✰ 33. UN REGALO
Unos besos salen del alma
Y otros besos del corazón
Y la magia es que yo
En tu boca encontré los dos
11 besos - Morat
Salieron de la biblioteca a las ocho y, después de despedirse, Celia fue directa a la casa de Pablo en lugar de a la suya. Él vivía en una de esas bonitas fincas de fachadas burguesas en la Calle Isabel la Católica, justo en el centro de Valencia, y le pillaba de camino pasarse a saludar. Sacó el teléfono y le escribió un WhatsApp preguntándole si estaba allí. Él contestó de inmediato.
SU MAJESTAD PRÍNCIPE PABLO, 20:08
Hola, preciosa. Sí, estoy solo. Puedes subir si quieres 💞
La propuesta despertó un millón de mariposas en la tripa de Celia. Cada vez que iban al piso de Paterna o cualquier otro, ella se sentía feliz y asustada al mismo tiempo. ¿Qué incoherencia, verdad? Pues en realidad no. Se sentía feliz porque le encantaba estar a solas con Pablo; asustada, porque comprendía el significado indirecto que manifestaba esa inocente frase, lo cual le recordaba su poca experiencia y el miedo a hacer las cosas mal o a no disfrutarlas.
Se hallaba dándole vueltas a sus temores y contradicciones cuando llegó a su calle. Miró de nuevo la pantalla del móvil. Tenía otro mensaje de Pablo proporcionándole tanto la dirección, como el número del telefonillo al que debía llamar para que le abriera. Era la primera vez que subía y tenía curiosidad por ver cómo era su cuarto. ¿Sería Pablo de esos chicos que tenían pósters de tías en bikini pegados por la pared? Esperaba que no. De ser así, Celia no estaría saliendo con un príncipe azul, sino con una rana.
Llegó al portal y pulsó el timbre de Pablo, esperando que su voz grave asomara por el interfono.
—Hola, princesa. Es el tercer piso.
—Vale.
Se escuchó un ruido ensordecedor y Celia presionó la puerta hasta entrar en el edificio. Tardó menos de tres minutos en subir al piso y cuando las puertas del ascensor se abrieron, la mirada de Celia chocó con la imagen del torso desnudo de Pablo dejándose entrever en la entrada de su casa. Vestía únicamente con pantalón de chándal y tenía el pelo todavía mojado de la ducha. Esa imagen dejó a la pobre Celia babeando como un cachorrillo, recreándose en el cuerpo de infarto de su novio. Los miedos se esfumaron de un plumazo y una especie de hambre incontrolable se asentó en ella. Es que estaba tremendo... Quería comérselo a besos en ese mismo momento.
—Pasa —dijo escueto él, pero con esa sonrisa descarada que tanto le excitaba a ella.
Celia se introdujo en el hogar de los Aguirre Caballero, aunque le costó horrores dejar de mirarle los abdominales y centrarse en algo distinto a cuánto le excitaba su imagen.
Existía una dualidad en su interior difícil de explicar. Por una parte sentía el despertar de su sexualidad de la misma manera que probablemente le ocurría a Pablo al verla, pero junto a eso, una rara dosis de temor a lo desconocido le amargaba el ambiente y le obligaba a contradecirse con sus propios actos.
Ella quería pero no se atrevía. Daba un paso adelante y luego otro hacia atrás. Y Pablo se quedaba confuso sin saber exactamente qué debía hacer.
Eso es completamente culpa de las expectativas. Esas que nos han creado mil autores de novelas románticas cuando describen la primera vez como una situación de tal envergadura e importancia, que si no ocurre como en un cuento de hadas no es válida.
En tu vida te acostarás con muchos hombres pero jamás olvidarás a aquel que fue el primero. Así que ya te vale que tu primera penetración sea perfecta, porque es muy importante, ¿está claro?
Mucha presión para una chica de dieciocho años con tan poca experiencia. Así que Celia lidiaba con sus hormonas y sus expectativas como podía. Igualmente, Pablo lidiaba con las señales contradictorias que su novia le mandaba también como podía. Porque lo que pensó e interpretó al abrirle la puerta, es que Celia deseaba hacer con él lo mismo que él con ella. Tuvo que reprimir sus instintos más salvajes al verla pasar frente a él. Deseaba desnudarla allí mismo y hacerle el amor en todos los rincones de la casa.
—¿Q-Qué tal el estudio? —tartamudeó, forzándose a pensar algo que no fuera sexo—. ¿Qué tal con Inés?
—Bien, todo muy bien. Nos hemos reído bastante... ¿Sabías que la Biblioteca Pública era antes un antiguo manicomio para enfermos mentales?
Evidentemente, Pablo no vio venir ese comentario por ningún lado. Para ser honesta, la propia Celia tampoco. Los nervios de vez en cuando suelen jugar malas pasadas como esa misma.
—No me sonaba, no... —murmuró, confundido.
Celia caminó unos cuantos pasos al interior de la morada y se permitió el lujo de observar aquel gran salón de amplio espacio decorado al más puro estilo minimalista. Era muy diferente al de su casa: colgaban cuadros abstractos sobre las paredes y unas lámparas asimétricas se elevaban en las cuatro esquinas. El televisor de plasma era otro reconocimiento más del poder adquisitivo de la familia de Pablo. Él había catalogado a su padre como un humilde empresario, así que, o la madre de su novio difería de ese calificativo o el concepto de humilde variaba según el entendimiento de Celia.
—Puedes dejar la mochila en el sofá —ofreció Pablo.
Aquel sofá gris claro parecía el lugar más acogedor del universo y la joven apoyó sus cosas sobre él tal y como le habían indicado.
—¿Tienes sed?
—Sí. —Asintió.
La condujo hasta la cocina y Celia volvió a quedar prendada con el estilo tan moderno del piso.
A parte de admirar la decoración de interiores, estaba nerviosa, terriblemente nerviosa. Algo le decía que él también lo estaba, aunque no entendía por qué. En el caso de Celia, sentía miedo porque estaba imaginando más de lo que se sentía preparada para hacer. Si Pablo le invitaba a acostarse con ella, podía fácilmente decir que sí, guiada por las ganas que le producía esa situación, y retractarse en el último momento cuando descubriera que la situación realmente le venía grande y que no había pensado las cosas con claridad.
No obstante, no podían seguir cohibidos mucho más tiempo, pues, si seguían en esa línea, aquella sería la tarde más incómoda del universo.
Celia intentó actuar con la normalidad de siempre. Trató de ser ella misma: la que entraba en casas ajenas y las hacía propias, rompía el hielo con cuatro frases y decía lo primero que se le pasaba por la cabeza.
—¿Por qué estamos tan cortados?
—Yo qué sé —respondió él—. Yo te he visto tensa y me he puesto tenso.
—¿Entonces es culpa mía?
—Un poquito. —Sonrió divertido y se acercó a depositarle un dulce beso en la frente.
Fue el gesto necesario para tranquilizar el ambiente. Luego se acercó a la nevera y extrajo una jarra de agua fresca. Mientras, Celia aprovechó su oportuna valentía para subirse al mueble de la cocina y sentarse con las piernas colgando en el aire. Él le acercó el vaso y ella se lo bebió todo de un trago. Cuando descendió la mirada, le vio apoyado a su lado, estudiándola de arriba abajo con esos misteriosos ojos marrones.
—Eres preciosa.
—Tú estás tremendo sin camiseta. —¿Pero por qué había dicho eso? Menuda sinceridad tan impulsiva.
Pablo rio sonoramente y se puso frente a ella, aprisionándola entre su cuerpo y la mesa. Acercó su boca a la de Celia y la besó, frágil, dulce y cariñosamente. Ella sintió que toda la tensión con la que había llegado se evaporaba en un segundo. Abrió la boca y enredó su lengua con la de él, intensificando el beso, agarrándole el rostro con las manos, dejando que las mariposas revolotearan con fuerza dentro de ella.
—Ahora mucho mejor —dijo Pablo al separarse—. No parecías la Celia de siempre al entrar.
—¿Por qué?
—Estabas asustada. Como un corderillo —se burló—. ¿Qué es lo que te daba miedo? Ya te he dicho que estaba solo, no es que fueras a conocer a mis padres ni nada por el estilo.
«A ver, cómo te lo explico...», pensó. Hizo una mueca y decidió no responder.
Volvió a besarle. Exactamente de la misma manera, volviéndolo loco y perdiéndose entre el deseo. Pablo acercó su torso a ella y le dejó explorarlo, sintiendo sus frías y pálidas manos deslizarse por todas partes tímidamente. Eso a él siempre le había gustado: la inocencia con la que Celia hacía las cosas, su inexperiencia tan dulce. Dura por fuera, pero blanda como el algodón por dentro.
Se separaron y las mejillas de ella habían vuelto a ese color rosado que tan vulnerable le hacía sentirse. Por no hablar de lo mojada que estaba su entrepierna después de tanta intensidad. Sonrió y bajó del mueble de un salto, paseándose por la cocina con confianza.
Necesitaba que se le pasara el calentón.
—¿A qué hora vuelven tus padres? —preguntó.
—Sobre las doce.
—Qué bien, entonces tenemos tiempo para ver algo juntos —propuso—. ¿Te apetece una peli?
—Me apetece más otra cosa... —murmuró él travieso—. Además he quedado a cenar.
Celia fingió una carita de pena y regresó al salón seguida de Pablo, que parecía hipnotizado mirando el cuerpo de su novia. Hacía un esfuerzo sobrehumano por no abalanzarse ahí mismo y tumbarla sobre el sofá salvajemente. Le había prometido paciencia y lo iba a cumplir.
—¿Con quién vas a cenar? ¿Con los del colegio?
—No. —Hizo una breve pausa antes de seguir—. Con Sandra.
Hasta ahora Celia sentía que controlaba plenamente la situación, pero justo al oír el nombre de otra mujer, una alarma tintineó en su subconsciente. Se detuvo delante del sofá y dudó si mirar a Pablo o no. Aquella Sandra era la ex novia del tal Matías. Esa a la que Pablo había descrito como a una modelo despampanante que no se podía dejar escapar. ¿Seguían en contacto? Celia conocía la traumática ruptura de esa pareja y que Pablo había apoyado a la chica durante el proceso, pero creía que su relación sería una cosa temporal.
Se preguntó a qué venía esa vena celosa de repente. Ella pocas veces dudaba de sí misma y Pablo no le había dado nunca razones para cuestionar su lealtad.
Bueno, a ella no, pero a Iván sí que se las dio, ¿verdad? ¿Quién decía que Celia no podía ser la siguiente en sentir la puñalada por la espalda?
Espera. Calma. Se estaba anticipando a algo que quizás no era un problema.
—¿Sandra? —dijo en un murmullo, sin saber en realidad cómo proseguir la conversación.
—Sí, nos hemos hecho bastante amigos. Está destrozada desde su ruptura con Matías. Se conocieron en Fallas, así que estas fechas son complicadas para ella... ¿Lo entiendes, no?
Celia asintió sin decir nada. Seguía sin atreverse a mirar a Pablo, temía decepcionarse con su expresión, darse cuenta de que a él empezaba a gustarle otra mujer que no fuera ella. Se quedó quieta frente al sofá y suspiró con incomodidad.
Entonces le escuchó aproximarse y deslizar sus fornidos brazos por su cintura, abrazándola por la espalda. Apoyó sus labios en su cuello y la besó suavemente, subiendo poco a poco, hasta llegar a su oreja. Ella no se resistió. Cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas que lo que quiera que fuera a hacer o decir Pablo le quitara esa horrible preocupación de encima.
—Yo solo tengo ojos para ti —susurró—. No hay nada en este mundo que nos pueda separar, ¿entendido? Siempre serás tú.
Ahí estaba. Esa sensación de alivio que ella tanto deseaba. Se relajó de golpe, dejando caer los hombros y girándose hasta tener sus frentes juntas. Aquellos ojos oscuros la miraban con una pasión que despertaba mil emociones en su interior. Se detuvieron en los labios de ella. Celia sintió que se le cortaba la respiración, que el mundo daba vueltas y que todo se desvanecía dejándolos a ellos dos solos.
Se lanzó a sus brazos y se fundieron en otro de esos apasionados besos que solo él sabía darle. Sintió que su cuerpo se derretía, que las piernas le temblaban, que el corazón se le salía del pecho. Tropezó con sus pies y cayeron sobre el sofá, sin despegar los labios ni por un solo instante.
Él la guiaba con confianza y con maestría. Cuando apenas quiso darse cuenta ya había notado el sonido de su pantalón al ser desabrochado. Se dejó hacer, como siempre, cerrando los ojos y sintiéndolo a él y a sus expertas manos deslizándose por todo su cuerpo. Jadeaba, abrasándose en un fuego mutuo, absolutamente excitada, recibiendo a Pablo con todo su ser.
La fue desnudando despacio, con delicadeza y dulzura, quitando cada prenda con lentitud y sin romper la pasión, recreándose cada minuto en ella. La besó y acarició por todas partes. Una ganas inconcebibles pasaron a tomar dominio de sus cuerpos.
Cuando los ágiles dedos de Pablo se abrieron paso entre la ropa interior de Celia, el vello se le erizó y un escalofrío recorrió su espalda y al introducirse dentro de ella sintió un placer más allá del cotidiano, aquel que acompañaba a la famélica sexualidad de Celia. No se reprimió y dejó escapar gemidos de su boca sin preocuparse por nada más que disfrutar, buscando los labios de Pablo de tanto en tanto y cruzando sus ojos azules con los marrones de él, hechizada por sus pupilas.
No había nada que pudiera romper esa magia. ¿O sí?
—¿Te apetece bajar? —le preguntó él.
La pregunta la sobresaltó y tuvo que ahogar un gemido. Los dedos de Pablo no se habían detenido, pero de repente, su placer había descendido apoteósicamente. ¿Por qué? Quizá estaba relacionado con esa abismal inseguridad que, a pesar de haber intentado acallar, recordaba a Celia por enésima vez que no tenía ni la más remota idea sobre sexo.
—Yo...
No tuvo que continuar para que Pablo captara el mensaje. Sus caderas desnudas habían aminorado el ritmo a causa de la petición espontánea de sexo oral.
—No lo has hecho nunca. Ya lo sé.
Ella asintió, como si eso lo explicara todo.
—Pero ¿no lo quieres intentar? —insistió.
La respuesta de Celia era claramente un tajante no. No le hacía para nada ilusión y, especialmente, le aterrorizaba hacerlo mal. ¿Y si le mordía sin querer? ¿O le daba angustia? Seamos honestos, no queda romántico decirlo, pero esas preocupaciones existen.
Sin embargo, había algo que le daba más miedo todavía y eso era que Pablo no se quedara tan complacido como lo hacía ella. Así que dudó y, sin dejar de mirarlo, trató de buscar una manera de salir de esa incómoda situación indemne.
—Hoy no —dijo finalmente—. Tienes prisa y esto es algo nuevo para mí. Necesito hacerlo con calma.
Él pareció aceptar su respuesta, ya que mostró una expresión que reflejaba comprensión.
—Lo siento, no lo había pensado. Ha sido egoísta por mi parte.
—No pasa nada...
—Es que para los chicos es diferente, ¿sabes?
—¿Diferente cómo?
—Bueno, a las chicas os flipa que os toquemos, sentís muchísimo. Pero cuando vosotras nos tocáis a nosotros es distinto...
—No te estoy entendiendo...
—Es que me estoy explicando fatal. —Rio nervioso. Era consciente de haberse metido en aguas pantanosas—. Quiero decir que para un chico, que le masturben está bien, pero se queda muy corto. Las chicas sentís mucho más placer cuando os masturbamos.
Mentiría si no dijera que Celia se preguntó mentalmente cómo Pablo podía tener idea de lo que sentía una chica, si no lo era.
—Eso quiere decir que todo este tiempo, ¿tú me has estado dando mucho más que yo a ti?
Bendita la sinceridad de Celia al expresarse porque tan pronto lo dijo, Pablo se puso rojo y se percató de que la había cagado profundamente. Pero la realidad es que ella no lo había exteriorizado como un reproche. ¿Cómo iba a hacerlo, si no sabía lo que sentía Pablo y dejaba de sentir? Él se había acostado con muchas chicas y Celia... Bueno, Celia era virgen... Así que realmente tenía curiosidad por la explicación de Pablo, por saber qué le complacía a él y qué no.
—Me he explicado fatal —repitió.
—No, te he entendido perfectamente —respondió ella, con inocencia—. Tú quieres más de lo que te estoy dando. Está bien que me lo digas. No quiero que te quedes insatisfecho.
Era complicado sentirse mal con la ternura de las palabras de Celia gestionando la petición de Pablo de esa manera.
—Gracias. —Le sonrió tiernamente y la besó en la frente con dulzura—. Gracias por entenderlo.
—No hay de qué. —Le sonrió de vuelta ella—. Pero hoy no.
—Hoy no. Está clarísimo.
Tras esa breve interrupción, Pablo retomó sus asuntos en la entrepierna de Celia y no se detuvieron hasta llegar mutuamente al final.
Eran las nueve y veinte cuando terminaron. Se vistieron juntos y bromearon entre ellos mientras Pablo consultaba la hora y comentaba lo tarde que iba a llegar a la cena con Sandra. Celia no dijo nada, pero le sentaba bien pensar que su novio se retrasaba por haber estado masturbándola durante casi media hora y luego abrazándola, desnudos, susurrándose las palabras más bonitas que el diccionario de la Real Academia Española había creado hasta la fecha.
—Tengo algo para ti. —Recordó Pablo mientras se abrochaba la camisa.
—¿De verdad?
—Sí. Está en mi cuarto. —Desapareció por el pasillo brevemente y volvió con algo entre las manos—. Toma.
Le extendió una preciosa libreta de color blanco, con el dibujo de una luna y un sol en la portada pintadas de color azul cielo. Le pareció tan bonita que, sin decir nada, Pablo supo por su expresión que le había hecho una tremenda ilusión el regalo.
—Pero... ¿Por qué? ¡Yo no te he comprado nada!
—Ayer salí con los del instituto, y pasamos por delante de una papelería nueva que han abierto por la Avenida de Francia. Me acordé de ti en seguida, y entré para ver si había algo que te pudiera regalar para que dibujaras. Como no sé qué material tienes y cuál te falta, elegí esta libreta. ¿Te gusta?
¿No es precioso que la persona de quien estás enamorada te compre algo que sabe que adoras solo porque al verlo se acordó de ti? El corazón de Celia estuvo apunto de estallar de felicidad.
—No lo puedo creer —murmuró—. Es preciosa.
—Como tú.
—Te quiero, te quiero y te vuelvo a querer.
—Yo más. —Pablo le guiñó el ojo y la besó en los labios.
En realidad era una libreta normal y corriente con una portada bonita. Las hojas eran de papel fino, por lo que Celia poco podía pintar sin que se transparentara por la parte de detrás. No iba a poder usar las ceras, ni los rotuladores o los bolígrafos de tinta líquida. Mucho menos, las acuarelas. Pero, a pesar de todo, aquella libreta se acababa de convertir en su favorita.
La llevó a su pecho y la abrazó, como si de todas sus posesiones, fuera la más valiosa.
Pablo y Celia siguen en su maravillosa burbuja de amor, pero las cosas empiezan a ponerse serias. Llegan situaciones nuevas que suscitan curiosidad y temor al mismo tiempo. ¿Cómo creéis que las afrontará Celia?
Si vosotrxs hubieseis estado en sus pies, ¿qué responderíais a Pablo? Os leo 👀
Recordad darle a la ⭐️
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