✰ 24. FELICIDAD
Pero mejor ser arriesgado que un cobarde en pena
Mi vida entera - Morat
20 de Febrero.
Pablo y Celia llevaban casi un mes saliendo y ninguno de los dos se podía sentir más feliz. Los hechos de aquel lejano viernes en la discoteca Alma habían quedado en el olvido. Pablo seguía sin conocer los detalles, pero era mejor así, sin darle a Iván la satisfacción de romper un romance tan perfecto, tan intenso y tan lleno de cariño como el que tenían ellos dos.
Habían vuelto al piso de Paterna. Últimamente se había convertido en una especie de burbuja que solo compartían ambos donde podían sentirse libres y dispuestos a dar rienda suelta a sus deseos. Fueron un par de veces a otros pisos de la inmobiliaria del padre de Pablo, pero el de Paterna era el que tenía menos tránsito. Más solitario equivalía a más íntimo.
Se pasaban horas tumbados en la cama o en el sofá viendo películas, hablando, riendo y, especialmente, besándose. Y aunque repetían la misma exacta situación al menos una vez a la semana, Celia hubiera jurado que sería capaz de pasarse toda una vida besando esos labios sin necesidad de más. Consideraba a Pablo la mejor oportunidad y golpe de suerte que la vida le había brindado hasta ese momento.
Una de tantas tardes de febrero en ese mismo ático de cuento de amor, Celia llevaba puesta la camiseta de él a modo de vestido cubriéndole hasta los muslos y se paseaba por la casa soñadora. Pablo casi llegaba al metro ochenta y cinco y su ropa era de talla grande. Acababan de jugar a comerse enteros hasta quedarse casi desnudos y la joven de cabellos color carbón empezaba a coger frío.
Se puso también la mini falda que había llevado ese día a la universidad y sobre todo ello su gabardina marrón claro que compró el año anterior durante las rebajas. Quería salir a la gloriosa terraza del ático para que le diera un poco el aire después de tanta excitación sobre el sofá, y así lo hizo, cerrándose el abrigo para cubrir en lo posible sus piernas sin medias. Lo que había ante ella no eran las mejores vistas de Paterna, pero tampoco estaban mal. Además, empezaba a cogerle mucho cariño a aquel lugar. Era su escondite secreto; el nido de amor de Pablo y ella.
Se apoyó en el muro que hacía de barandilla y cerró los párpados para sentir el gélido frío del mes de Febrero. En realidad, ni siquiera la terraza era bonita. La barandilla no era más que medio metro de ladrillos montados encima de otros sin pintar. En cualquier caso, le gustaba estar allí con Pablo y supongo que ese sentimiento era lo que le producía ver belleza en un lugar carente de ella.
El hombre de sus sueños se reunió con ella. Llevaba puesto los pantalones de chándal y seguía descalzo, con el torso descubierto, mostrando esos pectorales y abdominales tan trabajados que derretían a Celia. Se preguntó cómo era que no tenía frío si hacía unos veinte grados al exterior. Sin embargo, no dijo nada, pues no sería ella quien le incitara a cubrirse ese cuerpo de Dios del Olimpo. Miró al horizonte y escuchó sus pasos acercarse a ella hasta que unos fornidos brazos la rodearon en un abrazo por la espalda, apoyando Pablo su barbilla sobre el hombro de Celia.
—¿Qué haces aquí tan sola?
Le besó la coronilla fugazmente y siguió contemplando el cielo del mediodía.
—Quería que me diera el aire, sentía el ambiente muy cargado dentro...
Él rió y comenzó a besarle el cuello repetidas veces.
No era verdad que hiciera tanto calor en el interior del piso. Las altas temperaturas de las que se quejaba Celia eran producto de sus hormonas, de lo que enrollarse con Pablo le producía. Llevaban una media hora dándose el lote en la cama, juntando sus cuerpos. Él le había desprendido de todas sus ropas excepto de la interior y solo porque ella no había consentido pasar al siguiente nivel. Celia seguía tímida en cuanto al sexo se refería, pero eso no le impedía restregarse y devorarse mutuamente. Conseguían perderse el uno en el otro de una manera imposible de describir solo con acariciarse. Cada vez que Pablo presionaba sus labios contra el cuello de Celia, ella sentía mariposas aleteando en su vientre.
Cerró los ojos y se dio la vuelta, quedando su rostro a centímetros de él y dejó que le robara el beso más animal e intenso que le había dado hasta la fecha.
Sintió que le temblaban las piernas y de nuevo esa extraña humedad que la visitaba de tanto en tanto en la entrepierna. La lengua de Pablo jugueteaba con la suya propia y sus manos expertas le acariciaban la cintura y acercaban a él.
Paseó sus dedos en una interminable caricia que comenzó en sus mejillas y bajó a por su cuello y hombros, para después infiltrarse entre los recovecos del abrigo y dar con el pecho, vientre, y finalmente entrepierna. Esa última era la zona restringida.
Antes de que pudiera hacer nada, Celia detuvo su mano con firmeza. Jadeaba, ardiendo por fuera y por dentro, pero su cuerpo se había tensado y Pablo pudo leer la inseguridad en sus ojos.
—Déjame hacerlo —suplicó.
—Pero...
—Una vez que empiece, no querrás que pare, confía en mí.
Su voz sonaba grave y ronca, en un murmullo tan sensual que generó más humedad en la ropa interior de Celia. Le aguantó la mirada, perdida en la oscuridad de sus pupilas. Se quedaba atrapada en ellas cayendo en un enorme pozo sin fondo.
Poco a poco cedió la fuerza y dejó en libertad la mano de Pablo, permitiéndole reanudar el recorrido. Tenía miedo, aunque también curiosidad. Él la beso otra vez, intentando que desviara su atención y se centrara de nuevo en esa excitación que llevaban sintiendo desde que habían comenzado a liarse en el sofá. Paseó su mano acariciando su sexo sobre la ropa con dulzura. Estaba todo tan húmedo que no pudo evitar esbozar una sonrisa picarona y morderle el labio inferior.
—Estás empapada —gruñó en su oído y buscó su cuello para marcarla.
Ella echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Su piel se erizaba, pero seguía nerviosa, apoyando sus manos en el torso de Pablo y esperando que fuera él quien le guiara en esa nueva experiencia. Todo estaba pasando demasiado intenso y en la terraza, a la vista de todos. Era cierto que la barandilla de ladrillo le cubría hasta la altura de las costillas, pero aún así temía que hubiera mirones disfrutando de la película pornográfica que ambos protagonizaban. Él pareció comprender su temor y detuvo sus besos brevemente.
—Tranquila —murmuró—. No pueden ver dónde tengo puesta mi mano. Solo se nos ve besarnos.
—¿Y-y si gimo? —preguntó sonrojada. Celia tenía pocos conocimientos respecto a la masturbación, pero Inés le había contado que gemir formaba parte del proceso.
—Hazlo contra mi boca, intenta contenerte. —Pablo se encogió de hombros divertido. La inocencia de Celia le parecía tierna—. Hazme caso, es mucho más excitante tomar riesgos. Si en algún momento quieres que pare, dilo, y si te sientes mejor en la cama, lo hacemos allí. Lo que tú quieras, princesa.
El corazón de Celia latía a mil por hora cuando la llamó princesa. En realidad, estaba tan excitada, que no sabía qué quería o no quería hacer. Lo único que tenía claro era que estaba más preparada que nunca para permitir que eso ocurriera. Se moría de curiosidad por conocer qué emociones desencadenaría Pablo con sus dedos, aunque el desconocimiento le llevaba a imaginar simultáneamente escenarios desagradables: temía que le doliera, que su cuerpo rechazara ese gesto y estropeara el momento entre ambos. Era todo tan perfecto. Tan sensual y tan romántico al mismo tiempo... Vencida por la curiosidad, consintió con timidez y Pablo volvió manos a la obra.
Cuando se hizo paso entre sus finas bragas blancas, Celia dejó de respirar por espacio de quince segundos y no se atrevió a moverse. Ni siquiera agachó la cabeza para ver, si no que mantuvo sus ojos azules fijos en los marrones de Pablo. Él le devolvía la mirada con una seguridad que la desarmaba, que le hacía cuestionarse cada creencia. Era tan pequeña a su lado, tan insegura, tan inocente, tan inexperta.
Y entonces empezó.
Sintió un placer al que no había tenido acceso antes por no atreverse a conocerse a sí misma. Un cosquilleo inundó su cuerpo y sin darse cuenta, se le escapó un gemido, el primero de tantos. Él ni siquiera había entrado en ella, solo jugaba con su punto más sensible, sin presionar demasiado, con cuidado, estudiando la cara de Celia y las señales que esta le hacía sin ser consciente.
Notaba la abundancia de la humedad que su cuerpo vertía con cada estimulación de los mágicos dedos de Pablo y sentía como el chico lo aprovechaba para lubricar su abertura.
Atrajo su cabeza a sus labios y le besó con intensidad, escapando algún gemido cada vez que se separaban para respirar, jadeando de placer. Pablo entendió ese gesto como una invitación e introdujo un dedo lentamente, sin perder de vista la reacción de ella. Celia tenía un semblante dulce, pero escondía en su mirada la misma hambruna que tenía él desde el día en que la conoció, esas ganas de poseerse mutuamente, de hacerla suya y ser la causa de su placer.
La tocó primero con dulzura y aumentó el ritmo cuando interpretó de su expresión gozosa que procedía pasar al siguiente nivel. En algún momento, Celia descubrió que sus caderas respondían a los actos íntimos de Pablo y que no solo disfrutaba de lo que él hacía, si no que por primera vez perdía el control sobre sí misma y debía esforzarse por evitar que alguien que les viera desde fuera pudiera sospechar qué pasaba entre ambos. Pero, ¿cómo no lo iban a hacer? Entre el sudor de ella, sus movimientos, y sus continuos besos tan violentos, ¿quién no iba a imaginar el placer que estaba sintiendo?
Celia no consiguió llegar al orgasmo esa primera vez. No había tenido uno en su vida y no sabía ni qué pedirle a Pablo para que le ayudara a alcanzarlo. Pero disfrutó tanto de esa nueva experiencia, que cuando él retiró su dedo, saltó a sus brazos y le besó tan salvajemente que no quedaron dudas de lo eufórica que se sentía.
Jamás había vivido algo tan íntimo, pero se había imaginado mil veces cómo podía hacerle sentir. Era más de lo que contaban sus amigas, más que lo que había leído en libros románticos o en películas del mismo género.
—¿Te ha gustado?
Pablo se limpió la mano en un pañuelo y la miró de arriba a abajo con esa sonrisa traviesa.
—Joder, ¿no se ha notado? —Aún jadeaba y tenía las mejillas coloradas del calor.
Él no respondió pero se acercó a su rostro y le metió la lengua hasta la campanilla, dejándola aturdida otra vez. Después le susurró en la oreja.
—Creo que no se me ha puesto tan dura en mi vida.
Celia rio, divertida, y volvió a besarlo. Esta vez fue ella quien deslizó la mano por su entrepierna para devolverle el placer con el que él le había tenido la generosidad de obsequiarle.
Media hora después los dos se sentían plenamente complacidos. La permanente sonrisa en la cara de Celia no podía borrarse ni con lejía. Entraron en la casa para volver a cambiarse de ropa y marcharse. Se hacía tarde y Celia tenía mucho que hacer. Cada día que pasaba era uno menos para los exámenes, había tanta materia que estudiar que no podía permitirse más de seis horas como esas a la semana.
Mientras se ponía el sujetador, oyó la voz de Pablo desde el cuarto de baño.
—Celia, antes de que nos vayamos... —Escuchó el grifo abrirse y el ruido del agua al chocar contra la pila—. Tengo una pregunta para ti.
—Dime.
Él se asomó al salón y le sonrió al verla semidesnuda.
—Me flipa verte en sujetador.
—Eso no es una pregunta, Pablo. —Rio ella y deslizó su cabeza por su camiseta para ocultarlo.
—Es verdad. —Volvió a sonreír y se aclaró la garganta—. La pregunta es: ¿quieres venir a cenar con mis amigos? Me gustaría que conocieran a mi novia.
Celia se quedó de piedra, mirándole a los ojos y sin saber cómo reaccionar. Eso era muy importante. Le acababa de pedir un compromiso más allá de sus citas picantes en los pisos de la inmobiliaria de su padre, algo que suponía entrar de pleno en la vida del otro. Celia enmudeció y Pablo se tensó. De todas las reacciones que había imaginado, esa ni se la había planteado. Miró a todas partes nervioso y finalmente añadió:
—No pasa nada si no quieres. Era solo una idea...
No pudo terminar, de pronto ella había saltado sobre sus brazos y presionaba sus labios contra los de él en un beso lleno de amor.
—No te puedo describir lo bien que me he sentido cuando lo has propuesto —dijo al separar sus labios de los de él, rodeándole el cuello con las manos—. Estoy encantada de conocer a tus amigos.
—Bien —susurró él contra su boca.
Le sonrió dulcemente y volvió a besarla. Ella bajó de sus brazos y siguió vistiéndose. Definitivamente no se había sentido más feliz en toda su vida.
Empezamos la segunda parte con fuerza 🥰 Celia va perdiendo la inocencia según avanza su relación con Pablo.
¿Qué os ha parecido esta escena? ¿Cómo os sentirías vosotrxs si estuvierais en la piel de ella? Os leo 👀
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