✰ 27. LA VERDAD
Pude haber sido yo
La que tiene tu corazón guardado
Pero alguien sin piedad me lo robó
Cuando por fin pensé haberlo atrapado, fue que se escapó
Consejo de amor - Tini y Morat
Para una chica como Celia con tendencia al perfeccionismo y que había sufrido acoso escolar durante siete años, la ansiedad no era algo nuevo. Es más, era una especie de vieja amiga que la visitaba cada cierto tiempo. Estaba muy presente en su vida, habiendo llegado a normalizarla. Hasta que un día, a los quince, sufrió un ataque tan agresivo que pensó que se ahogaba y moría de un infarto.
Entonces sus padres tomaron la decisión de llevarle a una maravillosa psicóloga especializada en esta clase de situaciones que le había enseñado, entre otras cosas, a controlar la respiración y a gestionar los sucesos de la vida de forma que no le provocaran ese tipo de daño en la salud.
Pero no había hablado con ella sobre el amor. Básicamente porque todo eso ocurrió cuando empezaba a ser una adolescente en el instituto y Celia no pensaba en los chicos como sí lo hacían sus amigas. Ahora que tenía novio y se llevaba la primera decepción de su relación, descubría que nadie le había enseñado a lidiar con dos chicos mayores que ella compitiendo por conquistarla.
No era la primera vez que una chica maleducada y desagradable que trataba de humillarla, pero sí que el pasado sexual de la persona que consideraba su alma gemela le salpicaba en la cara. Nadie le enseñó a gestionar esa necesidad de caer bien por encima de todas las cosas a la gente que era importante para Pablo. Mucho menos llegaron a tratar la inexperiencia en todo aquel campo que es las relaciones de pareja.
Por todo eso, la vieja amiga, se tomó la libertad de hacer una visita a Celia tras tanto tiempo oculta en las sombras. La indeseable ansiedad decidió ese acontecimiento para presentarse y hacerse con el control del cuerpo de ella.
—¡Celia!
Se giró, con el rostro desencajado, las lágrimas empapando su rostro, escuchándose jadear y tratar de controlar la respiración. Tras ella estaba Iván.
No Pablo, Iván.
Seguramente su novio, que es quien objetivamente debía de haber corrido tras ella, seguía con Marta en aquel baño y ni se había dado cuenta de que Celia no estaba. Volvió a sentir esa intensa presión en el pecho e instintivamente se llevó la mano derecha al corazón.
—Lo siento, yo... no sé por qué lo he hecho... —Se detuvo a contemplarla.
No contestó hasta que pasaron un par de minutos y creyó que la presión aflojaba un poco. Inspiró y expiró por la boca, contando la duración de su respiración y cerrando los párpados. Cuando consiguió estabilizarse, le dirigió una mirada llena de odio y dejó escapar en un gruñido.
—Que te jodan.
—Ya, me lo merezco —asintió él, aceptando el insulto—. ¿Necesitas ayuda? Te has puesto pálida.
Había un banco de madera al otro lado de la calle y Celia saltó a la carretera hasta llegar a él y dejarse caer como un saco de patatas.
Afortunadamente, la calle estaba casi desértica y no había un solo vehículo circulando. Iván la siguió lentamente, dudando si debía dejarla sola o quedarse. Hacía tan mala cara que parecía que iba a perder el conocimiento de un momento a otro. Pensó en sentarse a su lado, pero las miradas asesinas de Celia le instaron a permanecer de pie a un par de metros de distancia.
Al cabo de unos minutos, ella parecía más tranquila. Iván no entendía su reacción. Era comprensible su cabreo o incluso su tristeza. Pero no le parecía algo tan grave como para afectar a su salud de esa forma. Todos nos sentimos hechos polvo cuando alguien a quien queremos nos decepciona, pero no por ello enfermamos.
—¿Te puedo llevar a casa? —preguntó en un murmullo—. No creo que tengas que quedarte sola.
Ella siguió sin mirarle y no contestó. Parecía absorta en un mundo paralelo, donde las palabras de Iván no alcanzaban a llegar. Él tragó saliva y se atrevió a tomar asiento a su lado.
—Celia, lo siento en el alma —verbalizó—. No sabía que iba hacerte tanto daño, ha sido un ataque de celos que no tiene justificación y del que estoy absolutamente arrepentido. Quería joder a Pablo y he acabado dañándote a ti.
—No hacía falta ser un genio para saber que decir eso iba a humillarme delante de todo tu grupo de amigos.
Le vio asentir en silencio, sin atreverse a mirarla. Tenía pocos argumentos a su favor. Por no decir ninguno.
—Llevo años queriendo besarte, ¿sabes? —murmuró—. ¡Años! No era una puta coincidencia que nos encontráramos cada dos por tres en el ascensor... Yo propiciaba esos encuentros, trataba de cuadrar tu horario con el mío. Nunca intenté intimidarte, creía que ambos tonteábamos. Es que...
Suspiró con la mirada fija en los pies, enredado en sus propias palabras. A Celia le estaba estresando esa confesión. No tenía cuerpo para escuchar su romántica declaración cuando sentía que el pecho le iba a explotar de un momento a otro.
—Bueno, Iván, no sé si estás esperando un beso o qué pero... —espetó ella—. No me parece la mejor ocasión para...
—Nunca lo es —interrumpió—. Y no espero nada de ti, Celia, deja de presuponer que solo busco que caigas rendida a mis pies. Me quedó claro el otro día. Me quedó clarísimo, cristalino, transparente... No soy tonto, te gusta Pablo y yo no. Piensas que soy el malo de la película y vas a ignorarme eternamente. Punto final. Lo capto, tranquila.
Ella no le respondió. Quería que Iván se callara porque con cada palabra que decía la vieja amiga volvía y se hacía paso hacía su corazón para volver a presionarlo y dejarla sin aire. Sorbió por la nariz y luego se tapó la cara con las manos.
—¿Estás bien? —preguntó él.
Asintió dos veces y volvió a sorber. Entonces se le escaparon más sollozos e Iván sintió que cada decisión que tomaba, cada paso que daba para acercarse a ella, solo terminaba negativamente. Con su nefasta capacidad para consolar a los demás, decidió pasarle un brazo por la espalda y la acarició con indecisión.
—No sé cómo lo hago, pero siempre que estamos solos pasa algo malo. —Soltó una carcajada vacía—. Aun así, tengo que decirte una cosa porque si no la hago voy a reventar por dentro. Por favor, discúlpame el momento.
«Cállate», pensaba Celia, pero las palabras no acudían a su boca. Era como si quedaran atrapadas en la garganta formando un enorme nudo. Se limpió las mejillas empapadas con las palmas de las manos y luego le miró, aguantando un sollozo, con la mirada roja y los ojos hinchados.
Una puñalada de culpabilidad atravesó el corazón de Iván al verla. Sabía que no debía hacerle más daño, que ella estaba tan abrumada que no podía contenerse. Pero es que él estaba exactamente igual que ella. No podía soportar que transcurriera un minuto más sin que Celia supiera la verdad. Debía decirle las razones por las que merecía romper con ese estúpido de Pablo.
—Me fije en ti por primera vez cuando cumplí los veinte y bajé a solas contigo en el ascensor. Llevabas una falda negra ajustada, botas militares y una blusa azul con los hombros al aire. Pensé que eras una niña muy guapa, tendrías solo quince años, y me mirabas como si fuera el tío más bueno del planeta. Seguro que ahora lo niegas, pero... No sé, me divertía cada vez que coincidíamos en el ascensor —confesó—. No voy a decir que estaba enamorado de ti, ni nada por el estilo. La verdad es que te veía muy pequeña para mí. Eras la niña que subía mi autoestima con esa admiración que reflejaban tus pupilas. Pero este último año algo ha cambiado. No sé, creo que pasé a verte como una igual, más adulta. De repente, cuando te encontraba por las zonas comunes, me sentía brutalmente atraído por ti y di por hecho que por dentro seguirías siendo esa niña pequeña que siempre había querido algo conmigo, así que empecé mandarte mensajes a través de miraditas cargadas de deseos, creyendo que los dos disfrutábamos del juego.
Una inocente risa escapó de la boca de Celia. Él se giró a observarla y agradeció al cielo aquel diminuto signo de paz. No quería dañarla más de lo que había hecho ya.
En realidad la risa era más producto de la desesperación que una verdadera gracia. Ella no le detuvo y le dejó hablar, esperando que en cualquier momento la vieja amiga decidiera largarse y darle un minuto de tranquilidad. Tenía curiosidad por saber el final de esa historia.
—Por la manera en que me mirabas creí que yo te atraía de la misma manera que tú a mí —prosiguió—, nerviosa y con las mejillas rojas. Sé que mi mirada nunca ha sido tímida. Te desnudaba con los ojos y siempre he querido que lo supieras. Si hubiera sabido lo incómoda que te hacía sentir, yo jamás... ¡Por Dios, créeme si te digo que solo quiero hacerte feliz! Le hablaba de ti a mi mejor amigo todos los días, eras como mi amor platónico, el fruto prohibido... No sé qué decirte para que me comprendas...
Suspiró y miró hacia el suelo, indeciso. Tuvo que armarse de valor para terminar de expresar sus sentimientos. Ahora llegaba la parte cruda, la desagradable, la que seguramente la dañaría todavía más. Pero que hiciera daño no quería decir que no fuera cierta.
—También le hablé de ti a Pablo. Estuvimos cotilleando tu perfil de Instagram juntos y vimos que Marcos estaba en tus fotos y que Pablo le conocía. Por eso acabamos en la fiesta. —Se atrevió a enfrentar a sus ojos claros—. Fuimos a casa de tu amigo porque yo quería estar contigo. Y a los dos días me entero de que Pablo trató de besarte esa misma noche, llevaba coqueteando contigo por mensajes de texto desde el día siguiente a la fiesta y no había tenido ni los cojones de avisarme. ¿Te imaginas como de traicionado me sentí? Mi propio amigo pasando de mis sentimientos...
—¿Se lo has dicho? ¿Le has dicho cómo te sientes? A lo mejor él no sabe...
—Pues claro que lo sabe, Celia. —El tono de Iván se tornó hostil al ver que la joven sentía la necesidad de defender a su novio. Pero había que ponerse en el lugar de Celia: ¿cómo admitir que la persona a la que le había dicho «te quiero» hace un par de horas, no era tan honesta como parecía?—. Sin embargo, cuando fuimos de cervezas al Castillo, me di cuenta de que por la forma en la que te miraba estaba igual de pillado que yo. Joder, ¿por qué no ibas a gustarle? Si lo tienes todo, Celia Pedraza. Y, para qué mentir, no quería discutir con él por una chica. No obstante, parece ser que a Pablo cargarse nuestra amistad no le importó una mierda... Quizás debí decirle que estaba siendo un capullo y que era el peor amigo del mundo, pero tenía la remota esperanza de que me elegirías a mí sobre él y que se comería sus propias acciones por gilipollas. Aunque ya ves... Elegiste a Pablo y yo me quedé solo con mi tristeza y unos celos que no caben en mí.
—¿Por qué parece que me haces responsable de todo? —Celia apretó los labios frustrada—. Yo no sabía nada de esto, ni siquiera que soy tan importante para ti. Si de verdad era así, ¿por qué no hablaste conmigo? ¿Crees que puedo leerte la mente y saber cómo te sientes? Yo lo único que veía era a un tío sinvergüenza que lo mismo tontea conmigo como que me ignora.
—No te culpo de nada, Celia, es que... Solo busco tu empatía. —La miró a los ojos de nuevo—. No ha estado bien lo que he hecho en la cena y te pido disculpas por ello. Estaba celoso, ¿vale? Pero ahora ya sabes la verdad al completo.
La miró expectante, su cara reflejando angustia y suplicando alguna reacción por su parte. Ella había dejado de llorar mientras le escuchaba, pero su mirada clara era un mar azul y rojo indescifrable. Cuando buscó dentro de sí a la vieja amiga, sintió que ya no estaba. En algún momento de la confesión se había marchado. Y si seguía allí con ella desde luego ya no la dominaba. Eso la hizo sentirse agotada.
—No puedes pedirme que le deje solo porque tú me hayas contado esta historia —dijo con tranquilidad—. ¿Qué clase de persona crees que soy, Iván? ¿Alguien que rompe una relación después de haber dicho te quiero solo por lo que otro le está contando? Pablo se merece darme una explicación y siento que todo haya acabado de esta manera, pero...
—¡Se ha ido detrás de Marta! —gritó Iván.
—Lo sé, he estado allí y lo he visto con mis propios ojos. —Se señaló a sí misma—. Mira el ataque de ansiedad que he sufrido por culpa de eso. Sé que piensas que tienes que demostrarme que tú eres bueno y él es malo, pero... —Suspiró—. Iván, si de verdad te gusto tienes que entenderlo. No puedo tomar una decisión sin darle la oportunidad de justificarse a él y mucho menos puedo hacerlo en este momento que estoy con la cara empapada, los ojos rojos y la nariz moqueando. Lo único que puedo decirte es que no te odio y sé que no eres el malo de la película.
De todas las reacciones que hubiera podido esperar de Celia, Iván no se había imaginado un escenario en que la chica de sus sueños era lo suficientemente racional para apartar los problemas a un lado y dedicarles mejor atención cuando estuviese en sus cabales. Le pareció una decisión tan madura, tan responsable, que sintió ganas de sonreír. Y lo hizo, levemente.
—Creo que ahora me gustas más.
Celia sonrió también y ambos se quedaron en silencio. Entonces Iván cedió en sus exigencias, consciente de que esa noche no podría conseguir más de lo que ya tenía.
—¿Te llevo a casa? —ofreció.
—Si no te importa.
Se levantó del banco a la vez que él y escondió las manos en los bolsillos. Seguía con ese mal aspecto que le queda a uno después de llorar y paseó lentamente a su lado en silencio, tratando de acallar el intenso dolor de cabeza que le martilleaba el cerebro.
—Siento este mal rato —murmuró él cuando llegaron a su coche—. He sido un poco egoísta.
—Yo también lo soy a veces —Se encogió de hombros—. La cosa es serlo cuanto menos.
Él abrió la puerta del copiloto y esperó a que ella se sentara antes de entrar en el asiento del conductor. Cuando lo hizo, la vio mirar la pantalla de su móvil con semblante apático. No pudo evitar distinguir de reojo una barbaridad de notificaciones de Pablo: llamadas de móvil, mensajes de texto... La observó pasar el dedo por la pantalla y deslizar hacia abajo. Luego poner la huella dactilar y desbloquearlo. Vio que le escribía y quiso alargar el cuello y enfocar la vista para saber qué le decía, pero en su lugar, se puso el cinturón, arrancó el coche y salió de la plaza de aparcamiento.
Mentiría si dijera que Iván hizo el mayor esfuerzo de su vida en controlar su impaciencia. Por algún motivo se había relajado. En realidad, de todas las opciones que existían como posible desenlace de la noche, esta no le parecía tan mala. Al fin y al cabo, le había confesado la verdad a Celia y ella estaba sentada a su lado, regresando a casa con él en lugar de con Pablo.
Quizás Iván tendría que haber dicho todo eso antes ¿no creéis? ¿Que haríais vosotrxs si fuerais Celia?
Es verdad que Pablo se ha portado mal pero, ¿eso justificaría que se echara a los brazos de Iván?
Os leo 👀 y como siempre, para más, recordad la estrellita ⭐️
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