✰ 25. LOS ZAPATOS DE CRISTAL

Cuando te vi sentí algo raro por dentro
Una mezcla de miedo con locura

Aprender a quererte - Morat

En la esquina de la Calle Sueca con Dénia había una pequeña zapatería artesanal que celebraba orgullosa su mera existencia desde 1965. Según rezaba el letrero, todos los diseños de los zapatos expuestos en dicho local eran únicos e inigualables, de excelente calidad y elaborados por las mismas expertas manos de los dueños y empleados de la tienda.

Celia había descubierto ese comercio gracias a su madre, a través de una lejana anécdota de su juventud en la que se volvió loca removiendo cielo y tierra buscando unos zapatos de charol rojos para interpretar a Dorothy de El Mago de Oz en una obra de teatro del instituto. Así es, la ahora seria y diligente abogada de familia, María Moreno —madre de Celia—, se había instruido en las artes de la interpretación participando en numerosas obras de teatro en colegios e institutos, antes de decantarse finalmente por la rama del derecho en sus estudios universitarios.

En su anécdota, María había encontrado por accidente aquella diminuta zapatería como por arte de magia, donde la esperaban sus ansiados zapatos de charol rojos que aún guardaba a día de hoy en una caja de cartón verde esmeralda.

Celia había entrado solo un par de veces a la tienda para comprar zapatos, las otras mil restantes había acudido exclusivamente para apreciar el esplendoroso escaparate: deslumbraba una maravillosa exposición de zapatos elegantes para mujer y hombre tan bonitos y originales que instaban a cualquier transeúnte a quedarse embobado frente a la pared de cristal.

Aquel viernes, Paula había llamado temprano con una pequeña crisis relacionada con el calzado. Alberto García, que ya era oficialmente la pareja formal de Paula, le había invitado a la comunión de su primo pequeño. Era el acto hasta la fecha más importante e íntimo de su relación. Paula había conocido a sus padres en un par de ocasiones, pero en esta afrenta se presentaba el resto de la familia, incluyendo primos segundos y esa clase de parientes lejanos que solo se visitan una vez al año.

—Celia, ¿cómo se llama la zapatería de la que siempre hablas? —le preguntó—. Necesito un calzado elegante y cómodo para la comunión del primo de Alberto... ¡No tengo nada que ponerme! He de causar una buena imagen y apenas sé por dónde empezar... Conseguí un vestido azul cielo precioso, con falda de tul y cuerpo de corsé muy bonito. Es como esos vestidos de princesa de las películas, pero la tela llega a la altura de la rodilla... La cuestión es: ¿qué tacones me pongo? Todo me parece incómodo y ordinario... ¡Necesito ir a esa tienda!

Así que se plantaron en la calle Sueca esquina con Dénia a las diez en punto de la mañana, momento en el que, según expresaba Google, comenzaba el horario laboral de la zapatería.

Paula vestía ropa azul del mismo tono que el vestido que llevaría a la comunión, pero en un estilo mucho más casual y urbano. Quería que al probarse los zapatos, pudiera ver con total exactitud como el color fluía a la perfección entre los pies y el cuerpo. Celia por otro lado, llevaba vaqueros, deportivas, el pelo recogido y las gafas que tan poco solía usar cara el público.

—Que raro verte así —comentó Paula mirando de reojo a su amiga.

—Ya. —Se encogió de hombros la otra—. Tengo cansada la vista. ¿Entramos?

Pasaron toda la mañana entre calzado de fiesta, rodeadas de tacones en los diseños más originales y elegantes de toda Valencia. Paula, confusa e insegura en su decisión, llevaba dos horas probándoselos de todos los colores y alturas sin darse por vencida. Además, era horriblemente complicado ayudarla a elegir, pues ni la propia interesada sabía qué quería.

Durante la primera media hora, Celia se entregó en cuerpo y alma para encontrar los zapatos de los sueños de Paula, hasta que finalmente llegó a la conclusión de que tales zapatos no existían. Por lo tanto, aburrida, se dedicó a caminar en círculos por el local, escrutando con sus ojos claros el arsenal de calzado que se exponía en las estanterías.

Por cuestiones del azar, sus ojos azules dieron de pleno con un par de tacones de aguja de al menos siete centímetros que descansaban escondidos entre todos los demás. Eran sin duda los zapatos más bonitos que Celia había visto en su vida. Elegantes, con tacón fino plateado y cubierta de charol azul marino, decoraban la aguja del tacón en forma de enredadera y hojas que ascendían desde el suelo hasta la parte más ancha y más elevada del calzado.

Lo primero que pensó al verlos era que aquel no era el calzado de una princesa. No, porque desprendían una magia más propia de las hadas o de las ninfas. Jamás se había sentido tan atraída por un par de cosas inertes.

—Son bonitos, ¿verdad?

El zapatero, que era un señor mayor de pelo canoso y cara arrugada, estaba con los brazos cruzados detrás de Celia, observando junto a ella el maravilloso producto.

—Sí que lo son.

—Creo que están hechos para ti.

No supo si se trataba de una estrategia de marketing o hablaba de corazón, pero la realidad es que Celia pensaba que acababa de nacer alguna clase de vínculo inexplicable entre esos zapatos y ella. Quiso preguntar por su precio, pero entonces Paula interrumpió la conversación agarrando con euforia otro par de tacones color plata y se los mostró a Celia a la altura de sus ojos.

—¡Los tengo! —gritó llena de alegría—. Estos son los elegidos.

Exhibió su trofeo repleta de orgullo y luego pareció darse cuenta de que acababa de irrumpir en el extraordinario flechazo entre Celia y los zapatos azules. Siguió su mirada hasta dar con el calzado de ninfa. Los miró detenidamente y luego observó a su amiga de vuelta analizando la situación.

—¿Te los vas a comprar? —preguntó.

—Puede —respondió la otra—. No lo sé. En principio no me hacen falta, pero siento que son perfectos para mí.

—Bueno...

Paula no empezó ni terminó la frase, sin embargo, esa simple palabra fue suficiente para despertar la curiosidad de Celia.

—¿Bueno qué? —Suspiró ansiosa—. ¿Les pasa algo?

—¡No! Nada, nada.

La más menuda de las dos negó con la cabeza y sonrió tímidamente. Puso una de esas expresiones que significan algo así como que no se quiere decir en voz alta lo que realmente se piensa. Vamos, que era consciente de haber metido la pata.

—Enserio, Pau, ¿qué ibas a decir? —insistió Celia.

—Nada, tía, que si te gustan adelante.

—No, no ibas a decir eso. —Cruzó los brazos empezando a molestarse—. Venga, suéltalo.

Se extendieron en una breve disputa entre el sí y el no hasta que finalmente Paula, rendida, reconoció lo que había pensado al ver los zapatos:

—Pues creo que tú ya eres una chica alta como para que te pongas casi diez centímetros de tacón. Vas a ser una torre entre todo el mundo.

Celia se mostró indiferente, pero la verdad es que sentía que eso la haría menos atractiva y de golpe los zapatos le parecieron un poco menos bonitos que al principio.

—Eso es una tontería —dijo a pesar de sus inseguridades—. ¿Y qué si soy la más alta? Debería llevar lo que me guste, no lo que los demás crean que me favorezca.

—Sí, sí. Es verdad, tienes razón. Ha sido un error por mi parte haber pensado eso —reconoció Paula—. A mí no me gusta ser más alta que Alberto, pero si a ti no te importa sobrepasar a Pablo en altura, está todo bien.

—No, no me importa —zanjó Celia y cambió de tema—. Bueno, ¿te llevas esos entonces?

Señaló con el pulgar el par de tacones plateados que seguía agarrando su amiga y esta asintió enérgicamente.

—¿Tú te llevas los azules?

Celia miró de nuevo aquel maravilloso calzado que le había dejado prendada minutos atrás. Seguía pensando que tenía un diseño mágico y precioso, pero ahora le parecían mucho menos hechos para ella y más para otra persona.

Negó con la cabeza y acompañó a Paula a la caja.

Bueno ahora si que estoy completamente segura de que todxs hemos vivido una situación así en algún momento de nuestra vida. ¿Cuantas veces habéis querido compraros algo pero tras el juicio (consciente o no) de alguna otra persona os habéis tirado atrás en el último momento?

Yo miles de veces, la verdad. Quería mostrar de nuevo ese lado inseguro de Celia, que a pesar de tener la teoría clara en la cabeza, a veces cuesta ponerla en práctica.

¿Que prenda de ropa os gustaría poneros pero no os atrevéis a llevar? Bien por ser muy altxs, bajitxs o cualquier otra característica propia de vuestro cuerpo... Os leo :)

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