✰ 28. BAJO LA LLUVIA
Tú sigues siendo la prueba
De que hay victorias que se pagan con dolor
Que en el amor y en la guerra
Todo vale
Amor con hielo - Morat
Se tumbó en la cama con los ojos empapados de lágrimas, la luz apagada y las piernas agarradas al pecho, acurrucada. Había dormido extremadamente mal esa noche, reviviendo la humillante escena del restaurante y deseando no haber conocido nunca a los amigos de Pablo. Además tenía metida en la cabeza, como una especie de diablillo entrometido, la voz de Iván declarándose, revelando toda su verdad sobre cómo se habían conocido y el actuar tan desleal de Pablo. Nada era como ella lo había creído; su cuento de hadas y príncipes era más un cuento de brujas y demonios.
La puerta de su cuarto se abrió dejando entrar un rayito de luz. No sabía qué hora era, pero sí el día: sábado, así que posiblemente nadie de su familia sospechaba que hubiera alguna razón por la que estuviera en su cuarto durmiendo hasta tarde.
El sonido de unos pasitos de puntillas corriendo por su cuarto, le hicieron suponer que era Alicia quien acababa de irrumpir en la intimidad de su habitación, y cuando saltó a la cama junto a ella y la abrazó por las espalda, pudo confirmar, por el olor corporal y las manos finas y suaves, que era su hermana pequeña la invasora de su triste momento de depresión.
Curiosamente, Alicia no dijo nada ni hizo bromas. Se quedó abrazada a su hermana, con la cabeza apoyada en su hombro, y sumida en el silencio y en la oscuridad de la estancia. Era curioso cómo podían comprenderse la una a la otra sin necesidad de expresar palabras.
—¿Qué ha pasado? —susurró.
La vocecita inocente y tierna de Alicia hizo que Celia volviera a revivir en su memoria cada uno de los momentos que habían sucedido aquel viernes por la noche. Sin poder evitarlo sollozó. Su hermana la abrazó más fuerte y no dijo nada. Así pasaron casi toda la mañana, apoyándose en silencio.
—Estoy saliendo con un chico —explicó Celia finalmente cuando las palabras se atrevieron a escapar de su garganta.
—¿De verdad?
—Sí.
Alicia parecía un poco sorprendida, y era probable que ni siquiera sospechara sobre la vida sentimental y amorosa de Celia. Al fin y al cabo, no la había tenido en dieciocho años.
—¿Te ha hecho daño? —preguntó.
—No... Bueno, sí... Es que es todo muy complicado.
En la oscuridad, Celia pudo sentir que la cabeza de su hermana asentía. Se preguntó qué estaría pensando.
—Si quieres, me lo puedes contar. Ya sé que no hablamos de estas cosas normalmente, pero yo quiero ayudarte.
Lo cierto es que Celia, al ser la mayor de las dos, era quién normalmente escuchaba y aconsejaba. No tenía por costumbre contarle a Alicia sus problemas. Sin embargo, empezaba a estar cansada de hacer de chica fuerte y segura porque la auténtica realidad era que no tenía ni idea de qué hacía. Solo sabía que le dolía el pecho y que en el amor no debería doler absolutamente nada. Así que se lo contó todo.
—¿El vecino, eh? —Rió la pequeña— Siempre se te queda mirando cuando bajamos juntos en el ascensor.
—Pues ya ves por qué es. ¿Qué opinas?
—Bueno, creo que llevas solo un mes quedando con ese Pablo, por lo que es posible que muchas cosas sobre él no sean como tú pensabas. —Alicia se sentó en el colchón apoyando la espalda contra la pared—. Por lo que cuentas parece un buen chico: se porta bien contigo, se interesa por tu vida, te hace sentir cómoda... No sé, es como si todas las cosas que necesitas en un hombre se cumplieran con él.
Celia extendió el brazo y buscó el interruptor de la lamparilla de noche a tientas. Cuando dio con él lo presionó con fuerza y una pequeña luz se hizo en la estancia. Se miraron la una a la otra y Alicia sintió mucha lástima al contemplar los ojos rojos e hinchados de su hermana de tanto llorar.
—Tienes que hablar con Pablo —dijo—. Iván ya te ha contado su versión, pero, tal y como le dijiste anoche, Pablo merece la oportunidad de contar la suya. Sé que todo pinta muy mal por su parte ahora mismo, sin embargo, en ocasiones las personas actuamos de forma incoherente para intentar hacer algo bueno.
—Es un buen consejo.
—Claro que sí. —Alicia se irguió orgullosa—. Si me preguntaras de vez en cuándo, lo sabrías. Estoy segura de que hay una razón por la que Pablo hizo todo eso. Ya sabes que a mí me encanta el vecino, está cañón, pero las cosas claras: en este momento se siente despechado y no es la persona más objetiva del planeta.
Se sonrieron mutuamente y Celia sintió una calidez en el pecho propia del amor de la familia.
—Tenemos que hacer esto más veces —dijo.
—¿Hablar de nuestras vidas a oscuras?
—Sí, me sienta muy bien estar contigo, ya sea para aconsejarnos sobre Juan, Pablo, Iván o comentar cuál es la siguiente versión que va a regrabar Taylor Swift —bromeó.
—Estoy completamente de acuerdo y me parece un planazo —Rio Alicia—. Por cierto, será Speak Now, hay demasiadas pistas que lo indican.
Se levantó de la cama de un salto y depositó un beso dulce en la mejilla de su hermana. La pequeña adolescente salió orgullosa del cuarto de Celia, dejándola de nuevo sola con sus pensamientos.
La joven de cabellos negros como el ébano, se lavó la cara en el baño y después subió la persiana. Hacía un día triste, como ella, con lluvia, nubes y mucho frío. Sin duda el clima acompañaba a Celia en sus sentimientos. Cogió el móvil de la mesilla y vio que había al menos veinte llamadas perdidas de Pablo y muchos mensajes. No los había ignorado adrede, más bien había optado por silenciar el aparato y lanzarlo todo lo lejos posible de ella. Entró a la conversación de WhatsApp, sorprendiéndose al contemplar que el último texto era de hace diez minutos.
SU MAJESTAD PRÍNCIPE PABLO, 13:56
Estoy en el bar enfrente de tu casa. Si quieres, podemos hablarlo.
A Celia le dio un vuelco al corazón y miró instintivamente en todas direcciones, como si
Pablo hubiera estado espiándola de alguna manera y fuera conocedor de su charla con Alicia.
Corrió al salón, sin dar los buenos días ni a su madre, abrió la puerta del balcón y, enfrentándose al frío atroz de febrero, buscó con la mirada a su novio. Desde un séptimo piso la cosa estaba complicada, pero identificó su cazadora de cuero y una capucha negra a través de la ventana del bar Vértigo, en la acera de enfrente. No podía ver con claridad si era él u otra persona, pero a pesar de todo, se vistió a la velocidad del rayo y en poco menos de quince minutos asomaba por la entrada del bar, estrellando su mirada de ojos claros con la oscura e indescifrable de él.
El chico estaba serio, con profundas ojeras en las cuencas de sus ojos. Se había sentado en una pequeña mesa al lado de la ventana con tan solo un asiento frente a otro. En la mesita reposaba el botellín vacío de cerveza. Celia se pasó la mano por el cabello de forma nerviosa, peinándose con los dedos, y tuvo que buscar todo el valor en su interior para atreverse a sentarse frente a él.
—Hola —saludó casi en un susurro imperceptible.
La mirada con la que Pablo la atravesó consiguió desarmarla completamente. Fue dura, llena de reproches, muy furiosa.
—No he pegado ojo en toda la noche —le reprochó—. Te he llamado veinte veces. Te he escrito tantos mensajes que he perdido la cuenta... ¿Por qué no me respondías?
—Lo siento Pablo, estaba muy enfadada, lo pasé realmente mal ayer y... —Trató de disculparse abrumada y las palabras chocaron unas con otras al salir de su garganta.
—Yo también lo pasé fatal —interrumpió.
El tono de Pablo era autoritario y su mirada cortaba cabezas. Celia había bajado a verle con la esperanza de que ambos fueran a disculparse por sus acciones y a explicar cómo se sentían, no para escucharle regañarla.
—No entiendo por qué estás enfadado conmigo —dijo ella.
—¿Qué no lo entiendes? ¿Es una broma? Te fuiste a casa con Iván y me dejaste solo en el restaurante. Cuando salí del baño y vi que ninguno de los dos estabais, ¿sabes la cara de tonto que me quedó? ¿Lo humillado que me sentí ante Marta y el resto de los chicos? —Bufó con desprecio—. ¿Te gustaría que yo me largara con otra tía y te dejara colgada?
Celia tenía el rostro desencajado y buscaba la manera de comprender cómo había conseguido Pablo darle la vuelta a toda la historia para que pareciese que era culpa de ella. Abrió la boca en un intento de responder, pero no consiguió articular una frase coherente. Nuevamente, la vieja conocida se abrió paso hasta su pecho y volvió a sentir esa presión propia de la ansiedad oprimiéndole, dificultando la respiración.
—Tú... —Trató de hablar—. Tú me humillaste a mi primero.
—¿Yo?
Respiró hondo y centró toda su atención en alegar una buena defensa.
—Tu amiga trataba de ridiculizarme, lo cual es bastante desagradable teniendo en cuenta que estaba sentada alrededor de un grupo de desconocidos mayores que yo —empezó nerviosa.
—¡Já! ¿Ahora te vas a victimizar? —Pablo se apoyó sobre el respaldo de la silla sonriendo con sorna y tamborileando su pierna derecha. Ella se quedó estupefacta con esa reacción.
—¿Cómo dices?
El tono con el que Pablo había proferido su pregunta dejaba a Celia en una posición de mentirosa, de poco valor. Su tristeza pareció transformarse y esa opresión en el pecho se convirtió en fuego: el fuego de la ira.
—Mira, no tengo por qué soportar tus acusaciones de niñato engreído —espetó—. ¿Para qué has venido? ¿Para reñirme? ¿Para decirme lo mala que soy? Pues ya te puedes volver a tu casa y no acercarte a mí nunca más. No busco un padre, si no un novio.
Se levantó de un salto y salió hecha una furia a la calle. La lluvia caía con violencia, hacía un frío cortante y en poco menos de dos pasos, Celia estaba empapada de pies a cabeza. Pudo sentir que alguien la agarraba del brazo con fuerza, obligándole a detenerse. Giró sobre sus talones, a punto de resbalar con un charco, y se quedó a pocos centímetros del rostro de Pablo.
Estaba llorando.
No supo qué decir ni tampoco qué hacer. De pronto toda la severidad de sus palabras, toda esa hostilidad, se había esfumado. Parecía un niño atrapado en sus inseguridades, una persona marcada por el dolor, por la tristeza, por el miedo. Atrajo el cuerpo de Celia hacia él y la abrazó en medio de esa inmensa lluvia, sin importarle quién les viera.
—Lo siento —murmuró a su oído—. Lo siento muchísimo.
Al principio, Celia estaba tensa, sintiendo todas esas gotas de agua que caían del cielo filtrarse entre su ropa, helando su piel. Pero al ver esos ojos oscuros tan asustados y llenos de temores, el corazón se le encogió y nació en su interior la necesidad de consolarlo. Le partía el alma su rostro herido y deseaba con todo su ser que esa estúpida discusión sin importancia quedara de una vez por todas en el olvido. Podían arreglarlo.
—Yo también lo siento —respondió ella, prisionera en su abrazo—. Me dolió la actitud de tu amiga. Sé que todo ha sido un cúmulo de situaciones incómodas y que no quieres hacerme daño. Pero, por favor, ponte en mi lugar: estaba sola entre tantos desconocidos mayores que yo y de repente me entero de que estuvisteis juntos ...
—¡Hace muchísimo, Celia! —interrumpió él alzando la voz—. Teníamos diecisiete, han pasado cinco años de aquello y ni ella ni yo sentimos nada el uno por el otro. No tenías que preocuparte por nada.
—Lo sé, lo sé. —En realidad dudaba bastante de las intenciones de Marta, pero se abstuvo de mencionarlo porque la situación entre ellos en ese momento era frágil—. Pero cuando ella se fue al baño después de haberme ridiculizado, la seguiste y me dejaste sola, ¿entiendes? Sola entre desconocidos. Tenías que estar conmigo, no con ella.
No había manera de saber si el agua que se deslizaba por los pómulos de Pablo era lluvia o llanto, pero la tristeza encerrada en sus pupilas era más que evidente. Suspiró y con la mirada perdida, asintió.
—Tienes razón. No actúe bien —reconoció—. Fui tras Marta para decirle que no me gustaba la manera en la que te estaba tratando. Quería saber qué problema tenía contigo o conmigo para estar haciendo de la cena una situación tan desagradable. Le insistí en que si volvía a decirte algo que te incomodara, nos marcharíamos. Entonces salí y ya no estabas.
Aquello no lo esperaba. Se quedó de piedra buscando cómo justificar su ataque de ansiedad después de oír su explicación. En realidad le había castigado por nada. Pablo nunca le había fallado y, sin embargo, ella había sufrido de lo lindo a causa de sus inseguridades por las cuatro tonterías que había soltado Marta.
—Yo... No creí que fueras tras Marta para decirle eso. Pensé que estabas preocupado por ella en lugar de por mí.
—¿Qué? ¡No! Claro que no. —Se escandalizó—. Quería defenderte y pararle los pies, no creí que lo interpretaras todo tan mal. Lo lamento tanto, Celia, no sabes como me arrepiento del mal trago que te hice pasar... Sí que te hubiera contado lo que hubo entre Marta y yo tarde o temprano, pero pasó hace tanto tiempo que ni me acordaba hasta que lo dijo Iván.
Se miraron el uno al otro, sin saber qué más decir. Pablo parecía algo más tranquilo. Seguramente pensaba que todo el gran conflicto ya había sido aclarado. No obstante, quedaba un detalle por resolver: el otro lado de la verdad, aquello que Iván le había confesado en el banco. La supuesta deslealtad a su vecino era algo que no tenía nada que ver con Celia, pero ella sabía que dice mucho de una persona la manera en la que se comporta con sus amigos más íntimos, así que, sin darle más vueltas, reunió el coraje necesario para exigirle una justificación.
—Hablé con Iván —comenzó—, me llevó en coche a casa y me explicó... —Suspiró y miró al suelo algo incómoda—. Dijo que vinisteis a la fiesta de Marcos solo porque él me quería conocer y que aun tú sabiendo que yo le gustaba, ligaste conmigo sin importarte sus sentimientos. Dice que traicionaste vuestra amistad. ¿Es cierto?
Pablo se sorprendió. La miró con intensidad en una expresión indescifrable y luego fugazmente echó un vistazo al balcón de Iván. Celia siguió sus ojos marrones y no vio nada más que la fachada, por lo que volvió a mirarle para interrogarlo con sus ojos azules. Estaba impaciente y le preocupaba haber roto la complicidad que parecía había renacido apenas un par de segundos atrás.
—Es verdad —confesó Pablo finalmente—. Fuimos a esa fiesta porque Iván quería conocerte. No esperaba que fueras tan guapa ni tan divertida... No pensaba enamorarme de ti. Pero tú me cautivaste de una forma que no lo ha hecho nadie en toda mi vida. No podía apartar mis ojos de ti, de tus curvas, de tu sonrisa, de tu pelo negro meciéndose al son de tus pasos... Entendí a la perfección lo que Iván había visto en ti y morí de celos por no haber sido yo el que viviera dos pisos arriba del tuyo. —Se pasó las manos por el pelo, tirándolo hacía atrás—. No sé que te ha dicho y siento haber dañado nuestra amistad, pero en cuanto me di cuenta de que tú no estabas interesada en él supe que tenía que aprovechar la oportunidad. Tenía que intentarlo, Celia. Si hubiera sabido que Iván estaba enamorado te prometo que me habría mantenido al margen, pero él siempre ha dicho que le atraes, que está prendado de tu físico. Pensé que era una estupidez renunciar a ti solo porque Iván te vio primero. Además, le mandé un mensaje avisándole antes de besarnos por primera vez, podría haberme dicho lo dolido que estaba... —Suspiró con pesadez—. Cenicienta, si sintieras lo que yo siento, entenderías que no hay nada en este mundo que pueda separarme de ti.
Celia tardó en darse cuenta de que no respiraba. Tuvo que recordarse que debía hacerlo si quería seguir viviendo. No había esperado una confesión tan intensa y pasional como la de Pablo, tan llena de amor y sincera. ¿Podía reprocharle sus actos? Teóricamente sí, pero ¿de verdad era tan importante? Ella estaba enamorada de él. Le había dicho que le quería justo el día anterior. ¿Tenía sentido que terminaran su relación solo por el hecho de que Iván se la pidió primero? Por Dios, era una persona, no un objeto.
Quizá si lo hubiera sabido un mes atrás, las cosas hubieran sido diferentes. Ahora ya no tenía sentido preocuparse por cómo empezó todo. Estaban juntos y se querían, no hay más.
Recordó el sábado por la noche en que se conocieron. Entonces ella ni sentía simpatía por Iván, lo veía como uno de esos chicos rebeldes que se creían lo suficientemente poderosos como para comerse por los ojos a cualquier mujer sin pararse a pensar en lo incómodo que podía resultar la situación para ellas.
—Siento haberte decepcionado —añadió el chico—. Siento haber sido mucho menos mágico y especial como el amor que mereces tener. Pero no puedes culparme por dejarme dominar por mis sentimientos ni por seguir impulsivamente una corazonada. Desde el momento en que te vi supe que serías mi perdición, que dominarías mi cuerpo y mi alma, y que sería tuyo para siempre. ¿Cómo iba a renunciar a ti? No podría hacerlo nunca. Quebré mi amistad con Iván por ti. Todo eso y más es lo que te quiero. Por favor, Celia, perdóname.
Aquello fue todo. Todo lo necesario para que ella, empapada bajo la lluvia, con el pelo a tiras y cuerpo mojado, tirara del cuello de su cazadora y acortara la poca distancia que había entre ambos. Buscó sus labios y se fundió en un beso impregnado de amor, pasión, hambre y deseo. Dejó fluir todos los sentimientos que embargaban su corazón y trataban de hacerse camino al exterior. Se enredó entre sus brazos y, mientras la lluvia de febrero caía sobre ellos, Pablo y Celia hicieron las paces de la manera más romántica posible.
Me muero por saber vuestra opinión, ¿Qué os ha parecido la declaración de Pablo? ¿Pensáis que ha actuado lo mejor que ha podido o que no tiene justificación? 👀
Recordad darle a la estrellita ⭐️
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