✰ 36. EDUCACIÓN
Ya no somos niños, pero amarte es como un juego
Siento cada beso como nuevo
Cómo son de dulces las primeras veces
Primeras veces - Morat
15 de marzo.
El esperado quince de marzo llegó soleado, con olor a pólvora y el sonido de orquestas falleras paseando por las calles de Valencia e inundando de ruido el ambiente. Para Celia, que llevaba disfrutando de esas fiestas desde que nació, llegaba a un punto en el que maldecía a toda la ciudad por interrumpirle el sueño con tanto escándalo en su primer día de vacaciones.
A pesar de todo, abrió los párpados a las diez, mucho más tarde que de costumbre, y con tiempo suficiente para prepararse antes de ir a la Mascletà. Era uno de sus espectáculos favoritos de Las Fallas, en el que miles de personas se reunían alrededor de la Plaza del Ayuntamiento para contemplar una gigantesca traca de petardos ensordecedora que teñía el cielo de gris, en una enorme nube de pólvora.
Se levantó de la cama y paseó en pijama por la casa. Estaba sola. Sus padres trabajaban como un día laboral cualquiera, pero Alicia, que no tenía instituto, debía de haber bajado a la falla para quedar con sus amigos. Normalmente, Celia hubiera disfrutado de la tranquilidad del hogar vacío, pero no había nada más triste que estar sola y dentro de casa justo en esas fechas.
Desayunó viendo la televisión. Había quedado sobre las doce y media en la Estación del Norte con Rebeca y algunos amigos de la facultad. Querían contemplar el espectáculo juntos desde el balcón de Laia Llacer, que daba justo a la misma Plaza del Ayuntamiento. Esas vistas eran un privilegio con el que muchos valencianos no contaban en su vida y por eso, a pesar de que Laia era una compañera de clase a la que Celia no estaba muy unida, tenía muchas ganas de acudir. Las oportunidades de este tipo siempre hay que aprovecharlas.
Con una hora y media para prepararse y salir de casa, se encerró en el cuarto de baño con el móvil reproduciendo una lista de música pop rock encabezada por el álbum 11 razones de Aitana Ocaña y abrió el grifo de la ducha. Se desnudó y se deslizó bajo el agua. Mientras se enjabonaba, no pudo evitar recordar lo ocurrido el día anterior con Pablo. Más que nada porque era consciente de haberse comprometido a practicarle sexo oral algún día, algo que no había hecho nunca y que le preocupaba horrores. «Es que para qué dices nada, Celia...»
Prefería pensar en otras cosas que estuviesen dentro de su control, pero la verdad es que, indirectamente, Celia y Pablo parecían haber planeado pasar una noche juntos esas Fallas. Lo bueno es que no se sabía cuál, así que había margen de maniobra, pero la verdadera cuestión aquí era: ¿esperaba Pablo que Celia se sintiera preparada para entonces? Ella no sabía qué tenía que pasar para saber si lo estaba y dudaba que pudiera sentir certeza sobre ello hasta que se presentara el momento.
Salió de la ducha y se enfundó en el albornoz. Se sentó encima de la taza del váter y siguió cavilando cómo afrontar esa situación mientras se embadurnaba la piernas de crema hidratante. Podía preguntar a las chicas. Seguro que ellas ya lo habían hecho. ¿Pero y si no? Ella sabía que Inés, Noe y Paula ya no eran vírgenes, pero eso no aseguraba que practicaran sexo oral. ¿Y si lo veían algo asqueroso y la asustaban aún más? ¿Y si la juzgaban sin querer? Normalmente Celia se pasaba los juicios ajenos por el forro, aunque esta vez la cosa era algo diferente. Era nuevo, íntimo, desconocido. En resumen, se sentía muy vulnerable.
Fue a su cuarto y sacó la ropa que tenía planeado llevar a la Mascletà: pantalones vaqueros, una blusa azul de manga larga y las clásicas zapatillas de tela tan prácticas para caminar por la ciudad en primavera. Mientras extendía todas las prendas sobre su cama, pensó que quizá la respuesta a sus preocupaciones estuviera en internet. Una idea descabellada, teniendo en cuenta la cantidad de información falsa que deambula por la red, pero al menos Google no juzgaba.
Cerró la puerta de su cuarto y abrió el ordenador portátil, colocándolo sobre su regazo y entrando en el explorador. Se le apareció una pantalla blanca que tenía en el centro una lupa y dejaba espacio para escribir lo que quisiera buscar. ¿Pero eso qué era exactamente? ¿Un tutorial sobre cómo practicar sexo oral? ¿Con imágenes o descrito? Estando sola en su habitación sin nadie que pudiera verla, sintió que sus mejillas ardían. Cerró el ordenador de un golpe desechando la idea y empezó a vestirse.
Celia nunca había consumido porno. Pensaba que era un producto creado exclusivamente para complacer al hombre y donde las mujeres eran principalmente tratadas como meros objetos sexuales. Iba contra todos sus principios. ¿Pero cómo iba a saber qué hacer si no lo veía?
Aunque por otro lado: ¿qué pretendía? ¿Mirar y analizar cómo una actriz chupaba un pene mientras el actor en cuestión fingía morirse de placer? La propia palabra lo decía: eran actores, su profesión se definía en simular relaciones sexuales lo suficientemente excitantes para que otros pudieran masturbarse contemplándolas, recrear fantasías eróticas con las que cualquier hombre soñaba.
Nada, no. El porno queda descartado.
Se terminó de vestir y luego se miró en el espejo satisfecha con el resultado. Aquel sencillo conjunto le sentaba que ni pintado. Los vaqueros le hacían unas piernas largas de infarto, y la blusa de tirantes favorecía su escote. Trató de desenredarse el pelo, aún mojado, y mientras lo hacía volvió a pensar en el problema del sexo oral. No podía ignorarlo. Si no se informaba cuanto antes, acabaría otra vez en casa de Pablo haciendo un ridículo espantoso. Él había sido claro al insinuar que no se quedaba satisfecho con solo masturbarse y ella no quería perderle. Por no mencionar que era un lastre ser de esa clase de mujeres recatadas que no disfrutaban de su libertad sexual por mero desconocimiento. Quería ser divertida, salvaje, sensual y pasional.
Una vez estuvo lista miró el reloj y vio que eran las doce en punto. Todavía le quedaba media hora libre antes de dirigirse hacia la Plaza del Ayuntamiento. Tiempo suficiente para ver alguna serie cortita con capítulos que duraban entre veinte o treinta minutos.
Bueno, también podía investigar...
Dudó, pero finalmente se decantó por la segunda opción porque era raro que no hubiera nadie en casa que pudiera interrumpirla y debía aprovechar esos pocos momentos de intimidad para hacer todo aquello que normalmente ni se plantearía.
Así que, solamente con fines educativos, volvió a encender el ordenador. Por si acaso, abrió una ventana de incógnito y, sin pensárselo más veces, escribió: «Cómo practicar sexo oral por primera vez a un hombre» en el buscador.
Debían de existir páginas informativas sobre la educación sexual en internet, ¿verdad?
Se le encogió el corazón antes de apretar el botón de búsqueda. Quién sabe qué verían sus ojos a partir de tal acto. Afortunadamente, aparecieron un sin fin de artículos que trataban el tema desde un punto de vista bastante sano y educativo. Se los leyó de arriba abajo, tragándose los anuncios que había por el camino, y tomando notas mentales sobre los pasos y trucos a seguir para disfrutarlo ambos. Pero esto era algo parecido a las matemáticas, de poco sirve leer la teoría sin hacer unas cuantas operaciones de práctica. Ahí era donde realmente se aprendía.
Con absoluta sinceridad, Celia descubrió todo un mundo a través de esos artículos. Ninguno daba la información que ella buscaba, ya que básicamente lo que quería era saber qué debía hacer con la boca, con la lengua y dónde se encontraban los puntos más sensibles. Por el contrario, lo que sí decían era muchas cosas sobre higiene antes de hacerlo, el riesgo de contraer infecciones de transmisión sexual si se eyaculaba dentro de la boca y lo importante de encontrar una postura cómoda para ambos. También decían que las primeras veces para la persona que lo practicaba, podía provocar arcadas y ganas de devolver.
Lejos de quedar la curiosidad de Celia satisfecha, surgió en su interior una preocupación tremendamente superior. No quería vomitarle encima a Pablo, ni despertarse a la mañana siguiente con una infección de caballo en la garganta. Así que sí, se preocupó en exceso, porque no sabía cómo preguntarle a su novio si estaba seguro de que no tenía gonorrea o cualquier otra infección. Tampoco podía garantizarle que fuera a ser capaz de controlar las arcadas y eso convertía la situación en sí en algo más asqueroso que sexy.
¿Qué podía hacer con estas nuevas inseguridades? ¿Compartirlas con Pablo? Eso sonaba coherente, pero a Celia le atemorizaba. No quería ser la inmadura de los dos que vivía con miedo al sexo y ponía excusas para no practicarlo. Quería resultarle deseable y atractiva, y eso suponía aprender con él. Pero qué corte decirle todo lo que había leído...
Una vez más, volvía al estúpido callejón sin salida que la dejaba a ella y a internet solos en esta aventura. Pensó que podía ver solo un video. Uno que tuviera como finalidad únicamente ver cómo se hacía, quedarse con las cuestiones básicas y luego ya se arriesgaría a probar cuando se diera la ocasión.
Sin darle más vueltas, escribió de nuevo en el buscador: «Porno para feministas». No supo qué pretendía realmente al escribir eso, supongo que atenuar la magnitud de lo que creía que podía encontrar y además sentirse tranquila consigo misma. Se extendieron en la pantalla una hilera de páginas que manifestaban contener material visual de esa clase. O bueno, de lo que internet creyera que significaba el porno feminista porque la realidad era que Celia se acababa de inventar el nombre.
Clicó en la primera página y lo que salió a continuación la dejó estupefacta. Había mil videos de personas manteniendo relaciones sexuales. Mayoritariamente parejas heterosexuales, pero también había mujeres entre ellas, tríos e incluso orgías de diez personas en medio de un salón. Joder, demasiado para una virgencita como ella. Hacía un instante, Celia quería ser divertida, salvaje, sensual y pasional. Ahora no quería ser nada de eso si implicaba hacer lo que esas mujeres estaban haciendo.
Deslizó el ratón por la pantalla, tratando de buscar algún video que le pareciera algo menos desagradable que las imágenes previas que se anunciaban en las miniaturas. Los propios títulos de los videos ya decían muchísimo. No sabía cómo se sentirían el resto de mujeres, pero a Celia una grabación que se titulara «Repartidor de pizza se folla a vecina pelirroja y acaba con leche por la cara» no le parecía muy respetuoso y mucho menos feminista.
Suspiró y siguió buscando.
—Se me va a corromper la mente —murmuró para sí misma.
Se aproximaba la hora para salir a casa de Laia y Celia no quería retrasarse. Una vez que la gente se aglomeraba en la Plaza del Ayuntamiento era imposible pasar de un lado al otro. Así que eligió un video cualquiera y adelantó hasta la parte que le interesaba. Apenas fue consciente de la mueca en la que se contraía su cara al verlo. Era espantoso: la actriz fingía una expresión de placer anormal, los gemidos que soltaba por estar lamiendo no tenían sentido y, en general, la vulgaridad de la escena apenas le excitaba.
Cerró el ordenador pensando que se arrepentía una barbaridad de haberle dicho a Pablo que algún día ella haría eso.
Qué levante la mano quien haya mirado porno alguna vez, solo por curiosidad. 🙇🏼♀️ Seamos sincerxs, esto se cuenta poco, pero se hace. ¿Pensáis que me equivoco?
¿Cómo creéis que debe afrontar Celia el problemita del sexo oral con Pablo? Os leo 👀
Recordad la estrellita si os esta gustando la historia ⭐️
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