✰ 30. LO INEVITABLE

Me hiciste un favor, me devolviste el miedo
Por fin, tengo algo que perder

Mil tormentas - Morat y Cali & el Dandee.

Pablo no era un insensible sin escrúpulos que fastidiaba a sus amigos sin importarle nada. Tampoco era un santo que trataba de no herir ni a una mosca. En realidad, Pablo era un chico bastante normal, de veintitrés años, empático, agradable, un poco chulo, que cometía errores como cualquiera y que cuando quería a alguien lo hacía profundamente.

El miércoles 25 de enero por la tarde, cuando su amigo Iván le enseñó a través de fotos de Instagram a su vecina, él no sintió nada en absoluto. Le pareció una chica guapa, pequeña y tímida. Pensó que no pegaba nada con el seguro y rebelde Iván, de aires misteriosos y reputación de rompecorazones. A pesar de todo, su forma de hablar de ella le llamó la atención.

—Es que no es tanto su físico como su presencia. —Le había dicho Iván en un intento de describirla—. Cuando la ves transmite una mezcla de curiosidad, certeza y seguridad en sí misma. Luego le sonríes de forma insinuante y se pone más roja que un tomate. Tienes que conocerla para entenderlo.

Así en palabras de Iván, a Pablo seguía sin decirle mucho esa chica, pero su amigo estaba erre que erre con la vecina del séptimo y su pelo negro como el ébano. Le dio tal dolor de cabeza que al final Pablo, vencido, cedió en contactar con Marcos Díaz.

—No me llevo mucho con él, Iván. Pero si con eso consigo que te calles de una vez, le propondré quedar algún día.

—Gracias, tío —había respondido el otro radiante de felicidad—, tú si que eres un amigo. Te debo una.

El elaborado plan de Iván era el siguiente: Pablo reanudaría su escasa amistad con Marcos y se lo presentaría a Iván. Con suerte los tres se haría buenos amigos y, con más suerte aún, Marcos les invitaría a planes con otros amigos suyos hasta acabar conociendo a Celia. La suerte era un factor muy determinante en esta estrategia, pero mejor eso que seguir avasallándola en el ascensor. Nunca pasaban del «hola» y el «adiós».

Pablo, que había escuchado pacientemente el desastroso plan de su amigo, dio el visto bueno a todo con una actitud bastante indiferente y trató de ponerse en contacto con Marcos. En realidad le daba una vergüenza monumental hacerlo, básicamente porque su relación con él era inexistente y su llamada iba a ser puramente interesada. Esperaba que su compañero de instituto no se percatara de ello.

A pesar de todo, lo hizo. Reaccionó a un par de publicaciones de las redes sociales de Marcos y un día cualquiera salió con Iván a pasear por su barrio. Todo estratégica y peligrosamente elaborado.

Con la fortuna a su favor, se cruzaron con el objetivo, que salía de su casa tan campante, vestido en vaqueros y sudadera gris. De todas las personas del mundo, lo mejor que les podía haber pasado es que fuera Marcos Díaz y no otra persona, el vínculo entre Celia y ellos. Más que nada porque aquel chaval de pelo rizado y sonrisa enorme era uno de los seres humanos más divertidos, amables y simpáticos del universo. Así que, haciendo honor a su reputación, Marcos no solo les saludó y se quedó charlando con ellos en la terraza de una cafetería, si no que automáticamente les invitó a la fiesta que se haría en su casa el próximo viernes por la noche. No lo sabían, pero sospechaban de la enorme probabilidad de encontrarse a Celia allí.

El resto ya es historia conocida: coincidieron en casa de Marcos, e Iván trató, sin mucho éxito, de ganarse a la chica con miraditas e insinuaciones.

Sin embargo, con lo que no contaba ninguno de los dos era el extraño efecto que produjo en Pablo ver a Celia por primera vez. No sabría decir si fue un flechazo, pero en el mismo instante que la puerta principal de casa de Marcos se abrió y pudo contemplar el rostro de la joven de piel clara, ojos azules, cabello oscuro como la noche, labios rojos como el fuego, enfundada en un diminuto vestido negro, comprendió a qué llevaba refiriéndose Iván todo este tiempo. No era su físico, sino su presencia. Se sintió atraído como un imán.

Repito, Pablo no era un insensible sin escrúpulos que fastidiaba a sus amigos sin importarle nada. Eso quiere decir que intentó por todas las vías evitar el contacto con Celia y los sentimientos que le producía su proximidad. Estaban en la fiesta por Iván. Era la chica de los sueños de su amigo de toda la vida. Él solo había ido para divertirse y ayudar a un colega. Punto final.

O más bien punto y aparte.

Lo malo de las relaciones prohibidas es que provocan un morbo atroz, así que a pesar de saber sus limitaciones, Pablo se veía incontrolablemente seducido por Celia. Trató de sentarse lejos de ella, pero sus ojos no podían dejar de buscarla. Hiciera lo que hiciera, su mirada marrón se estrellaba constantemente en sus curvas y rostro angelical. Con ello iba descubriendo más cosas que le llamaban la atención, como por ejemplo su sonrisa sincera, su risa risueña, sus miradas curiosas, su forma de alzar una ceja y poner los ojos en blanco cada vez que hablaba con Iván. Incluso sus expresiones de asco le parecían atractivas.

Consciente de que no podía pasar nada entre ellos, Pablo se autoconvenció de que no había ningún peligro en sacarla a bailar al centro de la discoteca. Solo pretendía disfrutar de su compañía, de su contacto físico, sin sobrepasar la línea roja invisible que les separaba. Hasta el mismo momento en que la tuvo tan cerca que instintivamente buscó sus labios, él hubiera repetido mil millones de veces que no quería nada con ella. De hecho, cuando Celia salió corriendo sin despedirse de él, Pablo creyó que era lo mejor que podía haber pasado. Un beso lo habría arruinado todo.

En resumen, había tratado de enrollarse con la chica que le gustaba a su amigo y no existía excusa en el mundo para justificar su actitud. Así que su drástica huida, tan parecida a la de Cenicienta cuando el reloj dio las doce y la magia del hada madrina se desvaneció, supuso una especie de fin al hechizo que le tuvo embrujado en esa extraña noche.

Durante la vuelta a casa, se repitió que todo lo que había pasado tenía que terminar ahí. No más Celia nunca jamás. Se iba a llevar este desliz a la tumba, y si Iván le decía que se había liado con ella de vuelta a casa, él se alegraría por ambos. Este discurso se lo creyó desde que salió de la discoteca hasta la mañana siguiente.

Pablo se dio cuenta de que se estaba poniendo límites para nada. Si Celia e Iván no tenían ninguna posibilidad juntos —estaba clarísimo que ella no tenía interés en su amigo—, ¿por qué iba a él a ignorar una oportunidad como esa?

No era tonto y había notado como le miraba ella. Sabía que habían sentido la misma tensión sexual, aunque no comprendía qué había hecho mal para que Celia saliera corriendo en el último minuto. Quizás aquella chica tan espectacular no tuviera que estar ni con él ni con Iván. Quizás estaba muy fuera de alcance de ambos.

Si hubiera sido cualquier otra, Pablo no le hubiera dado más vueltas. Había conocido a tantas mujeres que sabía a la perfección que pretendientas no le iban a faltar nunca. De hecho era lo más astuto: centrarse en otra y ahorrarse los problemas con Iván. Pero ¿y si ella era la adecuada? Era una chica bonita, amable, delicada y a la vez segura, atrevida y espabilada. En menos de una noche, le había parecido tan diferente a las demás y a la vez tan extrañamente perfecta para él, que no podía evitar creer que había sido su destino conocerla.

No era como las chicas con las que solo había existido tensión sexual pero no complicidad y relación. Tampoco era como esas otras tan serias y responsables que por muy maravillosas novias que fueran, le aburrían y hacían perder el interés al cabo de un par de meses. Celia estaba en el medio. O eso le había parecido en las cinco horas que había pasado cerca suyo. ¿Qué había de malo en averiguarlo? ¿Tan reprochable era hablarle y sondear el terreno? Iván no tenía por qué saberlo. No haría nada con ella, solo hablaría. Era algo insignificante.

Pero es que hablando es como se conocen las personas y Celia resultó ser tan interesante o más de lo que esperaba. Tenía un mundo interior apasionante, lleno de creatividad y de ambiciones, y al mismo tiempo era inocente y tierna, tan fuera de ese mundo sucio y sexual que Pablo solía encontrar cada vez que salía de fiesta. Tenía la impresión de haber encontrado una perla en medio de todo el océano. Ya no le servía la excusa de que hay más peces en el mar porque no los había. Celia Pedraza era única en su especie. Las chicas como ella estaban en peligro de extinción.

Llegados a este punto, Pablo sabía que debía confesarle la verdad a Iván. La pregunta era: ¿cómo? «Hola Iván, ¿qué tal? Creo que el amor de tu vida es también el de la mía, y no dudaré en casarme con ella y tener diez hijos si se me presenta la oportunidad».

Lo mirara por donde lo mirara, Pablo estaba siendo un capullo. No tenía razón, pero tampoco se atrevía a dejar pasar la oportunidad para ganarse a Celia. Ella le deseaba, estaba claro. Tenía que intentarlo o se arrepentiría toda su vida. ¿Mejor pedir perdón que permiso, no? Así que hizo lo que hacen todos los cobardes: no decir nada y seguir con la trama a las espaldas de su amigo. Una traición como Dios manda.

Para cuando tuvo que enfrentar la mirada de Iván en el Castillo, estaba acojonado. Suplicaba que él tuviera la decencia de abandonar la batalla. Al fin y al cabo era evidente que Celia se iba decantando por Pablo, salvo que fuera una de esas personas que jugaba a dos bandas. Sin embargo, también había visto un poco de complicidad entre ella e Iván, y eso le había puesto muy celoso. No podía tardar mucho más en dar un paso arriesgado: corría el riesgo de que Iván se le adelantara. Así que le propuso comprar un libro como excusa para pasar tiempo a solas y luego le mandó un mensaje a Iván con el que pretendía manipularle haciéndole ver que su deseo de salir con Celia era estúpido.

PABLO AGUIRRE, 22:46
Tío, quería darte las gracias por no impedir que salga mañana con Celia. Sé que te gusta desde hace tiempo, pero la verdad es que a mí también y me parecía una tontería no intentarlo con ella cuando es evidente que no siente nada por ti 😬 ¿Te da igual, no?

Poco a poco se dio cuenta de que la joven de cabellos negros le gustaba mucho más de lo que quería reconocer. Ya no era un: «Voy a dejarme llevar, a ver qué pasa entre nosotros». En algún momento se había convertido en un: «Tiene que ser ella». Y esa necesidad se evidenció más que nunca en el Castillo. Al día siguiente ya estaba besándola, y por como ella le rodeó el cuello y metió la lengua en la boca de él, quedó clarísimo que el sentimiento pasional era mutuo.

En términos de oportunidades, Pablo había ganado a Iván. Ahora, cualquiera que sepa un mínimo de conquistas sabe que una cosa es ganar la batalla y otra mantener el territorio. Estaba feo comparar a Celia con un trozo de tierra, pero la realidad era así. Nada le aseguraba que ella se replanteara las cosas y se diera cuenta de que Iván en realidad no era ningún capullo, por muchos aires de chico misterioso que tendiera a adoptar. Ahí, cuando las inseguridades aparecen y el miedo a perder se hace evidente, es cuando las cosas se vuelven desagradables. Pablo sabía que su corazón estaba en manos de ella y que debía confiar ciegamente en que no se lo rompería en mil pedazos.

Por otro lado, eso de confiar ciegamente, es terriblemente complicado. Él quería hacerlo, sabía que la única manera de que funcionaran las cosas entre ambos era así, confiando. Aunque del dicho al hecho hay un trecho y Pablo hacía lo que podía.

Por eso se esforzaba tanto por ser empático, en hacerla sentir cómoda y segura, en que disfrutara como nunca cuando estaban juntos. Quería garantizar que la pasión que había iniciado su romance no se extinguiera jamás, descubriéndole un mundo de sexo y placer desconocido para ella. Quería impresionarla —algo, francamente, bastante fácil, ya que dada la poca experiencia de Celia, cualquier cosa le parecía lo mejor del mundo— y conseguir que se diera cuenta de que estaba con la persona adecuada. La quería suya y por como ella había sonreído a Iván el día de las cervezas en el Castillo, por como había hablado de él la mañana siguiente de salir en Alma o por como el día anterior se habían largado juntos dejándole solo en el restaurante, Pablo sabía que una parte de ella no podía evitar sentirse atraída por su examigo.

Y eso le ahogaba en sus propios celos.

Era evidente que desde que había empezado a salir con Celia, Iván y él habían roto su amistad en silencio. Ninguno se había atrevido a poner las cartas sobre la mesa, pero era imposible que no se hubiera abierto un abismo entre ellos. Sin embargo, vistos los constantes esfuerzos del vecino de Celia por volver a la batalla y las dudas de ella que tan fácilmente se creaban cuando le veía, Pablo comenzó a entender que la conversación pendiente con Iván era prácticamente inevitable.

Su examigo estaba dejando de ser una molestia para convertirse en un problema.

Este es un pequeño capítulo dedicado a la evolución de Pablo a lo largo de la historia. Hasta ahora, la trama se ha vivido especialmente desde el punto de Celia e Iván, pero poco a poco voy a ir evidenciando el punto de vista de Pablo y de algunos otros personajes.

¿Qué opináis de Pablo? ¿Le entendéis? Os leo 👀

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