✰ 10. JUEGO DE MIRADAS

Prefiero herirme, antes que irme y ser dos extraños

No te has ido y ya te extraño - Aitana

Al siguiente día Iván salió de su casa a pasos lentos e indecisos. Cerró la puerta tras de sí con una actitud pasiva y no despegó la mano del pomo hasta pasados unos segundos, como si pretendiera volver a presionarla y entrar de nuevo a la seguridad del hogar. Le dolía reconocerlo, pero sentía pavor por ver a Celia de nuevo. La última vez le había gritado palabras duras, llenas de odio, y él se había sentido muy pequeño de pronto.

La verdad era que Iván no estaba acostumbrado a ser rechazado y no podía entender que su mirada sexy hubiera sido interpretada como algo negativo. O sea, funcionaba siempre, a las chicas generalmente les encantaba, ¿no? Dios mío, ¿y si nunca le había gustado a ninguna, pero Iván se había autoconvencido de que sí? Joder, eso sí que era hacer el ridículo.

La cuestión era que no le había complacido en absoluto que la noche saliera tan contraria a lo que él había previsto, ni tampoco los gritos de ella acusándolo de ser la peor persona del universo. A causa de todo ello, ahora le daba un corte enorme verla de nuevo.

Realmente pensaba que Celia había tenido alguna clase de interés en él. Habría jurado que sus mejillas sonrojadas, su actitud sumisa, aquellos nervios que la inducían a temblar cada vez que estaban solos entre las cuatro paredes del ascensor, eran muestras de deseo. Nunca se le había ocurrido que Celia pudiera sentir miedo de él. Así pues, desde aquel sábado por la noche, Iván sentía vergüenza.

Subió al ascensor y presionó el botón de la planta baja. El día anterior se había planteado muy seriamente la idea de no acudir al Castillo, el bar de confianza de Marcos Díaz y sus colegas de natación, porque sabía que Celia estaría allí con ellos.

Llevaba toda la semana evitándola, llegando o muy pronto o muy tarde a sus clases del máster, esmerándose por no coincidir en el rellano ni en el ascensor. Antes se encontraban todas las mañanas, bajaban juntos a la calle y se separaban cada uno en una dirección, ella camino a la Facultad de Farmacia y él a la de Informática. Eran apenas unos tres minutos de compañía al lado del otro, pero en todo ese tiempo, Iván los había disfrutado plenamente, llegando a olvidarse las llaves dentro de casa e ignorando volver a recogerlas solo por pasar ese momento junto a ella.

Salió a la calle y un frío cortante le golpeó. Su nariz enrojeció, dando signos de un futuro constipado prácticamente inevitable.

Era tarde y él era muy consciente de ello. Aun así caminaba lento, retrasando su llegada todo lo posible. Recordaba a Pablo llamarle anoche y preguntarle si quería unirse al grupo del sábado para tomarse unas cervezas después de cenar. Se recordaba a sí mismo afirmando que le encantaría. Luego Pablo había nombrado a su vecina y él había deseado con toda su alma cambiar la respuesta y buscar una excusa para no ir. Pero ¿cómo retractarse sin confesar lo evidente? Es decir, que Celia le atraía y que ella le había mandado a tomar viento fresco en poco menos de una noche. Lo primero su amigo lo sabía, lo segundo, no.

Ensimismado, volvió a la realidad en el momento en que la fachada del Castillo se presentó ante él. Los vio sentados alrededor de tres mesas cuadradas de la terraza: Marcos Díaz, Daniel Márquez, Sara Marco, Celia Pedraza, Pablo Aguirre y dos personas más que no conocía. Tragó saliva al descubrir que la única silla libre estaba justo al lado de Pablo y enfrente de Celia.

Por un momento se planteó huir, salir corriendo de allí y volver a su casa, llamar a Pablo y fingir el inminente catarro que en poco días iba a ser una realidad. Entonces Marcos, el anfitrión de la fiesta de la otra noche, le reconoció desde lejos, se levantó y lo saludó.

—¡Iván! —Agitó las manos como un controlador aéreo, haciendo aspavientos para llamar su atención.

El aludido intentó serenarse y fingir normalidad. No supo bien si lo consiguió o no, pero se presentó en la terraza y saludó a todo el mundo dejando para el final a Celia. Ella parecía incómoda, estaba tensa y no se atrevía a mirarle a la cara. Fueron dos minutos de incesante estrés en el que más de uno se percató de la desagradable situación que vivían ambos jóvenes. Al menos así lo notaron Pablo, Sara y Marcos.

Dispuesto a romper el hielo y desalojar ideas infundadas de mentes ajenas, Iván adoptó su usual actitud de rebelde despreocupado y le habló con naturalidad.

—¿Qué tal, Celia? No hemos coincidido últimamente. —Miró a los chicos nuevos, los dos amigos de Marcos cuyos nombres desconocía—. Es que vivimos en el mismo edificio.

—¿En serio? Qué casualidad. Pues podríais haber venido juntos —dijo uno de ellos más por cortesía que porque le interesara la información.

—Sí, es verdad. Pero yo tenía cosas que hacer y me he retrasado — mintió.

Celia se sentía un poco perdida con los actos de Iván. Él mantenía un rostro amable y ella no entendía por qué si su última interacción había sido una catástrofe. ¿Ese cambio era bueno o malo? Le miraba con una ceja un poco más elevada que la otra, interrogándole en silencio. Iván le devolvió la misma mirada fugazmente e hizo un gesto casi imperceptible en dirección a su derecha. Ella se giró, siguiendo sus ojos, y se encontró con Pablo observándola atentamente.

Sintió que su corazón daba un vuelco y empezaba a bombear sangre a toda prisa. ¿Qué pensaría? ¿Cuánto había visto de aquel breve juego de miradas que escondían secretos? No quería que lo malinterpretara, pero ya era tarde. Pablo se había dado cuenta de que algo había pasado entre ellos dos y Celia, nerviosa, empezó a dar tragos a su bebida de forma impulsiva y a cavilar una manera de solucionar esa situación

El partido de indirectas y miraditas se extendió a lo largo de la noche. Sara, no muy avispada para esta clase de cosas, centraba toda su atención en Dani, ya que era la razón por la que había acudido a esa quedada en primer lugar. Celia, pues, quedaba relegada a un segundo plano sin el refuerzo cómplice de su amiga, internándose en una conversación a cuatro con Pablo, Iván y un chico rubio con el pelo cortado como si fuera un casco que hablaba de los beneficios del cannabis.

—Deberías quedar más con Iván. —Se escuchó decir Celia—. No sabes lo aficionado que es a fumar hierba.

Era raro porque ya había decidido que quería estar con Pablo, pero no podía evitar reclamar también la atención de su vecino. La verdad es que sentía que le había juzgado demasiado rápido.

—Eso es una exageración —dijo él—. No fumo tanto.

—El garaje huele a porros cada día —aseguró ella y le retó con los ojos y una sonrisa socarrona.

—¿Tú bajas al garaje todos los días? —preguntó Iván de vuelta.

—Bueno... todos, todos, no, pero siempre que bajo huele.

—Estoy viendo lagunas en tu acusación, ¿seguro que no quieres retractarte? —bromeó.

Era la primera vez en dos horas desde que habían protagonizado el juego de miradas en medio de todos los comensales, que Iván y Celia se dirigían el uno al otro directamente. Él sintió que parte de la tensión e incomodidad que compartían al inicio se desvanecía y ella recibió su sonrisa como una tregua, permitiéndose reír su comentario.

—Vale, vale. —Levantó las manos en el aire—. Lo retiro. Iván es un chico muy sano.

—Tampoco te vayas al polo opuesto...

Pablo parecía no participar del coro de risas, aunque no era ajeno a lo que hablaban. Les miraba con recelo, pensativo, seguramente especulando qué sería aquello que le faltaba por saber. Especialmente fulminaba con la mirada a Iván, pero cuando este, consciente de aquella actitud hostil, le habló, Pablo contestó educadamente sin indirectas de mal gusto o tono cortante. Simplemente respondió con naturalidad, dando a entender tácitamente que no había ningún problema. Iván no entendía el porqué de la actitud de su amigo y Celia ni se inmutó por el extraño comportamiento de Pablo y siguió conversando con su vecino.

—¿Por qué no te he visto estas mañanas? —le preguntó.

—Eh... —dudó Iván antes de responder—. Tenía un horario diferente.

Su tono de voz evidenciaba la falta de credibilidad en sus propias palabras.

—¿Entonces este lunes volveremos a coincidir en el ascensor? —inquirió ella poco convencida.

—¿Por qué lo preguntas? ¿Es que quieres verme? —Iván le guiñó un ojo con altanería.

Ella sonrió y negó con la cabeza. Objetivamente, Iván y Celia llevaban un pique de indirectas del que toda la mesa era testigo menos ellos dos, que insistían en que solo eran dos vecinos marcando una tregua temporal. La realidad es que se les notaba disfrutar de la compañía mutua.

—Oye, Celia, estaba pensando... —Por fin Pablo se animó a intervenir silenciando a Iván.

—Dime. —Le sonreía ajena a la rivalidad que se había creado entre ambos jóvenes por ella.

—¿Me acompañarías a comprar un libro?

—¿Un libro?

—Sí, para un regalo. Se lo quiero dar a mi madre. A ella le encanta leer, como a ti.

—¿De verdad? —Se sorprendió gratamente. Que le hablaran de lectura era siempre un tema acertado para ganar su simpatía—. ¿Y en qué autores has pensado? ¿De qué género? ¿Romance? ¿O mejor misterio? Mis favoritos son los de terror... —La emoción de hablar sobre aquello que amaba afloró en Celia en forma de un torrente de palabras y preguntas retóricas.

Pablo se rió e Iván le observó fascinado. Había algo en ella increíblemente  atractivo cuando hablaba de sus pasiones.

—¿Cuento contigo? —insistió Pablo.

—Claro, por su puesto.

—¿Pues cómo te viene mañana a las diez?

—Perfecto.

Pablo miró a Celia a los ojos y sonrió a medias con esa boca ladeada que tanto le atraía a ella. La mirada que le dirigió fue tan significativa que Iván sintió una oleada de celos incontrolable. El que se suponía que era su amigo le preguntó a la chica por sus libros favoritos, dando paso a una eterna conversación en la que Iván quedaba cada vez más relegado a un segundo plano.

Cuando se dio cuenta de que la chica de cabellos carbón solo tenía ojos para Pablo, se levantó de la mesa y anunció su marcha. No le gustaba ser el idiota con cara de pena que mendigaba la atención de su vecina. Lo que sí estaba era con un cabreo enorme hacia su colega. ¿Por qué Pablo tonteaba con Celia si sabía que le gustaba a él? ¡Es que encima habían quedado ambos al día siguiente!

—Espera. —Le detuvo Celia agarrándole del brazo—. ¿No nos vamos juntos?

—Creo que mejor no.

No espetó la frase, pero casi. Se sentía demasiado molesto como para ser amable y no tenía ganas de pasar el camino de vuelta escuchando a su vecina preguntarle cosas sobre Pablo. Ya sentía suficiente humillación.

—Pero si vivís en la misma finca. —Marcos verbalizó lo obvio.

Esa estúpida batalla por conquistar a una mujer le parecía algo infantil e innecesario, además de terriblemente doloroso. ¿A Celia le gustaba Pablo? Pues todo para ella. No iba a competir por nada del mundo.

—Es que no me voy a casa —dijo Iván.

—¿Y dónde vas, si se puede saber? —preguntó ella, cuestionando su credibilidad.

—A fumar hierba —Su vecino sonrió con picardía y sacó un porro del bolsillo—. ¿Quieres?

—Déjalo, me quedo aquí. —El rostro de Celia se contrajo en una mueca, claramente ofendida por Iván. Ahora que empezaban a llevarse bien y tenía que fastidiarlo...

Pablo, en cambio, satisfecho por que su rival se hubiera retirado sin oponer resistencia, se ofreció a acompañarla hasta la entrada de su casa después. Iván no pudo evitar  poner los ojos en blanco al oír a su amigo hacerse el caballero, algo que pasó imperceptible para todos, menos para Celia.

Cogió su abrigo y, después de pagar en la barra del bar, se largó por donde había venido con los auriculares puestos escuchando música rock a todo volumen y sin un mechero con el que poder encender el porro.

¿Qué tal habéis visto este capítulo? ¿Os está gustando? Recordad darle a estrellita si es así⭐️

Parece que las palabras de Celia dañaron profundamente la autoestima de Iván, ¿creéis que debe demostrarle a Celia que ha aprendido la lección? Os leo 👀

🎶 Actualización 25/05/2022: Creo que Old Me - 5 Seconds of Summer, es la canción que Iván escuchaba de camino a casa.

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