✰ 26. UN JARRÓN DE FLORES BLANCAS
Pero no puedo obligar ni engañar al corazón
Y que sufra por dos
Cuando el amor se escapa - Morat
Si se dividiera a las personas entre introvertidos y extrovertidos, Celia encajaría más en el segundo grupo que en el primero. Eso quiere decir que no se podía definirla como tímida, aunque tampoco es que fuera una loca espontánea que hiciera las cosas sin avergonzarse por lo que pensaran los demás.
En el pasado había sido, junto con Noe e Inés, de las que se presentaba ante chicos desconocidos, se integraba en un grupo ajeno como una más y lideraba conversaciones con extraños sobre absolutamente cualquier cosa. La única persona que había cuestionado su seguridad era el vecino del noveno, con el cual las palabras no salían de sus garganta y un color rojo ardiente teñía sus mejillas.
—¿Se lo has dicho ya a tus padres?
La voz de Noelia se escuchaba entrecortada porque el wifi de casa de Celia era un auténtico desastre. La joven de cabellos oscuros cogió su móvil y lo cambió de sitio. Al principio estaba sobre la estantería de su cuarto reproduciendo la videollamada, ahora lo había colocado sobre su escritorio.
—Ni de broma, es muy pronto —respondió—. ¿Tú les has hablado a los tuyos de Olga?
—Claro que sí, tía. Es mi novia. —Vio como la rubia buscaba comida en la nevera a través de la pantalla—. Y tú también deberías hacerlo. ¡Vas a conocer a todos sus amigos en menos de dos horas! Eso es un tremendo paso en la relación.
—Oye, Noe, me estás poniendo nerviosa...
—¿Por qué? Seguro que son muy simpáticos.
—Claro que lo son y sé que soy muy abierta, pero ahora es distinto...
Ese mismo viernes por la noche era la ansiada cena de Pablo y sus amigos del instituto y en principio Celia no tenía miedo. Había salido con los compañeros de la universidad de Sara sin conocerlos de nada y con las amigas de tenis de Paula en las mismas condiciones. Esto no era diferente, salvo que, por primera vez, no iba ser presentada como «Celia, mi amiga», si no como «Celia, mi novia». Esa característica era nueva y no acababa de sentirse familiarizada con ella.
—Es mi primer novio —dijo como si eso lo resumiera todo.
—¿Y qué? Solo tienes que ir allí, sentarte en la mesa y ser tú misma. —Noelia le dedicó una sonrisa dulce—. Verás como todo sale a la perfección. ¿A qué hora habéis quedado?
—En treinta minutos con Pablo y luego vamos juntos al restaurante. —Celia echó un vistazo al reloj de pared y le abrumó darse cuenta que debía prepararse a la velocidad del rayo—. Tengo que colgar, Noe. Todavía no me he duchado y voy justa de tiempo.
—Entendido, amiga. ¡Suerte! —Y la llamada finalizó.
Cumplió con lo prometido y estuvo lista para Pablo justo a las ocho y media, hora en que él aparcó la moto bajo de su casa y la esperó sonriente. Aunque quedaba más de una hora y treinta minutos para el evento, ambos querían pasar un rato en pareja antes de acudir. Lo había exigido explícitamente Celia pensando que si se perdía en sus labios, quedaría atontada por el deseo y todas las dudas e inseguridades que no dejaban de abrumarla se disiparían en cuestión de segundos. Eso era lo que le pasaba cuando estaba cerca de Pablo: todo se desvanecía a su alrededor y solo quedaban ellos dos.
Pasearon hasta el barrio de Ruzafa. El restaurante se ubicaba allá por la Calle Pedro III El Grande, y cuanto más se aproximaban al destino, el corazón de Celia latía con más fuerza y en su vientre se arremolinaban los nervios. ¿Qué pensarían de ella? ¿Les caería bien? ¿Estaría Iván? Su vecino formaba parte de ese grupo. Deseaba con toda su alma que no apareciera por allí porque eso solo empeoraría las cosas.
—¿Qué te pasa? —preguntó Pablo mientras entrelazaba sus dedos con los de ella.
—Nada —respondió cada vez más nerviosa—. Es la primera vez que tengo novio y conozco a sus amigos. Me da vergüenza.
—Bueno, a alguno sí que lo conoces. Estará Iván.
Ahí estaba. Su mayor miedo hecho realidad. Que no cunda el pánico, Celia, tú puedes con todo.
—Qué bien —mintió.
Pablo la atrajo hacía él y la besó tiernamente. No era como aquellas veces que se escondían en el piso de Paterna y la desnudaba con ese instinto salvaje que tanto la excitaba a ella. Era un beso lleno de dulzura y de cariño que intentaba desenredar todos los nudos que se habían formado entre la garganta y el estómago de Celia.
—Te quiero.
Fue ella quien lo verbalizó primero y cuando se dio cuenta se sonrojó y maldijo para sus adentros, muerta de miedo. En el fondo seguía temiendo que este fuera un amor pasajero y que Pablo se replanteara la relación cuando menos lo esperara. Bajó la mirada al suelo, insegura, hasta que él respondió a su declaración.
—Y yo. Mucho.
Un alivio abismal liberó a Celia de aquellos nervios que llevaban dominándola toda la tarde. Se deshicieron como la escarcha de invierno con los primeros rayos de sol.
Cuánto le amaba y cuánta tranquilidad le hizo sentir saber que le correspondía. Se alzó sobre sus pies y le besó otra vez, primero lentamente, y luego, impulsada con el fuego interior que nacía en su alma cada vez que él estaba cerca, con intensidad y pasión. Abrió la boca y dejó que sus lenguas se encontraran, intensificando el beso. Para cuando se separaron, los dos estaban tan excitados que no supieron si dejar colgados a los de la cena para hacer manitas en el primer lugar que les brindara un poco de intimidad o empezar a decir cosas nada sexuales para intentar calmar a sus hormonas y relajarse de un vez por todas. Optaron por la última decisión.
—Empiezo yo. —Rió Celia—. Estudiar para los finales. Puedo sentir la ansiedad.
—Te irá bien, ya verás. —Pablo asintió con seguridad—. Para sentir ansiedad piensa en esto: conocer a nuestros padres.
Ella abrió los ojos como platos, escandalizada, y negó repetidas veces mientras se reía. Si supiera que ni había mencionado su existencia en casa... Rieron durante rato, creando una especie de mundo burbuja al que solo ambos tenían acceso, hasta que de pronto ya era hora de entrar en el restaurante y el temor del principio volvió a los brazos de Celia de un batacazo.
—Venga, no te preocupes. Estaré a tu lado todo el rato.
Entraron cogidos de la mano, Pablo por delante de Celia, abriéndole paso entre las mesas y personas del local. No era un restaurante muy elegante, pero tampoco era lo contrario.
Estaban sentados en una extensa mesa de doce sillas. Eran casi todos chicos, menos tres preciosas y arregladas chicas que distaban mucho de parecerse a Celia. Iban maquilladas, con un aspecto mucho más adulto que ella. Normal, al fin y al cabo, le sacaban cinco años.
Todos saludaron a Pablo con una confianza y alegría que la hizo sonreír. Sin duda era bien querido en el grupo. Él la presentó sin soltarle la mano y el conjunto de desconocidos al completo les sonrió educadamente. Celia no supo si eran sus inseguridades o la realidad, pero tuvo la sensación de que la juzgaban con la mirada.
Buscó con los ojos a Iván y no lo vio por ninguna parte. Sí que se fijó en una silla libre al lado de una chica rubia, la más guapa de las tres. Frente a aquel sitio quedaban otros dos, supongo que los que le habían cedido a Pablo y a Celia para que pudieran sentarse uno al lado del otro. Ella lo agradeció. No había empezado la cena y ya tenía ganas de marcharse.
—¿Iván no ha llegado? —preguntó Pablo.
—Vendrá tarde como siempre —bufó la rubia que luego Celia supo que se llamaba Marta—. Pero me ha escrito diciendo lo que quiere pedir. Está solo a unos minutos.
Se sentaron y desafortunadamente Celia quedó en una esquina aislada del resto de comensales. No era el mejor lugar para integrarse. Estaba prisionera entre la silla vacía de enfrente, donde presuponía que iba a sentarse Iván; Pablo, a su derecha, y en diagonal, la rubia preciosa de mirada prepotente. Quería que esa noche saliera bien, pero la vida se lo estaba poniendo muy difícil.
Pablo, ajeno a su incomodidad, extendió la carta hacía Celia y la miró cariñosamente. Ella sonrió, un poco más tranquila. Agradeció al universo que él estuviera a su lado y suspiró sin perder en mente que el único motivo por el que estaba con toda esa extraña gente era por hacer feliz a ese maravilloso y atractivo ser de luz que el mundo había tenido a bien presentarle. Solo debía aguantar un par de horas y habría cumplido el papel de buena novia.
Pidieron a los quince minutos y entonces se abrió la auténtica conversación entre los presentes. Desde su triste esquina, Celia casi no podía escuchar lo que se decía al otro lado de la mesa, quedando a expensas de Pablo y esa tal Marta, que no parecía muy dispuesta a dirigirse a ella. Se preguntó por qué la juzgaba tanto con sus ojos marrones. Ni siquiera le había concedido la oportunidad de conocerla.
—¿Tú en qué trabajas, Marta? —preguntó intentando trabar amistad con ella.
—Aún no trabajo. Estoy en un máster de Estudios Financieros —respondió escueta.
No le preguntó qué hacía ella, parecía muy poco interesada al respecto de cualquier cosa relacionada con Celia. Esta no se rindió y siguió intentándolo.
—¿Y cómo va?
—Pues genial, la verdad. He conocido muchísima gente nueva y los profesores están muy bien formados. Pienso que estoy aprendiendo mucho más que en la universidad.
—Suele pasar. —Asintió Pablo y miró a Celia— No sé qué tal en tu facultad, pero la mayoría de nosotros hemos tenido la impresión de que salimos casi como entramos.
—Exageras un poco —dijo Marta y luego ironizó—. Salimos con un veinte por ciento más de conocimientos.
—¿Te parece mucho?
—No, pero algo es algo.
—Para cuatro años de carrera, en realidad es casi una estafa.
De alguna manera la conversación pasó a ser exclusiva de Marta y Pablo, quedando Celia relegada a un segundo plano. No sabía qué decir porque llevaba cuatro meses de experiencia universitaria y no le había dado tiempo a aprender nada. Seguía las palabras de Pablo y la rubia simulando interés, pero no participó durante todo el tiempo que duró.
De pronto se había quedado embobada mirando un jarrón de flores blancas que decoraba en un estante. Pensó que ese jarrón y ella tenían muchas cosas en común esa noche: ninguno de los dos estaban haciendo nada más que decorar con su presencia.
—Celia, ¿tú qué vas a hacer cuando acabes la carrera?
Inesperadamente, Marta se había dirigido directamente a Celia y trataba integrarla. Había sido un acto forzado, puede que con la intención de complacer a Pablo, pero mejor eso que nada. Con toda la motivación del mundo, la pequeña del grupo acogió esa oportunidad y se enredó a hablar como una cotorra.
—No lo sé —confesó—. Me quedan cuatro años todavía, ni siquiera sé cual es mi asignatura favorita. —Rió—. Pero imagino que algo relacionado con la investigación. Eso siempre me ha parecido emocionante.
Pablo la miró soñador y río con ella.
—Bueno, ya lo descubrirás.
—¿Tú lo tenías claro a mi edad?
—Yo siempre he sabido que trabajaría con mi padre. Es el pequeño negocio familiar —explicó—. Además, confiesa que nos viene de perlas que lo sea.
Celia pensó en el piso de Paterna y la imagen de Pablo quitándole la ropa se presentó fugazmente en su cabeza. No era consciente de lo mucho que se había sonrojado hasta que la rubia se rió fríamente de ambos.
—Ya la has llevado al huerto ¿eh? —comentó mirando a Pablo con una risa maliciosa.
—¿Qué huerto? —preguntó Celia sin entender palabra.
—Es una expresión. Me refiero a que ya te ha seducido con sus armas de chico malo. —Se recostó en la silla—. Ya sabes: que ha conseguido levantarte la falda. Acostarse contigo.
Ella no contestó, pero se sintió terriblemente tonta por la manera en que Marta lo había expresado. Como si a Celia le acabaran de colar un gol por inocente. No fue el contenido de la oración, sino las formas. Además, ¿qué le importaba a la rubia tonta su relación sexual con Pablo?
Miró a su novio, pero él no parecía haber entendido la indirecta y eso le molestó. Esperaba su protección y al no verla llegar, empezó a dudar: a lo mejor no había mala intención por parte de Marta, a lo mejor solo era una broma de mal gusto. Celia miró a su plato, ya servido desde hacía unos minutos. No le apetecía nada comer, estaba tan nerviosa que pensaba que si lo hacía luego vomitaría.
—¿Al mismo huerto al que te llevó a ti, Marta?
Se giró para encontrar tras de sí a su vecino rebelde, con el mismo aspecto de siempre: sonrisa ladina, mirada segura y esa gabardina negra que le brindaba un aspecto elegante pero solitario. Se quitó el abrigó sin mediar palabra, lo dejó apoyado en la silla y se sentó al lado de Marta y frente de Celia. Le dedicó una divertida sonrisa a esta última y le guiñó el ojo con complicidad.
Toda la mesa se había quedado en silencio. Iván miró a Pablo y Marta, en ese orden.
—¿No respondéis? —inquirió.
Fue entonces cuando Celia bajó de las nubes para comprender qué habían querido decir las palabras de Iván, y cuándo lo hizo, toda la inseguridad que había estado sintiendo durante esa noche se apoderó completamente de ella. La mesa seguía silenciosa y todos los amigos de Pablo la miraban. Sin embargo, ella solo tenía ojos para él.
—¿Te acostaste con Marta? —preguntó.
Empezó a sentir que le ardía la cara. Parpadeó un par de veces, luchando por ocultar sus lágrimas. Su novio fulminó con la mirada a Iván y luego miró de nuevo a Celia.
—Hace cinco años —dijo al fin a modo de explicación—. No te conocía.
Ella asintió insegura. No podía culparle de tener pasado, pero hubiera estado bien avisarla. Miró a la rubia y la descubrió sonriéndole con malicia. Parecía disfrutar muchísimo de aquella situación. Celia sintió la necesidad de insultarla, de insultarles a todos, empezando por la idiota de turno, pasando por Pablo y terminado por Iván. No fue necesario.
—¿De qué coño te ríes, Marta? —espetó su novio lleno de hostilidad.
La sonrisa se esfumó del rostro de la rubia en apenas un segundo. Se puso colorada, y luego se alzó con violencia y salió disparada de la mesa en dirección a los servicios. Para sorpresa de todos, incluso de Iván, Pablo se levantó y fue tras ella.
—No lo puedo creer —murmuró Celia, viendo a su novio entrar en el baño de mujeres detrás de aquella tía insoportable que tanto empeño había puesto en humillarla.
Se le cayó el mundo encima y no supo qué hacer. Sentía los ojos de todo el grupo puestos en ella. Un grupo del que no formaba parte y al que acababa de conocer. Se repitió lo mismo que había hecho a lo largo de toda la noche para aguantar la dichosa cena: ella estaba aquí por Pablo. Entonces, ¿por qué él se había largado persiguiendo a Marta y la había dejado sola?
—Tranquila, en cuanto vuelva solo va a tener ojos para ti. —Rió con sorna Iván.
Celia lo desafió con una mirada llena de odio. Realmente había llegado a creer que ella podía ser amiga de Iván, o al menos, a pensar bien de él. Ahora tenía serias dudas de poder terminar la noche sin asesinarle.
—¿Por qué has hecho eso?
—Pues porque él no te lo hubiera contado. Y tú no hubieras entendido por qué Marta era tan hostil contigo.
—¡Oh! Así que te tengo que dar las gracias —espetó.
—De nada —respondió impasible el otro.
Frustrada, humillada e impotente, Celia dio un golpe con la palma de la mano en la mesa, sobresaltándoles a todos.
—No sé qué narices hago aquí —murmuró entre dientes—. Decidle a Pablo que pague lo mío. Mañana se lo devuelvo.
El resto de los amigos de Pablo e Iván la miraban expectantes. Ella se levantó, cogió su abrigo y el bolso y salió del restaurante a grandes zancadas.
En el exterior, las lágrimas se deslizaron por sus mejillas como una cascada de agua. La presión que sentía en el pecho se intensificó y de pronto no solo lloraba, si no que hiperventilaba. Se detuvo en medio de una calle y apoyó una mano en la pared, tratando de sostenerse.
De pronto el mundo parecía dar mil vueltas. No dejaba de ver a Pablo pasando su mano entre sus piernas y a ella gimiendo. Lo recordaba decirle te quiero, a penas una hora atrás. Le veía besarla delante de los chicos que se habían metido con ella en la universidad y no entendía qué acababa de pasar.
¿Y si se había equivocado con él?
Pues como todxs, Pablo también tiene pasado. E Iván ganas de tocar las narices. ¿Qué opináis?
¿Ha hecho Pablo bien en ir detrás de Marta, en lugar de quedarse junto a su novia?
¿Es desproporcionada la reacción de Celia a lo que acaba de pasar?
¿Os habéis sentido como ella? Me refiero a extremadamente tímidxs en un círculo de desconocidos con los que sientes que debes esforzarte muchísimo por caer bien para complacer a alguien que te importa.
Os leo👀 y os recuerdo la ⭐️
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