CAPÍTULO 4 NOCHE TURBULENTA Y MAÑANA AGITADA
Desde que mis ojos se abrieron a primera hora de la mañana, no paré de darle vueltas al asunto que me traía entre manos.
Aquellas cinco personas que aparentemente no tenían nada que ver con el diario, se metían en mi vida y me robaban el sueño. A veces realmente odiaba mi curiosidad, que siempre me provocaba obsesiones insanas con cualquier cosa, impidiéndome descansar en las noches.
—Vamos Cathy... tú no eres una poli como la de las películas, esas que sin saber nada del caso, descubre toda la verdad sin despeinarse. Tengo que mirar el calendario porque no sé en qué día vivo—Dije mientras daba vueltas alrededor de la mesa de la cocina con un café ya frío entre las manos.
Buena señal, seguíamos en el 2013, no me había vuelto loca del todo. Pero aún tenía algo pendiente; el asunto sobre Verona ya no podía esperar más y esta vez no se me iba a escapar.
Fui a su apartamento que, afortunadamente estaba enfrente de mi puerta y llamé a la puerta. No contestaba nadie pero volví a llamar, porque sabía que ella podría evadirme. Para mi sorpresa, alguien me abrió la puerta, pero no era Verona.
—Buenas tardes señorita—Dijo una voz con acento familiar.
Giré mi cabeza y vi a una joven morena de cara amable. Logré identificarla, era Amelia, la hija de Verona. No es que la hubiera visto demasiado en estos tiempos, quizás por el traqueteo de vida o por problemas personales. La conocía más bien por vista más que por haber entablado conversaciones con ella, aunque su madre sentía un orgullo que me dejaba claro cada vez que podía.
Le sonreí ligeramente antes de saludarla cortésmente.
—Ah, hola Amelia, estaba buscando a tu madre. Quería tomarme un café con ella y así charlar. Digamos que me sentía demasiado sola en mi apartamento.
La cara de Amelia se tornó tensa y preocupada. Con ese gesto, supe que lo que me diría me dejaría completamente sorprendida.
—Señorita Cathy, mi madre no está en casa desde hace una semana. Está hospitalizada debido a una caída. Se rompió la cadera ¿sabe? Es extraño que ella no te llamara ni te dijera nada.
—Pero....si ayer la vi salir de casa, ¿estás segura que no le dieron el alta? —Dije sorprendida ante la confesión de Amelia. Ella negó con la cabeza, dejándome con más preguntas que respuestas.
—Señorita, mi madre no puede andar, se rompió la cadera y toda la familia se quedó con ella, yo incluida. Quizás lo soñó, se ve realmente cansada. De todos modos, le daré recuerdos suyos. Tengo mucha prisa señorita, vengo a coger ropa para mi madre y me vuelvo al hospital. Cuídese Cathy, si ocurre algo me pondré en contacto con usted.
Tan pronto como Amelia se marchó, me quedé atónita, observando aquella puerta.
No sabía que decir en ese momento. Sólo me rondaba por la cabeza la posibilidad de una impostora que hacía tres días me entregó un paquete, una Verona distinta a la que conocía. Hasta hoy, no sabía de su hospitalización, y esa noticia y el recordar que aquella Verona que me abrió la puerta sabía de la nota, me ponía los pelos de punta. Era imposible que una señora de 62 años corriera así de rápido teniendo problemas de rodilla y una rotura de cadera recientemente. Además, ella no sabía manejar un móvil, ni siquiera tenía uno. Este asunto cada vez era más espinoso.
—Día libre, aunque no lo parezca. Así no tenga que ir al laboratorio, tengo mucho trabajo pendiente. Quizás deba animarme a ir a la biblioteca de la universidad en busca de nueva información—Me dije en voz alta.
Me marché a casa para vestirme lo más rápido posible. Lo que no sabía es que alguien había oído mi conversación con Amelia. Su sombra tras la esquina del apartamento no la había advertido, ¿sería la misma persona que me dio el diario? ¿o sería la impostora que se hizo pasar por Verona?
MIÉRCOLES 20 de abril del 2013 12:00
Ya lista para marchar, iba recopilando datos en mi cabeza. Mi cuaderno de mano iba a trabajar mucho hoy, de eso estaba segura.
Llegué al lugar acordado, y miré a mi alrededor. Numerosos estudiantes estaban absortos metidos en sus inmensos libros, pero yo no sabía cuál de ellos buscar así que decidí hablar con la bibliotecaria.
Eché un rápido vistazo a la mujer. Aunque no era la simpatía personificada, mostraba un semblante pacífico con cierto toque de seriedad. Su ropa, aunque anticuada, era elegante y le daba distinción tras el mostrador de madera desgastado. Era la reina y señora del lugar, la dueña de todos y cada uno de los espíritus de papel que nos rodeaban y eso ella lo sabía bien. Se regodeaba en su sabiduría cuando alguien se le acercaba para buscar un libro u información de algún tipo.
Esperaba no tener que lamerle el culo para lograr lo que quería. Respiré hondo y me planté delante suya, carraspeando para que supiera que estaba allí.
—Buenas tardes, mi nombre es Cathy, quisiera tener información acerca de estos nombres.
Le entregué los nombres en papel esperando con impaciencia una respuesta. Pero su rostro, desprovisto de emociones, me devolvió al cabo de unos segundos el papel que le había entregado.
—Lo siento, pero no tenemos nada acerca de estas cinco personas.
—Pero, debe de haber un error, fueron los primeros estudiantes de la universidad. Fueron gente muy importante, debe de haber algo sobre ellos. ¿No tenéis ni siquiera la orla?
La mujer se frotó las sienes, dejando deslizar sus gafas hasta la punta de la nariz. No ocultaba que sentía una gran frustración hacia mí; quizás le estaba fastidiando su pausa para el café. Finalmente, dio una explicación un poco más elaborada.
—Lo siento, los archivos que usted menciona son confidenciales. Nadie tiene acceso a ellos—Dijo aquella mujer con un tono menos amable que el anterior.
Eso cambiaba las cosas, por desgracia, pues ya me metía en terreno pantanoso. Saqué todas las armas que tenía bajo la manga, alegando que tenía mucho derecho en saberlo e intentando convencer que era por mera investigación personal.
—Perdone, pero yo soy antigua alumna e investigadora de esta universidad. Exijo que me den esta información de vital importancia.
La bibliotecaria, con aires de superioridad, me observaba por encima del hombro con una expresión gélida como el glaciar que hundió al Titanic. Finalmente suspiró y me dijo:
—El antiguo director de esta universidad mandó cerrar la antigua biblioteca y abrir una nueva, por lo que los archivos y noticias no se encuentran aquí sino tan solo los libros correspondientes a los planes de estudios y libros de consulta.
—Espere, yo pensaba que esta biblioteca fue la que se abrió desde 1854 y que no había habido un cambio tan drástico como ése.
La bibliotecaria me mostró una sonrisa incómoda, intentando con todas sus fuerzas acabar con nuestra conversación. Para mí tampoco era un paseo por el campo, pero era un mal necesario si necesitaba conseguir algo de interés.
—Craso error señorita. El director mandó colocar una pared y construir una biblioteca justo al lado, así que tras estos muros se encuentra la antigua biblioteca, aquella que guarda todos los secretos en los que usted desea meter las narices.
Obviando su sarcástico comentario, proseguí con mis preguntas.
—¿No hay ninguna entrada de acceso? —Pregunté.
—Si la hay, no es información compartible con usted ni con nadie.
Qué simpática era la bibliotecaria, y eso que la conocía de varios años. Estaba a punto de tirar la toalla, por lo que tan solo me quedaban dos caminos: la súplica y el soborno, así que tomé una ruta de actuación distinta.
—Debe de haber una forma de que me dé la información, la necesito de verdad, no es por pura curiosidad, aunque al principio le dije que sí lo era. Le juro, que nadie se enterará de esto y tendrá una bonificación—Le dije bajando aún más la voz para que nadie nos escuchara.
La cara de la bibliotecaria era cada vez más seria y temía que en algún momento me mandara a freír espárragos.
—Con el debido respeto, jamás he faltado a mi juramento ni lo haré, ni por todas sus insignificantes bonificaciones, buenas tardes, que tenga una feliz estancia—Y con esa última frase, volvió a meter su cabeza dentro de un enorme libro que tenía encima de su escritorio.
Por el momento, tenía claro que con ella directamente no lograría nada más, por lo que debía esperar a que las aguas se calmasen. Me alejé del mostrador en dirección a la entrada, con muchos pensamientos que me rondaban por la cabeza.
Necesitaba encontrar aquella entrada, seguro que por algún lado estaba el acceso, ¿y qué era eso de un juramento? ¿A qué venía tanto secretismo?
Me coloqué en diferentes puntos de la biblioteca para observar mejor a esa mujer. Durante un buen tiempo, pude observar mejor su comportamiento y todo lo que tenía tanto en su mesa como en algunos de sus cajones. La pila enorme de libros que tenía sobre su mesa, me proporcionaban un punto ciego donde ella no podía verme, pero al contrario sí. Tras un buen rato leyendo, se dispuso a anotar algunas cosas en una libreta que tenía en uno de los cajones superiores de su escritorio. Su nivel de concentración era muy elevado y en ningún momento mostró emoción alguna. Su nivel de exigencia con su trabajo rozaba con la enfermedad, aunque yo no era un buen ejemplo de ello pues era una obsesa del trabajo.
Era hora de cambiar de orientación, deslizándome justo por delante del mostrador para fijarme mejor en todo lo que tenía esparcido por la misma. Una tarjeta me llamó la atención, pues tenía un número de teléfono dentro de un círculo rojo, mostrando que era algo importante.
Aproveché para ponerme detrás de uno de los estudiantes que estaba pidiéndole algo a la bibliotecaria para mirar mejor su mesa. Al irse a buscar su pedido, disponía de unos minutos para revisarlo todo sin levantar sospechas en el estudiante que se encontraba inmerso en su teléfono.
La tarjeta correspondía a un hospital privado, cuyo teléfono era de uno de los médicos del centro. Entre la pila de papeles que se encontraba en su escritorio, habían varios informes médicos que se correspondían a una mujer llamada Selly, de una edad un tanto avanzada.
Sospechaba que aquella mujer podría ser su madre, precisamente porque tenía datos muy personales. Quizás podría sacar algo positivo de todo aquello; una oportunidad que necesitaba.
La mujer tenía unos setenta y tres años, y por lo que ponía en el informe, estaba en espera de una operación de rodilla.
Mi cabeza dio vueltas al asunto y se me ocurrió un plan: tomar el teléfono de la bibliotecaria, hacerme pasar por personal del hospital y decirle que quería hablar con ella sobre la operación de rodilla de su madre.
Una vez tomados esos datos y con un plan en la cabeza, me coloqué en un lugar donde ella no pudiera escucharme. Cogí mi móvil y empecé a marcar el número de la biblioteca, utilizando número oculto para evitar que me localizaran. Me sentía un tanto culpable, pero era un mal necesario.
La voz de la chica sonó al otro lado de la línea.
—Biblioteca Five Stars, ¿Qué desea?
—Buenas tardes, soy enfermera del hospital policlínico donde atendemos a la señora Selly, dígame, ¿Es su hija o algún familiar cercano?
—Sí, soy su hija, ¿Ocurre algo con mi madre? -Preguntó con una voz cargada de preocupación. Odiaba tener que hacer aquello, pero era por una buena causa.
—No tranquila, sólo llamaba para decirle que el médico de su madre quiere hablar con usted para poder concretar el día de la operación y también los días en los que se realizaran las pruebas previas. ¿Podría venir ahora mismo? Ya sabe que la lista de espera es larga
—Ehmm, el problema es que me encuentro trabajando, y no creo que pueda dejar el puesto vacío.
—Por eso no se preocupe, le realizaremos un informe médico como justificante. Además, ya informamos de su posible ausencia al director y está de acuerdo.
Lo increíble de todo es que estaba colando.
—Bueno, está bien, quiero que la operación de mi madre sea cuanto antes. Llegaré lo antes posible.
Y colgó.
Para que ella no sospechara, me senté en una de las mesas de la biblioteca con un libro, fingiendo que no me había movido de allí en un buen rato.
Ella no sospechó nada y empezó a recoger las cosas, se acercó al de mantenimiento y se marchó.
Era mi turno de acción.
Ahora debía hacerme pasar por una secretaria de repuesto contratada por el director, cosa que fue muy sencilla porque nadie sospechó nada. Teniendo en cuenta que tampoco era un lugar concurrido a la hora que era, me fue mucho más sencillo y nadie me reconoció.
Además, tuve la enorme suerte de que ella se dejó las gafas así que parecía una auténtica bibliotecaria. Me senté en su sitio y observé lo que había sobre su mesa con mayor detenimiento que antes.
Parecía mentira que en un lugar reducido hubiera tantos cajones; me iba a pasar una eternidad revisándolo todo, pero el tiempo jugaba en contra. No tenía mucho tiempo, ya que ella pronto se daría cuenta que la llamada fue un fraude y vendría hecha una furia.
Y para cuando aquello, lo mejor era encontrarme en el preciso lugar donde me encontraba leyendo antes.
En el primer cajón había muchas llaves metidas en una caja y una fotografía de ella con una señora mayor
—Ésta debe ser Selly—me dije a mi misma. En el segundo cajón, más fotos de la bibliotecaria con sus compañeros de la fraternidad y familia; hasta incluso parecía ser una mujer amable.
Por lo que observaba, debía de llevarse muy bien con Selly.
El tercer cajón estaba cerrado, por lo que sospeché que dentro de éste quizás había algo importante o que no deseara que alguien viera. Quizás se trataba del cajón de los snacks, pero si no lo abría, nunca lo sabría.
—En algún lado debían de estar las llaves, dudo mucho que con las prisas se las haya llevado—Me dije a mi misma con los nervios de punta por ser descubierta.
Empezó a dolerme la cabeza por llevar las gafas, así que me las quité y las puse sobre la mesa. Levanté la vista para comprobar que no había nadie mirando descaradamente hacia aquí, pero todos los estudiantes comenzaban a recoger porque en breve habría clases a las que tenían que asistir.
Froté mis ojos de la desesperación y con las ideas agotadas, pero entonces vi algo en las gafas. En la parte de las patillas, había como un botón dorado muy pequeño que no era típico de unas gafas de vista. ¿Qué demonios?
Sin pensar demasiado en el destrozo que pudiera ocasionar, apreté dicho botón, el cual aflojó la patilla. Tiré de ella y para mi sorpresa, me encontré con una llave cuya forma era algo sumamente extraño.
Aquel dispositivo dentado era muy pequeño y su forma podría coincidir con la cerradura del cajón, pues no solían ser demasiado grandes. Para mi sorpresa y casi como si se tratase de una película, el cajón se abrió con un clic que sonaba como si el cielo se hubiera abierto y cayeran dulces.
—Valgo para enfermera, detective y bibliotecaria, vaya currículum que tengo...—Me dije riéndome de aquella ocurrencia. Revisé de nuevo mi alrededor antes de dar buena cuenta de lo que había dentro: todo despejado.
El corazón me latía con tanta fuerza que me taponaban los oídos de vez en cuando. Pero tenía que mantener la calma por el bien de la verdad.
Me centré en lo que había dentro.
En el tercer cajón solo había un colgante de una jaula de pájaro con una llave dentro en miniatura. Sobre la jaula, había tres botones pequeños metalizados, recordándome al botón de las gafas de aquella mujer.
Lo cierto es que el colgante era una auténtica obra de arte, admitiendo que jamás había visto algo así. No tenía idea si era tan antiguo como parecía o si era auténtico, pues si eso era cierto debía de costar una fortuna.
Seguí revisando el cajón, topándome con una trampilla en la parte superior del mismo, cayendo en mis manos tras accionarla, un cuaderno de tapa azul marino sin nombre ni título. Dentro tenía escritos numerosas anotaciones y números de teléfono, pero no había nada sospechoso o que me diera una pista de que algo importante guardaba. Todo indicaba que era una agenda de teléfono normal y corriente, pero preferí asegurarme.
Comprobé el prefijo de todos ellos, encontrando cosas que no me hacían sentido. Los números de teléfono eran de diferentes países: Rusia, Estados Unidos, Italia, entre otros. Y a no ser que fuera política, dudaba que tuviera un listado de tantas personas a lo largo del mundo. Seguí pasando las páginas encontrando un dibujo al final del cuaderno; era un globo terráqueo donde los nombres de las ciudades que se mencionaban en los teléfonos aparecían subrayados.
Quizás la situación de cada país indicaba algo, así que observé de nuevo los botones de la jaula que contenía la llave. Eran cinco botones los cuales marcaban flechas cuando apretabas el botón: "abajo, arriba, izquierda y derecha" eran las cuatro opciones de cada botón, por lo que até cabos.
Los países y el mapa indicaban en dónde estaban situados dichos países, así que debía de poner en donde estaba cada país: norte sur este u oeste usando de referencia el lugar donde yo me encontraba, es decir, Nueva York.
Anoté la dirección de cada país subrayado e introduje la combinación en la jaula.
Y de nuevo lo conseguí.
Mi hipótesis era correcta: la jaula se abrió y la llave cayó en mis manos.
En el instante en el que mis ojos la vieron más de cerca, me percaté de la finura y antigüedad de la pieza. Mostraba un número, el 310, casualmente el número de la puerta del despacho del director. Más coincidencias que añadir a la lista. La próxima parada estaba clara,por lo que decidí abandonar el lugar de trabajo de la mujer para evitar conflictos.
Sabía que la secretaria pronto se daría cuenta de que no estaba la llave y quizás sospechara de mí, pero no tenía opción: debía entrar en el despacho de Nikolai sin ser vista y ver qué es lo que abría la llave.
Fui directa a secretaría, preguntando por el director. Esperaba tener suerte ya que era el momento idóneo para acceder a aquello que pudiera abrir esa llave.
—Buenas tardes quisiera saber cuándo estará disponible el señor director para resolver unos asuntos con él.
—El señor director estará disponible durante su jornada laboral, de 8 de la mañana hasta las 9 de la noche, así que aún le quedan unas cuantas horas para marcharse.
—Muchísimas gracias, iré a verle en cuanto pueda.
Buenas noticias, sabía justo cuando se iba, así que me dirigí de nuevo a la biblioteca para esperar la hora acordada. Este día se me estaba haciendo eterno y mi cansancio era palpable. Además, apenas había probado bocado desde que salí de casa, por lo que hice varios viajes a la máquina expendedora que había fuera del recinto.
Miré varias veces el reloj de pared, contando las horas que hacía que la bibliotecaria se había marchado. Y eso era otra de las cosas que le di vueltas durante las horas que tuve que esperar hasta que Nikolai se marchó.
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