✰ 35. LA INUNDACIÓN
Porque no quiero entrometerme hoy en su vida
Pero sé
Que no me basta suponer
Yo necesito confirmar
Si la ves - Morat
Llevaban desde las cinco y cuarto jugando a videojuegos como un par de niños. Iván y Álex estaban pasando más tiempo juntos que en toda su vida y en lo que respecta a este primero, la causa tenía nombre y apellidos: Celia Pedraza. Desde que se le había declarado en un banco público hacía tres semanas y ella no había llegado a darle ninguna respuesta, el vecino rebelde de la Calle Almirante Cadarso se sentía tonto y vulnerable. Había hecho algo que exigía valor, dar un gran salto al que pocos se atreven, y además lo había hecho con muy poca seguridad. ¿Cómo se le ocurre confesarle sus sentimientos a una tía con novio? ¿Estaba loco? Vamos a ver, la principal razón por la que Celia y él estaban en esa cena juntos era para que Pablo la presentara como su pareja al grupo. ¡Iván, por Dios, piensa antes de actuar!
Saltó sin paracaídas y la caída había sido estrepitosa. Al pobre chico le dolía todo el cuerpo, metafóricamente hablando.
Tal y como le había prometido Álex tiempo atrás, en caso de que las cosas no salieran bien entre Celia y él, ambos volverían a hacer la compra juntos y se cagarían en Pablo hasta recitar todos los insultos existentes. Lo primero lo habían hecho, pero lo segundo, parecía una tarea sin fin.
Iván, absorto en sus pensamientos, dejó que les vencieran en el videojuego. Cuando estaba de buen humor era imbatible en el Call of duty, pero, casualmente, aquel no era uno de esos días. El otro, maldiciendo a Iván por haber perdido por su culpa, lo miró juicioso y negó con la cabeza.
—No puedes estar siempre así. Ya hace casi un mes —le recriminó—. Además, nos quedaba tan poco para ganar...
—No lo entiendes, Álex. Fue la mayor decepción de mi vida. —Iván a lo suyo. El juego le traía sin cuidado—. Ni siquiera me dio una respuesta. Literalmente, le confieso lo capullo que fue su novio clavándome un puñal por la espalda y, aun así, hacen las paces y siguen juntos. —Suspiró con pesadez y se pasó una mano por la cabeza—. Pensaba que ella era de las que valoraba la lealtad y esas cosas... Qué decepción, ¡soy gilipollas!
—Eres un exagerado. Te rechazó y punto. —Su amigo se encogió de hombros con indiferencia y se apoyó en el respaldo del sofá—. ¿Sabes cuántas chicas hay en este jodido mundo? Millones. Y la mayoría pensarán que eres guapo, no sé bien por qué. Cualquiera puede valer tanto como Blancanieves. Si quiere estar con Pablo, bien por ella. Tú no la necesitas para nada.
—Álex, no tienes ni idea de lo que dices. Ella es diferente, es una puta maravilla de ser humano con rasgos de diosa. —Apagó la PlayStation y guardó el mando en un cajón del armario que sostenía al televisor—. No entiendo qué me pasa, ¿por qué no me la quito de la cabeza?
—Madre de dios. —Álex simuló un cómico desmayo—. ¿Tú te estás oyendo? ¡Tío, que te enamoras! ¡Cuidado!
Se miraron el uno al otro. A Iván no le hacían ni puñetera gracia las bromas de su mejor amigo, pero Álex lo único que pretendía era demostrarle que un rechazo no era el fin del mundo y que debía respetar la decisión de Celia. No obstante, el vecino de Blancanieves parecía hechizado y no había nada que su amigo pudiera hacer para evitarlo. No se le puede pedir a alguien que deje de querer.
—Me encantaría conocerla —dijo al final Álex—. En serio, me muero de curiosidad por saber qué tiene tan especial para que te haya embrujado de esa manera.
Iván sonrió soñador al recordarla: su pelo negro como la noche, sus ojos claros y profundos que escondían el color verdadero del océano, su seguridad al hablar, su risa sinfónica y aquellas caderas hipnóticas que se balanceaban rítmicas al son de sus pasos. Celia era mejor que la princesa Blancanieves, eso sin duda.
El trance del chico rebelde se vio drásticamente interrumpido cuando un grito ahogado se filtró por las paredes, sobresaltando a ambos amigos. Venía del cuarto de baño del final del pasillo, donde hacía veinte minutos había entrado Ada, la hermana menor de Iván, para ducharse.
Los chicos corrieron hacia el lavabo para socorrer a la pequeña de trece años imaginando terribles escenas en sus cabezas. Llegó primero Álex, pero se detuvo al darse cuenta que era posible que encontrara a la menor desnuda al otro lado de la puerta.
—Abre tú, que es tu hermana. —Se sonrojó.
—¡Por Dios, Álex, no seas crío! —Le hizo a un lado y rodó los ojos.
Supieron qué ocurría tan pronto Iván dio dos pasos aproximándose a la puerta y el ruido de un chapoteo resonó bajo ellos. Sus calcetines acababan de sumergirse en un misterioso charco transparente que surgía lentamente por debajo de la puerta. Cuando la abrieron, Ada estaba envuelta en un albornoz con el pelo mojado, observando el baño convertirse en una auténtica piscina.
—¡Pero cierra el grifo! —le gritó su hermano.
Una inundación. Lo que les faltaba.
Afortunadamente, Ada estaba bien, los muebles también y todo se reducía a encontrar el origen de la filtración de agua y a secar el suelo antes de que se generaran goteras en el piso de abajo. La madre de Iván, que había salido a tomar un café con una amiga, regresó maldiciendo a sus hijos: siempre que les dejaba solos, rompían algo.
—¡Mamá, que no es culpa mía! —Lloriqueba Ada.
—Ya veremos qué dice el perito cuando lo vea... —respondió la madre de Iván telefoneando al seguro.
Tras limpiarlo todo y proceder a investigar si se había embozado la ducha o despegado alguna pieza que hubiera dado salida a toda esa agua, los mayores temores de la madre de Iván se hicieron realidad. Todo apuntaba a un defecto de tuberías que solo podría detectarse y solucionarse definitivamente cuando los empleados del seguro desmontaran parte de las paredes y suelo. Ada, por su parte, se sintió muy alegre de no ser responsable de la desgracia.
—¿Obras? —inquirió Iván—. ¿Durante cuánto tiempo?
—Imagino que un par de días. —Suspiró su madre—. Voy a llamar a tu padre. Seguramente tengamos que pasar alguna noche fuera.
—¿Y dónde dormiremos? —preguntó la pequeña.
—Papá y yo seguramente iremos a casa de los abuelos, pero no tienen cama para los cuatro. ¿No podéis dormir con algún amigo?
—Sí, le puedo preguntar a Laura —sugirió Ada.
La madre de Iván miró a su hijo, y este se giró y buscó con la mirada a Álex, que seguía en casa de los Álvarez siendo testigo del estropicio. El otro asintió enérgicamente, dando a entender que Iván se quedaría con él sin problema.
A la mañana siguiente, no solo llegó el perito del seguro para confirmar todas las sospechas, sino que la familia entera tuvo que desmontar algunos estantes y guardar en cajas libros y demás objetos para que no se vieran dañados por la obra.
Básicamente, Iván pasó de jugar a videojuegos como un alma en pena, a tirarse casi cinco horas cargando trastos de su casa en el coche para desplazarlos a un pequeño trastero a pocos minutos de allí.
Cuando bajó la última caja, estaba sudando y su pelo en ondas lucía mojado y seductor. Se sentó en un banco de la vía pública y vio a sus padres y hermana marcharse en la furgoneta. Se suponía que él debía acudir a casa de Álex para ducharse, ya que su baño estaba fuera de combate, pero se sentía reventado y necesitaba unos minutos para recuperar el aire. Los del seguro habían dicho que la obras iban a ser el día diecisiete y, en teoría, el dieciocho habrían terminado. Eso suponía que realmente solo pasaría una noche fuera, pero hasta entonces no tenía ducha... Menuda mierda.
—Hola, Iván.
Así, con las pintas de haber corrido una maratón, es decir, pantalones cortos de chándal y camiseta de tirantes visiblemente húmeda de sudor, le encontró Celia. Cuando sus miradas se cruzaron, tras casi un mes desde la terrorífica experiencia en la cena con sus amigos del instituto, Iván sintió que moría de vergüenza una y mil veces más.
—¿Estás bien? —le preguntó al ver que el chico no daba muestras de vida.
Celia iba acompañada de su hermana menor Alicia y ambas vestían ropa deportiva. La pequeña de las Pedraza se comía a Iván con los ojos y no se la podía culpar, pues su aspecto después de ejercitar aquellos tonificados músculos era extremadamente excitante. Iván se levantó del banco y se limpió el sudor de la frente con la parte baja de su camiseta, mostrando ligeramente sus abdominales.
—Hola, chicas. —Alcanzó a decir entre jadeos—. ¿Qué hay?
Celia se sonrojó y aunque Iván no supo interpretar a causa de qué, intuyó que tenía relación con su aspecto sudado. Sonrió con picardía, consciente del efecto que había producido en ella. Puede que le hubiera rechazado, pero todavía opinaba que estaba bueno. Algo es algo.
—No sé, cuéntanos tú —respondió Celia—. ¿Qué haces así?
—Pues es una larga historia.
—Tranquilo, no tenemos prisa. —Se apresuró a añadir Alicia, esbozando la mayor sonrisa de su vida.
Iván rio y mirando a todas partes pensó cómo resumir su tragedia.
—Bien, pues se ha inundado mi casa y estamos sacando algunos muebles para cuando hagan la obra el día diecisiete.
—Vaya, no era tan larga —murmuró Celia para sí.
—¿Qué me dices? Vaya jaleo. —Alicia puso cara de sorpresa y se tapó la boca con una mano. Dramática siempre.
Él asintió y miró hacia el portal, evitando la angélica mirada de Celia. Sus ojos claros le ponían nervioso y no dejaba de revivir el chasco de casi un mes atrás en su cabeza.
—Tienen que reparar una tubería y hemos sacado algunas cosas de casa para que no estorben. De ahí que esté sudado de tanto subir y bajar cajas —repitió.
—¡Madre de Dios! —Las reacciones de Alicia comenzaban a resultar inverosímiles—. ¿Y dónde vais a dormir?
—Mis padres con mis abuelos y mi hermana con una amiga.
—¿Y tú?
«Yo en casa de Álex», quiso decir. Pero por alguna razón, quizá porque su subconsciente vio una oportunidad, Iván miró al suelo y se escuchó responder:
—Yo todavía no lo sé.
Celia se sonrojó. Exactamente el mismo pensamiento que se planteaba Iván en su más remoto fuero interno era con el que fantaseaba ella en secreto. Se miraron fugazmente, pero ninguno fue capaz de aguantarse la mirada. Tímidos, ni ella se ofreció, ni él preguntó directamente. Pero como la vida está llena de coincidencias y casualidades, la pequeña Alicia, que pretendía demostrarle a su hermana fervientemente que sentía algo por Iván más allá de la atracción, abrió la boca y propuso lo indecente.
—Quédate con nosotras. Es solo el día diecisiete, ¿no?
Iván miró a la adolescente sorprendido y luego buscó la aprobación de Celia en su rostro. Ella no se opuso. Es más, le sonrió. Supongo que eso se podía interpretar como una invitación.
—¿Seguro?
—Claro —aseguró la niña—. Por una noche no creo que haya problema. Solo eres un amigo nuestro, ¿verdad, Celia?
La de ojos claros fulminó a su hermana con una mirada asesina. Iván estuvo a punto de rechazar la propuesta por evitar una enemistad con su vecina, pero ella se le anticipó.
—Está bien. —No parecía muy segura, todo sea dicho—. Puedes dormir en nuestro sofá.
Ahí estaba la línea divisoria. El único motivo por el que Celia creía que no pasaba nada por ser amable con su vecino. Si él estaba en el salón y ella en su cuarto, no existía ningún tipo de traición hacia Pablo. Fue una de esas ocasiones, en las que se encuentra una excusa que no convence a nadie más que a los propios interesados y que sirve de débil justificación para realizar las acciones que todos sabemos que no debemos realizar.
Iván sonrió a Celia, les dio las gracias a las dos y, tras despedirse, se fue paseando con cara de estúpido enamorado a casa de Álex. Su amigo iba a flipar cuando se lo contara.
Bueno, imagino que todxs estamos viendo la pedazo oportunidad que se le presenta a Iván... ¿que esperáis que ocurra? Os leo 👀
Si juega bien sus cartas, ¿Quién sabe que pasará en toda una noche con las hermanas Pedraza?
Recordad la estrellita!!! ⭐️
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