✰ 32. LA BIBLIOTECA
Tus ojos verdes no conservan su color
Y en mi cabeza nunca suena igual tu voz
Mi suerte - Morat
14 de marzo.
El día catorce de marzo era el único día que Celia pensaba tocar un libro, apunte o cualquier otra cosa relacionada con la universidad. A partir de las nueve de la noche, disfrutaría de la fiesta y se olvidaría de todo aquello que no estuviera relacionado con Las Fallas de Valencia.
Sin embargo, para no sentirse poco productiva, Inés y ella habían acordado pasar la última tarde de suplicio estudiantil en la Biblioteca Pública de Valencia, en absoluta concentración y disciplina. Más que nada por quedarse tranquilas y que a la vuelta de las fiestas no les resultara toda la materia absolutamente desconocida.
Era lunes y Celia llegó al edificio a las cuatro en punto de la tarde. Sabía que Inés no se reuniría con ella hasta dentro de unos quince minutos: había recibido un mensaje de texto en el que le avisaba de que se había quedado dormida echándose la siesta y acababa de salir de casa hacía pocos minutos. La chica de cabellos negros suspiró y se animó mentalmente a realizar el esfuerzo final sin apoyos. A la mañana siguiente el mundo se detendría y durante cuatro noches no haría otra cosa que salir, divertirse, comer churros con chocolate y dormir. La recompensa que tanto venía mereciendo.
La biblioteca estaba ubicada en el Antiguo Hospital de los Pobres Inocentes. Por tanto, cuando Celia entró en las instalaciones sintió una especie de respeto por estar pisando el suelo histórico de un monumento artístico y cultural que había sido edificado en el siglo XV. Como buena artista, a ella le encantaba apreciar la belleza del pasado.
Caminó sigilosa, tratando de no hacer ruido con sus pasos. Apenas podía desviar la mirada de esos techos elevados, las estanterías repletas de libros y el cúmulo de mesas grupales ocupadas por ciudadanos en completo silencio. Se respiraba paz y tranquilidad.
Buscó una mesa vacía y se sentó. A Celia le ocurría que siempre que entraba en una biblioteca temía causar inconscientemente alguna clase de ruido tortuoso que resquebrajara el ambiente. Así que sacó sus libros, libretas y estuche con sumo cuidado, intentando de que cada acto que realizara sonara como un murmullo entre todo el lugar.
Al cabo de veinte minutos unos tacones resonaron con la intensidad de unos martillazos por todo el piso. Celia, que llevaba concentrada al menos quince minutos, alzó la cabeza con sorpresa preguntándose quién era el desalmado que se atrevía a irrumpir con esa violencia un ambiente tan tranquilo. En cuanto la vio llegar, supo que semejante estruendo no podía armarlo otra persona distinta de la gran Inés.
Su amiga, que llevaba unas botas con un ligero tacón —aunque se escuchaban más fuerte que los golpes del martillo de Thor—, llegó a su lado sin percatarse del escándalo que había montado, con la sonrisa más auténtica esbozada en su rostro y los auriculares inalámbricos cubriendo sus orejas. Se sentó junto a Celia y murmuró:
—Ya estoy aquí.
—Nos hemos dado cuenta todos —respondió la otra.
Inés arrugó la nariz, pero no se sintió ofendida. En su lugar, sacó todo el material de su mochila con el mismo ruido con el que había invadido la sala y se acomodó en el respaldo de la silla.
—Shhh —dijo Celia, poniéndose el dedo índice en la boca.
La otra puso los ojos en blanco y vocalizó, sin hacer ruido, «exagerada» con los labios. Luego volvió a sonreír y fingió que empezaba a estudiar.
—¿Sabes qué me ha dicho mi madre esta mañana? — preguntó, enigmática.
—¿Qué?
—Me ha contado que este edificio fue el primer manicomio de Valencia.
Evidentemente, de todas las respuestas que Celia se hubiera podido imaginar, esa no la había contemplado ni por asomo. Alzó los ojos con cara horrorizada y miró a su alrededor como si esperara encontrar alguna clase de signo que evidenciara que lo que decía Inés era verdad.
—¿Es una broma?
—No, te lo juro. —Y asintió varias veces con los ojos fijos en sus esquemas. Varios segundos después, la miró de reojo y rio.
—¿Me estás tomando el pelo?
—Que no. Búscalo en internet. Aquí se practicaron la mayoría de lobotomías y exorcismos de toda España. Fue uno de aquellos horrorosos lugares que salen en las películas, donde se trataba a los enfermos mentales como si fueran unos demonios.
La dulce Celia, con la duda en mente, se atrevió a preguntar al sabio de San Google si eran ciertas las afirmaciones de Inés. Desafortunadamente la Wikipedia respaldaba la historia del manicomio. Según lo ahí redactado, el Antiguo Hospital de los Santos Inocentes fue construido por un bondadoso fraile que pretendía proteger a los enfermos psíquicos de las nefastas condiciones de vida en el año 1400. Nada se decía de lobotomías, fantasmas o cualquier otra historia escabrosa que despertara el morbo de los curiosos. Así que eso último había sido cosecha de Inés.
Tras una pérdida considerable de media hora indagando sobre el pasado y los secretos del edificio en el que se encontraban, Celia llamó a Inés para hacerla partícipe de sus descubrimientos y, cuando se dio cuenta de que su amiga reprimía una carcajada, supo que le llevaba tomando el pelo toda la tarde.
—Inés, eres incorregible.
—Pero te hago reír un rato.
Celia puso los ojos en blanco, sonrió y se centró en sus apuntes.
Sobre las seis y media, las dos amigas salieron del edificio a concederse un descanso. Por los alrededores de la Biblioteca Pública se extendía un largo césped de hierba fresca. Las chicas se sentaron juntas sobre sus chaquetas y sacaron sus respectivos bocadillos para merendar de las mochilas.
—¿De qué es el tuyo? —preguntó Inés.
—De jamón serrano y queso brie —respondió Celia—. ¿Y el tuyo?
—De pollo con lechuga, mayonesa y huevo duro.
—Qué elaborado.
—Por eso he llegado tarde. Bueno, además de por la siesta.
—Ya veo.
Comieron tranquilas y en silencio, mirando a los transeúntes pasear por las concurridas calles del centro de Valencia.
—Es raro que Sara no haya querido venir —dijo Inés—. Con lo trabajadora que es, pensaba que estaría aprovechando hasta el último momento antes de Las Fallas.
—Es que para ella la fiesta empezó hace días. Como está inscrita a la Falla de Maestro Gozalbo-Almirante Cadarso tiene muchísimas cosas que hacer —explicó Celia dando otro mordisco al pan—. Me parece que hoy iba a arreglarse el traje de fallera.
—¿Se ha comprado uno nuevo?
—El anterior se le ha quedado un poco pequeño. —Asintió con la cabeza mientras hablaba.
—¿Y de qué color es? Nunca me han gustado los trajes de fallera, con ese corte tan propio de la moda del 1700 y colores tan llamativos.
—No necesariamente —objetó Celia—. El de Sara será azul pálido. Me pasó una foto de la tela ayer, mira.
Se irguió, aproximando su cuerpo hacia Inés, y le extendió su móvil con la imagen de un vestido. Era realmente bonito, con el corpiño pintado de azul cielo y un estampado dorado sin ningún otro detalle más que un bordado de tul en el escote. La falda, del mismo color, tenía dibujados diferentes estampados propios de la indumentaria valenciana. Sobre ella había un delantal de tela de tul bordado con hilo de oro.
—Es muy bonito, la verdad —reconoció Inés.
—Sí. Llevará el aderezo completo del año pasado. —Pasó la imagen a otra donde se mostraba la foto de un joyero repleto de los accesorios de oro clásicos del traje de fallera.
Inés contemplaba las imágenes con una mirada que no tenía interpretación. No estaba claro si se sentía admirada u horrorizada. Ella era el porcentaje mínimo de valencianos al que le era completamente indiferente la festividad más conocida de la ciudad.
—Bueno. —Cambió de tema—. ¿Mañana salimos?
—Pues claro.
—Estupendo. Es que no sabía si tendrías planes con Pablo. —Se encogió de hombros—. Este es el primer año que todas tenéis pareja en Fallas menos yo.
En realidad, Celia ya se había fijado en ese imprevisto con anterioridad. Pablo se había pasado toda la semana insistiendo en que saliera con él y sus amigos del colegio, pero ella sabía que no podía dejar a su amiga más leal colgada. Al fin y al cabo, ya era casi tradición que Inés, Noe y ella salieran juntas a bailar en los conciertos más importantes del 15 al 19 de marzo. También influía el hecho de que le causaba una pereza tremenda transcurrir su tiempo libre en compañía de la idiota de Marta. Suficiente tuvo con la cena en la que la conoció.
—¿Te parecería buena idea juntarnos con el grupo de Pablo? —sugirió. Con la compañía de sus amigas, aguantar a la rubia pija y al resto del clan era menos desagradable.
Inés, que estaba haciendo una bola con el papel de aluminio de su bocata, se sobresaltó. Miró de reojo a Celia y se mordió el labio inferior antes de contestar.
—¿No te parece buena idea? —insistió la joven de cabellos oscuros. En la cara de Inés se reflejaban dudas.
—No, no es eso... Por mí no hay problema, pero me preocupa que te marches por ahí con él y me dejes a mí sola... —Esta era la primera frase en cinco largos años de amistad que la castaña pronunciaba con inseguridad en la voz—. Igual que la noche de Alma con Iván.
En realidad, Inés tenía razón y era completamente coherente que tuviera preocupaciones. Pero Celia no había escuchado esa clase de reproches hacia Noe o Paula cada vez que estaban con sus respectivas parejas. La noche de Alma, Inés solo se molestó con Celia, y tenía a Paula al lado tonteando con Alberto, mientras que Noe se había largado con Olga nada más entrar.
—¿Por qué cuando lo hacen Noe y Paula te da igual, pero si lo hago yo es un problema? —espetó la de cabellos oscuros—. No te voy a dejar sola, eso que quede claro, pero me molesta bastante que me digas esto a mí y no a ellas.
—Es verdad... Supongo que tú y yo siempre hemos sido una especie de tándem, así que noto mucho más tu ausencia que las de ellas. —Se disculpó—. Pero es cierto, ha sido un reproche injusto.
Celia asintió, más satisfecha con esa respuesta. Suspiró, se acercó a su amiga, la agarró por los hombros y la abrazó con fuerza.
—No te dejaré sola ni un minuto. Te lo prometo.
—Gracias —murmuró la otra en su oído y cuando terminaron de abrazarse suspiró, cansada—. ¿Vamos dentro?
—Último esfuerzo. —Celia resopló y puso una divertida cara de dramatismo—. ¡Vamos allá!
Entre risas y sintiéndose felices de tenerse la una a la otra, ambas amigas se alzaron sobre sus piernas y regresaron de vuelta a la Biblioteca.
Un último día de tranquilidad antes del caos.
Esta clase de planes fueron super comunes en mi etapa universitaria. Pasaba el día entero en la biblioteca y cuando llegaban Las Fallas, ni me atrevía a coger un libro. ¡Solo había fiesta!
¿Os parece razonable la preocupación de Inés al creer que se quedará sola porque todas sus amigas tienen novix? Os leo 👀
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PD: Aquí hablo un poco de los vestidos de fallera famosísimos de estas fiestas. Hay de dos tipos (1700 y 1800, la diferencia esta sobre todo en el corsé y las mangas). Es tradición que algunas mujeres se vistan y paseen por las calles con una orquesta detrás tocando himnos y canciones populares valencianas.
Os pongo unas fotos aquí para que os lo imaginéis mejor. Fijaos, sobre todo, lo coloridos que son y los estampados tan originales de la época.
Traje estilo 1700:
Traje estilo 1800:
¿Cual os gusta más?
Como podéis ver, el recogido también es muy significativo. (A veces duermen con el peinado así y todo, para salir a pasacalles a la mañana siguiente muy temprano).
En otro capítulo os pondré fotos de la indumentaria fallera de los hombres :)
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