✰ 15. NUNCA
Déjame probarte, sin punto y aparte
Nada sale mal - Aitana
En pocos minutos llegaron a Paterna, otra población muy próxima a Burjassot. Celia nunca había estado allí, no conocía a nadie que viviera por esa zona y jamás se había visto con la necesidad de visitarla. Estaba sentada en la moto detrás de Pablo, con las manos bien sujetas al sillín, la mochila balanceándose en su espalda y el casco atado a la barbilla. Miraba las calles sorprendida, preguntándose qué hacían ambos en ese lugar.
Durante los diez minutos en los que Pablo había conducido hasta la deshabitada calle en la que se encontraban, Celia no había perdido de vista su nuca. Sentía un inexplicable deseo de obligarle a girarse, agarrarla y atraer su cabeza rizada hacía ella con tanta intensidad y violencia que le estremecía pensarlo. Para cuando paró la moto frente a un edificio color ladrillo muy poco agraciado, Celia tenía las hormonas más alborotadas que nunca.
—Hemos llegado —anunció al apagar el motor.
Se quitó el casco con una mano y Celia hizo lo propio. Después de bajar del asiento, la invitada a aquel remoto lugar escudriñó su alrededor en busca de pistas que le aclararan por qué la había llevado a allí.
—¿Qué hacemos aquí? —Se rindió a preguntar finalmente.
Miraba los balcones, intentando reconocer el espacio infructuosamente. Cuando bajó los ojos, Pablo sonreía apoyado en la pared y mecía un llavero en el dedo índice.
—Mi padre es agente inmobiliario. Un autónomo más en este mundo capitalista. Es gerente de Viviendas Aguirre S.L. Nada del otro mundo, pero por aquí hay varios pisos que alquila por temporadas, sobre todo a estudiantes del campus de Burjassot. —Señaló la puerta de cristal a su derecha—. En este portal tenemos un bonito ático para ambos donde te espera una comida deliciosa.
Celia sonrió, gratamente sorprendida. Atravesó el portal en cuanto él le abrió la puerta e hizo un gesto caballeresco para cederle el paso. Anduvo frente a Pablo sin tener idea de qué escondería ese apartamento, descubriendo el humilde edificio que no contaba ni con ascensor.
—Lo sé, es una putada. Hay que subir por las escaleras. —Se excusó el chico—. No es muy romántico, pero no he podido hacer otra cosa. La próxima vez cogeré las llaves de algún piso del centro. Algo más bonito y lujoso.
—No te preocupes. Me encantan las cosas sencillas.
Celia se lanzó a subir las escaleras sin mirar atrás. Pablo tardó un poco más en hacer lo propio, recreando la figura esbelta y llena de curvas de Celia enfundada en unos pantalones vaqueros de talle alto y cintura ajustada a conjunto de una camiseta púrpura de manga larga cuyo corte se elevaba muy próximo a su pecho. Embelesado la siguió.
Al llegar a la puerta, él abrió haciendo gestos como un mayordomo y le enseñó el pequeño espacio en apenas un minuto. Una cocina, un salón-comedor que contaba con poco más que un sofá, mesa y sillas de Ikea, tres cuartos con cama y armario y, finalmente, la esperada terraza, orgullo de todo ático.
—Es un sitio acogedor... —comentó Celia. Nada del otro mundo, pero mucho más cómodo besarse allí que en un banco de un parque a la vista de todo el mundo—. ¿Y la comida?
Pablo abrió la nevera y sacó un par de pizzas congeladas y refrescos.
—¿Barbacoa y cuatro quesos? —preguntó mostrándolas—. He salido de trabajar tarde y solo quedaban estas dos.
—Me parece estupendo —se apresuró a decir ella—. Había olvidado que tú ya has acabado la universidad... ¿Qué edad tienes?
—Veintitrés —respondió—. Trabajo con mi padre en la inmobiliaria. Tú pareces recién entrada en la mayoría de edad.
—Así es. Dieciocho. —Celia se puso nerviosa.
Pablo se acercó dando cortos pasos hacia ella hasta quedar a pocos centímetros de su cuerpo. No se tocaban, pero la química hacía el resto. El calor se apoderó de nuevo de ambos y las mejillas de ella se encendieron.
—¿Iván y tú tenéis la misma edad?
Él asintió sin desviar los ojos de su mirada azul. ¿Por qué había nombrado a su vecino? No, Celia, no. Si estás con este, estás con este. ¡No puedes traer a colación a su amigo!
—¿Sois muy cercanos? —Era incontrolable. Tenía mucha curiosidad por saber cómo de unidos estaban ese par.
—No tanto. —Aproximó sus labios al cuello de Celia y comenzó a besarla lentamente.
—¿Y por qué fuisteis juntos a la fiesta de Marcos? —murmuró ella, sintiendo que empezaba a perderse.
—Porque estaba con él cuando me invitó y diría que por cortesía le propuso a Iván que viniera también —Alcanzó a decir él entre beso y beso.
Se separó de ella un instante y volvió a mirarla con esas pupilas tan repletas de secretos y misterio.
—¿Por qué lo preguntas?
Ella se encogió de hombros.
—Curiosidad.
Temía parecer infantil o delicada. Quizás por ello fue esta vez Celia quien dio el primer paso al besarle. Le devoró como quien lleva mucho tiempo sin comer y tiene ante así un auténtico manjar, abriendo la boca y acariciando su pelo, su cuello, sus hombros, su espalda, su cuerpo. Él no perdió el tiempo: tan pronto los brazos de ella le habían rodeado, abrazó su cintura y la acercó bruscamente hacía su pelvis. El comportamiento de antes, tan discreto cara el público, se había transformado en una especie de hambruna salvaje que le llevaba a explorarla por todos los rincones. Su cintura, sus glúteos, su espalda, su vientre...
Cuando posó una mano sobre uno de sus pechos, Celia se sobresaltó.
—¿Pasa algo?
El rostro colorado y sin aliento de ella parecía inseguro. Pablo le lamió los labios dulcemente y la separó de él.
—Voy a calentar el horno. —La besó en la mejilla y salió de su campo de visión entrando en la cocina.
Una vez sola en aquel extraño salón, Celia se sentó un poco abrumada en el sofá. El momento que llevaba temiendo desde que el motero le abrió la puerta de la entrada se aproximaba. Aún con dieciocho años y medio curso universitario a sus espaldas, Celia se veía en la tesitura de frenar a Pablo porque todo iba demasiado rápido. Su experiencia llegaba desde los excitantes besos hasta un par de tocamientos entre el pecho, los glúteos y alguna que otra paja de poca monta en un coche a oscuras de algún inadvertido descampado. Cutre pero cierto. En consecuencia, jamás había practicado o le habían practicado sexo oral, tampoco le habían masturbado ni se había masturbado ella misma y mucho menos había sido la penetrada por nada que no fuera un tampón en los días más abundantes de la menstruación.
La inexperiencia la acomplejaba tanto que se había pasado los últimos días sintiendo una innegable ansiedad y temor que solo procedían de ella misma. Evidentemente, la irresoluble discusión con su hermana no había hecho más que empeorar el asunto. En sus más oscuras pesadillas, soñaba que todo salía mal y Pablo la abandonaba por creer que era aburrida. Hablando del Rey de Roma, el protagonista de sus sueños y pesadillas volvió a asomarse por la puerta.
—Estará listo en media hora —declaró—. Oye, ¿estás bien? Te has puesto seria de repente.
—Sí, bueno...
—¿Eres virgen?
La pregunta le pilló tan de sorpresa que Celia se sonrojó más intensamente que en toda su vida y sintió que le temblaba la voz. Pablo, de nuevo con la sonrisa socarrona en los labios, se sentó a su lado sin quitarle la mirada de encima.
—Celia, tranquila. Me lo imaginaba.
—¿Qué quiere decir eso? —La voz derrochaba preocupación con cada sílaba que pronunciaba.
—Que está dentro de lo normal. No pasa nada.
—¿De verdad? —Dudó ella observando su rostro impasible en busca de evidencias que significaran lo opuesto—. Con veintitrés años imagino que tú llevas una buena experiencia a tus espaldas.
—Sí, un poco sí —rio.
Celia lo miró de reojo y apretó los labios tímida. No le había gustado mucho que lo confirmara, pero ¿qué podía hacer ella? Todo el mundo tiene pasado.
—Tampoco he hecho sexo oral —añadió suavemente.
—Vale.
—Ni me han masturbado.
—¿Eso tampoco? —Frunció el ceño confundido.
—¡Pablo!
—¡No digo nada, no! —Alzó las manos en una muestra de redención y se rio a carcajadas—. Es que con lo guapa que eres me extraña que nadie se me haya adelantado. —Le pasó un brazo por los hombros acercándola hacía él y ella se apoyó en su pecho con los brazos cruzados—. Venga, Celia, no te enfades. No pasa nada. No ha sido el momento adecuado ni has encontrado a nadie que te hiciera sentir cómoda para todo eso. Yo no tengo ninguna prisa. Podemos hacer lo que tú quieras.
—¿De verdad no te importa? —Se miraron a los ojos y la sonrisa conciliadora de él la hizo sentir a salvo.
—De verdad. Está todo bien.
Se agachó a besarla dulcemente, disipando cualquier duda sobre su estado de ánimo. Extendió el beso con cariño sin acariciarla o tocarla más allá de aquel musculoso brazo que la rodeaba y el roce de sus labios. Impulsivamente, Celia se subió encima de Pablo y le besó con algo más de intensidad, mordiéndole el cuello y lamiendo su piel. Ser virgen no era sinónimo de ser aburrida. Sus hormonas estaban igual de excitadas que las de él.
—Frena un poco, vaquera —le susurró al oído—. No puedo controlarlo todo...
El trasero de Celia sintió el bulto incontrolable al que se refería Pablo: una evidente erección. Sin parar de besarle, desató su cinturón e introdujo una mano entre sus calzoncillos, explorando al supuesto ingobernable. Lo acarició y después lo frotó en movimientos que iban de arriba a abajo progresivamente.
—¿Seguro?
—Eso no es nuevo Pablo —acortó ella—. Ven.
Dirigió la mano de él hacia su pecho, deslizándola por debajo de la camiseta. Sin renunciar al esperado privilegio, Pablo la acarició primero con suavidad y luego, con algo de violencia, le quitó la camiseta, atrayendo el cuerpo de Celia hasta su boca, lamiendo y besando todo a lo que tuvo alcance.
Las cosas se están poniendo intensas entre Pablo y Celia. ¿Creéis que Iván tiene alguna posibilidad? Os leo 👀
Espero que mi esfuerzo haya funcionado y os haya gustado esta escena. Es la primera vez que escribo algo erótico, ¿que tal lo he hecho?
Si os ha gustado y queréis más, dadle a la estrellita ⭐️
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