La Montaña Escondida (XI)

De un momento a otro el dolor desaparece, como si nunca hubiese existido.

El espectro con su manto de sombra se mueve al ritmo de la brisa; sus ojos son perversos y rojizos; sus manos cadavéricas con uñas largas y sus piernas son inexistentes. Me mira con una sonrisa diabólica y sus dientes no estan, su boca es como una cueva profunda y oscura.

Me levanto mirándolo furioso, comprendiendo que él estuvo dentro de mi cuerpo haciendo que actúe de manera errática y aniquile a las sirenas. Me quito el polvillo de mi túnica mientras no dejo de mirarlo, quiero comprender si es un demonio, un espectro de otro lugar o un simple farsante.

—¡Al fin! —exclama jocoso— pude salir de tu cuerpo. Admito que pareces débil aun así escondes un gran poder. No podía aguantar ni un segundo más dentro de tu dolor, es vomitivo.

—¿Quién eres? —pregunto colérico.

—Soy quien tú quieres que sea. Te dijeron que soy la semilla de la discordia pero esa no es toda la verdad, esa maldita semilla jamás fue ingresada a tu cuerpo por lo tanto todo lo que hiciste fue en vano.

—No te creo —niego molesto—, ¿quién eres?

—Meraquel, uno de los cuatro hechiceros supremos.

En su mano aparece una varita: es negra con unos dibujos extraños y la punta parece el aguijón de un escorpión

—Tuve que ingresar a tu cuerpo a través de una falsa semilla para adquirir el poder necesario para renacer. El maldito de Zor casi me derrota pero ahora estoy... Bueno, acabaré contigo —amenaza sonriente.

—Pensé —digo ignorando sus amenazas— que solo los demonios me querían muerto. Ahora hay hechiceros, hadas, abejas y todo tipo de seres mágicos. Meraquel creo que deberás ser respetuoso y hacer fila para tener tu oportunidad conmigo —digo con sarcasmo.

—No seas insolente —me apunta con la varita—, no conoces la historia de Veneficus, el mundo de los hechiceros y hechiceras. Nosotros hemos creado todo lo que tú conoces.

—Bla, bla, bla —hago una mueca de burla—. No quiero escuchar más tus mentiras.

—¡Insolente! —me grita.

—¡Tú lo eres! —miro a la abeja—. ¡Vete, este no es lugar para ti!

Me obedece y levanta vuelo, antes de desaparecer observo que Meraquel le apunta y mueve sus labios. Corro, agarro en el aire a la asesina roja y me coloco delante de ella.

Mort sortir —conjura levantando su varita, de la cual sale un gran rayo rojo que impacta contra mi espada arrojándome lejos y golpeo contra una roca. Quedo sentado y dolorido, sin embargo, la abeja se salvó.

Me coloco de pie agotado pero con ganas de acabar con esta batalla.

—Eres un cobarde Meraquel, y creo que lo sabes, la abeja no te estaba molestando.

—No, la verdad no molestaba, pero me encanta aniquilar a esos insectos fastidiosos.

—Uno de los dos deberá ser derrotado, no deseo ver más tu asquerosa personalidad y tu horripilante rostro.

—No te preocupes chiquillo insolente, no lo harás, es momento que te aniquile. Luego, como Edaxnios quedará débil por no tener tu alma, reinaré como siempre tuvo que suceder.

—Entonces —niego con la cabeza sonriendo—, ¿quieres ser el nuevo Dios oscuro?

—Es el lugar que me merezco hace milenios.

—Tú mereces desaparecer —le apunto con mi espada— Mort sortir —conjuro furioso.

El conjuro rojo en donde va dirigido todo mi poder, mi dolor y mi necesidad imperiosa de poder descansar, queda estancado en la punta su varita. Meraquel me mira sonriente y niega con su dedo índice.

—Buen intento, pero no funcionará con el creador del conjuro. Sin embargo, si me hubieras agarrado desprevenido, hubiese sido mi fin —mueve su varita y el conjuro golpea contra el piso creando una gran hoyo y todo tiembla. Chasquea sus dedos y el breve temblor se detiene—. Qué lástima que no te hayan contado toda la verdad con la idea de protegerte. Pero yo lo haré: antes entrenaba a mis pequeños hechiceros y solo te diré lo que necesitas saber: tú no solo eres el guardián legendario, eres la combinación perfecta entre el guardián Hícari y un hechicero, y por miedo nadie quiso decírtelo. Nadie puede admitir que por tu sangre corre la sangre de Zor y de Hícari, nadie quiere admitir que si tu poder alcanza su punto máximo serás invencible.

»Tu alma es circular y tiene tres colores, yo la he visto, una parte es celeste, la parte dormida de Hícari y que no creo que vuelva a despertar. Otro sector es naranja, la sangre de Zor y el poder de realizar todos los conjuros más poderosos que cualquier guardián. Y la parte blanca, la parte humana y más débil de todas. Nadie quiso decirte que solo... Bueno, espera, no seré yo quien te diga semejante verdad. La asesina roja llegó a tu mano, fue la única vez que eligió a un guardián, ¿eso no te dice nada?

—La verdad que no. Debe ser un acto fortuito. Es el arma de los guardianes, tú me quieres engañar. —respondo molesto.

—Error, es la espada y varita de Zor —niega sonriente—. Ningún guardián empuñó esa reliquia.

—¡Mientes! Mejor cállate —advierto.

—Bueno, no tienes que ser tan brusco, solo quería demostrarte que todo lo que te rodea es una gran nube de mentiras.

—Ese es mi problema —indico mirándolo furioso.

—Los guardianes —continua ignorando lo que le dije— nunca tuvieron a la asesina roja porque no es una simple espada, es también una varita mágica, como la que yo tengo —sonríe—. Me sorprende que una persona como tú, tan inteligente y sagaz, jamás se sorprendiera con las apariciones misteriosas de la asesina roja. ¡Gran varita de Zor, nacida de la sangre del mejor hechicero y forjada por el mejor herrero del universo! Su estructura es la combinación perfecta de dureza y magia, con ingredientes de los más variados como el metal del planeta verde y de diente de dragón. Y quiero que sea mía, con ella nadie me detendrá jamás, tú no eres digno. ¡Nadie lo será jamás! ¡Los hechiceros supremos merecemos dominar el universo!

—¡No sé quiénes son ustedes, los hechiceros supremos! —exclamo furioso—. Y no me interesa saberlo. Mi misión es una sola y es acabar con los demonios y Edaxnios, no te metas en mi camino.

—¿Tú acabarás conmigo?

—Por supuesto, eres solo una falacia, una vil y horrible mentira,

—¡Silencio!

El cielo gruñe furioso y el manto se menea hasta transformarse en una persona. Es un anciano arrugado, con su cuerpo decrépito y su cabellera grisácea y larga. Sus dedos son largos y huesudos. No debo dejar que su aspecto me engañe.

—¡Nosotros, los cuatros hechiceros supremos y nuestra gente, estuvimos antes que los Dioses! ¡Ellos son nuestra creación!

—¡No me interesa Meraquel!

—Tiene que importarte, no puedes cumplir tu travesía con la mitad de la información. —Con su varita dibuja líneas en el aire, algunas son blancas, otras negras—. Veneficus es el planeta donde nació la magia y los conjuros, allí vivíamos en paz. Las mujeres se revelaron, como sucedió con Mort, y todo se tornó incontrolable. ¿Sabes que es peor? Que un amigo te traicione, como sucedió con Zor cuando defendió a su hermana.

Las líneas dibujan una batalla mágica, algunos rostros se ven borrosos por la cantidad de explosiones que me muestra la imagen. Solo distingo a Mort corriendo asustada y empuñando en su mano una varita amarilla. En el suelo, como si fuesen muñecas, hay mujeres muertas que se desvanecen en cenizas. La imagen desaparece y Meraquel me mira inquisitivamente.

—No puedes pelear sin perder nada a cambio —asegura Meraquel sonriendo—. La traición se paga con sangre y muerte. Zor debía morir y el cobarde huyó con su hermana en medio de la rebelión de las mujeres. Zor creó a los Dioses padres y luego, cuando observó que ellos no podrían destruirnos, los convenció de unirse para crear a Akuma y Edaxnios. Grave error —deja salir una pequeña carcajada—. Ese error le costó huir por siempre; Edaxnios solo quería una cosa, el poder de Zor y las almas, luego de que Mort las creara. ¿Puedes creer que una hechicera tenga ese poder? Yo creo que es solo un mito absurdo, pero no importa —niega sonriente.

»Tu varita me ayudará a encontrar a Zor, ella ya no responde a su amo y no lo hará contigo jamás. Solo tienes la sangre de él, no su poder. Volveré a Veneficus y asesinaré a la reina que maneja el destino de mi planeta. ¡Es una mujer sucia y en su sangre no corre la magia! Solo es un arlequín y no puedo permitirlo. Nunca deben las hechiceras manejar el destino de una nación tan poderosa.

—¡Eres un ser despreciable al hablar así de las mujeres! ¡Maldito asesino! —le grito furioso.

—Me darás tu varita, luego robaré tu alma, las de tus protectoras, de todos los seres mágicos y acabaré con Zor y su hermana. ¡Seré el maldito rey de este mugroso universo!

—¡NO LO SERÁS! ¡NO TE LO PERMITIRÉ!

—Como desees —dice sonriente—. Exitium—conjura moviendo su varita hacia arriba y hacia abajo, produciendo rayos que destruyen el suelo, las paredes y uno se acerca peligrosamente hacia mí.

Me cubro con mi espada y ella no deja de vibrar. El poder es abismal, todo se torna rojo sangre. El cielo gruñe furioso y mis piernas no pueden soportar mucho más, salgo despedido por los aires.

—Sí eres una varita este es momento de demostrarlo —le ruego a mi espada.

¡Et regson! —Siento como una fuerza invisible aprieta cada músculo tirando mis brazos y piernas hacia atrás—. ¡Qué lástima que aún no conozcas todos los conjuros! —niega sonriente—. Pero no te preocupes cuidaré de la asesina roja de la mejor manera y ella me obedecerá en el momento que tú mueras. Nadie puede vencer a su leal enemiga, Destino oscuro y yo soy su amo. ¡Es la varita más poderosa! Y cuando se una a la asesina roja ¡seré invensible!

Detrás de Meraquel aparece la abeja y con mi mirada le ruego que se retire, sin embargo, me ignora. Lo ataca con su aguijón y Meraquel solo mueve su cuerpo a la derecha, la esquiva y le da una patada en el lomo.

—¡Maldito insecto! —lo insulta furioso—. ¡No te atrevas a tocarme! —le apunta con la varita—. Mereces morir por tu atrevimiento y tu muerte pesará sobre el guardián. ¡Mort sortir!

El rayo rojo de muerte impacta sobre el cuerpo de la abeja y ella se desvanece en cenizas mirándome con tristeza

—Mejor así, ¿en qué estábamos?

—¡ERES UN MALDITO! —mis manos empiezan a moverse— ¡NO TENÍAS QUE ASESINARLA! ¡TE VENCEREEEÉ! —grito furioso.

—¿Cómo lo harás? —pregunta con sus ojos bien abiertos.

—Ella solo quería defenderme. —El hechizo estalla en un gran brillo logro soltarme, permitiendo que la furia corra por mi cuerpo—. Y tú solo deseabas asesinarla desde que la viste.

La asesina roja aparece en mi mano en una gran bola brillosa. Al tocarla, su calor es imponente, no me quema, solo me da más poder. Mi brazo siente una presión increíble y mi cuerpo un gran alivio. La luz se desvanece y descubro que la asesina roja se transformó en una varita: es negra con una serpiente roja que la envuelve en su totalidad, la cola se enrolla en mi muñeca y la cabeza llega al otro extremo y queda petrificada. A mi mente empieza a llegar toda la historia de Zor, de Mort, del Veneficus, de los conjuros...

Pero solo pienso en destruir a Meraquel, solo quiero que pague con su sangre sucia lo que le hizo a esa abeja.

—¡No puede ser! —niega con su voz temblorosa—. No puedes haber descubierto la razón de tu poder... No... esto no es bien... Tus ojos... No...

—¡Cállate! —le lanzo un rayo que destruye una roca detrás de él—. No quiero oírte más. Veneficus era un hermoso planeta hasta que tú con tus hermanos lo contaminaron por no permitirles a las mujeres reinar en conjunto. Ahora Veneficus está a punto de desaparecer y la reina intenta salvarlo. Si tú, maldito brujo, no hubieras intervenido mi familia estaría con vida y no sería yo el guardián. ¡NO EXISTIRÍAN LOS DEMONIOS! ¡OBLIGASTE A ZOR A CREAR A EDAXNIOS PARA SALVAR A SU FAMILIA!

—¡Espera! —me suplica—. No tienes que hacer nada de lo que puedas arrepentirte. Juntos podemos derrotar a los demonios y a Edaxnios y reinar el universo.

—¡No quiero! —niego con un grito grave y por primera vez, cuando el poder se presenta, soy el dueño de mis acciones—. ¡No quiero trabajar con un asesino!

—Tú no entiendes lo que sucede, solo me dejé llevar por el poder que me dio tu sangre pero prometo cambiar.

—¿Lo prometes? —pregunto sonriente. Pero la sonrisa no es de alegría, todo lo contrario, es la furia que sale de esa manera. Ya no es todo gritos y destrucción, ahora es comprender que la historia depende de quién la cuente.

—Sí, lo prometo —afirma nervioso.

—No te creo —niego mirándolo furioso.

—¡Tú no eres digno de tu poder!

¡Mort sortir! —conjuramos al unísono.

Nuestros conjuros se concentran en el centro, como un gran flujo de poder rojizo. Si alguno sale vencedor, el otro será aniquilado hasta los cimientos. Relámpagos golpean el suelo ya herido y las paredes a nuestras espaldas. Sin embargo, ninguno se quiere rendir. Mis brazos tiemblan, mi frente suda, pero mi decisión de destruir a Meraquel me hace mantenerme erguido. Meraquel, por otro lado, muestra signos de cansancio parece que su poder no se expresó en plenitud o solo es un anciano decrepito que me mintió sobre ser un hechicero supremo.

Meraquel levanta su mano izquierda, mientras su varita en su mano derecha tiembla.

—¡Nos volveremos a ver guardián! —exclama sonriente.

El flujo de poder estalla por los aires arrojándome hacia atrás y haciendo que caiga sentado. Levanto mi varita para volver a atacarlo y Meraquel ya no está, el muy cobarde huyó.

—Has defendido con lealtad este lugar y eres el digno defensor del mundo de los sueños —dice Primeo apareciendo desde las alturas.

—No pude salvar a la abeja —niego angustiado.

—Ella esta viva y sana —coloca su mano en mi hombro.

—¿Cómo? La vi morir.

—Acompáñame y lo descubrirás, luego podrás descansar.

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