16. El Concejo de Superdotados.


—Parecen abejas hurgando en las flores —murmura Lúgh: observa fascinado cómo las pequeñas naves espaciales recorren la capital de Neutrón por el aire y zigzaguean desde todos los ángulos.

  Se encuentran en el mirador Pegaso, justo frente a las Torres de las Galaxias del Grupo Local, que representa a cada una de las que integran la federación. Lúgh se sorprende al contemplarlas por primera vez. Creía que, al igual que la Andrómeda I, todas las estructuras serían metálicas. Sin embargo, quien diseñó la ciudad consiguió que las construcciones se mimetizaran con el paisaje. Se mezclan con las colinas y el verdor de la Naturaleza, que resulta atractivo a pesar de ser bastante menos frondoso que el de Taranis.

—¿Estás preparado, Lúgh, para presentar tus argumentos? —le pregunta Canopus con una sonrisa.

  Él suspira hondo, antes de confesar:

—Muy preparado, no hay nada que desee más que permanecer junto a Andrómeda.

—Y lo conseguirás, amigo —el androide asiente con seguridad.

  La muchacha aprovecha para, nerviosa, acomodarle la capa. La lleva sobre el hombro, a la usanza de su pueblo.


—Mmm, estás sexy, mi amor. —Andrómeda lo come con los ojos.

—Es una pena que cada vez que el MMAT  me hace un reconocimiento aprovecha para cortarme el cabello —se lamenta Lúgh, acariciándole la cara—. Con el pelo largo te gustaría más.

  Canopus y Andrómeda se miran y lanzan una carcajada.

—¿Qué sucede? —los interroga él, desconcertado.

—Soy yo la que hace que te lo corte, cielito, me agrada más así —y, observándolo con los hermosos ojos dorados, inquiere—: ¿Te molesta? No pensaba que estuvieras tan unido a tu cabellera. ¿No estás enfadado?

—No, ¿por qué habría de estarlo? —Se ríe, acompañando las risas de los otros dos—. El gusto es el gusto. Al menos ahora me quitas una preocupación, creía que la máquina seguía enfadada conmigo por golpearla al principio y que esta era su forma de desquitarse.

—Pues no, mi amor, obra mía. —La chica exhala un suspiro, contenta.

—Amigos, es hora de que nos reunamos con el concejo —les advierte Canopus—. ¡Vamos!



  Una vez dentro de la Torre de las Peticiones de la Galaxia Andrómeda, la tranquilidad de la pareja se esfuma.

—¿Crees que... —pronuncia el pangeano, sin atreverse a continuar con el interrogante.

—Calmaos, compañeros. —Canopus les propina palmaditas sobre los hombros—. Recordad: ¡todo saldrá estupendo!

—Eso espero —susurra Andrómeda, que tampoco consigue ocultar la preocupación.

—¡Ah, aquí estáis! —exclama la Capitana Halley, caminando hacia ellos—. ¡Muy buenos días estelares a todos! ¡Bienvenidos al concejo, chicos! Por favor, seguidme.

  Y los guía hacia la entrada gigantesca. Al traspasarla, entran en una sala abarrotada, pues todos los concejeros aguardan exhibiendo gestos formales.

—Aquí os traigo a los tres peticionantes —anuncia la generala con tono vibrante—. Lúgh de Taranis, la Comandante Andrómeda y el Subcomandante Canopus.

—Pues escuchamos al primero de ellos —ordena el Presidente del Concejo—. Es tu turno, Lúgh de Taranis.

  Él camina hasta la tarima que está colocada justo frente a su interlocutor. Antes de hablar respira hondo y suelta con lentitud el aire.

—Sé que lo que hoy os voy a solicitar no está en consonancia con vuestras costumbres. —Al principio suena vacilante, pero al terminar la oración coge seguridad—. No practicáis el matrimonio, no conocéis lo que es la familia, no sabéis lo que es engendrar a vuestros propios hijos. Y, sin embargo, sois una cultura tolerante, empática, que respeta a los demás. Me habéis invitado a que hablara en mi propia lengua y os tomasteis la molestia de aprenderla para dirigiros así a mí cuando, gracias a vuestra tecnología, soy capaz de presentar perfectamente mi argumentación en neutrino.

  Los concejeros mueven afirmativamente la cabeza, concentrados en el discurso del hombre.

—¿Qué es lo que os caracteriza, entonces? Que sois personas abiertas a los diferentes mundos y que respetáis a los demás. Por esto, en nombre de vuestro amor por el prójimo, de la tolerancia, os pido que permitáis que Andrómeda y yo continuemos desarrollando juntos las actividades en la nave, pero como marido y mujer.

—Mmm, como marido y mujer. —Se escucha el murmullo a través de la estancia.

—No ignoras, Lúgh de Taranis, que pensamos que este tipo de exclusividad provoca que existan conflictos. El hombre y la mujer son infieles por naturaleza, les gusta la variedad de compañeros, y, por este motivo, hace milenios que abolimos estas uniones de la federación —y a continuación le pregunta—: ¿Por qué deberíamos volver a instaurar una institución tan primitiva?

—¿Qué conflicto podría existir si ambos nos encontraremos sobre una nave y recorreremos planetas y galaxias por el bien de la federación? —le responde él con otro interrogante.

—Pides, además, autorización para tranquilizar a tu familia y desplazarte a Taranis para casarte allí con Andrómeda, esto implica que nos demos a conocer a tu gente. —Vuelve el presidente a la carga—. ¿Y si luego deseáis tener hijos a la antigua usanza, poniendo en riesgo la salud de la comandante, a la que le espera un futuro brillante en este mismo concejo? Deberías replantear tu pedido. ¿Y si otros miembros de la federación después deciden imitaros? Estaríamos modificando nuestra forma de vida, que tanta paz nos da. La cambiaríamos por un retorno al pasado lejano, que tanta sangre nos costó.

—El amor y un hijo jamás deberían ser motivos de conflicto —y luego Lúgh agrega—: No sé qué nos deparará el futuro y si el amor volverá a expresarse dentro de la federación. Lo que sí sé es que, suceda lo que suceda, me gustaría estar al lado de Andrómeda para compartirlo, ayudando a colocar cada pieza donde deba colocarse. Es más, estoy dispuesto a renunciar a mi corona como rey de Taranis para vivir junto a ella donde el futuro me lleve.

—¿Y tú que tienes que argumentar, Comandante Andrómeda? —le pregunta el concejero: ella se encamina hasta la tarima y se sitúa al lado de Lúgh.

—Poco tengo que comunicaros que vosotros no sepáis. —Extiende el brazo a la manera habitual de saludo—. Mi futuro está con la federación, sola o acompañada. Lúgh me pidió matrimonio y yo le di una respuesta afirmativa, condicionada a la autorización por parte de este concejo. Estoy dispuesta a aceptar cualquier decisión a la que lleguéis, porque sé que siempre pensaréis en el bien de la federación y en mi propio bien al hacerlo. No concibo un honor más grande que, algún día, formar parte de este concejo. ¿Cómo podría argumentar algo distinto si la federación ha sido, es y será siempre mi vida?

—Correcto —el presidente, en dirección a Canopus, le ordena—: Es su turno. —La pareja abandona el estrado, en tanto el subcomandante se dirige hacia allí. 

—Gracias por permitirme hacer mi petición, presidente, miembros de este concejo. —Comienza con gran seguridad—. No necesito deciros que un androide es una forma de vida en pie de igualdad con las demás, porque hace miles y miles de años así lo reconoció esta sala. Y estoy orgulloso de serlo, además.

—¿Canopus es un androide? —murmura Lúgh, desconcertado—. ¿Qué es un androide?

—Es una máquina con forma y funciones humanas —susurra Andrómeda, poniéndose el dedo en la boca para pedirle silencio.

—¿Canopus no es humano? —gruñe Lúgh, perplejo—. ¡¿Cómo nunca me lo dijeron?!



—Pensaba que a estas alturas ya lo sabías. —Andrómeda no le da importancia—. Humano o no humano es lo mismo. Es mi subcomandante, el ordenador central de la nave, mi mejor amigo. ¡Ahora, Lúgh, cállate!

—Nos hemos ido integrando con los humanos —continúa Canopus—. Formamos binomios con ellos en las naves. Somos sus parejas más o menos ocasionales de lecho, incluso, siempre viviendo como iguales. Sin embargo... —Y se detiene.

—¿Sin embargo? —lo anima el presidente, interesado.

—Sin embargo, contemplar la felicidad de mi comandante y de Lúgh, tan pendientes el uno del otro, me ha hecho desear algo similar para mí —y estirando el brazo como antes lo ha hecho la propia Andrómeda, pide—: Me gustaría una androide chica que me haga compañía de la misma manera, que sea mi pareja. Que comparta conmigo los objetivos de la federación a través del tiempo.

—No voy a negar, Canopus, que tu pedido me desconcierta, en tu solicitud no constaba el motivo —expone el presidente—. Sin embargo, razonándolo, es la solicitud que mejor entiendo, puesto que los androides sois eternos. Los humanos, por más que tengamos una vida muy prolongada, al final nos vamos.

  Hace una pausa y agrega:

—Hemos escuchado a los tres peticionantes, es hora de que sometamos las mociones a votación.

—¡Un momento! —Lo frena Halley desde su asiento.

—¿Sí, capitana? —le pregunta el presidente, intrigado.

—Antes de que votemos quiero dejar constancia de que mi voto afirmativo está condicionado. —Y se da golpecitos en el rostro con decisión.

  Lúgh y Andrómeda se miran preocupados. La capitana siempre ha sido la aliada de la pareja y temen que haya cambiado de opinión.

—Lúgh ha solicitado ir a Taranis y casarse allí con Andrómeda —analiza ella con tono pomposo—. ¿Pero cómo es posible llegar a un mundo tan diferente y darnos a conocer así, sin más? Imaginen el desconcierto de los familiares y de los amigos. De resolverse la moción a favor, debería ir yo también a Taranis en mi calidad de miembro de este concejo, para que la visita no solo sea familiar, sino también oficial.

  Andrómeda está a punto de largar una carcajada.

—¿Qué pasa? —le pregunta Lúgh.

—Que Halley quiere conocer a tus hermanos —susurra la joven.

—Votemos con este añadido —ordena el presidente, lanzando un suspiro: lo último que necesita es que la Comandante Halley se enamore y se quede a vivir en Pangea.


https://youtu.be/6Xodp2tBjXI



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