✰ 38. LA PREVIA
Malditas sean las tres de la mañana
Cuando a la puerta tu recuerdo llama
Una parte de mí no va a dejarlo entrar
Y la otra parte le abre la ventana
Idiota - Danna Paola y Morat
Las Fallas no solo se celebraban en la ciudad de Valencia, sino también en muchos de los pueblos de alrededores. Por eso no era extraño que algunos de los compañeros de Celia no fueran a pasar las fiestas en la ciudad. Habían acordado ver la Mascletà y comer juntos a modo de despedida hasta la semana siguiente, donde retornarían a la rutina estudiantil y el espíritu fallero sería sustituido por el agobio preexámenes.
Rebe era de las que cogería un tren en apenas un par de horas con destino a Gandía, de donde era originaria su familia materna, para pasar el resto de las fiestas allí en compañía de familiares y amigos. Celia había tratado de convencerla para quedarse unos días en su casa. Aún no la conocía ninguna de sus amigas y le hacía una ilusión enorme presentarle a Inés y a la demás.
—¡Venga, Rebe! Solo un día —trataba de persuadirla—. Esta noche sales conmigo y mañana por la mañana yo te llevo personalmente a la estación.
Su amiga, halagada, se reía ante sus súplicas y negaba tajante.
—Celia, es que para mí la fiesta no empieza hasta que llego a Gandía —explicó—. Todos mis amigos me están esperando y casi no los he visto desde verano.
No le quedaba más remedio que resignarse a asumir su derrota. La joven de pelo negro se rindió, recostando su espalda en la silla. Cerca de ella se habían sentado Arnau, Vicent, Marc, Aida González y Fátima Perelló.
—¿Nosotros no estamos invitados? —le preguntó Arnau a Celia haciendo pucheros con los labios y fingiendo estar dolido.
Ella se preguntó a qué se refería, pero enseguida comprendió que a los demás les había gustado la idea de salir por la noche en grupo.
—Pues claro que sí. —Le parecía una idea estupenda.
—¿De verdad?
Ese último interrogante emanaba de los labios de Marc y Celia deseó con toda su alma tener la libertad de espetarle un «tú, no». Pero era inapropiado e incoherente. Si lo hacía, se veía obligada a explicarle al resto de dónde venía esa hostilidad y por muy capullo que hubiera sido Marc, más vergüenza le daba a ella contar cómo había hecho una cobra a cuatro chicos distintos de la misma clase en los últimos seis meses. Así que, vencida, asintió secamente a Marc y rezó para sus adentros que por favor las estrellas se alinearan y no tuviera que verle en toda la semana.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Vicent.
—Dos amigas vienen a mi casa a cenar y luego saldremos por la Plaza Cánovas con mi novio y sus amigos —explicó mirando fijamente a Marc al pronunciar la palabra «novio»—. Probablemente luego vayamos a bailar al concierto que hay en la falla de Maestro Gozálbo-Conde Altea.
—Pues si os parece bien, a mí no me importaría juntarme con vosotras —dijo Aida.
—A mí tampoco. —Se apresuró a añadir Fátima—. ¿Podemos cenar en tu casa?
Celia sonrió. La verdad es que le hacía ilusión vincularse con otras personas de su clase además de Rebeca.
—¡Claro! Si queréis nos vemos a eso de las diez. Enseguida os paso la dirección por WhatsApp.
—Perfecto. —Aida parecía tan contenta como Celia con esa propuesta.
—Nosotros os veremos directamente en Cánovas —dijo Arnau—. Iremos con mis colegas del fútbol y alguno más de clase, creo que Mario y Carlos se querían venir ¿no? —Miró a Marc, interrogándole con los ojos.
El otro asintió impasible y Celia maldijo a sus adentros en cuanto escuchó oír hablar de Carlos otra vez. Rebeca la miraba con cara de pena y sonreía tímidamente.
—Seguro que lo pasáis genial —dijo.
La chica de cabellos color carbón volvió a su casa sobre las cinco y media de la tarde. Un ritual obligatorio para todo buen joven de espíritu fallero era sacar horas de donde fuera para descansar, pues de lo contrario, sería imposible salir cuatro noches seguidas sin morir de agotamiento y sueño a lo largo de los días venideros.
Como planes futuros, tenía pensado ir a ver el espectáculo de luces de la Calle Literato Azorín, así como todas y cada una de las fallas expuestas por el centro de la ciudad. También quería salir a tomar churros con las chicas y ver la ofrenda el día dieciocho en la Plaza de la Virgen.
Con tantas ambiciones para los próximos cuatro días, Celia volvió a su casa, se encerró en la habitación con las persianas bajadas y se dispuso a disfrutar de la siesta más larga de la historia.
Se despertó con el tiempo justo para vestirse, arreglarse y preparar la cena. A lo tonto, eran cinco personas a las que alimentar y ni siquiera se había asegurado de que hubiera comida para todas. Miró el reloj y comprobó que quedaban quince minutos para que cerrara el supermercado más cercano. Salió de casa con las pintas somnolientas de quien lleva tres horas pegada a la cama y entró bostezando.
Había elegido las pizzas y cargaba en la cesta de la compra refrescos y surtidos para picar cuando pensó que sería buena idea invitar a las chicas a tomar algún vino. Caminó hasta el pasillo de las bebidas alcohólicas y entonces le vio.
En el pasillo para mayores de dieciocho años se erguía la figura absolutamente reconocible de Iván, enfundado en su inigualable gabardina negra, mientras escrutaba con atención los distintos tipos de ginebra. A su lado se distinguía de espaldas un joven de pelo oscuro, tan alto como su vecino, que vestía un pantalón de chándal y zapatillas vistosas blancas y rojas. Se preguntó si ese sería el famoso Álex que buscaron en la noche en Alma un mes atrás. Antes de que pudiera darse cuenta, vio cómo la pareja de amigos se decantaba por una botella y procedían a girarse en dirección a ella.
Pocas veces el cuerpo de Celia respondió tan ágil a sus impulsos como en aquel momento. Giró sobre sus pies con la maestría de una bailarina de ballet y sin detenerse a pensar, escapó de aquel pasillo a pasos rápidos hasta situarse en la cola más corta de la caja. No se atrevió a comprobar si la habían visto o seguido, y suplicó al universo que Iván no hubiera reconocido su denso pelo negro. Afortunadamente se lo había recogido en un moño despeinado antes de salir de casa, pero seguía siendo igual de oscuro y lacio que siempre.
Salió del supermercado, indemne. Sin vino, pero con dignidad. De camino a casa recordó su última conversación con su vecino, tras la humillante cena con los amigos del colegio de Pablo. Rememorar el ataque de ansiedad que padeció frente a él la hizo avergonzarse y revivir en su mente la declaración de Iván. Se puso nerviosa. Le había dicho cosas muy profundas esa noche y Celia jamás había respondido a sus sentimientos. Ni siquiera para rechazarlos.
—¿Celia?
No reconoció la voz al momento, pero agradeció a los cielos que fuera de tono agudo y femenino. Buscó con los ojos a la persona que la llamaba, hasta encontrar a Noe de pie esperándola en el portal.
—¿Se puede saber qué haces así vestida? —La miró de arriba a abajo juiciosa—. Vale que en Fallas no solemos arreglarnos mucho para salir, pero tú te has pasado. Pareces un despojo humano.
Celia le sonrió con una ceja alzada y la besó en la mejilla.
—He bajado al supermercado y no me ha parecido necesario vestirme de boda para ello.
—Ya veo, ya... Pues date prisa, que son ya las diez menos cuarto. En nada vas a tenernos a todas en casa.
—¿Viene Olga? —preguntó Celia por la novia de su amiga—. Ya te dije que podías invitarla.
—Hoy no le viene bien. Tenía cosas que hacer en su falla.
—¿Es fallera? No lo sabía.
—Sí, tía, desde pequeña.
Subieron juntas al séptimo hablando de banalidades. La propietaria de la vivienda solía tener la casa bastante disponible esos días, ya que sus padres y Ali también estaban inscritos a una falla vecina, en la Calle Conde Altea esquina con Almirante Cadarso —casi al lado de donde estaba la de Sara— y se pasaban noche y día socializando en el casal fallero. Así que, con total libertad, dejó que Noe le ayudara a poner la mesa y encender el horno, y luego se metió en la ducha sin preocuparse en exceso por el resto.
Los quince minutos que tardó en salir, fueron suficientes para que Inés llegara y le toqueteara todo el armario sin preguntar. Celia se enfundó en su albornoz y, con una toalla enrollada en la cabeza, se apoyó en el marco de la puerta de su habitación.
—Espero que lo recojas cuando acabes —le dijo al verla.
—Hola, guapa —Inés saludó sonriente—. Te he preparado un conjunto de muerte.
Le extendió la ropa sin darle opción a oponer reparos, pero la realidad es que al comprobar el conjunto, Celia creyó que había sido mucho más acertado que cualquier otra cosa que hubiera elegido ella. Era sencillo, sexy y caliente. Todo lo que parecía incompatible, Inés había conseguido hacerlo realidad.
—¿Te gusta?
—La verdad es que sí —reconoció—. No me acordaba de estos pantalones.
—Yo no entiendo cómo los has podido olvidar. ¡Me parecen preciosos!
Se referían a unos atrevidos pantalones elásticos con tela plastificada que asemejaban el tacto impermeable de un chubasquero. Eran una imitación barata de cuero que Celia había adquirido en un impulso por ser arriesgada hacía dos años. Se los había puesto en tres ocasiones contadas desde entonces y en todas ellas había sido a exigencia de Inés.
Se vistió en diez minutos y salió al salón todavía con el pelo mojado, aunque desenredado. En algún momento, Aida y Fátima también habían subido y supongo que Noe les había abierto. Celia no tuvo que sufrir mucho por la comodidad de sus compañeras de la universidad, ya que Inés y Noe eran las personas más agradables e inclusivas del universo.
—¡Qué locura de pantalones! —exclamó Aida mirándola de arriba abajo—. Y ese suéter rosa queda espectacular. Ni se me habría ocurrido hacer la combinación... ¿Vas a ponerte zapatillas o botines?
—Botines, sin duda —respondió Inés en nombre de Celia—. Hazme caso tía, es la mejor opción.
Por supuesto que le hizo caso. Si tenía que ver con moda, había que escuchar a Inés atentamente.
Se sentaron en la mesa del salón y pusieron algo de música de fondo para animar el ambiente. Durante la cena, hablaron de cosas genéricas, más por conocerse que por otra cosa. Especialmente, Noe y Aida congeniaron maravillosamente, y Celia presintió que aquella noche iba a ser perfecta.
—¿A qué hora hemos quedado con los chicos? —preguntó Fátima.
—¿Conocen a Pablo? —preguntó Noe, tratando de ubicar la conversación.
—No, es que también vienen unos amigos de clase—explicó la anfitriona—. Se me había olvidado decíroslo...
—Imagino que no serán los del grupito de mentalidad arcaica que se metieron contigo la otra vez...
El comentario de Inés fue del todo inocente, sin percatarse del ceño fruncido de Aida y Fátima, que no tenían ni idea de a qué se refería. Cuando se dio cuenta, trató de redirigir la conversación hacia otro tema, pero el debate ya estaba abierto y las futuras farmacéuticas interrogaban a Celia sobre lo ocurrido.
—Es difícil de explicar... —Quiso eludir el tema la chica—. Se refería a...
—Que unos chavales de vuestra clase han estado llamando calientapollas a Celia desde hace meses —resumió Noe dando un buen mordisco a la pizza y restando importancia al asunto—. Por eso los llamamos neandertales.
Fátima y Aida se miraron la una a la otra muy sorprendidas.
—¿Quiénes han sido?
—Eso ya no lo sé. No les he visto en mi vida... —respondió Noe, a pesar de que la pregunta iba dirigida a la de cabellos como el ébano.
Todo el grupo miró a Celia. La aludida estaba algo nerviosa y había comenzado a trenzarse el pelo de manera obsesiva, acariciando cada mechón con una persistencia preocupante. Finalmente, suspiró y les contó todo lo que Carlos le dijo dos meses atrás en casa de Rebe. Le daba un poco de miedo que las chicas pensaran lo mismo que ellos.
—¿Enserio? No me lo puedo creer. ¡Menudos capullos! —dijo Fátima incrédula—. Además, ¿Javi Albert no tenía novia? ¿Acaso pensaba ponerle los cuernos contigo?
—Sí, es verdad... ¿Intentó besarte con novia? —Se unió al comentario Aida—. Qué horror de persona.
—Lo sé. De hecho pensé que iba tan borracho que no sabía ni lo que hacía, así que ni siquiera me enfadé con él —explicaba Celia—. Por eso me ha dolido tanto enterarme que personas a las que yo consideraba amigos me estaban insultando a las espaldas...
—¿Y Marc ha tenido los huevos de apuntarse a lo de esta noche? ¿Está loco? —Aida no cabía en sí de la decepción—. Debe ser que este chico es tonto...
Para ser honestos, Aida llevaba más copas encima que el resto de la mesa y parecía una especie de pitufa, ya que iba vestida toda de azul, con los ojos entrecerrados tratando de enfocar la vista en algo estable y detenido que no la indujera a caer en una espiral de mareos.
—Oye, tía, yo cortaría ya con el alcohol —verbalizó Inés, haciendo un gestó cómico con las manos y simulando hablar seriamente.
Se rieron juntas y viendo que se aproximaba la hora de la quedada se enfundaron en sus respectivos abrigos y salieron a la calle en cuestión de minutos, con las botellas restantes de alcohol en las manos y vasos de plástico con los que terminar la fiesta al aire libre.
—Celia. —La detuvo Inés antes de atravesar la puerta—. Por favor, acuérdate de lo que te dije en la biblioteca, ¿vale?
—Me acuerdo Inés —afirmó la otra—. Te prometo que no te vas a quedar sola en toda la noche. Nos lo vamos a pasar genial.
Con ese último comentario, las botas de Celia pisaron el duro asfalto de la calle y la noche dio comienzo con todos sus dramas y tragedias.
¡Ahora empieza lo bueno! Las noches de fiesta a veces traen mil millones de sorpresas, como por ejemplo que Marc, Carlos y el resto de capullos se unan al plan de Celia, ¿creéis que puede ir bien esto? Os leo 👀
Si os esta gustando el capítulo recordad ⭐️
PD: Algunas fotitos más de fallas. Hay casi 800 por toda la ciudad aunque no todas son tan grandes como las que os enseño en las fotos (algunas han llegado a medir casi 30 metros de altura).
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