La Montaña Escondida (X)
Caer no solo significa caer, tiene otras aristas como la derrota o el final de un camino. El abismo es el mismo lugar donde viví siempre, donde la tristeza era un piso invisible y cada tanto bajaba un poco más. El abismo es también, una penumbra donde ni siquiera el llanto más desgarrador puede producir un eco para que alguien te ayude. Te pueden acercar tantas manos para que puedas salir pero el abismo y la oscuridad te siguen por detrás y ante el leve tropiezo vuelves a caer. Algunos le llaman al abismo: angustia, depresión, duelo y muerte en vida, pero yo decidí llamarlo destino. El maldito destino que otros decidieron sobre mí arrancándome de un tirón y sin previo aviso mi verdadera vida.
La brisa es idéntica a las caricias de una madre a un bebe recién nacido, la caída es tal vez la puerta que necesitaba abrir, tal vez no quise salvar a esa abeja, tal vez solo quería librarme de mis responsabilidades. No obstante, mi sacrificio me llena el alma de alegría y por eso, en mi caída sonrío porque sé que actué diferente a los demonios, a los que cobardemente me atacaron cuando estaba desprotegido.
Sé que solo tengo catorce años y tengo toda la vida por delante, y puedo jurar que esa frase me revuelve el estómago, nadie tienen en consideración, cuando la dice, si la vida como tal merece ser vivida a través de un sufrimiento abrumador. Nadie se detiene a observar en que infierno uno está viviendo, nadie ve la tristeza de un alma en pena... Solo desean que uno viva, sin miramientos, solo vivir... Aunque la premisa de la vida sea solo llorar en una habitación oscura empapando la almohada y rogando que alguien decida llevarte. ¿A dónde puede ir un adolescente de catorce años con toda la vida por delante? Puede ir a donde se le dé la gana, mientras se aleje tan lejos como sea posible de la soledad absoluta y de lo que le hace mal. La madurez solo da las herramientas para lidiar con el dolor, no una coraza; no hay edad que mida la cantidad de sufrimiento que uno debe transitar. Ser adulto no te hace un ser más sufriente que un niño de ocho años a quien le meten su cabeza en el inodoro como un chiste de niños y de mal gusto. Ser adulto no te hace más sufriente que una niña de diez a quien obligan a cumplir con las normas de ser niña. Ser adulto no te tiene que volver un ser completamente apático para vivir con normalidad lo que sufren las niñas cuando son obscenamente observadas; cuando a un niño lo dejan de lado por su gordura o por su delgadez...
Ser adulto no te hace superior, solo te hace un poco más sabio. Ser adulto te vuelve un ser despreciable con el dolor de los jóvenes.
El suelo esta cerca, mi final me espera como la cinta en una maratón y el público aclama mi llegada, como sucedió en Coelum. Las almas puras serán salvadas por un verdadero héroe que con la punta de la asesina roja acabará con cada uno de los demonios. Dentro del público puede estar mi familia, ansiosa para que me reúna con ellos.
¡Lo siento familia! Su sacrificio no valió la pena, no debieron confiar en el más débil. Prometo recompensarlos.
Una luz brillante detiene mi caída, a tan solo centímetros de que mi cara golpee contra suelo. Ese haz de luz es el mismo que liberó al ave, el mismo que arrojó la flor gigante de Kaprá y ahora quiere salvarme a mí, y nuevamente sucede que nadie me preguntó si yo quería ser salvado.
Mi espalda golpea con el suelo, pero es un impacto débil, parece ser que la luz no tuvo la fuerza suficiente para elevarme hasta el cielo. Me acerco a levantar la asesina roja, su empuñadura está cálida y mi mano se lo agradece. Ella no deja de latir, no deja de decirme que en algún instante aparecerá otro peligro y yo solo niego molesto con mi cabeza.
—No quiero batallar más, si un enemigo nuevo aparece será nuestro fin —advierto.
Ella deja de hacerlo, deja de intentar protegerme y sus latidos se convierten en una tenue luz amarrilla. No es dorada, no es el color de los reyes, ni del sol, sino el color de la desolación. Es ese amarillo que solo se ve cuando los últimos rayos solares desaparecen dejando entrar a la penumbra total.
Camino hacia la nada misma, en este lugar no hay escapatoria, son muros gigantescos de roca milenaria y no quiero pedirle a la asesina roja mis alas. No tengo deseos de volar. Pero no es lo que opina la abeja que salvé que se detiene a un metro de mí, se recuesta y me mira fijo. Sé que quiere que suba a su lomo, no lo haré, no hoy, solo quiero...
—¡Vete! —le digo furioso—. No quiero que me devuelvas el favor. Merecías vivir, no como yo. Solo quiero ver a mi familia —Caigo de rodillas—. Solo los quiero a ellos.
Me seco el sudor, y me siento, cruzando mis piernas.
—No sé si el néctar funcionó y no quiero hacerte daño—le advierto—. ¡Déjame solo maldito insecto volador! —la insulto—. ¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres agradecer? No tienes que hacerlo. ¿Deseas ser mi mascota? Perdón, pero no soy un buen dueño. ¡Deja de mirarme así, maldición!
Nada sucede, ella sigue en la misma posición y para mi mala suerte sus amigas también bajan y con sus ojos, que ahora son amarillos como la asesina roja, quedan revoloteando y el sonido de su aleteo es tenue como la melodía para que bebé se duerma. El polvo que es levantando por el remolino de sus movimientos transforma el ambiente en el mismísimo lejano oeste.
—Gracias por venir —agradezco con sarcasmo—, pero me quedaré aquí a esperar que la muerte me venga a buscar justo cuando mi corazón se detenga. ¡Les ruego que acepten mi destino!
Es como si le hablara a un muro de tres metros de alto y yo con el cuerpo de una hormiga. Nada sucede, ellas no quieren abandonarme y presiento que me sienten como parte de ellas, de su enjambre y es bello, tan bello que ahora lloro por sentirme querido. Me seco las lágrimas con mi mano y hago una pequeña reverencia.
—Estoy agradecido de que me vean como su par, no obstante, he tomado una decisión y lo que hice contigo —señalo a la abeja que salvé— solo fue una buena obra abrazada a la necesidad imperiosa de irme del mundo, de los tres mundos. Nunca las olvidaré —levanto mi espada con la idea de hacer el conjuro de la muerte y la asesina roja desaparece de mi mano—. ¡Maldita seas! —grito furioso—, solo necesito... quiero... ¡Ahhhh! —mi voz sale como un aullido desgarrador. Un pedido de auxilio, la necesidad de despertar de esta pesadilla y sentarme a desayunar con mi familia—. ¡BASTA, ES SUFICIENTE!
La abeja se acerca y con su cabeza golpea mi brazo. La miro, sus ojos están tristes y sé que los insectos no pueden sentir igual que nosotros pero aquí está, parada a mi lado buscando reconfortarme.
—No tenías que escucharme gritar, te pido disculpas —le sonrío sin alegría—. Tu vida no es sencilla y quieres protegerme como si fuese una larva. Quiero que defiendas a la flor gigante y que cuides esta montaña escondida como lo hiciste hace un momento. No quiero, pero aceptaré ir a la superficie. No deseo seguir haciendo este espectáculo. No mientras ustedes me miren.
Me subo a su lomo peludo, y en cuestión de segundos estamos en el mismo lugar donde tuve mi encuentro con Primeo, las abejas se van pero la que salvé se queda a mi lado y me mira con preocupación al verme caer de rodillas.
El dolor es descomunal, es como si alguien me quisiera arrancar la piel con una gran pinza. Mis gritos invaden el lugar. Hasta que mi voz ya no puede salir y mi boca queda abierta empapada de sudor y lágrimas de un profundo dolor. La posición fetal es la única que evita que me quiera arrojar por el hoyo de nuevo. Mis manos me arden como si agarrara una olla con agua a más de cien grados Celsius y de mi cuerpo sale un vapor violáceo que es reconocido al instante por mi mente. No puedo concentrarme cuando siento miles de agujas clavarse en mi cuerpo, cuando el mismo estalla de dolor y arde como el mismísimo infierno.
Sulfuro, ese es el olor que puedo sentir en este momento combinado con pequeñas oleadas de putrefacción.
Quiero destruir todo este maldito lugar, quiero ver sufrir a esta abeja, y mientras lo hago tener en mi mano el último trozo de la flor gigante Kaprá. Y antes de largarle el conjuro de muerte permitirle ver a todas sus amigas desaparecer de este mundo.
No, no haré eso, no seré lo que los demonios quieren que sea, no destruiré un alma inocente. No permitiré que esta semilla crezca en mi cuerpo como las malas enseñanzas, como el pecado original, como el gen del mal. No permitiré que ella decida sobre mí y que solo sea yo el que salga manchado con sangre inocente.
La asesina roja aparece y levita cerca de mí, como esperando que algo suceda y si me transformo será la que ponga fin a mi vida. Es diferente a todas las transformaciones, no es furia la que quiere salir, sino todo el dolor contenido por cuatro años. El vapor deja de salir y toma la forma de un espectro.
—Era momento de conocernos —dice con su voz penetrante y fantasmal.
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