La Montaña Escondida (IX)
Ellas se mantienen en el mismo lugar a pesar de mis movimientos, creo entender que solo me atacarán si me acerco a la flor. Ya bebí su néctar no necesito más nada de esa flor esplendorosa. Entonces, si no tengo más nada que hacer aquí, me retiraré antes de quedar completamente sordo. Mi cuerpo gira, no con velocidad sino con decisión, la que siempre me tiene que acompañar y camino a la salida
Pero las abejas se mueven con energía rodeándome. La llama de la asesina roja se vuelve brillosa, blanca y late. El peligro ha vuelto cuando asumí que había acabado. Doy otro paso, uno pequeño, ese que se da sobre una capa fina de hielo para saber si es seguro caminar en un lugar tan inestable; y al darlo, una de ellas me enseña su aguijón, el cual si me atacara me traspasaría el torso como si fuese de manteca.
Me detengo, suspiro mientras niego con mi cabeza buscando en mi mente alguna solución que no sea una batalla. Le prometí a Primeo no lastimar a ningún ser vivo de aquí y quiero cumplir con mi promesa a como dé lugar. No obstante, no veo otra salida más que luchar. Las almas puras tienen que ser protegidas.
—No quiero lastimarlas, en serio, solo necesitaba el néctar de la flor gigante de Kaprá para poder curarme —digo sabiendo que el zumbido de miles de alas cubren mis palabras.
La abeja, la que en serio quiere librar una batalla desleal se acerca un poco más.
—No me parece justo que me ataquen —expreso angustiado mientras miro a todas girando mi cuerpo como un trompo—. Necesito que me entiendan, necesito su comprensión... ¡Por favor, les ruego que no peleemos!
No funciona, nada funciona...
Ella ataca y su aguijón se entierra en el puente, su cuerpo se contornea como si sufriera un ataque epiléptico, y es mi mejor oportunidad para acabar con una del gran batallón. Erró su ataque por un metro, y eso me indica que es la primera vez que se enfrenta a alguien.
Me acerco con la asesina roja que clama por su vida, por la vida de un ser que solo protegió lo que consideraba correcto. Clama por la vida de una abeja que no comprende de razones, que no sabe quién soy yo y qué he venido a buscar a este lugar.
Su cuerpo no se deja de moverse, y sé que si su energía aumenta e intenta salirse del puente, su aguijón pertenecerá al suelo y su alma viajará a un destino incierto. Es normal que la muerte sea la defensa de las abejas, lo veo continuamente en mi mundo. No lo comprendo, no sé qué es morir por los ideales, pero admiro que no teman al final anunciado, sino que mueran por sus hermanas y su hogar.
—¡Quédate quieta! —le ordeno—. ¿O quieres morir y que lo vean tus hermanas?
Llego a su lado y sus aleteos son frenéticos, pronto saldrá del piso y será su final.
—Yo vine a curarme como les dije, sin embargo, a ti no te importó —me agacho mirándola a sus ojos y en su mirada puedo distinguir el miedo que yo tuve al comienzo de este viaje—. Sabes, yo fui igual que tú, yo quería demostrar que podía cambiar las cosas con mi poder, con mi forma de analizarlo todo. Pero me equivoqué al asumir que podía hacerlo solo. Tú quisiste hacer lo mismo y la verdad te respeto. No quiero lastimarte, ¿lo entiendes?
Mueve apenas sus alas dos veces.
—Odio a los humanos que han destruido a tu especie en mi mundo, odio a todo ser que se cree superior para aniquilar especies enteras —le acaricio el lomo peludo. Su respiración sigue siendo energética pero cede ante cada caricia mía—. No quería perturbar su paz, no quería lastimar a la flor gigante de Kaprá y en este momento no quiero que te suceda algo, ¿entiendes?
Vuelve a mover sus alas y sus ojos ahora muestran cierta calma.
—Buscaré la forma de quitarte de aquí solo debo pensar como desenterrar tu aguijón sin hacerte daño. No creo que sea tarea sencilla. —El suelo ha agarrado esa parte de su cuerpo con fuerza y no creo que lo suelte.
Creo que queda una opción y no es la mejor. No para mí.
—He cumplido mi misión, o eso creo, y el noveno demonio no molestará a nadie en el mundo de los sueños y ustedes estarán de nuevo tranquilas. Sabes —sonrío cuando sus alas me acarician con una tenue brisa, creo que ella busca relajarme—, cuando era chico tenía un panal en un gran árbol, siempre me sentaba a admirar su trabajo. Lamentablemente una gran tormenta acabó con él y con la vida de todas. Y —levanto mi espada— ahora quiero que cierres los ojos. Pase lo que pase, siempre recuerda tu valentía —bajo la asesina roja que se entierra por completo en el suelo, solo es visible su empuñadura—. Amiga, fue lindo haberte conocido y protege al nuevo guardián de la misma manera que lo hiciste con la flor. Espero que funcione sino quedaré en ridículo —advierto sonriendo, pero no de felicidad sino de calma —. ¡Exitium!
El puente estalla, la abeja sale volando mientras me mira. Una llama azul intenso de mi leal amiga hace añicos el único sostén que tenían mis pies y caigo hacia un destino incierto.
Cierro los ojos esperando la muerte. Mi cabeza apunta al abismo, mis pies al cielo, y la asesina roja se apaga. Ella quiere demostrarme que el silencio en este lugar es una premisa. Una lágrima gana la caída al buscando enseñarme lo que me espera y purificar mi dolor.
Como todos dicen que sucede, miles de imágenes vienen a mi cabeza, pero no quiero sostenerme de ellas, quiero volver a vivirlas. No tiene ningún sentido ver la sonrisa de mi madre que era tan luminosa que el sol le tenía envidia. Ni la sabiduría de mi padre, ni la inocencia de mis hermanos. No quiero ver a Manchitas corriendo moviendo su cola, quiero que me arroje al piso y me pase su lengua por la cara. No quiero soñar, no quiero anhelar... No quiero... Ya no... ¡Basta de sueños! Necesito realidad, necesito una familia, y cuando mi cuerpo golpee el suelo tal vez la pueda volver a ver.
Suelto a mi amiga leal porque necesito que mis manos acaricien la brisa que aparece por el movimiento veloz de la caída y puedo jurar que se siente como un abrazo acogedor, un abrazo... Algo... que ya no sé qué significa...
Escucho el sonido metálico de mi espada y aunque es lejano, a cada segundo me acerco más y más.
—No debiste sacrificarte así —señala Primeo desde algún lugar.
—Hice lo que sentí y eso era salvar a la abeja —sonrío.
—Pero condenaste a las almas puras.
—Al contrario —contradigo con seguridad— las salvé.
—Adiós guardián.
—Adiós Primeo, adiós pequeño Timmy.
Cierro los ojos para esperar la muerte.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top