✰ 18. ALMA

Cuántas ganas de llamarte me da esta canción

Corazón sin vida - Aitana y Sebastián Yatra

Alma se alzaba imponente en primera línea de playa; un gigantesco edificio de tres pisos que ocupaba toda una manzana. Se trataba de una de las discotecas más lujosas de la ciudad de Valencia donde, haciendo honor a su fama, las luces y la música ahogaban a la juventud invitándoles a entrar como sirenas en el mar. Celia, Paula, Noe e Inés bajaron del taxi y contemplaron el espectáculo con evidente admiración.

—Lo que se está perdiendo Sara —dijo la más menuda, fascinada.

—Al menos su cuenta bancaria sobrevivirá más tiempo que la nuestra —gruñó Celia—. ¿Treinta euros por la entrada? Por favor, ni que fuera esto el Palacio de Versalles.

Era obvio que a la quejica de turno no le apetecía estar allí y su mala actitud podía amargarles la noche. Tenía sueño, esa era la verdad, y salir de fiesta con sueño es una idea nefasta. Sus amigas la observaron de reojo, pero solo Inés se atrevió a contradecirla.

—Nos lo vamos a pasar de puta madre, ¿entendido? —La agarró por los hombros y la miró a los ojos—. Estás despampanante. Eres un jodida diosa en el centro del Olimpo.

—No estoy buscando pareja.

—¿Y eso qué más da? —Bufó—. Si lo que necesitas es un café, podemos hablar con el camarero, seguro que hay una cafetera escondida por alguna parte...

Las chicas rieron y Celia rodó los ojos, pero se rindió en una sonrisa. Inés hizo un gesto hacía la cola, tan larga que daba ansiedad.

—Los mortales te esperan —bromeó.

Celia la abrazó por la cintura y la empujó para que caminara a su lado.

—Eres insoportable.

—Soy insoportablemente encantadora —corrigió la otra.

En la interminable fila humana les guardaban sitio Olga y cinco amigas suyas. Fue sencillo encontrarlas a pesar de la gente, puesto que el cabello rojizo de la novia de Noe era como un incendio brillando en la oscuridad de la noche. La pareja se saludó con un dulce beso y después presentaron a ambos grupos para iniciar la socialización que iba antes de la entrada a la discoteca. El momento para conversar era ese, pues una vez dentro, el mundo cambiaba: no se escuchaban voces, solo música, y el único idioma que se hablaba era el de bailar en el centro de la pista hasta no poder mantenerse en pie.

—Toma, Celia. —Olga le extendió a la mencionada una botella de litro y medio de refresco parcialmente rellenada.

—No me apetece, gracias.

—Es ginebra.

—¿A sí? —Celia cogió la botella y se la acercó a la nariz. Efectivamente, apestaba a ginebra con limón—. ¿Por qué está en una botella de plástico?

—Para que no nos multe la policía. ¿Sabes cuánto cuesta una copa ahí dentro? —Esperó una respuesta, pero la de cabellos negros solo se encogió de hombros—. Diecisiete euros.

—¿Es una broma? —Abrió los ojos como platos.

—Ojalá. —Olga reiteró su ofrecimiento—. ¿Quieres?

—Sí, por Dios.

Bebieron discretamente y hablaron durante veinte intensos minutos en los que la cola avanzaba tan lentamente, que una tortuga hubiera entrado antes en Alma que cualquiera de ellas.

A pesar de todo, las chicas se lo pasaban bien juntas. Las amigas de Olga eran tan encantadoras como ella y Noe parecía más feliz de lo que había sido en toda su vida. No conseguía desviar sus ojos color miel de la pelirroja, estaba loca de amor.

—Qué envidia —comentó Paula en voz lo suficientemente baja para que la pareja no la escuchara—. Yo quiero tener lo que tienen ellas.

—Pero si tu príncipe azul te espera dentro. —Rio Celia—. ¿Te ha hablado? ¿Sabes si ha entrado ya?

Los labios de Paula se curvaron en una inocente sonrisa romántica. Sacó el móvil del bolso y como embrujada por el deseo de enamorarse, le enseñó todas las conversaciones que había mantenido vía WhatsApp con el desconocido. Aquel galán de supuesto nombre Alberto, decía encontrarse ya al otro lado de la muralla, esperando impaciente a que su princesa derrotara al dragón —segurata— y se reuniera con él cuanto antes. Decía que estaba en la terraza del segundo piso con tres amigos y que todos ellos ansiaban conocer cuanto antes tanto a Paula como al resto de sus amigas.

—Como no entremos ya me moriré de la emoción. —Dramatizó la interesada.

—Ya puede estar tan bueno como en las fotos —murmuró Celia.

En algún momento que rondaba sobre la medianoche, las chicas extendieron sus respectivas entradas ante la seguridad privada de la discoteca y, después de ser acuñadas en la mano con un sello que tenía forma de diamante, se adentraron en Alma.

La fama le hacía justicia. Tanto las luces de colores como el ambiente era inmejorable. La decoración, absolutamente elegante, era limpia —en contraposición con otras discotecas y pubs a los que habían acudido últimamente—. La música atravesaba los altavoces a todo volumen y todas ellas quedaron prendadas del lugar.

—Jamás había estado en un sitio tan impresionante —gritó Inés—. ¡Dios mío, ni siquiera me oigo!

Paula, tan impaciente que no conseguía contenerse, agarró a Celia del brazo y la obligó a seguirla. Inés se apresuró a coger de la mano a su amiga de cabellos carbón y Noe manifestó a gritos que se quedaba con Olga y las demás. Nada que no hubieran podido imaginarse.

Subieron unas extraordinarias escaleras palaciegas cubiertas por una magnífica alfombra púrpura. Celia se dejaba arrastrar por Paula, embelesada por todo el escenario que veían sus ojos. Subió sin fijarse a dónde iban y cuando salieron a la terraza, las vistas le cayeron encima como un sueño.

—Es precioso. —Escuchó decir a Inés tras ella impregnada por la misma sensación de fascinación.

La playa se extendía ante ellas como un paraíso virgen y solitario. Se veía la luna reflejada en el agua salada y a parejas paseando de la mano por la orilla. Una imagen de cuento de verano que incitaba a imaginar historias cursis y románticas de las que todo joven o adolescente querría ser protagonista.

—Sí, sí, sí... —murmuraba Paula ignorando el espectáculo visual—. ¿Dónde está?

—¿Quién? —preguntó Celia despistada.

—Alberto, ¿quién va a ser?

Las tres amigas se miraron y luego echaron un vistazo a su alrededor. Como ninguna lo había visto nunca, era difícil averiguar quién de toda esa gente podía ser el indicado. Finalmente, Inés le pidió el móvil a Paula y entró en la conversación de Alberto para teclear:

PAULA, 00:56:
Soy la del vestido rojo. Estoy con dos amigas de pelo negro y castaño claro. Búscame 🥰

—Ya está. —Le devolvió el móvil—. A ver si nos sorprende...

Mientras esperaban, bailaron y cantaron algunas canciones. Celia, tan poco segura al principio, empezaba a opinar que se encontraba en una especie de mundo paralelo donde los ricos y la élite disfrutaban de los placeres de la vida lejos de los humildes mundanos como ella. Era todo un tanto exagerado, pero el embrujo del alcohol, la noche y el lujo podían confundir a cualquiera.

La primera en verle llegar fue Inés. El caballero andante de blanca armadura de Paula era exactamente tal cual salía en las fotos de Soulmate. Iba vestido con una camisa rosa, vaqueros y deportivas blancas. Poco arriesgado, pero efectivo. Cuando su mirada se cruzó con la de Paula, pareció que el mundo de ambos colisionaba y el tiempo comenzaba a transcurrir a cámara lenta. Fue idéntico a lo que describen las novelas de romance: un flechazo a primera vista.

—Hola, Paula.

El saludo de Alberto era mucho más seguro que cualquier mínimo gesto que Paula se atreviera hacer. Las mejillas de ella se habían teñido de rojo y miraba del suelo a Alberto y de Alberto al suelo, buscando el valor necesario para dirigirse a él.

Al rescate de la damisela en apuros, Celia y Inés, se abalanzaron sobre el chico presentándose con amabilidad y rompiendo el hielo ágilmente.

—Pensaba que erais varios —comentó la más espontánea.

Al lado del pretendiente, se alzaba un chico de pelo claro y gafas que no sacaba las manos de los bolsillos del pantalón y miraba todo el rato a su espalda buscando la forma de salir de allí. La incomodidad de ser sujetavelas. Era comprensible. Celia le sonrió cálidamente, queriendo incluirlo en aquella extraña conversación en la que Paula no hablaba y lo hacían en su lugar sus amigas con el chico que le gustaba.

—Este es Jorge. —Le introdujo Alberto—. Somos cuatro, pero nuestros dos amigos han bajado a los baños un momento. Este sitio es tan grande...

—Sí, Alma es casi un palacio —afirmó Inés.

Hablaron los cinco un rato y la verdad es que Alberto era una persona encantadora. Parecía seguro de sí mismo y muy divertido. Con dificultad podía desviar la mirada de Paula.

Inés se cambió hábilmente de sitio para dejar que la parejita se situara una junto al otro y estratégicamente se internó en una conversación a tres con Celia y Jorge. Había que excluir del círculo social los tortolitos para obligarles a intimar. En aquel rato, no se les vio el pelo ni a Noe, ni a los otros supuestos amigos de Alberto, pero la verdad es que nadie les echó en falta. Se lo estaban pasando divinamente siendo los protagonistas de aquel mágico escenario.

Pasó casi una hora y los efectos de la ginebra se manifestaron en Celia con el síntoma de una grave urgencia por ir al lavabo. Después de lo que había comentado Alberto, sentía más pereza que otra cosa de tener que bajar un piso y hacer cola para poder soltar todo el alcohol que se retenía en su vejiga. Se acercó con discreción a Inés para susurrárselo en la oreja.

—Tengo que hacer pis, ¿me acompañas?

Inés miró a Celia y luego a Paula. Esta última había empezado a hablar con Alberto bastante escueta y apenas tenía el valor de mirarle a los ojos. Ambos se habían alejado unos metros, en busca de una intimidad que no era real entre tanto griterío.

—Mejor quédate con Pau —cedió Celia sin esperar a que su amiga lo sugiriera.

—¿Seguro?

—Sí, no te preocupes. —Asintió con la cabeza y una bonita sonrisa—. Si en media hora no he vuelto, baja a buscarme.

—Hecho.

Celia se alejó del grupo algo mareada, pero plenamente consciente de la realidad que la envolvía. Aquel inocente gesto iba a desencadenar una serie de casualidades inimaginables.

Una vez me dijo una amiga, que las mejores noches o las más interesantes de su vida han sido aquellas de las cuales no tenía ninguna expectativa.

Creo que es totalmente cierto, ¿os ha pasado? 👀

Recordad — ⭐️

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