La Montaña Escondida (VIII)
Mis pasos retumban, ya no me importan las abejas, estoy perdido de todos modos, tanto si ellas despiertan o si yo no bebo el néctar. Me caigo raspando mis rodillas, me levanto y presumo que estoy cerca mientras observo como la gota se sostiene en la punta del pétalo.
¡No llegaré, maldición, no lo haré!
No es momento de rendirme, no es momento de abandonar a mi familia. Siento como la sangre de la herida corre por mi pierna llegando a mis tobillos.
A dos metros me arrojo resbalando por el suelo poroso que se parece a una gran lija. Todo mi cuerpo, hasta la mitad de mi espalda, sufre el raspado sin decoro del piso, sin embargo, mi movimiento por la fricción no se detiene.
Mi boca se abre, como si viera algo que me generará sorpresa, pero no es eso, es la ansiedad de beber de manera desesperada el néctar. La gota cae y solo me separa de ella un metro; bajo mi cabeza que golpea con el relieve del suelo. La gota cae, yo lejos, yo siempre último, yo siempre siendo la decepción. La gota cae y mi destino tomará el rumbo, de nuevo, el que no quiero, el que nadie quiere. La gota cae y mi boca presenta un gusto amargo y saliva viscosa. Me detengo al chocar contra el tallo de la flor, me ayudo con los codos a volver hacia atrás y quedar debajo del pétalo.
—¡Maldición tengo que lograrlo! —susurro.
Mis codos duelen, mi espalda arde y mi cabeza estalla de dolor. El brillo de la gota es fabuloso y su caída ilumina mis ojos hipnotizándome.
Los centímetros parecen kilómetros; ¡no me ganarán los demonios, ni Edaxnios! Ni siquiera mi perversa necesidad de fracasar. Mi cuerpo se mueve hacia el destino como un gran delantero con el arco solo y la anotación asegurada, perseguido por los pensamientos de que errará el gol. Sí que sucede, sí que la vanidad nos hace fallar, pero no es este el caso, no es un partido de fútbol, no es una obra de teatro; es el destino de millones de almas puras a las que yo debo salvar a como dé lugar.
Ella llega a mi boca a pocos segundos de no lograrlo. Mis ojos se humedecen, el sudor es un gran río que invade todo mi cuerpo y mi corazón late de manera eufórica, pero no de emoción, sino de desesperación.
Un fuego se enciende en mis pulmones, en mi cabeza y corazón. Mi vista se nubla al mirar a la flor gigante de Kaprá, parte de ella parece difusa y otra parte directamente no existe. Mi boca, donde en algún momento estuvo su néctar, está adormecida, la mitad de mi cuerpo yace dormida y mis piernas no responden.
Las abejas despertaron y sus alas zumban produciendo un sonido descomunal, como miles de turbinas de aviones, todas despegando al mismo tiempo. La flor de Kaprá cierra sus pétalos y todo se vuelve completamente oscuro. El aroma es extraño, es una combinación dulce con un hedor a basura.
¿Cómo pudieron saber de mi presencia si no hubo un ruido tan descomunal para acabar con su sueño? No lo sé, y ahora que no las veo, no sé si estan furiosas o solo me miran con sorpresa. Sea lo que sea el sonido de sus alas, el zumbido es avasallador y no sé qué hacer más que quedarme tendido en el suelo. Mis piernas aún están dormidas y arrastrarme hasta la escalera no es una verdadera opción, no estoy seguro de dónde está.
Veo una luz verde, que no viene de la flor, sino de los millones de ojos de las abejas que iluminan el lugar. Son redondos, furiosos y en el centro tiene un pequeño círculo rojo. Son ojos terroríficos y no les agradan que yo haya interrumpido su sueño.
Si en este momento pudieran ver mi rostro sería el de un adolescente completamente asustado esperando una solución mágica, que no aparecerá. Ahora las alas presentan una brillo anaranjado que al moverlas dibujan en el aire diferentes figuras, cada aleteo, de las millones que me observan, forman una obra de arte al mejor estilo vanguardista, donde los colores y los estilos son completamente diferentes. No sé tanto de arte como mi padre, pero creo que él estaría encantado de ver las luces sostenidas en el espacio combinado con los ojos verdes brillantes y el sonido ensordecedor.
El pájaro chilla buscando callar a las millones de abejas. Le ruego en mi mente que se calle, que no quiero que le suceda algo. No dejaré que lo asesinen a él también. Me arrastro hacia la jaula, con ayuda de mis brazos cansados y mis codos doloridos, son varios metros los que nos separan. Si lo libero, tal vez tenga la oportunidad de escapar a un lugar mejor.
Pero el pájaro decide otra cosa cuando su cuerpo, su pequeño cuerpo plumoso, brilla liberando un haz de luz azul que luego se torna roja y después amarilla... Azul, rojo, amarillo, como si fuese una bomba a punto de estallar y cada vez su cambio de colores se vuelve más energético y sus graznidos más potentes, lo escucho como un sonido alejado, que aumenta de intensidad pero es silenciado por los millones de aleteos.
Los ojos verdes, que estaban cerca de mí, se alejan unos metros y el rayo que emanaba de la flor impacta en el pájaro, destruyendo hasta los cimientos la jaula. Su cuerpo se eleva por la acción del impacto. Su energético cambio de colores merma en el momento en que llega al cielo y desaparece de mi vista.
Ya no existe oscuridad, ya no existen mis deseos de salvar a un animal que tenía los minutos contados. Ya no quiero arrastrarme alejándome de la muerte de la manera más inútil y cobarde posible. Mis codos se detienen, mis ojos se abren de par en par para observar con sutileza el cuerpo de las abejas. Ellas, con una belleza peligrosa, son dignas de admirar: sus cuerpos con finas rayas rojas que llegan hasta su abdomen que es de un negro pulcro, único y el mayor signo de peligro. Sus ojos se tornaron verdes pálidos, las antenas son pequeñas y se mueven con energía como si fuesen un radar en búsqueda de todos los enemigos que se pueden presentar. La flor gigante de Kaprá se debe sentir segura con semejante ejército a su cuidado y ojala ellas supieran que yo solo quería sanar, no destruir su hogar. Sin embargo, no las culpo, me gustaría abrazarlas para que me transfieran la valentía de enfrentarse a lo que sea con el propósito de proteger lo que más aman. Yo necesito de esa valentía para lograr liberar a mi familia, a Sunshine y vencer a cada uno de los que deseen destruir mi destino.
Mi collar ya no busca enseñarme el camino, su celeste brillante ha desaparecido y la asesina llega a mi mano sin sus latidos, ni la inscripción, ni la llama. Ellos solo quieren acompañarme en este momento y se los agradezco.
Cierro los ojos cuando el sonido de las millones de alas se vuelve insoportable, es como seguir dentro del avión, viendo a cada momento mí familia morir, y que cada olor, circunstancia y sonido me sitúe una y otra vez en el asiento 12 F...
—¡BASTAAAAAA! —grito y el sonido sale como un leve chillido en el gran tumulto de abejas enojadas. No me importa —¡NADA ME IMPORTA, MALDITOS BICHOS!
Mi espada se enciende, el collar brilla de nuevo y yo estoy de pie, sin ningún dolor y con muchas ganas de pelear.
—¡Ustedes defienden a su flor, yo a las almas puras! —levanto mi espada—. Veremos quién gana.
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