengua por los labios para limpiarse el chocolate.

—Me quedé con los amigos de Pablo y fuimos a un pub —respondió la otra.

—¿Te lo pasaste bien?

—¿Honestamente? No.

—Normal, con todo el follón con Inés...

—En realidad, si te soy sincera, es más que eso. No acabo de encajar con los amigos de Pablo. —Se encogió de hombros al decirlo y mordió otro churro—. Lo de Inés solo hizo agravar la situación. Pensé que si nos juntábamos todas me lo pasaría mejor teniéndoos cerca.

Sara le acarició el brazo en señal de empatía y bebió un poco de chocolate.

—Bueno, es que son sus amigos, no los tuyos. No tienes por qué encajar con ellos ni tampoco ganarte su eterna amistad —dijo la rubia—. Lo más importante es que sepáis mantener una relación cordial entre vosotros. Con eso me refiero a que si Marta y tú no tenéis en común ni el blanco de los ojos, no pasa nada. Sin embargo, si ella se dedica a malmeter o soltar comentarios que pretenden incomodarte, la cosa se pone peor.

—¿Entonces no me equivoco al pensar que Pablo debería decirle algo?

—A mi juicio lo que le reclamas es más que justo. Igual que con el Víctor ese. —Se rio—. Noe me contó que era más tonto que un zapato. 

—Ya, pues la gente como él me saca de quicio. ¿Qué hago? ¿Soportar sus comentarios aunque sean irrespetuosos?

—Quizá tengas que tolerar unos pocos, los menos graves. —Sara decía esto último sin estar segura de si era la respuesta más acertada—. Tampoco podemos prohibirle hablar. No obstante, tú también eres libre de expresar lo que quieras tal y como hiciste anoche, ¿no?

Eso era lo más cuerdo que había escuchado en todo el mes. Creía que ser una buena novia se traducía en matarse a complacer a los amigos de Pablo y conseguir su aprobación a toda costa. Lo que no había pensado hasta ese momento era que igual que Celia había elegido a Sara para ser su amiga, no había elegido a Víctor o Marta. No podía pretender encajar a la perfección con personas que, si no fuera por Pablo, jamás consideraría como candidatos a ser sus amigos. Sin embargo, trabajar en crear una relación sana por el bienestar de Pablo era tarea mutua. Celia podía esforzarse en aceptar determinados aspectos que venían amarrados a Marta y Víctor, pero ¿no deberían ellos tratar de hacer la misma clase de sacrificio por Celia y permitirle ser ella misma?

En resumen, que se metieran sus miraditas homicidas por donde les cupiese. Era cosa de todos intentar tolerarse para la felicidad de su novio, ¿no?

—¿Puedo serte sincera? —Sara irrumpió entre sus pensamientos con un hilo de voz.

—Claro.

—Desde que sales con Pablo tengo la sensación de que estás más nerviosa. ¿Ha pasado algo? —preguntó con un leve temor en los ojos.

Celia frunció el ceño confusa. ¿A qué se refería?

—No, nada. A parte de lo de anoche, todo va bien. ¿Por qué dices eso?

La otra se encogió de hombros y dirigió su mirada marrón al suelo con timidez.

—No sé, te veo indecisa, a veces a la defensiva, preocupada... Nunca te ha importado mucho caerle bien o mal a la gente.

—Ya, pero esto es diferente. Son los amigos de Pablo.

Celia suspiró. Empezaba a pensar que había sido una mala idea hablar con Sara. Ellas no lo entendían, les faltaba media historia para comprender lo que le ocurría. Pablo era lo único que iba bien en su vida. El problema era la estúpida de Marta, el gilipollas de Victor, Inés actuando como si tuviera cinco años e Iván y ese tal Álex juntándose con Paula en su Falla para complicarlo todavía más.

Eso era lo malo.

Pero Pablo era bueno: la quería, la cuidaba, la hacía sentir como la única y más especial de su vida. Él no podía ser el problema.

—Creo que es mejor que cambiemos de tema —sugirió Sara consciente de la reticencia de Celia—. ¿Has hablado con Inés?

—Sí, la he llamado esta mañana.

—¿Y qué tal?

—Pues mal. —Suspiró cansada—. O sea, las dos teníamos ganas de solucionar las cosas, pero me ha dicho que necesita distanciarse de Pablo, así que el resto de las Fallas tengo que decidir si salgo con vosotras o con Pablo y sus amigos. Un poco inmaduro por parte de Inés...

—¡Celia!

Sara le llamó la atención colocándose los brazos en jarra y dirigiéndole una mirada cargada de reproches.

—¿Qué pasa?

—Es completamente comprensible, ayer la cosa se puso fatal entre ellos. —Negó con la cabeza y reanudó la marcha—. Ponte en su lugar.

—¡Me estaba defendiendo! ¿Cuántas veces tengo que decirlo? —Sin darse cuenta, el tono de Celia se había elevado más de lo normal y comenzaba a perder la paciencia—. Ya sé que no debió meterse, pero no me parece bien llegar al punto de no poder quedar todos juntos por una cosa que él hizo con buena intención.

—No te enfades ahora conmigo. Entiendo tu perspectiva, pero no puedes molestarte con Inés por pedir espacio.

No podía creer que Sara también fuera una enemiga. Siempre opinaban igual y solía considerarla la persona más pacífica y razonable del grupo. Entonces, ¿por qué ella tampoco lo entendía? ¿Por qué la culpa caía todo el rato sobre la actitud de Pablo?

—No ha hecho nada malo, Sara, no sé por qué os habéis puesto todas a conspirar contra él. —Le quedaba un churro por comer y empezaba a perder el apetito de tanto hablar sobre su novio.

—¿Conspirar? Celia, por el amor de Dios, escúchate. —Su amiga también estaba alzando el tono. La actitud tan sobreprotectora de Celia le estaba irritando—. Inés y tú habéis discutido un millón de veces y siempre habéis hecho las paces. Si ayer le hubieras dicho a Pablo que se mantuviera al margen, ya estarían las cosas solucionadas. Es que... no sé cómo explicarme mejor...

—Me ha quedado todo clarísimo —dijo Celia con sarcasmo—. Además, ya lo he admitido, ¿vale? Ya he dicho mil veces que no debió meterse y le he prometido a Inés que no volvería a ocurrir. ¿Por qué no le da una segunda oportunidad?

Sara, que odiaba los conflictos, trató de buscar las palabras adecuadas para amansar el carácter de la de cabellos oscuros y hacerla entrar en razón.

—Yo solo sé que nos lo estábamos pasando genial hasta que te alejaste para hablar por teléfono. Te cambió la cara radicalmente, estabas preocupada y nerviosa. Yo me di cuenta, pero Inés no. Lo único que hizo fue insistir en un plan que nos apetecía a todos menos a Pablo y a sus amigos.

—¿Y esto qué tiene que ver con lo que estoy diciendo? Además, os apetecería a vosotras, pero yo no quería ver a Iván —intentó justificarse Celia. La verdad es que le fastidiaba darle la razón a Sara y prefería agarrarse a la más mínima excusa antes de reconocer su error.

—¿No querías ver a Iván pero se quedará mañana a dormir en tu casa? —inquirió y tras ver la cara sonrojada de Celia dejó escapar una carcajada irónica—. ¿Qué? No me mires así, me lo ha contado tu hermana hace unas horas. Nos hemos cruzado por casualidad.

Aquel comentario había trastocado la discusión notablemente en perjuicio de Celia. Nada podía decir o hacer sin reconocer que el problema nunca había sido Iván.

—Se le ha inundado la casa —balbuceó, muy consciente de que eso no explicaba la incoherencia de sus actos.

—Me parece perfecto, Celia. Nadie os prohíbe ser amigos. Solo digo que dejes de repetir que tú no querías ir a la Falla de Paula porque no es verdad. Iván te cae bien y si no hubiera estado Pablo anoche, sí que habrías venido.

Gruñó al verse acorralada.

—Bueno, vale, puede ser. Pero da exactamente igual, me comprometí con Pablo para pasar la noche con sus amigos y de pronto les dejamos colgados para irnos donde está su archienemigo Álex.

Ese era su as bajo la manga, la enemistad entre el mejor amigo de Iván y su novio, cuyo origen y motivos que la fundamentan desconocía.

—Dios mío, Celia... —Sara parecía ya agotada del esfuerzo—. ¡Ellos nos dejaron colgados a nosotras! Si no hubiera sido por tus amigos de la universidad nos habríamos muerto de aburrimiento. La chica rubia nos miraba con cara de asco cada dos por tres y había una tía que no paraba de dirigirse a nosotras como "las niñas" porque somos más pequeñas que ellos. Era una mierda y aun así nos quedamos contigo. ¿Sabes por qué? Porque te queremos e intentamos hacerte feliz. —Suspiró profundamente—.  ¿No te preguntas por qué tú estás discutiendo con tus amigas por él, pero Pablo con los suyos no?

—¿Qué quiere decir eso?

—Bueno, ayer te volcaste en cuerpo y alma para que la noche funcionara. Nos llevaste a todas hasta allí y aguantaste hasta las cuatro y media a pesar de que durante un largo rato estuviste aburrida sentada en soledad en un banco mientras él hablaba con la borde de su amiga. Si hubiera sido cualquier otra fiesta en la que no hubiera estado Pablo, te habrías marchado a tu casa o, como digo, hubiéramos ido a la Falla de Paula. Discutiste con Inés por mantener un plan en el que tu novio estuviese feliz, no tú. —Esta era una de las pocas veces en las que Sara hablaba con claridad sin temer que Celia se molestara por sus comentarios—.  Lo que me gustaría que vieras, tía, es que no estás tomando las decisiones pensando en lo que quieres, si no en lo que quiere él. Tienes miedo de que se cabree contigo.

Una vez, cuando Celia era pequeña, le preguntó a su madre qué era eso que llevaban los caballos en los ojos cuando caminaban por la ciudad. María Moreno, la abogada y ex actriz amateur, le explicó a su hija de once años que aquello se llamaban anteojeras. Le contó que servían para que los caballos no pudieran ver lo que había a los lados y mantuvieran su mirada al frente. Luego la señora Moreno usó ese artefacto como analogía para enseñar a su hija que hay veces en la vida en las que uno actúa como si tuviera esas anteojeras puestas: viendo solo una parte del total.

No encontró palabras para dar respuesta a las preguntas de su amiga. Era como si Sara hubiera vivido una noche completamente diferente a la de ella, como si hablara de un Pablo distinto al que salía con Celia. Entonces las anteojeras de Celia cayeron al suelo y la ansiedad, esa horrible vieja amiga, apareció de golpe en su corazón y lo estrujó con violencia.

Afortunadamente, no fue de forma tan agresiva como cuando Iván tuvo que llevarla de vuelta a casa en coche, pero Sara lo notó. Presenció un cambio en la piel de Celia, que palideció como la leche, y un ritmo diferente en su respiración. A la joven de cabellos oscuros le costaba respirar. Le preguntó si estaba bien y Celia respondió que sí, forzando una sonrisa.

—Celia, no te preocupes, seguro que Inés lo entiende... A todas nos ha pasado alguna vez que no hemos sabido cómo actuar en una determinada situación.

—Sé que lo va a entender —aseguró la otra—. Porque Inés siempre ha estado conmigo, pero Pablo.. es como... cuando me has descrito la situación yo... he visto...

Su voz se quebraba y no era capaz de terminar ni una frase con sentido. Sin previo aviso, las primeras lágrimas comenzaron a asomar en sus ojos. No lo comprendía. No comprendía no haberse dado cuenta antes.

—¿Qué te pasa Celia? No es para tanto, tiene arreglo. —Trataba de calmarla Sara—. De verdad, ha sido un malentendido.

—Pero es que... es que... de pronto, mi imagen de Pablo ha cambiado. Era como si fuera otra persona, un desconocido y... de repente yo... las he visto.

—¿Qué has visto?

—Todas las señales, todos los detalles, todas las pistas que pasé por alto. Ha sido así desde el principio, pero no me había dado cuenta. Yo complaciéndole a él, tratando de gustarle continuamente.

Ya había comenzado a derramar lágrimas y aquello parecía la inundación del baño de Iván en las mejillas de Celia. Quizá Sara no pudiera entenderlo, pero la joven de cabellos como el ébano se había quedado con un único mensaje de esa conversación y era que su relación estaba desequilibrada. Ella actuaba para demostrarle a Pablo que era la mujer ideal, mientras que Pablo... Bueno, él era él mismo.

—Vamos a ver, Pablo lo ha hecho mal y no será tan perfecto como lo imaginabas, pero eso no quiere decir que sea malo. —Su amiga se esforzó por quitarle drama a la conversación.

—Pero, tía, tú misma lo estás diciendo, ha sido un egoísta y yo llevo todo el rato detrás de él como un perrito. Tienes razón, os he obligado a hacer algo que no queríais y...

—Para ya, Celia. No es justo que te culpes por no haberte dado cuenta. No pasa nada y eso no quiere decir que Pablo sea una mala persona. Simplemente él ha ido a su aire y tú no. Solo tenéis que hablarlo y corregirlo.

—¿Tú crees?

—Pablo te quiere muchísimo, de eso no hay duda. —Sonrió con dulzura—. Pero el amor por sí solo no garantiza una buena relación. Está todo en la comunicación, tía. Hay que encontrar una manera de comprenderos mutuamente y respetaros. Habla con él y dile cómo te sientes.

Con esa última reflexión de Sara, Celia comenzó a sentir un poquito de alivio que, discretamente y sin mucha fuerza, se hacía hueco entre la ansiedad. No era un gran remedio para curar su heridas, pero sí lo suficientemente potente para ver un rayito de esperanza y agarrarse a él. Se pasó la manga de la sudadera por la cara, para limpiarse la humedad, y después dejó que su amiga la abrazara y la consolara.

—Qué suerte tiene Dani contigo —le dijo—. Eres increíble, Sara.

—Ya, pues de eso hablamos ahora. No estoy muy segura de querer seguir con él. —Se mordió el labio y negó tajantemente con la cabeza—. Mira, ¿sabes qué vamos hacer? Ahora mismo voy a escribir a Inés y a las demás y vamos a ver las luces de la calle Cuba. Aunque dicen que este año son más bonitas las de la Calle Sueca, pero como están al lado, podemos comparar. Así que esta tarde, sobre las siete, haremos todas las paces, ¿te parece? Como siempre, Celia. Las cinco juntas.

Celia asintió y sorbió por la nariz. Esperaba de todo corazón que al menos el conflicto con Inés terminara, porque acababa de darse cuenta de que la conversación pendiente con Pablo iba a ser mucho más dura de lo que había imaginado en un principio.

—Pero ¿no quieres contarme lo de Dani? ¿Por qué dices que no quieres estar con él? Anoche os veíais bastante bien.

—Es una idea que me ronda por la cabeza... —Esbozó una tímida sonrisa y miró el móvil de reojo—. Tengo que irme a comer, ya son las tres y mi madre me estará esperando. Pero cuando pase a buscarte para lo de esta tarde te lo cuento todo, ¿vale? A lo mejor puedes ayudarme a aclarar la mente.

Celia sonrió de vuelta y volvió a abrazarla.

—Eso dalo por hecho, amiga.

No se si algunx esperaba una reflexión parecida a la de Sara. ¿Qué opináis de su punto de vista? ¿Es acertado? ¿Qué debería hacer Celia al respecto?

La pobre lo esta pasando fatal con lo que debería haber sido una discusión sin importancia. ¿Os ha pasado un situación parecida alguna vez? Os leo 👀

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