✰ 41. REBECA

No hagas caso a tus amigos
Solo son testigos de la otra mitad

Besos en guerra - Morat y Juanes

16 de marzo.

Podría explicar al detalle cómo terminó la noche anterior, aunque sería perder el tiempo. En resumen fue algo así como que unos se fueron por un lado y otros por otro, pero ni Inés ni Celia disfrutaron del resto de la noche. Porque a pesar de estar cada una haciendo el plan que quería, no podían ser felices si estaban peleadas.

Así que después de una hora más en un pub cualquiera donde Celia lo pasó con los brazos cruzados y contando los minutos para largarse, se despidió de su novio y se marchó por donde había venido. Él la invitó a dormir en su casa, pero ella le rechazó. Le dejó bien claro que ese no era el día y que no lo sería hasta que Inés y ella estuvieran bien.

A la mañana siguiente, amaneció con dolor de cabeza y una enorme preocupación. La famosa ansiedad, que ya empezaba a ser parte de ella misma, seguía oprimiéndole el pecho con intensidad. Miró los mensajes del móvil, suplicando alguna clase de acercamiento de su amiga, pero la bandeja de entrada estaba vacía. No había nada de Inés. Ni de Sara, ni de Noe, ni de Paula.

En situaciones como esta, en la que Celia tenía la cabeza hecha un lío y no sabía por dónde comenzar a resolver sus problemas, solía consultar a alguna amiga. Normalmente, la amiga tendía a ser Inés, quien, por razones evidentes, no estaba disponible en esa ocasión. En segundo lugar contaba con Sara, y en tercero y cuarto, Noe y Paula respectivamente, pero existía una norma implícita que le obligaba a eludirlas. No se podían crear bandos en el grupo o la batalla sería más sangrienta.

Tampoco podía contar con Pablo por ser parte del problema, ni con Ali, a quien desde el quince por la mañana no había visto el pelo. Podía explicárselo a su madre, pero ni siquiera le había contado que tenía novio y no tenía fuerzas para hacerlo ahora.

Afortunadamente, el universo, que de tanto en tanto tiende a echar un cable a los necesitados y confundidos como Celia, quiso que Rebe llamara por teléfono. Ahí estaba, como un ángel caído de cielo, la necesitada amiga objetiva e imparcial que nada tenía que ver con el resto del grupo y podía aconsejarla sin violar ningún código de amistad.

—Hola, Rebe. No sabes cuánto me alegro de que me hayas llamado. —Descolgó suspirando.

—Uy, qué voz más tristona. ¿Estás bien?

—Anoche fue un desastre monumental —se lamentó arrastrando las palabras con melancolía.

—Justo por eso te llamaba —dijo su amiga—. Instagram está lleno de historias y fotos tuyas con Aida, Fátima y los chicos de clase.

—¿De verdad?

—Llenísimo —afirmó con un murmullo—. Pero hay una en concreto que me ha dejado estupefacta. La ha subido Marc. Sales tú en un video bailando con dos chicas, que imagino que serán amigas tuyas, junto a Carlos, Arnau y Vicent. Exactamente, ¿en qué momento te has vuelto a hacer amiga de ellos? Si ayer por la mañana querías asesinarlos a todos.

—Ah, eso.

Estaba feo cortar a Rebeca y gritarle que lo único importante en este mundo ahora mismo era solucionar sus problemas con Inés y Pablo, más que nada porque era una actitud egoísta. De manera que Celia se armó de paciencia y procedió a relatar los acontecimientos de la noche pasada. Quiso hacerlo tranquilamente, restándole importancia a sus preocupaciones, pero conforme la historia se iba aproximando al violento desenlace, no pudo contener elevar el volumen de su voz y la rapidez de su monólogo. De pronto estaba llorando y Rebeca, desde el otro lado de la línea, repetía palabras dulces y cariñosas tratando de calmarla.

—Puedo entender que Inés es una persona importantísima para ti —dijo—. Así que por eso sufres tanto al discutir con ella, pero no me parece que esto sea motivo para que te sientas tan mal. Lo único que debes hacer es poner límites.

Celia se enjugó la cara con las mangas del pijama y sorbió por la nariz.

—¿Qué significa eso y cómo lo hago?

—Pues a ver, tía, tú eres una persona independiente capaz de luchar tus propias batallas y no necesitas a Pablo para defenderte. Entiendo que él tuvo buenas intenciones al hacerlo, pero, si todas queríais ir a la falla de tu amiga Paula, ¿por qué no te dejó ir? Podríais haber quedado otro día los dos.

—No es que no me dejara, es que el plan era juntar nuestros grupos y yo no lo estaba cumpliendo —se intentó justificar.

—Lo sé. El plan era ese, pero tú misma has dicho que sus amigos iban por libre y no os hacían ni caso. Que hayáis organizado algo juntos no quiere decir que funcione. Y si no funciona, no es nada malo hacer planes por separado y veros vosotros en otro momento.

—Eso es verdad —concedió la joven dubitativa—. No lo había pensado así...

—Claro. —Rebeca parecía bastante segura de su argumento—. Inés iba a su rollo porque tenía ganas de fiesta y de pasarlo bien, así que no se paró a pensar en tus problemas con Iván o los de Pablo con Álex, pero tú también ibas a tu rollo. Para ti lo importante era solo tu relación con Pablo. No les diste oportunidad a tus amigos de decidir cómo querían pasar la noche y quizá por eso Inés se puso borde.

Le dolía reconocerlo, pero Rebeca tenía razón. Estaba tan concentrada en ser una buena novia y no disgustar a Pablo, que había terminado ignorando los sentimientos y los deseos de las personas que llevaban con ella toda la vida. Al final iba a resultar que era una egoísta a pesar de todo.

—¿Celia, sigues ahí?

—Sí, sí... —Se había quedado ensimismada dándole vueltas al punto de vista de Rebe—. Joder, es que tienes razón.

—Claro que la tengo, mujer. Deberías llamarme más veces.

—Completamente, Rebe, maestra del sexo y guía de la amistad —afirmó divertida.

Al otro lado de la línea su amiga rio.

—Veo que ya estás mejor, haces bromitas y todo.

—Muchas gracias por llamarme, de verdad —agradeció la otra de corazón—. Me has ayudado un montón. Ya sé lo que tengo que hacer.

—Me alegro. —Y tras una breve pausa—. Por cierto, Celia, no me has pedido consejo sobre esto, pero hasta que no aclares tu relación con Iván, lo tuyo con Pablo no va a funcionar.

Ella no dijo nada durante un breve momento. Le sorprendió bastante la intervención de su amiga en un aspecto de su vida cuya realidad había decidido negar por completo. No lo entendía. ¿Por qué a todo el mundo le había dado por mencionar a Iván? Celia estaba decidida a centrarse en su relación con Pablo e ignorar la atracción hacia su vecino, pero los demás no se lo permitían.

—Me parece un poco drástico... —dijo finalmente—. Ni que mi relación con Pablo fuera tan débil como para que dependa de Iván...

—A ver, tía, que ayer no fueras capaz de ir a una calle de Valencia solo porque estaba tu vecino lo resume todo. Eso es o porque sabes que te va a desestabilizar verle o porque temes la reacción de Pablo. Sea lo que sea, ninguna alternativa es positiva.

Celia se tapó la cara con una mano y se masajeó las sienes. Empezaba a cansarle esta conversación. De verdad, ¿por qué se empeñaban sus amigas en buscar problemas donde no existían?

—Bueno, mañana tengo que verle sí o sí, así que me enfrentaré a él cuando el momento llegue —sentenció—. Y os demostraré que es un amigo y punto.

—Muy bien, ya veremos si eso es cierto. —Rebe rio de nuevo y Celia decidió no reprocharle su falta de confianza—. ¿Te cuento mi noche?

—Claro.

Tras dialogar con su amiga durante una hora y, dicho sea de paso, dedicar sus pensamientos a algo que no fuera el conflicto de anoche, Celia colgó la llamada preguntándose de qué forma podía abordar el problema de Pablo e Inés. Sabía con seguridad que debía hablar con ambos. La cuestión era: ¿a quién llamaba primero? Parecía un problema estúpido, pero Celia sentía que esa decisión era simbólica. Elegir a uno suponía seleccionar quién era más importante para ella.

Imaginó las posibles conversaciones que se desarrollarían a raíz de su llamada y enseguida supo que la de Pablo sería con mucha probabilidad más insoportable que la de Inés. Y eso que Inés era el demonio cuando se enfadaba.

Marcó su número con inseguridad, mordiéndose el labio y escuchando su corazón latir a mil. Al tercer tono, cuando Celia ya estaba a punto de colgar, escuchó una voz ronca y grave al otro lado de la llamada.

—¿Celia? ¿Pero qué horas de llamar son estas? —murmuró arrastrando las palabras, una somnolienta Inés.

—Son las dos del mediodía, tía.

—¿De verdad? Joder, sí que he dormido rato...

Todo el temor que llevaba agobiando a Celia durante la mañana se disipó gratamente al mantener ese escueto intercambio de opiniones con tanta naturalidad. No había hostilidad en su amiga y sus expresiones eran un tanto cómicas. Así que se dio el lujo de soltar una carcajada y sonreír aliviada.

—¿Llamas por lo de anoche? —preguntó Inés sin ocultar un vasto bostezo.

—Sí, pero si quieres podemos hablar más tarde.

—Qué va. No te preocupes, estoy despierta...—Pudo oír cómo se incorporaba sobre la cama.

Celia respiró hondo y se preparó para zanjar el asunto de una vez por todas. Solo tenía que elegir bien las palabras y procurar no sonar imperativa.

—Quería disculparme. —Buen comienzo—. He estado toda la mañana muy agobiada. Odio discutir contigo, eres de mis mejores amigas y para mí es importantísimo cuidar nuestra amistad y no hacerte daño de ninguna manera. Lo que quiero decir es que sé que Pablo no debió meterse. Hablaré con él para que no vuelva a ocurrir.

Se escucharon movimientos extraños y luego otro bostezo. No sabía qué narices hacía su amiga, pero conociéndola estaría buscando la posición más cómoda para responder.

—Sí, yo también odio discutir contigo. —Su voz era positiva y animada—. Sé que cuando salgo de fiesta puedo ser un poco pesada y quizá me excedí insistiendo en que fuéramos a casa de Jorge, pero en todos estos años hemos sido perfectamente capaces las dos de solucionar nuestros problemas hablando. Nunca se han metido Noe, Pau o Sara. Solo tú y yo. Como debe ser.

Celia tragó saliva. Sentía que debía justificarse de nuevo.

—Lo siento, Inés —repitió—. Pablo solo trataba de defenderme, al fin y al cabo es mi novio, es normal que quiera protegerme...

Silencio al otro lado y una repentina exclamación.

—¡Vaya! Eso sí que no lo esperaba. ¿Tiene que protegerte de mí, Celia? ¿Soy una amenaza? —ironizó con un tono ligeramente agresivo.

—No, de ti no...

—¿Entonces?

Enmudeció de golpe. Se habían vuelto a tensar las cosas y las respuestas de Celia no estaban siendo del todo acertadas para la ocasión.

—Inés, no quiero que estemos enfadadas. —Abrevió.

—Yo tampoco. —Al menos en eso estaban de acuerdo.

—Vale, entonces, aparte de disculparme, ¿qué puedo hacer para que estemos en paz?

Tras esa cuestión la que se silenció fue Inés. Tardó unos minutos en responder y esta vez era ella quien sonaba dudosa al verbalizar su petición.

—Supongo que me sentaría bien tomar un poco de distancia de Pablo. Durante unos días.

—¿Qué? ¿De verdad? —La solicitud de su amiga le parecía muy drástica.

—Sí. Entiendo que para ti es duro oír esto. —Bueno era que se diera cuenta de la posición tan desagradable en la que estaba Celia—. Ojalá me llevara genial con él, pero no me gustó el tono autoritario de ayer y...

—Inés, ya te lo he dicho, me estaba defendiendo. —La joven de cabello color carbón se estaba quedando sin paciencia. De verdad que se había esforzado por solucionarlo todo, pero su amiga no ponía suficiente de su parte—. Y tú también estabas siendo muy autoritaria.

Escuchó un sonoro suspiro al otro lado de la línea.

—Podemos pasarnos todo el rato así, ¿sabes? Tú repitiéndome que te defendía y yo que no debería haber hecho nada porque no necesitas defenderte de mí. —Suspiró. Estaba controlando su inminente explosión de ira—. Eres tú quien tenía que decirme lo que pensabas, no Pablo. Tu novio no está para hablar en tu nombre como si tú no supieras hacer las cosas sola. —Volvió a suspirar—. Me has preguntado qué necesito y te he dicho que distancia de él. No te obligo a elegir ni nada parecido. Si quieres sal con nosotras esta noche y si no, hazlo con él. No importa, cualquiera de las dos opciones está bien. Pero si nos vuelves a juntar, discutiremos porque no nos caemos bien y todo empeorará. Solo te pido tiempo.

Lo primero que se le pasó a Celia por la cabeza cuando escuchó el discurso de Inés fue la pregunta: «¿Qué dirá Pablo cuando se lo explique?». Lo segundo, fue su voz interna intentando convencerle de que su amiga actuaba como una manipuladora egoísta y que estaba terriblemente decepcionada con su actitud.

Le colgó sin despedirse y pasó el resto del día hecha una furia.

A veces pasa que aunque vamos con la mejor intención del mundo y queremos solucionar las disputas, no es suficiente con pedir disculpas.

Hay que solucionar el origen del problema porque si no volverá a repetirse.

¿Qué pensáis de la petición de Inés? ¿Creéis que es una solicitud coherente o más bien la esta obligando a elegir injustamente? ¿Cómo creéis que podría solucionarse el problema entre Pablo e Inés? Os leo 👀

Recordad darle a la ⭐️ me ayuda muchísimo:)

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