✰ 20. DESCONOCIDOS
Los ángeles también pecan
Los ángeles - Aitana
Salió del baño sintiendo desaparecer el horrible padecimiento de una vejiga al borde del colapso. Caminó unos cuantos pasos a un rincón alejado del tráfico de jóvenes que se tambaleaban o circulaban alienados por el conjuro de aquella lujosa discoteca y sacó el móvil para comprobar si Inés le había escrito. Había tardado más de media hora en entrar a los lavabos a causa de una larga cola de mujeres desesperadas que, como ella, no habían dado con otro servicio que no fuera el de aquella planta. Seguramente tenía algún mensaje de su amiga preguntando si había sido secuestrada.
A pocos metros de donde se encontraba, una pareja discutía acaloradamente. Era imposible no verlos porque estaban montando un espectáculo de voces y gritos capaz de oírse hasta en Australia. Ella gritaba como una loca con lágrimas cayendo por sus mejillas y los ojos oscuros a causa del rímel húmedo. Él discutía algo más calmado, pero se le notaba que sufría. Su mirada brillaba. Por algún motivo Celia pensó que eso era tierno. No solía ver a chicos llorar públicamente.
Como buena cotilla, Celia agudizó el oído intentando captar el origen de la disputa. Tan solo recibía vagos comentarios que no tenían sentido alguno para ella.
Los observó descaradamente, realizando un estudioso análisis de cada uno. La chica era espectacular: a pesar de su pésimo estado, lucía despampanante con esos taconazos rojos y el vestido corto que se ajustaba a su cuerpo resaltando su pecho y caderas. Él, sin embargo, estaba de espaldas y Celia no alcazaba a ver más allá de su cuerpo esbelto enfundado en una americana granate arremangada hasta los codos y unos vaqueros desgastados arrastrándose por el suelo. Le llamó la atención su cabello casi tan oscuro como el de ella.
En un afán por desviar su penetrante mirada de aquella desconocida pareja, Celia retomó su misión de revisar notificaciones de WhatsApp. Efectivamente, tenía un mensaje de Inés escrito en mayúsculas que no se alcanzaba a leer entero desde el salvapantallas. Utilizó el reconocimiento facial para desbloquear el teléfono. Comenzaba a leer la primera línea, cuando un sonido sordo acaparó toda su atención. Levantó la mirada y vio que aquel chico tenía la cara girada. ¿Acaso esa tía acababa de abofetearlo? Qué bestia.
—¡Oye, te has pasado cinco pueblos! —dijo él.
—Eres un capullo —espetó ella.
La despampanante diva de tacones rojos se giró sin disculparse y se largó limpiándose las lágrimas con la manga de su vestido. El chico, no obstante, se quedó quieto y se acarició la mejilla suavemente. Celia no podía verle bien, pero suponía que tenía la marca de la palma de la tía tatuada en rojo vivo. Posiblemente se la mereciera, pero pegar nunca estaba bien, así que en un instinto de solidaridad, Celia se acercó al joven y le tocó el hombro.
El chico se giró lentamente y el rostro que descubrió ante ella le fascinó. De pronto no existía Pablo, ni Iván, solo aquel chaval de mirada verde y pelo oscuro, facciones perfectas y labios irresistibles. La americana de ante resaltaba su piel clara con una elegancia y buen gusto que le hacía aún más atractivo. A Celia siempre le habían gustado los chicos con sentido de la moda.
Él la miró sin decir nada. Sus ojos aún brillaban, recuperándose de la disputa con aquella maravilla humana que seguramente era su novia o ex novia. Cuando quiso darse cuenta, el estudio de Celia se había detenido en los labios de él. No podía dejar de mirarlos.
De pronto se curvaron en una sonrisa pícara y Celia bajó de los cielos del Olimpo para aterrizar en la realidad y tornarse colorada. Se preguntó qué hacía frente a un desconocido comiéndole por los ojos y parpadeó un par de veces antes de volver a mirarle y atreverse a dirigirle la palabra.
—¿Estás-estás bien? —tartamudeó.
—¿Lo dices por María? —Señaló con el pulgar a su espalda—. Sí, tranquila. Ya estoy acostumbrado...
—¿A que te pegue?
—No, que va. Eso ha sido nuevo. —Negó con la cabeza y se rascó la barbilla—. A que monte dramas dónde no los hay y se victimice.
Celia asintió y la vena defensora de su género asomó en forma de pulla.
—A lo mejor te lo merecías...
—A lo mejor no, listilla. —No pareció ofendido el implicado—. No la conoces.
—Ni a ti tampoco.
—¿Y por qué juzgas?
La chica de cabellos negros sonrió derrotada y se mordió el labio a la vez que se encogía de hombros. Su cuerpo parecía indicar que se rendía ante las acusaciones de aquel desconocido. Nadie le había dado vela en ese entierro, no debería haberse entrometido. Dio un paso atrás dispuesta a regresar con Inés y las demás. Aquella escena tan propia de una película ya le había distraído suficiente.
—Oye —La llamó el chico guapo—. ¿Te lo puedo contar?
—¿El qué?
—Lo que ha pasado con ella. —Se refería a la tal María, diva despampanante.
—Si quieres, sí. —Accedió. El chisme siempre ha sido bien recibido en la vida de Celia Pedraza.
—No acostumbro a hablar con desconocidas sobre mi vida personal, pero mis colegas están hasta los huevos de oírme quejarme de María y luego volver tras ella... Y yo tengo de desahogarme con alguien...
—Me pregunto por qué será —se burló Celia—. Ya sé que has dicho que no debo juzgar sin conoceros, pero siento que no es una relación muy sana la vuestra...
Él soltó una carcajada vacía y negó con la cabeza.
—¿Relación? Ojalá hubiera habido una relación. —Se pasó una mano por el pelo—. ¿Ves? Justo ahí está el problema. Ni siquiera nos hemos besado y ella me viene con exigencias propias de una pareja...
—¿De verdad? —dudó Celia—. Hubiera asegurado que estábais juntos.
—Para nada. Bueno, si por mí fuera, desde primero de bachiller estaríamos saliendo. De eso hace tres años. Pero si le preguntas a ella, no siente nada por mí y no le atraigo en ese sentido. —Agudizó su voz haciendo burla al decir eso último—. Y luego bien que me demanda atenciones...
Celia no lo dijo en voz alta, pero se preguntó cómo podía existir alguien en este mundo que no se sintiera atraída por aquel desconocido. Su cara debió ser más transparente que el agua, porque el chico volvió a dedicarle otra de esas sonrisas traviesas.
—Me encantaría saber qué es lo que estás pensando —comentó.
—Ya, a mí me encantaría muchas cosas, como por ejemplo no haber tardado media hora en entrar al lavabo —respondió con seguridad—. Entonces, ¿por qué te ha girado la cara?
—Porque por primera vez en toda mi vida he sido franco conmigo mismo y le he dicho lo que pensaba. Creo que no le ha gustado.
Ella le instó a seguir hablando con la mirada.
—Le he dicho que siempre la he querido pero que me resulta insoportable seguir con el juego de miraditas y flirteos que llevamos desde los diecisiete. Ella me ha negado que existiera tal juego, se ha hecho la loca, y eso me ha jodido muchísimo. Le he pedido que, si tenía claro que jamás íbamos a ser nada más que amigos, me dejara marchar porque es insoportable estar detrás de una persona con la remota esperanza de que algún día se despierte pensando que siempre me ha querido. Esa mierda solo pasa en las películas... La cosa es que ella se ha mantenido en que estoy siendo muy duro y dice que no me ha hecho nada para que la culpara de tanto. —Se detuvo—. Entonces le he dicho que estaba actuando como una egoísta de mierda y a partir de ahí todo han sido gritos.
—Joder.
—Sí, he sacado todo lo malo de mí —reconoció—. Pero estate tú colada por alguien desde hace tantos años y que no pare de darte esperanzas para luego echarlas por los suelos de un plumazo. Es una putada. Ya sé que ella prefiere verse como una pobre inocente que no sabía que me hacía daño, pero no es verdad. Estaba subiendo su autoestima a costa de la mía.
Celia asintió y su mente relacionó esa extraña conversión con las acusaciones de Carlos en casa de Rebeca.
—¿Y esa cara? —inquirió él—. ¿Te acabas de sentir identificada o algo?
—¿Qué? ¡No! —Se molestó—. Oye, ella será todo lo repelente que quieras, pero tú también tienes talento para incomodar con las preguntitas que me sueltas... Aunque, en fin, ya que estamos de confesiones entre desconocidos: el otro día un gilipollas me llamó calientapollas y me estoy replanteando si yo he actuado como tu María sin darme cuenta.
El chaval abrió los ojos como platos y luego frunció el ceño increíblemente expresivo.
—No creo que existan las calientapollas. Creo que existen mentalidades de mierda que inventan palabras como esa. Ya sabes: zorra, guarra, calientapollas, pringado, pardillo, guay, friki... ¿Quién decide su significado? —Sacudió la cabeza en una negativa—. Mira, es igual que la belleza: una cuestión subjetiva que depende del punto de vista. Según quien te mire o con quien te compares puedes sentirte guapo o feo, ¿no? Lo mismo pasa con las calientapollas, lo que a ti puede parecerte ser provocadora a otra puede que no. La cuestión de María, no obstante, es objetiva: yo no la estoy etiquetando con un calificativo porque reprocho su conducta atendiendo a lo que considero correcto o incorrecto, si no que trato de poner fin a una situación que me daña.
A veces, ocurren situaciones en la vida difíciles de explicar, situaciones cuya importancia trasciende más allá de los hechos y las palabras para esconder un significado oculto y subyacente propio de la cultura social, los prejuicios, las ideas preconcebidas... Como cuando Celia no quiso besar a Pablo porque se sentía una Carla Almeida. Son situaciones cuyo origen se remonta a un sistema de creencias más antiguo que nosotros mismos y varias generaciones más atrás.
Cuando aquel desconocido dijo esas palabras sin apenas darle importancia, Celia sintió un extraño alivio que no había sentido ni siquiera al llamar a Pablo.
Explicado de una manera más simple: Pablo dijo que no creía que ella fuera una calientapollas, lo que suponía que sí las había, pero que, en ese momento, Celia estaba fuera del grupo. Del mismo modo, aquello también suponía que su situación podría variar si daba un paso en falso y terminar integrada en ese indeseable grupo. Sin embargo, el chico de Alma decía que las calientapollas no existían. Es decir: ni Celia, ni ninguna otra mujer era parte de ese subgrupo. Las colocaba a todas al mismo nivel, sin competiciones para sentir la aceptación del resto.
Obviamente, Celia no hizo toda aquella reflexión en la discoteca Alma, frente a un desconocido, con unas cuantas copas de más encima. La haría un par de meses después, cuando se cuestionara todas las cosas que le habrían ocurrido en ese intenso período. En aquel momento una especie de campanilla tintineó en su subconsciente. Algo que le decía que aquel chico estaba verbalizando algo que era bueno.
—¿No estás de acuerdo? —preguntó él al verla con cara de tonta de remate venerándolo como un Dios—. Incluso María, que lleva mareándome bastante tiempo y conscientemente, no me parece una calientapollas. Yo también tengo mi parte de culpa.
—¿Tú? Pero si no eres más que el pobre enamorado...
—¿Eso crees? —Frunció el ceño—. He cumplido ya los veinte y estoy persiguiendo a una tía que en tres años ni me ha rozado la mano. Podría haber pasado página y no he querido hacerlo porque se me ha metido en la cabeza que tiene que ser ella y no otra. ¿No es estúpido? Eso no va a pasar nunca y ya va siendo hora de aceptarlo. Mis amigos siempre me repiten que hay muchas chicas fantásticas y maravillosas esperando conocerme. —Añadió eso último con los labios curvados en una sonrisa pícara y mirando de arriba a abajo a Celia—. ¿Cómo te llamas?
—Tengo novio.
—Un nombre precioso —se burló—. Está claro que esta no es mi noche. Casi mejor me voy a ir a mi casa.
Celia se arrepintió enseguida de no revelar su identidad y lo detuvo con la mano. Cuando le acarició el brazo sintió que se le erizaba la piel. Bajo toda esa ropa se sentía la musculatura de un hombre deportivo.
—¿A tu casa? ¿Por mi culpa?
—No, tranquila. —Sonrió secamente—. Ha estado bien hablar contigo, pero hoy he renunciado al amor de mi vida en poco menos de quince minutos. Aunque parezca que no, siento que el pecho me va a explotar y bastante humillante ha sido que vieras como me pegaban un injusto bofetón como para ahora darte el privilegio de verme llorar.
Ella sintió que su corazón se encogía lleno de ternura. Jamás había escuchado a ningún chico hablar con la sinceridad de aquel. Finalmente asintió y le dejó marchar. Él le sonrió una vez más.
—Qué tengas una buena noche. Y no dejes que nadie te ponga una etiqueta: eres, literalmente, una diosa rodeada de sencillos mortales. ¡Adiós!
Le guiñó un ojo y se esfumó entre la multitud, dejando a una confusa Celia con miles de sentimientos arremolinados en su alma.
Cuando volvió al mundo real y se aventuró a subir las escaleras de regreso a la terraza, donde esperaba que siguieran Inés y Paula, una cara conocida emergió de lo alto de la escalinata. Los ojos azul cian de Celia colisionaron con los azul marino de Iván y el mundo se paró.
Bueno, bueno... ¿qué os parece este nuevo personaje? Me apetecía que Celia mantuviera esta reflexión con alguien pero no sabia bien con quien.
¿No os a pasado, que a veces es más fácil hablar con un desconocido que con las personas más cercanas de tu vida? Contadme 👀
Por cierto, ¿que opináis de lo que ha dicho el desconocido sobre que no existen zorras, putas, calientapollas...? ¿Estáis de acuerdo con él?
Si queréis saber quien es este misterioso chico, dadle a la estrellita y seguid leyendo! ⭐️
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