10. Esta encerrona de Canopus no me la esperaba.
—Si me llamas por la resolución del concejo acerca de tu beso con el P1, Andrómeda, te diré que ya la hay. —Halley la saluda del modo habitual, se detiene un momento y respira hondo—. Aunque no sé de qué manera comunicártela...
La muchacha baja la cabeza, avergonzada.
—No estoy contactando por este motivo. —Se muerde el labio con fuerza—. Hay algo que debo contarte primero.
Efectúa una pausa antes de continuar:
—Me temo, generala, que ha vuelto a suceder en varias oportunidades. La atracción que existe entre ambos es demasiado fuerte, tanto que él la define como amor... Yo, con sinceridad, no puedo estar de acuerdo con esta afirmación. Sin embargo, si lo comparo con nuestros parámetros neutrinos, ignoro qué nombre darle.
—¡Mmm, ha vuelto a pasar! Me llamabas, entonces, para decirme que tus escarceos con el P1 son incontrolables. —La Generala Halley luce entusiasmada—. Perfecto, así me facilitas lo que tengo que comentarte después.
—¡No, por supuesto que no es solo por eso! —La muchacha casi se atraganta—. Es para informarte de la conducta desleal de Canopus. ¡¿Puedes creer que ha desafiado una orden directa mía y me ha tendido una emboscada?!
La generala da un salto en el sillón, extremadamente preocupada. El pelo rojizo flota unos segundos, ingrávido, antes de caerle de nuevo sobre los hombros.
—¿Se ha puesto en contacto con los invasores amorfos, que le han declarado unilateralmente la guerra a nuestra federación? —El rostro es grave y los ojos verdes lanzan rayos—. Es la primera vez que sucede con una inteligencia artificial de su clase. Aunque normalmente seamos muy permisivos, en consideración a las condiciones de vuestro trabajo, esta es una conducta que no se puede obviar. Lo siento mucho, Andrómeda, pero tendremos que deshacernos de Canopus. ¡Un traidor será siempre un traidor!
La joven se muerde el labio de nuevo, apenada, y enseguida la tranquiliza:
—No, generala, no se trata de eso. ¡¿Pero puedes creer que aceptó el desafío que Lúgh le propuso por mis atenciones?! Le prometió que si él ganaba no se me volvía a acercar. Algo, por supuesto, que va en contra de nuestras costumbres, aunque no vulnere ninguna de las normas de la federación. Le dejé muy claro previamente, además, en qué condiciones sería el duelo, nada de muerte ni de sangre. Me preocupaba que le pudiera hacer daño a Lúgh, pues resulta imposible que un humano, por más fuerte que sea, venza a un androide. Sin embargo, con lo que no contaba era con que Canopus me tendiese una encerrona: ¡se dejó ganar por Lúgh! De verdad, Generala Halley, creo que deberías hablar con él para regañarlo, esta situación me supera. ¡Ni siquiera sé en qué posición me coloca!
Andrómeda se detiene, pasmada, cuando su interlocutora comienza a carcajearse sin poder parar.
Ríe sin control durante varios minutos hasta que, al final, todavía con la risa en la voz, se disculpa:
—Lo siento, comandante, no era mi intención. ¡Pero esto que me cuentas es tan divertido! ¡Un humano de la clase P1 desafiando al ordenador de la nave y tu androide de compañía! ¡¿Cómo creyó que podía ganarle?!
—Bueno, es que no lo sabe. —La muchacha se muestra contrita—. Cree que Canopus es neutrino igual que yo.
Halley empieza a reír, a reír y a reír, casi atragantándose con las risotadas. Las carcajadas son similares a cataratas y provocan que se le escurra el cuerpo a lo largo del sillón inteligente. Este, para contenérselo, se ve obligado a doblarse sobre sí mismo por el lado derecho y a estirarse por el izquierdo, quedando de una forma muy extraña, casi de caracol.
—¡Lo siento! —exclama la generala cada tanto, hipando e intentando contenerse, pero la risa se recrudece siempre a continuación sin ningún control.
Andrómeda observa que los demás miembros del concejo se acercan a Halley, con rostros muy serios e interrogantes. Las imágenes desaparecen de la pantalla durante un minuto, quedando todo en negro. Pasado este tiempo vuelve a conectarse la comunicación y contempla, desconcertada, que todos se hallan igual que la generala, al borde del desmayo con tanta carcajada. Se ve, al fondo, que el ujier del concejo corre en dirección a ellos con una máscara electrónica de oxígeno puesta.
Toma el control de la conferencia, y, angustiado, aúlla:
—¡Lo siento, comandante! Sospechamos que el oxígeno ha disminuido en la sala y que ha aumentado el óxido de nitrógeno a niveles muy alarmantes. Mientras verificamos si la exagerada cantidad de gas de la risa es un problema de funcionamiento o un ataque terrorista de los invasores amorfos, cortamos la comunicación. ¡Volvemos a llamar más tarde!
Lo último que ve la chica en la pantalla, después de las palabras del ujier, es que todos los miembros del concejo se doblan sobre sí mismos apretándose el estómago y redoblando las risas.
—¡Por todas las galaxias del Universo! —Canopus también ríe, le ha aparecido por detrás de la nuca—. ¡La que has liado, estrellita!
Ella respira hondo, se gira y le contesta:
—¡Adiós a mis aspiraciones de formar parte del concejo! ¡Después de esto me declararán persona non grata! ¡Y yo solo deseaba que la generala te regañara!
—Creo, nebulosa mía, que deberías ir a hablar con Lúgh. —El androide le propina un golpecito comprensivo en el hombro—. ¡Hasta para él es evidente que lo estás eludiendo!
—¡Por supuesto que lo eludo! —Andrómeda se muerde el labio inferior—. Deseaba hablar con Halley antes de enfrentarme a Lúgh de nuevo. ¡Cómo has podido tenderme esta trampa! ¡Yo creía que eras mi amigo!
—Y lo soy, por eso lo he hecho... Tengo la impresión, galaxita, de que la generala estará fuera de las vibraciones magnéticas durante unas cuantas horas. —Canopus se carcajea—. ¡Ah, aquí viene nuestro chico! Me voy así habláis un rato.
Segundos después la puerta se abre y entra Lúgh en la sala de mando. El androide se le cruza al salir y le da una palmada en la espalda.
—Buenos días estelares, Andrómeda. —Lúgh camina hasta la muchacha—. No te veo desde el duelo de ayer...
Deja las palabras en el aire, como si quisiese añadir mucho más.
—Ya sabes lo complicadas que son mis obligaciones, Lúgh. —La chica se encuentra un poco más nerviosa a medida que el hombre se le aproxima—. En un par de días llegaremos a nuestro siguiente destino, el planeta Ferrum. Era de la máxima importancia que me pusiese en contacto con el concejo. —Y se detiene, considerando que al menos él no ha estado allí para presenciar el intercambio, de lo contrario pensaría que los neutrinos están tan locos como los topos marcianos.
—Entiendo, Andrómeda, no tienes nada que explicarme. —Se acerca más a ella y le coge la mano—. Te buscaba para proponerte una cita. Como ganador del duelo me deberías mucho más según las costumbres de Taranis, pero me conformo con que solo cenes conmigo.
—¿Una cita? —repite la joven, asombrada.
—Sí, te estoy preparando una sorpresa —afirma Lúgh, los ojos le brillan, felices—. Si te apetece sorprenderme con algo durante la cita siéntete en libertad de hacerlo. ¡Me encantaría!
—¡Mmm! —Andrómeda se siente tentada a aceptar—. Lo decidiré más tarde, si te lo digo ahora no sería una sorpresa.
Y luego sonríe. Lúgh, sin poderse controlar, tira de ella y la funde contra el cuerpo. Comienza a besarla con un hambre salvaje, sin disimular cuánto la desea.
La muchacha, con las defensas bajas, lanza un suspiro y devuelve cada uno de los besos como si los necesitase para respirar. A continuación Lúgh se sienta en el sillón de comandante, que aumenta el tamaño y le deja más espacio. Coloca a Andrómeda a horcajadas sobre él, sin dejar de recorrerla con la lengua. Así, hace que la joven anhele estar más y más cerca, al punto de que frota la pelvis contra el miembro de Lúgh. Él, deseoso, lanza un gemido.
Después el hombre recorre los pechos abundantes de Andrómeda por encima de la piel espacial. Ambos se estremecen y suspiran una y otra vez.
Cuando Lúgh empieza a bajar la cremallera disimulada de la ropa de la muchacha, desde la pantalla escuchan una voz femenina:
—Siento interrumpirte, Comandante Andrómeda. Pretendo que concluyamos nuestra conversación de hoy. Lamento, eso sí, pillarte en un momento tan inoportuno.
Los dos giran las cabezas al mismo tiempo y ven a la Generala Halley con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Hace mucho que esperas para hablar conmigo? —le pregunta Andrómeda, mortificada, saliendo de encima del hombre y sentándose recatadamente en un extremo del sillón.
Por desgracia, al efectuarlo queda en evidencia la enorme erección de Lúgh, quien intenta disimularla cruzando las piernas y poniéndose las manos sobre la falda. Halley sigue cada uno de los movimientos, muy interesada.
—¡Ah, no te preocupes por eso! —Pone la misma cara que el gato de la casa cuando se come al canario—. Mucho gusto, Lúgh, es un placer conocerte, ¡que tengas los mejores días estelares! Soy la Generala Halley, miembro permanente del Concejo de Superdotados de las Galaxias del Grupo Local.
Él carraspea, volviéndose a acomodar las piernas. Parece que no encuentra acomodo.
—Mucho gusto, también, Generala Halley. —La saluda Lúgh, con la voz todavía ronca por la pasión—. ¡Muy buenos días estelares!
Se nota que la superior contiene una risilla al mirar, fascinada, su piel espacial color blanco azulado.
—Dime, Lúgh —como si no le interesase demasiado la respuesta, le pregunta—, ¿en Pangea hay otros humanos del sexo masculino parecidos a ti?
—Sí, hay muchos, sobran hombres y faltan mujeres —respetuoso, le contesta enseguida—. Cuento con amigos, con familiares y con cuatro hermanos.
—¡Qué interesante! —exclama Halley, contenta—. Bueno, tengo algo importante que decirle a tu comandante, pero no es necesario que nos abandones. Si lo deseas puedes quedarte.
—Muy bien. —Acepta Lúgh con curiosidad—. Me quedo.
—Perfecto —y mirando a Andrómeda, le informa—: Deseo que sepas que a los concejeros y a mí nos pasaron seis veces por las máquinas médicas de alta tecnología y diez por los escáneres avanzados del concejo. ¡Ni así éramos capaces de parar de reír! Después de que descartaron que se trataba de un ataque terrorista o de que la atmósfera de la sala fallaba, tuvimos que tragarnos unas pastillas para volver a la normalidad.
—Lamento haber sido la causante de una hilaridad de tal magnitud, generala —se disculpa Andrómeda, apenada.
—¡No lo lamentes, mi querida comandante, no lo lamentes! —pronuncia su superior, entusiasmada—. Tanto los demás concejeros como yo estábamos encantados, hacía décadas que no nos divertíamos tanto. Cuando conseguimos parar, hemos tenido que explicarle al ujier el porqué de nuestras risas y ha sido necesario que le diéramos la pastilla. Sin resultados esperados, me temo. ¡El pobre hombre no paraba de reír! Por suerte la máquina médica lo ha sedado y así sigue, en un coma inducido.
Andrómeda le echa un vistazo rápido a Lúgh, que permanece al lado de ella en el sillón sin entender nada.
—Bueno, comandante, ahora vamos al motivo importantísimo que nos ocupa: la resolución del concejo —prosigue Halley con decisión.
—¿No sería mejor, generala, que al tratarse de un asunto reservado le pidamos a Lúgh que se retire? —la interrumpe la muchacha, sintiendo que todo está de cabeza y que se sale de su control.
—¡Al contrario! —le replica ella con alegría—. Ya que tu consulta involucra también al propio Lúgh es necesario que él la escuche.
Y acercando la cara a la pantalla, tanto que sale por el otro lado, sorprende al hombre al comentarle:
—Lúgh, Andrómeda nos habló de vuestro beso y... de las otras cosillas. Ofreció al concejo su dimisión como Protectora por creer que no estaba a la altura de sus funciones. Deseo que sepáis que el Concejo de Superdotados de las Galaxias del Grupo Local no solo no considera que sea necesario que ponga el puesto a nuestra disposición, sino que por el contrario está muy interesado en que sigáis por esta línea tanto como deseéis. No se trata de un experimento entre un humano de la clase P1 y una P10.000, no penséis que os utilizamos como cobayas neutrinas. Pero, dada vuestra inclinación natural el uno por el otro, creemos que sí sería interesante recabar los datos. Entiende, Lúgh, una unión temporal de este tipo es algo que jamás ha sucedido con anterioridad. Bueno, ahora me retiro.
Y Halley vuelve a introducir la cabeza por la pantalla, justo antes de exclamar:
—¡Que lo paséis genial en vuestra cita, chicos!
Y ambos se dan cuenta de que la generala ha sido testigo de todo, desde los besos del principio hasta el calentón final.
https://youtu.be/ZNiz-cBetys
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