✰ 37. MASCLETÀ
No sé qué me pasa, ¿a quién estoy engañando?
Mis ganas me consumen y me empieza a doler
Mi nuevo vicio - Morat
Llegó a casa de Laia a la una menos cuarto. Tanto Rebeca como otros de sus compañeros universitarios estaban sentados alrededor de una mesa redonda del salón tomando cervezas, vino y algún que otro aperitivo para acompañar.
Después de haberse tragado cinco amargos minutos de porno, la mente de Celia estaba en todas partes menos en Las Fallas. Seguía reviviendo la cara de esa actriz morena practicando sexo oral y otros muchos actos sexuales con un hombre fornido y tatuado que le recordaba a los seguratas de las discotecas. Efectivamente, la idea de Celia sobre el sexo, tan romántica esa mañana, se había convertido en algo desagradable y sucio en poco menos de media hora.
—¡Celia! —la llamó Rebeca—. Vente aquí.
Su amiga estaba sentada en el sofá junto a tres chicos. Se trataba de Arnau Pareja, Vicent Llopis y Marc Navarro. La cara de Celia se contrajo en una mueca al ver a este último.
El cuarteto parecía divertirse bastante. La verdad es que no le extrañaba: Arnau era uno de los chicos más graciosos de clase. Tenía el pelo castaño y peinado hacia arriba, los ojos marrones encogidos en una expresión alegre y sonreía a cada instante, ocurriera lo que ocurriera. Celia no había hablado mucho con él. Tampoco lo había hecho con Vicent, a pesar de que Rebe siempre le repetía lo simpático que era. De hecho, Celia tenía la ligera sospecha de que a su amiga le gustaba este último. Era alto, de rostro amable y con el pelo rapado. Siempre llevaba sudaderas de una talla mayor a la suya y pantalones rasgados en las rodillas. Lucía un enorme tatuaje que ocupaba desde su muñeca hasta el hombro en el brazo izquierdo.
Si solo hubiesen sido esos dos los que compartían asiento con Rebeca no le hubiera importado en absoluto acercarse. El problema lo tenía con Marc.
Es posible que haya quedado abandonado en el olvido, pero durante el mes de febrero, Carlos Gómez, torre humana de mentalidad paleolítica, había catalogado a Celia de calientapollas, acusándola de tontear con chicos creándoles ilusiones y después retirarse en el último momento cual cobarde, por medio de una cobra. Es decir, girándoles la cara cuando iban a besarla. Entre las pobres supuestas víctimas de Celia —o egocéntricos y mentirosos patológicos— estaban Dani Figueroa, Javi Albert, Carles Martinez y Marc Navarro. Este último sentado frente a Rebeca con una sonrisa tonta impresa en su cara de idiota.
A pesar de sus sinceras reservas mentales, Celia se aproximó y les saludó vagamente, tomando asiento al lado de Rebe y Arnau. Los cuatro la recibieron bien, con graciosas sonrisas pintadas en el rostro que Celia devolvió a todos menos a Marc.
—¿Tenéis ganas de ver la Mascletà? —preguntaba Arnau—. Es mi parte favorita de Las Fallas, ¡me encanta! Sobre todo cuando llega el final y los petardos resuenan con tanta rapidez e intensidad que no puedes oír ni siquiera lo que dices. ¡Es brutal!
—A mí también me flipa esta parte, tío —afirmaba Vicent con esa voz grave y ruda que le caracterizaba—. Aunque no hay nada como los churros con chocolate.
—Pero Vicent —reía Rebeca—, eso lo puedes comer en cualquier otro momento del año.
—Ya lo sé, aunque no es lo mismo. Cuando los compras en los puestos callejeros están mucho más buenos.
—¿Y a ti qué te gusta, Celia?
Había sido Marc quien le dirigió esa pregunta. La sonrisa de Celia se esfumó notablemente para todos y respondió seria y escueta que a ella lo que más le gustaba era admirar las fallas, las esculturas de cartón y los mensajes satíricos que compartían sobre la sociedad del momento.
—A mí también me gusta ver eso —corroboró el enemigo. Se estaba esforzando por ser amable con ella.
No le respondió. Es más, le giró la cara descaradamente y se dirigió únicamente a Rebe, Vicent y Arnau durante el resto de la conversación.
Celia se sentía frustrada e incómoda. A principio de curso, Marc había sido de las primeras personas que se habían acercado a ella para trabar amistad. Le estuvo tremendamente agradecida por ello, ya que llegó nueva y sin conocer a nadie a la Facultad de Farmacia y por ello pasó las siguientes semanas pegadas a él como una lapa. En ningún momento se le insinuó y ni se le había pasado por la cabeza verlo como algo más que un buen amigo. Tres semanas más tarde, en una fiesta universitaria, Marc se lanzó a Celia y trató de besarla frente a la mirada de la mitad del alumnado de Farmacia. Evidentemente, ella lo esquivó con sus habilidades de trapecista y no volvió a sentarse a su lado en clase. Saber que además de esa humillante escena, Marc se dedicó junto a otros chicos a llamarla calientapollas a las espaldas, solo hacía que quisiera verle todavía más lejos de ella.
En algún momento, el mencionado, molesto por esa falta de respeto que suponía girarle la cara, se levantó del sofá y se largó a alguna parte. Estaba cabreado, pero más lo estaba Celia con él.
Quedaban diez minutos para que el espectáculo fallero comenzara y los cuatro restantes se levantaron y acomodaron en uno de los balcones de Laia. En el exterior, un mar de personas se extendían por la plaza y calles conexas. Justo en el centro, había cercado un conjunto de cuerdas de las que colgaban petardos, y el pirotécnico se paseaba de un lado al otro preparando la función.
—¡Mira, Celia! —exclamó Rebe señalando al inmenso balcón del Ayuntamiento—. Ahí están La Fallera Mayor de Valencia y toda su corte.
Ella asintió y se fijó en los coloridos trajes valencianos inspirados en la moda del siglo XVIII. Parecían un conjunto de muñequitas de época colocadas lateralmente las unas al lado de las otras.
—Por cierto —dijo la de cabello rizado—, ¿qué ha pasado ahí dentro con Marc? Casi lo asesinas con tus letales ojos azules.
—Bueno, es lo mínimo, teniendo en cuenta que se ha tirado los últimos cuatro meses diciendo a mis espaldas que soy una calientapollas.
Rebeca se tapó la boca con las manos y ahogó un pequeño grito. Enseguida trató de disculparse y justificar esa situación tan incómoda.
—Lo siento mucho, Celia —repetía—. Se me había olvidado completamente... ¡Dios! Y he sido yo quien no paraba de repetirte que te acercaras a nosotros... Qué idiota...
—No te tortures. —Se encogió de hombros la otra—. Ha pasado tiempo desde eso, es normal que no lo recordaras.
—Ya lo sé, pero soy tu amiga. Debería haberlo tenido presente... Es que como estás siempre hablando de Pablo y se te ve tan feliz a diario, ya casi había olvidado que había habido otros chicos en tu vida.
—Ya le hubiera gustado a él estar en mi vida —murmuró Celia con desdén.
Ambas se rieron y Rebeca le dio un ligero abrazo a su amiga, quedando su cabellera rizada apoyada en el hombro de Celia.
—Dejando a los tontos de clase a un lado, ¿qué tal con tu maravilloso príncipe? —susurró—. No me cuentes lo de siempre. Ya sé que te trata bien y todo eso... Quiero saber lo interesante.
—¿De qué hablas? —Rio la otra confusa.
—Venga, no te hagas la tonta —insistió Rebe—. Ha habido ya... ¿Coito?
—¡¿Qué?! ¡Serás tonta, Rebeca!
Celia explotó en una carcajada y su amiga se unió. Aquella se había puesto colorada y se tapaba la boca con las manos sin parar de reír, negando con la cabeza y llamando a su amiga loca.
Arnau se aproximó para curiosear qué es lo que era tan gracioso.
—Eso sí que no. —La de cabellos rizados empujó con ambas manos al chico para que se alejara de ellas—. Fuera de aquí Arnau, que Celia está a punto de confesarme cosas muy picantes.
—Yo también quiero que me las confiese.
—Pero ¿qué tonterías estáis diciendo? —La protagonista de la conversación no podía parar de reírse a pesar de todo—. Venga, que la Mascletà ya va a empezar. ¡Mirad!
Salvada por los petardos.
El espectáculo comenzó con unos pocos estruendos separados y fue cogiendo fuerza progresivamente. Tanto el público que contemplaba en los balcones como los que estaban de pie en las calles abarrotadas, permanecían en silencio con la mirada al cielo sin perder un detalle del acto. Los fuegos reventaban en lo alto dejando un rastro de pólvora y humo blanco que se deslizaba con el viento, pintando un mural gris que reflejaba la luz del sol. Celia apreció un par de helicópteros sobrevolando los alrededores para echar agua en caso de riesgo de incendio o algún otro incidente.
Duró exactamente seis minutos, donde los últimos treinta segundos resonaron con un impacto y velocidad que sería capaz de oírse hasta en los confines más alejados de la ciudad de Valencia. Era una especie de marca en el cielo; una conmemoración a la festividad. Cuando terminó, el público aplaudió eufórico y el griterío de la gente abarcó toda la plaza.
—¡Ha sido alucinante! —Escuchó gritar a Arnau.
—Una puta locura, tío —corroboraba Vicent.
Tras el espectáculo sonó desde unos altavoces —probablemente del balcón del Ayuntamiento— el himno fallero, banda sonora por excelencia de la celebración. Aplaudieron un buen rato y corearon mil vítores desde el balcón. Poco a poco, la gente se retiraba y con ellos, los compañeros de curso de Celia. Habían reservado mesa en un restaurante a dos calles de casa de Laia para dentro de veinte minutos.
Rebeca, que pensaba más en la vida sentimental de Celia que en la Mascletà, la comida o cualquier otra cosa, estiró el brazo de su amiga sin darle tiempo a reprochar, y la condujo fuera del piso. Pulsó con decisión el botón del ascensor y mientras esperaba a que llegara trató de retomar la conversación justo donde la habían dejado.
—¡Qué pesada estás, Rebe! —se quejó la otra—. ¿Qué más te da lo que haga yo con Pablo?
—Soy tu amiga y hace dos meses me dijiste que no habías hecho nada nunca. ¡Tienes que haber probado ya algo! Cuéntame, va...
—Soy igual de virgen que al principio.
—Ya, pero... ¿Te ha tocado?
Celia se introdujo en el ascensor seguida por Rebe. Antes de contestar, vio a Arnau y a Marc salir de casa de Laia tras ellas y hacerles un gesto para que les esperaran.
—¡No! —les gritó Rebe otra vez—. Necesitamos un rato de intimidad entre amigas. Bajad por las escaleras.
—Sí, bueno... —trató de quejarse Marc.
No hizo falta más que la mirada de odio que le dedicó Celia para tragarse sus palabras y quedarse parado al otro lado de las puertas, mientras estas se cerraban y cortaban el contacto visual de ambos. Cuando ya estuvieron solas, Celia sintió una oleada de rabia al recordar los estúpidos comentarios de Marc, Carlos y el resto de los chicos de la clase al afirmar que ella era una calientapollas. De alguna forma, le invadió la necesidad de demostrarse a Rebe que no lo era.
—Sí que me ha tocado —dijo de pronto.
—¿Y qué tal lo hace? —Solo había que darle cuerda a la chica para que intentara averiguar hasta las marcas de nacimiento de Pablo.
—Es un jodido Dios con sus dedos.
Rebe irrumpió en una sonora carcajada al oír hablar a Celia de forma tan ruda.
—Así me gusta, tía, que estés en buenas manos —bromeó.
—¿Te puedo pedir consejo?
—Obviamente —asintió—. ¿Quieres que te recomiende algún juguete sexual?
Celia frunció el ceño sorprendida.
—La verdad es que ni me lo había planteado, pero no. Es sobre... sexo oral. —Dijo las últimas dos palabras en un susurro.
En aquel momento las puertas se abrieron. Como no querían ser escuchadas a través del eco de las escaleras, salieron al ajetreado ruido de la calle y esperaron al resto de sus compañeros apoyadas en una pared.
—¿Te refieres a chuparla o a que te lo coman? —Rebeca siendo directa y vulgar.
—Lo primero.
—Vale, pues... Imagino que Pablo te lo ha pedido, ¿no? ¿O te has ofrecido tú?
—Bueno, me ha dado a entender que las pajas se le están quedando cortas y me ha invitado a probar algo nuevo. Más o menos.
—Tía, si te lo ha dicho así es todo un galán... Fliparías si te contara los tíos qué cortes pueden pegarte al pedir una mamada... —Por como lo decía parecía que hablaba por experiencia.
—¿De verdad?
—Sí. —Se encogió de hombros con indiferencia—. En fin, antes de que venga el resto, ¿qué te preocupa?
Celia resumió brevemente sus mil temores y sus poco fiables soluciones. Desde los artículos en internet hablando sobre sexo hasta el video porno que tan traumatizada le había dejado.
—Vale, consejo número uno —interrumpió Rebe—, no te guíes por el porno. Es horrible y humillante. Además, piensa que son dos personas fingiendo disfrutar... Lo que se hagan entre ellos no tiene por qué estar bien hecho.
—¿Y entonces cómo voy a saber hacerlo? ¡Rebe, que no le quiero morder el pene y dejarle sangrando!
Rebeca estalló otra vez en risas. Esa conversación era de las más divertidas que había mantenido en su vida.
—Evidentemente —dijo al final—. Mira, el único que te puede decir cómo hacerlo es Pablo. Cada persona es un mundo y le gustan cosas diferentes, entonces debe ser él quien te guíe y te diga qué le gusta más y qué menos. Dentro de eso, tú tienes que decidir cuánto quieres hacer y cuánto no. Hay que buscar un equilibrio.
—Tiene sentido...
—Claro. Y por lo que respecta cuestiones básicas... Te aconsejo tomarlo con calma. Es cuestión de práctica, como todo en esta vida. Si te atragantas, paras. Si te cansas, paras. Si no quieres que se corra en tu boca, se lo dices —explicó—. La cuestión, Celia, no es cómo se hace, si no cómo la quiere recibir Pablo y como la quieres dar tú. Entre los dos llegaréis a un punto medio en el que ambos estaréis complacidos.
Celia pareció relajarse al escuchar que había una alternativa a la de imitar a la tía del vídeo sexual de hacía un rato.
—Rebe, esto es lo mejor que he oído en mi vida. Nada que ver con esos artículos y ya ni te cuento con el porno...
—Te dije que era buena idea compartir experiencias sexuales con amigas y amigos.
—Lo haré más a menudo.
—Eso espero.
Se abrazaron y a Celia le complació sentir alivio. ¿Seguía teniendo miedo? Por supuesto. Pero no se había sentido juzgada, loca o menospreciada. Así que, por primera vez en todo el día, esa presión relacionada con Pablo se desvaneció suavemente y caminó al lado de su amiga, rumbo al restaurante donde se reunirían con el resto de sus compañeros.
A veces al hablar de sexo con una amigx te pueden pasar tres cosas:
1. Te juzga y consigue que no quieras volver a contar nada nunca más (si es así, el problema es suyo, no tuyo porque hablar de sexo no debería ser un tabú)
2. Te entiende y empatizáis en mil experiencias, además de conocer nuevas cosas que no te habías planteado (esos son los amigxs que quieres)
3. Tienen menos idea que tú y sientes que no estas solx en el mundo con tu curiosidad (a estos también los quieres bien cerca)
Rebeca ha resultado ser de la segunda opción. Afortunada Celia, porque si se hubiera tenido que guiar solo por el video porno, quien sabe la situación tan desagradable que podría haber vivido con Pablo.
¿Estas de acuerdo con los consejos de Rebeca? ¿O estas tan perdidx como Celia? Os leo 👀
Recordad darle a la estrellita para más ⭐️
PD: os dejo por aquí unas imágenes de la Mascletà de Valencia durante Las Fallas para que sepáis exactamente que estaban viendo las dos amigas.
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