✰ 11. LA CITA
Madre mía, ¿cómo se hace para tanta conexión?
Tú lo sabes, yo lo siento, vamos a otra habitación
Donde nadie, nadie pueda oírnos
Se nota en mi boca que yo no quiero hablar
Formentera - Aitana y Nicki Nicole
Celia amaneció nerviosa. Se preparó en poco tiempo para su cita con Pablo, si quedar a comprar un regalo para su madre podía considerarse una cita. La noche anterior él le había acompañado a casa como un caballero. Ambos a solas, sin más ruidos a su alrededor que algún coche que aún circulaba a la una de la noche y el rumor del viento chocando contra los tejados y las ramas de los árboles. Pablo le había tomado de la mano y se la había rozado con los labios: un amago de beso, fugaz y delicado.
Todo en él la hacía estremecerse, desde su cuerpo atlético y alto hasta su pelo rizado con ese mechón rebelde que siempre se separaba del resto para caer sobre su frente. Su mirada era confiada, sensual, como si entre tanta dulzura y tanto cariño se escondiera un hombre duro y firme, alguien que podía pasar de las caricias más tiernas al salvajismo más estremecedor. Sus ojos marrones ocultaban un misterio imposible de resolver.
Al contrario que Iván, Pablo se acercaba a ella y se interesaba por sus aficiones. No todo era seducción, también había una parte más profunda en su relación. La contemplaba embelesado y se esforzaba por complacerla y hacerla feliz. Celia se sentía cómoda a su lado, creía que era el chico ideal.
Por otra parte, su vecino era un caso distinto. Con esa actitud de indiferencia, le parecía alguien complejo, indeciso, de la clase de personas con problemas por resolver que terminaban arrastrando a una al centro de un remolino de obstáculos y sentimientos dolorosos.
Así que había decidido darle una oportunidad al primero y no al segundo.
Bajó revoloteando entre nubes de algodón, impaciente por ver la atractiva cara de Pablo de nuevo, por disfrutar de su compañía, de su perfecta sonrisa, de sus juegos de miradas. Él la esperaba apoyado en un banco, con una chaqueta vaquera y pantalones oscuros de pana. Miraba el móvil, abstraído en quién sabe qué, tan guapo que el saludo de Celia se perdió en un suspiro. Pablo alzó sus ojos marrones y tan pronto la vio esbozó una enorme sonrisa. Ella sonrió de vuelta con el semblante de una soñadora y los dos caminaron en dirección a una librería de segunda mano en Avenida Reino de Valencia.
—Es mi lugar favorito en La Tierra —explicó Celia—. Jamás me he sentido tan cómoda como lo hago cuando me siento en una de esas butacas para hojear un libro. La dependienta me conoce desde que tenía siete años.
—Me hace gracia imaginarte pequeñita.
Ella se rió con esa inocencia propia de las personas que no piensan nunca nada malo de nadie.
—No te creas, en realidad tuve una infancia complicada...
—¿Por qué? —inquirió Pablo.
—Bueno en el colegio me hicieron bullying durante muchos años. Por suerte las cosas mejoraron cuando me cambié de instituto. Allí conocí a Sara, Inés y el resto de las chicas. —Suspiró con aire nostálgico—. Sinceramente, son lo mejor que me ha pasado en la vida.
Pablo guardó las manos en los bolsillos de la cazadora y miró al cielo pensativo.
—Debiste sentirte muy sola —comentó—. Los niños a veces son unos auténticos cabrones.
—Sí, la verdad es que sí...
Sus palabras se extinguieron en otro suspiro. Celia parecía debatirse entre abrir su alma contando algo que para ella había resultado duro y desagradable o silenciarse y dejar que fluyera la mañana con la alegría y tranquilidad intacta.
—Puedes contármelo si quieres —la instó Pablo.
Celia se detuvo a mitad de camino. Por un lado creía que contarlo en voz alta a alguien que no fuera una de sus amigas podría ser liberador. Por otra parte, era más fácil ignorar el pasado y centrarse en el presente.
—Yo era diferente a los demás. Me gustaba leer, dibujar, inventar historias... Era capaz de pasar el día hablando sobre elfos, enanos, brujos y hobbits; vivía soñando con participar en mi propia aventura, como en las películas de ciencia ficción. —Se animó a explicar finalmente—. A veces deseaba con todas mis fuerzas despertarme una mañana teniendo poderes, conociendo a un brujo poderoso o algo así que me sacara de este aburrido mundo y me llevara por ahí a enfrentarme a mil demonios, conjurando hechizos y luchando con espadas.
—Yo me iría contigo —dijo Pablo.
La severidad con la que el chico había pronunciado esa afirmación le arrancó una sonrisa sincera.
—Ya, pues no todo el mundo opina así. —Rio nerviosa—. Cuando las chicas de clase empezaron a fijarse en chicos a los doce, yo solo pensaba en dibujar dragones y hadas. Esa era mi ambición, ¿sabes? Ser ilustradora. Sin embargo, lo único que conseguí fue convertirme en el bicho raro de clase. Se burlaban de mi imaginación. Por algún motivo, ser pringada suponía ser inferior al resto de niños. No me saludaban si me los cruzaba fuera del horario escolar. Fingían que no me veían. Una vez quise plantar cara y detuve a un chico de mi clase por la calle que se hacía el tonto haciendo que no me había visto. Le agarré del brazo y le obligué a mirarme a los ojos.
—Bien hecho. —La expresión facial de Pablo era seria, aprobando realmente la conducta de Celia.
—Él iba con unos amigos suyos. Se zafó de mí y me miró con cara de asco de arriba a abajo como si estuviera loca. Les dijo a sus amigos que no me conocía.
—¡Qué estúpido de mierda! ¡Eran unos putos maleducados!
—Sí que lo eran. —De pronto Celia parecía ahogada en miles de recuerdos dolorosos—. Además llevo gafas. Ahora me he puesto lentillas, normalmente uso las lentillas, creo que me favorecen mucho más, pero de pequeña tenía que ir con unas gafas de pasta negra que me aumentaban los ojos una barbaridad. Me sentía horrible y los chicos de clase me llamaban fea. —Se rió avergonzada—. Sé que puede sonar infantil, pero me hicieron sentir fatal durante mucho tiempo. Con quince años, al jugar al juego de la botella en un campamento, me tocó besarme con un chaval de clase que no era de los más populares pero tampoco un pringado. Se negó a besarme porque yo no era bonita. —Dejó escapar un bufido—. ¡Dios mío! Si lo hubieras visto... Era un chico sucio y vulgar que eructaba cada cinco minutos. Sin embargo, se sintió con el poder suficiente de menospreciarme y expresar que él no se rebajaría a besar a alguien como yo.
Negó con la cabeza y reanudaron la marcha. Pablo no perdía detalle de la actitud de ella. En cierto modo temía que se echara a llorar en cualquier momento.
—Estaban ciegos los niños de tu colegio. Tú eres la chica más guapa que he visto en mi vida.
Celia se sorprendió ante tal confesión y lo buscó con la mirada. Él la observaba, seguro de sí mismo, y sonreía. Tenía las manos escondidas en los bolsillos y un rizo independiente se mecía levemente en su entrecejo.
—Mentiroso... —Ella se sonrojó y le empujó suavemente en el hombro—. ¿Cómo voy a ser la más guapa?
Pablo volvió a detenerse en medio de la calle y se distanció unos pasos de Celia para mirarla fijamente.
—Tienes unos ojos que parece que escondan todo el cielo del día, el pelo negro como la noche contrastando con tu mirada. —Torció el gesto simulando analizarla y Celia rio a carcajadas—. Tus rasgos son casi angelicales. No te rías, hablo en serio. Cuando te vi la otra noche al abrirme la puerta en la fiesta no daba crédito. Pensé que me había equivocado de piso y estaba dispuesto a dar plantón a Marcos y quedarme contigo, conociéndote hasta el amanecer.
Era la primera vez que alguien le decía algo así. Tímida, miró hacía otra parte y se dio cuenta de que ya habían llegado. Estaban en frente del escaparate de la librería. La mirada de Celia se perdió entre todos esos libros viejos y olvidados, libros que alguna vez pertenecieron a alguien pero que fueron despachados en busca de una nueva vida, de un nuevo dueño que los hiciera propios, que disfrutara de sus historias, de sus conocimientos, de sus palabras... Cada vez que veía ese escaparate, una profunda sensación de ensueño la invadía por completo, como si la tienda la llamara y una fuerza imbatible le arrastrara a hacer suyo un volumen.
—Son bonitos.
La voz de Pablo la hizo regresar a la realidad y desviar sus ojos azules hacía los de él. Se vio reflejada en sus pupilas y quedó embrujada por el misterio que escondían. Él se acercó a ella lentamente, sin romper el contacto visual. Estaban tan próximos el uno del otro que podían escucharse respirar mutuamente. Celia, muy nerviosa, miró al suelo. Un escalofrío le erizó el vello y sintió que sus latidos se repetían cada vez en intervalos más cortos.
—Lo pasé muy mal en el colegio. Muchos días regresaba a casa llorando hasta que me dolía la cabeza o me dormía agotada en el sofá. —Continuó hablando—. Entonces empecé a leer de forma obsesiva. Un mundo en el que todo era posible se abrió ante mí, donde los protagonistas tenían poderes mágicos, vivían aventuras extraordinarias o encontraban un amor tan intenso y verdadero que las consumía.
Al decir esto último, levantó la cara hacia Pablo.
—También pintaba mucho. —Celia se miró las manos. Casi podía ver un pincel entre ellas—. Me daba la vida hacerlo, sentía que podía plasmar cada uno de mis sentimientos en un trozo de papel y crear absolutas maravillas. Llegué a gastarme casi todo el dinero que me daban mis padres o mis abuelos para quedar con unas amigas que no tenía, en colores, rotuladores, pinceles, libretas... La industria del material de bellas artes se habrá hecho millonaria gracias a mí, estoy casi segura.
Pablo se rió, acercándose más. Sus ojos marrones brillaban de admiración. Agachó su rostro a la altura del de ella, buscándola con su mirada oscura y cuando sus ojos chocaron, sin tocarla, dio un paso al frente y le robó un beso. Dulce, suave y delicado. Celia, no se movió del sitio. Recibió el beso como se recibe una caricia de alguien querido y entreabrió los labios para permitirle entrar, disipando las dudas que pudieran bailar por la mente de Pablo en cuanto a su consentimiento. Entonces él la cogió de la cintura atrayéndola hacía sí, extendiendo aquel beso un poco más, abrazando su cuerpo y presionándolo contra el suyo.
No fue el primero de Celia, ya había probado otros labios mucho antes, pero sintió que nunca alguien la había tratado con tanta dulzura. Le rodeó la nuca con los brazos y siguió besándole frente a su escaparate favorito.
Cuando se separó de él, lo primero que vio fue esa preciosa sonrisa suya y luego el conjunto de su atractivo rostro. Olvidó a Carla Almeida y todos los prejuicios que pudieran existir si le ponía las cosas fáciles o no a aquel chico. Él no era como los tíos con los que se acostaba Carla.
Se abalanzó sobre Pablo y le besó de nuevo, abriendo la boca y enredando sus lenguas con deseo, intensidad y pasión. Perdió sus dedos entre sus rizos, atrayéndolo hacía sí, y dejó que él la rodeara con los brazos y deslizara sus manos por la espalda, robándole el aliento.
—Creo que este acaba de convertirse en mi beso favorito —murmuró él con su frente pegada a la de ella y sin soltarla de sus brazos.
—Yo espero que haya muchos más con los que comparar —murmuró de vuelta ella.
Se separó de sus brazos y cogiéndole de la mano le condujo hasta el interior de la tienda, donde todos esos libros antiguos les contemplaban siendo testigos de que Celia y Pablo se empezaban a enamorar.
¿No os parecen monísimos Pablo y Celia? Pero aún queda mucho por contar y este amor va a ser toda una montaña rusa 🎢
¿Qué pensáis de Pablo? Os leo 👀
Y como siempre, recordad votar si os gusta lo que estáis leyendo ⭐️
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