✰ 40. DISPUTA

Borra mi nombre de todas las frases que digas

Yo no merezco volver - Morat

Eran ya las dos y media de la mañana y la noche había decaído estrepitosamente. Al menos para Celia, que se había sentado en un banco a solas y miraba la pantalla del móvil inexpresiva. Se le había pasado la euforia hacía rato y estaba aburrida.

Eso ocurría, en primer lugar, porque nadie le hacía mucho caso. Pablo llevaba la última media hora enfrascado en una conversación aparentemente ultradivertida con su amiga Marta. Dado que la rubia en cuestión solo hacía que fulminar con la mirada a Celia, esta última ni siquiera trató de averiguar qué comentaban. Después de la pequeña disputa con su novio, la joven de cabellos como el ébano no tenía ganas de quejarse sobre la actitud de la rubia. Demasiado conflicto por una noche. Así que optó por ignorar a ambos y seguir a su rollo.

Por otro lado, las chicas estaban jugando a un juego de beber con el repulsivo grupo de capullos que la habían llamado calientapollas en el pasado. Al principio le había molestado que lo hicieran. Básicamente porque esos chicos no se habían portado nada bien con ella y la habían humillado con sus mentiras. Sin embargo, el grupo de amigos de Pablo era tan cerrado que, en realidad, a Inés y las demás no les quedaba otra que hablar con Carlos, Marc y el resto. Al fin y al cabo, ellos parecían amables de frente, aunque luego a las espaldas fueran unos cerdos de mierda.

Miraba las historias de Instragram como un autómata, deslizándolas sin realmente observar lo que subía la gente. En eso, se le apareció la cara de Iván en el centro de la pantalla bebiendo una cerveza y sonriendo con inocencia, mientras Alberto le cogía del brazo y le instaba a bailar con él. Le dio un vuelco al corazón cuando vio esa imagen del chico rebelde tan cercana. La verdad es que su vecino era muy, pero que muy, atractivo.

La historia la había subido Paula. Antes le había dicho a Inés en una llamada que había quedado por el barrio de Ruzafa con sus amigas de la falla. Con ella estaba también Alberto, ya que la pareja llevaba saliendo casi tanto tiempo como Celia y Pablo, por lo que era comprensible que su amiga hubiera preferido quedar con él y sus amigos en lugar de con los del novio de Celia. Lástima que entre ellos se encontrara Iván... Celia creía que si su vecino hubiera estado allí con ella, en lugar de con Alberto y Paula, ella no se sentiría tan sola y aburrida. Aunque también tendría que darle muchas explicaciones sobre su declaración y eso no le apetecía tanto...

Se preguntó también si Alberto sería capaz de dejar a Paula aburrida en un banco mientras él se dedicaba a charlar con su antiguo ligue del instituto. Seguro que no.

—¿Qué hace una chica tan bonita como tú en un banco tan solitario como este?

Carlos se había aproximado discretamente y se sentaba ahora cerca de ella. Celia cerró la aplicación y le dirigió una mirada indescifrable. No sabía si seguirle la broma o mandarle a tomar viento fresco. En su interior se abría el debate de si era posible que ambos volvieran a ser amigos alguna vez. Vio que Marc se aproximaba por el otro lado y se sentaba a su derecha. Los dos la habían atrapado en el banco.

—¿Por qué te caigo mal?

Este último resultó ser algo más directo que Carlos, lo que a Celia le llevó a esbozar una pequeña sonrisa y mirarle de reojo.

—Porque me llamaste calientapollas después de que te hiciera una cobra —respondió sin rodeos.

Las cejas de Marc se alzaron en una expresión de sorpresa y su rostro se tornó rojo. Al parecer Carlos nunca le dijo que había compartido ese pequeño detalle informativo con Celia.

—Lo siento —murmuró avergonzado—. Joder, tía, no me extraña que me odies. Me sentí muy avergonzado cuando me rechazaste y... Lo siento, enserio.

Lejos de seguir molesta, Celia soltó una carcajada y lo miró divertida. Los otros dos encarnaron una ceja sin comprender qué ocurría.

—Así es, no os trago a ninguno de los dos y sin embargo aquí estáis dándome mucha más conversación que mi novio —se sinceró de improvisto—. Me habéis humillado delante de toda la clase y yo ni siquiera lo sabría si no llega a ser por el desliz de Carlos.

La torre humana asintió desde su sitio, dispuesto a asumir su respectiva responsabilidad.

—Tienes razón —dijo—. Lo que hicimos estuvo fatal. Decírtelo de aquella manera en casa de Rebe también y tienes todo el derecho del mundo a enfadarte y mandarnos a la mierda, pero queremos decirte que hemos aprendido la lección. Te hicimos daño con nuestras palabras y...

—No ha estado nada bien —terminó la frase Marc—. A principio de curso fuiste la primera amiga que hice. Te portaste genial conmigo y, evidentemente, me gustabas. Creí que hablábamos tanto porque tú sentías lo mismo, pero en realidad, tiene todo el sentido del mundo que lo hicieras porque tratabas de ser amable conmigo y querías que fuéramos amigos. Lo siento mucho. Actué por despecho.

Celia miró a uno y a otro varias veces barajando qué opciones tenía. Finalmente, rendida, suspiró y esbozó una sincera sonrisa.

—Estáis perdonados, mis pequeños amigos neolíticos —concedió—.  Me alegro que os hayáis dado cuenta del daño que pueden hacer esta clase de comentarios. Las calientapollas no existen.

—¿Ah no? —cuestionó Marc—. O sea, no pienso que lo seas, pero es que hay algunas que...

Celia negó con la cabeza.

—Por favor, no seas como Víctor —murmuró asegurándose de que ni él ni Pablo pudieran escucharla—. Eso es solo un insulto para hacer sentir mal a las chicas que os rechazan. Que hayas interpretado mi amabilidad como coquetear no te da derecho a tacharme con ninguna etiqueta. Tú mismo lo has dicho, solo estabas mosqueado porque te sentiste avergonzado. Además, aunque hubiéramos estado tonteando, tengo derecho a echarme atrás cuando me dé la gana. ¿Cuántas veces has pensado que te apetece comer algo pero después cambias de elección en el último minuto? ¿A que nadie te obliga a comer la primera elección porque llevas diciéndolo toda la mañana? Simplemente, comes lo que te apetece y punto.

—A ver... —Trató de comprender Marc.

Carlos le dio un codazo a su amigo, negando con la cabeza.

—Sea lo que sea lo que pretendes decir, seguro que la cagas.

—¡Pero déjame dar mi opinión! —Marc miró a Celia con semblante inofensivo—. Imagínate que estás en tu casa teniendo sexo con tu novio. —Eso querría él, pensó Celia—. ¿No te sentaría mal que sin venir a cuento Pablo se levantase de pronto y se fuera a jugar a la Play con la excusa de que ya no le apetece?

—Buena observación —reconoció Celia—. Es que si lo hace así es imbécil y me está tratando como si fuera un mero objeto para satisfacer sus ganas. Sin embargo, si me dice  amablemente que no le apetece seguir y que prefiere descansar jugando a un videojuego o ver una película, debo respetar su deseo.

—Creo que podríamos decir que cualquiera puede cambiar de opinión en cualquier momento. Incluso aunque ya esté desnudo y en la cama del otro poniéndose el condón, siempre que lo haga de buena forma —resumió Carlos.

Marc asentía fascinado. Parecía coincidir en el discurso o al menos estaba impresionado por él.

—Así que me estás diciendo que todo está en la comunicación y las intenciones.

—Sí. Y de paso te aconsejo, que cuando quieras besar a una chica, te asegures de que sí que quiere algo contigo. No hagas lo que me hiciste a mí. ¡De repente te tenía casi encima!

Marc, lejos de ofenderse, se rio de sí mismo.

—Nunca se me ha dado bien ligar —dijo agachando la cabeza y aguantando las carcajadas de los otros dos.

Celia se sintió tremendamente bien al ser capaz de entablar una conversación con aquel par de chicos sin querer estrellarles la cabeza contra un muro y llamarles idiotas cada cinco minutos. De alguna forma, comprendió que no habían tenido intención de herirla tanto como había resultado al final. Al contrario que el tal Víctor, amigo de Pablo, Marc y Carlos habían hecho un esfuerzo por comprender la reflexión de Celia, reconocer su error y tratar de corregirlo.

A los quince minutos, Inés comenzó a gritar que quería bailar. Eso suponía desplazarse de la fuente y acudir a alguna falla cercana donde hubieran instalado altavoces y sonara música en la calle. La idea era acudir a la de Maestro Gozalbo, donde estaría Sara con Marcos, su amigo de la uni que introdujo a Iván y a Pablo en la vida de Celia Pedraza.

No costó mucho mover a la gente. En realidad todo el mundo tenía ganas de salir a bailar. Empezaban a quedarse sin temas de conversación y la mayoría de las discomóviles cortaban la música a las cuatro de la mañana. Es decir, había que aprovechar esas últimas horas como fuera.

Llegaron a la falla de Sara justo a tiempo, al ritmo de Shakira y Bizarrap marcándose una sesión vengativa contra los ex infieles. Todos conocían la letra casi a la perfección, por lo que, estirada por las manos de Inés, Celia se vio arrastrada a la pista de baile junto a Noe y las otras chicas.

Perdió a Pablo de vista y, para qué mentir, lo agradeció. Se le había hecho muy incómodo pasar la noche con sus amigos. No acababan de caerle del todo bien y tenía la sensación de que la aguantaban por ser su pareja, no porque opinaran bien de ella. Por otra parte, estar sola con sus amigas y los chavales de la facultad le daba la oportunidad de vincularse con ellos y conseguir que los malos rollos quedaran sepultados en el pasado. Quizás Las Fallas de ese año pudieran ser reconciliadoras.

Bailaron, saltaron, cantaron y, en el caso de Arnau y Noe, gritaron. En apenas una hora y media, Celia había conseguido que su noche pasara de increíblemente desastrosa a tremendamente divertida. Se permitió dejarse agarrar por Marc y dar vueltas y vueltas cogida de su mano e incluso grabó un par de videos con Carlos.

—¡Celia! —Escuchó que la llamaban.

Al otro lado de la calle, Marcos, Sara y algunos amigos suyos saludaban haciendo aspavientos y tratando de llamar su atención. ¿Le pareció ver entre ellos a Dani Márquez, el ligue de Sara? Cómo se alegraba de que a su amiga le estuviera yendo tan bien, aunque a paso de tortuga, su relación con el chico de natación. Se reunieron todos juntos tras tanto tiempo. Celia quedaba cada semana con Sara, pero a Marcos llevaba sin verle desde hacía dos meses.

Llegó un momento en que La Falla de Maestro Gozalbo-Conde Altea decidió que ya habían arruinado suficiente la noche a los vecinos del barrio y detuvo la música de golpe. La gente, que seguía abarrotando las calles a pesar de ser ya las cuatro de la madrugada, exclamó sucesivos abucheos y exigió que la música siguiera. No lo hizo.

El grupo de Celia se desperdigó como pudo, esquivando a jóvenes en todos los estado posibles —borrachos, dormidos, riendo, llorando...— hasta llegar a una calle menos abarrotada donde podían hablar y escuchar sus voces.

—Chavales, yo me voy a mi casa —se despidió Arnau—. ¡Ha sido una puta pasada! ¿Mañana repetimos?

—¡Obviamente! —gritó Noe—. Tenemos que hacer un grupo de WhatsApp para organizarnos. ¡Hazlo tú, Celia!

—Está bien, ahora voy.

Sacó su teléfono del bolsillo y en lugar de crear el grupo, su atención quedó plenamente acaparada por los dos millones de mensajes de Pablo.

Sintió de nuevo a la vieja amiga, la ansiedad, oprimiéndole el pecho con fuerza, además de una especie de vocecita aguda en su cabeza que repetía sin cesar lo mala novia que estaba siendo. Le había prometido que aquella noche saldrían juntos y en cuanto se había despistado le había dejado solo. Estaría preocupado y con razón. El solicitado grupo de WhatsApp quedó en un segundo plano.

Llamó a Pablo en cuanto tuvo oportunidad, con el móvil apoyado en la oreja izquierda y su mano libre tapando la derecha.

—¿Celia?

—¿Pablo? Perdóname, estábamos bailando y he perdido la noción del tiempo...

Y entonces se sorprendió al verse interrumpida de una forma tan tajante.

—¿Sabes cuántas veces te he llamado? ¡Estaba superpreocupado! Te he buscado por todas partes...

—Lo sé, lo siento... —se disculpó Celia agachando la mirada. No es que su novio pudiera verle a través del móvil, pero daba la sensación de que sí.

—Dijiste que saldríamos los dos grupos juntos esta noche y a la primera de cambio, te has largado con tus amigos y me has dejado solo...

Bueno, para ser honestos, él se había quedado con los borregos de Víctor, Marta y compañía. Tampoco es que estuviera desamparado bajo de un puente.

—No es verdad, Pablo, no ha sido así... Había mucha gente, nos pusimos a bailar y te perdí de vista, eso es todo. Lo siento mucho.

—Celia, cuando quedas con alguien para una cosa, tienes que cumplirla —la regañó—. Yo estaba preocupado, no sabía si te había pasado algo o qué...

—Ya te he dicho que lo siento tres veces, ¿Qué más quieres? —espetó inevitablemente Celia.

La intensidad de la conversación había ido en aumento de forma progresiva. Honestamente, Celia había hecho la llamada ya visibilizando el posible enfado de Pablo, por lo que su tono, su actitud, sus palabras y cada cosa que hacía y decía iba encaminada a justificarse y suplicar disculpas. Pero por alguna razón no conseguía que Pablo dejase de recriminarle haberle dejado tirado. Así que subió el tono sin darse cuenta, como si decir las cosas más alto fuera sinónimo de más claro.

—¿Todo bien por ahí? —preguntó Sara, acercándose lentamente a Celia—. ¿Con quién hablas?

—Con Pablo, tía —respondió rápidamente la otra, haciéndole gestos con las manos para que se largara.

Pudo ver que el resto de sus amigos la miraban expectantes. Sus compañeros de la universidad ya se habían marchado y solo quedaban Inés, Noe, Sara, Dani y Marcos.

Los próximos minutos fueron bastante confusos. Celia y Pablo se enfrascaron en una pequeña disputa cíclica en la que ella pedía disculpas y él seguía repitiendo lo egoísta que había sido dejándole olvidado. Luego Celia se enfadaba, soltando alguna que otra pulla sobre su continua victimización, alegando numerosas veces que no era para tanto y, automáticamente, bajaba sus propios humos y volvía a pedirle disculpas.

—Vamos a ver, Pablo —zanjó, finalmente—, así no vamos a ninguna parte.

—¿Es que no tengo derecho a estar enfadado? —espetó su novio airado—. Me gustaría saber cómo te hubiera sentado a ti que...

—Sí, sí, ya lo sé... —interrumpió ella—. Te he dejado colgado y eso está muy mal. Mensaje recibido. Si no te importa, ¿buscamos una solución o seguimos discutiendo toda la noche?

Pablo no contestó, pero gruñó a través del altavoz, lo que Celia decidió interpretar como una especie de afirmación.

—Bien, pues podemos hacer dos cosas. La primera es irnos ya a dormir y quedar mañana cuando estés más tranquilo. La segunda es juntarnos ahora y seguir la fiesta en algún pub o algo por el estilo con los demás. —sugirió—. ¿Cuál eliges?

No recibió respuesta durante un intervalo de tres segundos, hasta que de forma escueta le escuchó decir:

—La segunda.

—Estupendo. —Ella intentó que su voz sonara lo más animada posible—. Estamos en la Calle Burriana, en el número 3, ¿os importa acercaros?

—No, ahora vamos.

—Genial. ¡Nos vemos!

Colgó y puso los ojos en blanco. En realidad no le apetecía mucho estar con él mientras siguiera con la actitud de gruñón de turno, pero que se calmara el ambiente empezaba por que ambos estuviesen juntos. Siempre que estaban el uno al lado del otro los problemas se disipaban como la niebla.

Tras colgar el móvil se acercó a sus amigas y sonrió lo más ampliamente posible para hacerles entender que el conflicto estaba resuelto.

—¿Todo bien en el paraíso? —cuestionó Marcos, con tono burlón. Parecía querer restarle importancia a la pequeña pelea de la que todos habían sido testigos.

—Pues claro que sí.

—Es que Pablo a veces puede resultar un poco intenso. En el colegio las liaba a base de bien cuando las cosas no salían como él quería. —Se encogió de hombros.

—Bueno, ese era el Pablo de dieciséis años. El de veintitrés es un chico maduro y responsable que ahora mismo está cabreado pero va a hacer el esfuerzo de acercarse hasta donde estamos para seguir la fiesta con nosotros —respondió orgullosa Celia.

—Esperemos que sea verdad.

Inés estaba en ese punto en que solo ven arcoíris y unicornios alrededor, y que todo lo que oía le provocaba carcajadas. Llevaba así un buen rato y Noe le había obligado a dejar de beber. Se la veía viva y muy activa, con unas ganas enormes de salir de fiesta y bailar. Cuando la música de la falla fue silenciada, casi saltó al escenario para asesinar al DJ.

Toqueteaba la pantalla de su móvil mientras se agarraba a un brazo de Sara para no perder el equilibrio.

—¡Oye, chicos! Me está escribiendo Paula... —gritó emocionada—. ¡Dice que en su Falla no para la música hasta las cinco! Tenemos que ir, está solo a quince minutos...

—Entonces solo nos quedarán otros quince para bailar —replicó Noe—. No compensa, Inés, son ya las cuatro y media.

—Pero Pau dice que podemos irnos después a casa de Jorge.

—¿Quién es Jorge? —preguntó Dani.

El chico había pasado un brazo sobre Sara. Era muy divertido de observar porque parecían una cadena humana: Dani abrazaba a Sara y esta última entrelazaba su brazo con el de Inés para no perderla de vista.

—Ay, cuántas cosas te has perdido, pequeño... —Suspiró Noe preparándose para poner en contexto a Marcos y Dani sobre sus nuevos contactos sociales—. Paula está saliendo con Alberto, que es un amigo de Iván Álvarez. Ellos dos salen mucho con otros amigos suyos y uno de ellos es ese tal Jorge, un chico silencioso, pero muy agradable. Creo que están todos allí con Pau.

—Ah. ¿Pues vamos, no? —Esa idea venía de Marcos—. Iván es un tío muy majo.

De pronto estaban los cuatro ya moviéndose en dirección al barrio de Ruzafa y Celia tuvo que ponerse delante de ellos y bloquearles con su propio cuerpo para evitarlo.

—¿Adónde vais? Pablo está viniendo con sus amigos, no podemos irnos —dijo nerviosa.

—¿Por qué no? —preguntó Inés encarnando una ceja, desafiante.

—¿Me tomas el pelo, Inés? El plan era salir todos juntos, no dejarles colgados. ¡Tenemos que esperarles!

Inés cesó en su bailoteo por el mundo maravilloso al otro lado del arcoíris y su rostro se contrajo en una mueca.

—Celia, ya sé que es tu novio, pero sus amigos son gilipollas. Han pasado de nosotras toda la noche. —Se sinceró—. Si no llega a ser por los de tu universidad, nos hubiéramos muerto del aburrimiento.

Ahora que había conseguido calmar el mal carácter de Pablo, llegaba Inés y lo complicaba todo. Sin embargo, lo peor es que lo que decía era verdad. Los amigos de su novio habían resultado ser una total decepción.

—Lo entiendo, Inés, pero Pablo se ha enfadado conmigo porque he pasado de él y necesito solucionarlo ahora mismo. Si no le espero y me largo me vas a crear un problema enorme.

—¿Te voy a crear? ¿Yo te voy a crear? ¿Te estás escuchando? —Nada. Imposible dar con su empatía. Aquella conversación iba a desembocar sí o sí en una catástrofe.

—Sí, me estoy escuchando. No me hables como si fuera estúpida.

Sorprendentemente, el ambiente se había vuelto muy tenso entre Celia e Inés. Se miraban desafiantes la una a la otra y los demás habían enmudecido. En un intento por evitar un posible batalla entre ambas amigas, Sara trató de aportar una solución.

—¿Por qué no le dices a Pablo que vaya a casa de ese tal Jorge? No lo conozco, pero si Marcos y yo estamos invitados, supongo que no les importará que venga Pablo y..

—No puede ser, Sara. Hay uno de los chavales que se llama Álex y se lleva fatal con Pablo. No querrá ir. Si le digo que vamos con ellos se molestará, además...

—¿Además qué? —espetó Inés—. Celia te estás cargando nuestra noche con tus movidas.

Muy afectada por la acusación de su amiga, la joven de cabellos como el ébano explotó:

—Tía, de todas las personas aquí presentes tú deberías ser la que mejor debería entenderlo. Te conté con plena confianza cómo me sentía respecto a Iván y pretendes llevarme con mi novio a una fiesta en la que está él —reprochó cabreada—. Dime, ¿exactamente cómo debe salir eso? Porque no veo un final feliz en esa historia.

Así que, inevitablemente, Inés y Celia discutieron a voces en medio de una calle que poco a poco iba quedando desierta, rodeadas por sus amigos que apenas conseguían hacerse oír y calmar la situación. En algún momento de todo ese alboroto, Pablo llegó con sus colegas y se quedó pasmado, contemplando la lucha por la razón en la que guerreaban con uñas y dientes cada una de las amigas.

—¡No quiero ir con Iván! ¿No puedes entenderlo, Inés? —gritó Celia muy enfadada—. Ya sabes lo que pasó la última vez en la comida, ¡no quiero juntarlos!

Dijo ella omitiendo el valioso detalle de haber invitado al apuesto galán indeseable a pasar una noche en el sofá de su casa.

—No, no lo entiendo Celia —estalló Inés—. No puedo comprender que tu puta relación con Pablo sea lo más importante en el universo como para aguarnosla fiesta al resto y tener que condicionar cada puñetera decisión que tomas por si el chaval se puede cabrear contigo o va a estar de acuerdo o ...

De pronto, el cuerpo esbelto y musculoso de Pablo se interpuso entre Celia e Inés, enfrentando a esta última con sus ojos marrones en una pose tan segura y decidida que la  obligó a tragar saliva.

Inés respiró hondo y trató de calmarse. Desafió la mirada de Pablo con hostilidad y decisión.

—Siento que lo hayas oído —dijo un poco nerviosa—. No quiero llevarme mal contigo, Pablo. Pienso que eres genial con Celia y me alegro de que vuestra relación funcione...

—Pues no lo parece —espetó él.

—Mira, no te ofendas, pero lo que no es normal es que ahora mismo no podamos ir a la Falla de Paula porque tú no quieres que Iván y Celia estén juntos —soltó sin filtro alguno—. Y también por ese Álex que no se que te ha hecho.

—Ni yo lo quiero ni ella tampoco. ¿No la has escuchado? Te lo ha gritado.

—Pablo... —-Celia le agarró del brazo intentando calmarlo. No quería que discutiera con Inés.

—No me hables como si fuera una mierda de amiga para Celia. Llevo desde antes que tú a su lado —se defendió la otra muy molesta.

—¿Entonces por qué le insistes?

—Porque aunque diga que no, la última vez se lo pasó genial con Iván y sus amigos en Alma, y lo único que le impide estar ya caminando hasta la Falla de Paula eres tú y el cabreo que puedas coger con ella por dejarte tirado... No debería tomar una decisión por miedo.

—¡Pero te ha dicho que no! —gritó el novio de Celia—. ¿No te das cuenta de que estás actuando como una egoísta, Inés?

Sorprendida por la cantidad de violencia que llevaba ese grito, la amiga de Celia retrocedió un paso y Marcos decidió que ya estaba bien de tanto alboroto. Se echó hacia delante y empujó suavemente a Pablo en el pecho para obligarle a distanciarse de Inés.

—¡Eh, eh, tío, vamos a calmarnos...! —dijo conciliador—. No os hagáis la sangre caliente chicos, podemos dividirnos y cada uno ir donde quiera, ¿verdad?

Ninguno dijo nada. Inés y Pablo se fulminaban mutuamente y Celia permanecía en silencio mirando a ambos sin saber qué hacer. ¿De parte de quién se suponía que debía estar? ¿De su novio? ¿De su mejor amiga? ¿De ninguno? Se sentía tan insegura que le temblaban las piernas.

—¿Es que no le vas a decir nada? —le preguntó Inés, airada, señalando con la palma de la mano a Pablo.

No lo iba a hacer porque no se atrevía. Temía con todo su ser que aquella mágica y perfecta relación con Pablo se estropeara en aquel momento si se ponía de parte de su amiga y no de él. Con Inés las cosas se arreglarían porque ella siempre había estado a su lado y esta no sería la excepción. Pero con Pablo... A Pablo tenía miedo de perderle.

—Creo que lo mejor será que nos separemos —dijo finalmente mirando al suelo—. Coincido con Marcos.

Inés la miró con un juicio en los ojos nunca antes visto. La estudió con la mirada de arriba  abajo y puso los ojos en blanco. Se dio la vuelta y sin despedirse de nadie, se fue. Al segundo, Noe hizo un saludo vago hacia Celia y salió tras Inés. Después fueron Marcos y Dani quienes forzaron una sonrisa que no sentía ni de lejos y finalmente Sara. Esta última tardó más tiempo que el resto en abandonar a Celia.

—Se le pasará —le dijo antes de marcharse—. Mañana se arreglará todo, no te preocupes.

Celia deseó con todo su corazón que así fuera. Vio cómo sus amigos se alejaban y ella se quedaba encadenada al lado de Pablo. Y es que así se sentía en ese momento: sujeta por cadenas firmes.

Esa noche creyó sinceramente que lo que estaba haciendo era lo correcto.

Hola! ¿Qué tal estáis? Aprovecho para contaros que este capítulo esta inspirado en discusiones reales que, a lo largo de los años, hemos sufrido mis amigas y yo con esto de querer ir de fiesta y al mismo tiempo lidiar con los novietes. Nunca se habla en los libros de lo difíciles que son las cosas cuando tu novio y tus amigas no terminan de encajar ¿no creéis?

Dedicado a mi amiga Clara, fiel compañera de Fallas. Lo que hemos aprendido juntas en dieciséis años de amistad está prácticamente transcrito en esta historia.

¿Qué opináis de la discusión entre Inés y Celia? ¿Quién creéis que tiene razón?

Y la actitud de Pablo, ¿ha sido compresible o reprochable?  Me interesa mucho saber vuestra opinión. Os leo 👀

Recordad la ⭐️ si os esta gustando lo que leéis :)

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