La Montaña Escondida (IV)

Mi falsa madre tiene unas grandes alas oscuras, sus puntas son violetas y parecen ser las de un murciélago. Sus ojos, los que antes parecían hundidos en su rostro, ahora son radiantes y tenebrosos. Su vestido negro le llega hasta las rodillas y sus tobillos tienen tatuado lo que parecen ser tribales. Su rostro tiene dibujado una sonrisa, y a su lado descansa el reptil que tenía en su boca. Este animal, de colores oscuros y un vibrante rojo que rodea su cuerpo de forma circular, sisea amenazante. Es como un perro de gran tamaño. Creo comprender que ahora sí, sea Eriko u otro demonio, se muestra ante mí para acabar con este círculo sin final de mis mayores miedos.

La asesina roja no está contenta con la aparición de un nuevo enemigo, y la comprendo en su totalidad. Desde que comenzamos este viaje, nunca tuvimos un día de completa paz. Saber que a cada paso que damos buscan asesinarnos, es terriblemente cansador y una locura absoluta.

—Asumo —me apuro en hablar— qué no me dirás tú también quién eres.

—Soy Francis, tu madre —dice sin borrar su sonrisa.

—¡No insultes a mi madre! —le grito furioso y con ganas de clavarle la asesina roja en el corazón. No me interesa encerrar su alma, lo que me importa es que aprenda el sentido de ser respetuoso con mi familia.

—Luke, hijo mío, nacido de mis propias entrañas no me niegues y ven a darme un abrazo.

Por mis venas corre la misma furia incontrolable que se presenta en mi transformación, la que necesita acabar con todo a su paso para sentirse satisfecha. Sin dudarlo, sin ni siquiera tomarme un tiempo para pensarlo, le apunto con mi espada, su llama rojiza resplandeciente sabe lo que ocurrirá, el conjuro que cruza por mi cabeza pondrá fin a esta batalla.

¡¡¡Mort sortir!!! —conjuro con furia y con grito de desahogo.

Relámpagos rojos iluminan el ambiente, forman una mano furiosa, que encierra a mi madre falsa en una prisión que empieza a electrocutarla. No grita, no chilla, como esperaba que sucediera. El espectáculo no es digno para ver, tampoco el resplandor que se produce por la electricidad roja que busca destruir su cuerpo.

—Mereces desaparecer de este lugar, mereces recapacitar y saber que no tienes el derecho a insultar a mi madre de esa manera.

Ella, la madre falsa, ríe a carcajadas mientras por su cuerpo corre toda la furia de una lluvia eléctrica rojiza. Parece no importarle y lo peor que me pude suceder es que no le causé ningún tipo de daño. Quería que se arrodillara y cuando estuviera a punto de desaparecer, que me pidiera disculpas y mi alma volvería estar en paz.

—¡Eres soberbio como todos los guardianes! —exclama cruzando la prisión y el conjuro desaparece—. Te veo en el mismísimo infierno, farsante.

Su mascota, el reptil, está detrás de mí y no me percaté de su presencia, me abraza y caemos al abismo. El animal, solo tuvo que abrazarme por la espalda con sus patas y moverse a la izquierda.

La caída es horripilante, desoladora y oscura, y el reptil no busca atacarme, o eso creo porque no llego a verlo. No me vencerán de esta manera tan sencilla, no cuando un demonio abusa de su soberbia.

Lux exponentia —conjuro con mi cabeza apuntando al suelo.

La luz aparece como si el sol me diera un poco de su poder, el abismo no parece tan terrible cuando es iluminado de esta manera.

—Aún no conozco mi poder amiga —le susurro a la asesina roja—, pero necesito de mis alas, deseo volver al puente y acabar con ese demonio.

Ellas aparecen sin que mi amiga haga ningún movimiento, las deseé tanto mientras hablaba que parece que a veces, los deseos se cumplen con solo pensarlos. Mis alas son diferentes, esta vez parece que el dorado es el color elegido, perfecto para este momento. Con un leve movimiento detengo mi caída, sonrío y subo furioso.

Mis pies impactan de lleno con el suelo, levantando polvo y demostrando que estoy dispuesto a todo. Miro a mi falsa madre mientras mis alas desaparecen, en mi cintura siento un frío metálico y le sonrío a la asesina roja; ella de alguna manera me acaba de dar la solución final.

Camino mientras me seco el sudor de la frente con mi antebrazo. Miro a mi falsa madre.

—¿Qué se siente ser ella?

—Un poder descomunal; por tu mirada comprendo que no sabes toda la verdad —menea con lentitud su cabeza y no puedo dejar de ver sus alas que cada tanto liberan pequeños destellos violetas.

Eso destellos funcionan como pequeños flashes que me hipnotizan. Quiero golpearla, quiero destruirla, sin embargo, me invade una tristeza profunda. Muevo mi cabeza para volver a sentirme furioso, no puedo permitir que la tristeza interfiera con mi misión. No puedo, maldita sea, no puedo reaccionar y a cada paso es más y más angustiante.

—Siento que ya no conozco a mi propia madre. —Me caen algunas lágrimas—. Quiero abrazarla mientras el sol se oculta por el oeste y que ella al oído me cuente de su poder.

—Si lo deseas yo puedo hacerlo, solo tienes que darme tu alma como forma de pago. —La sonrisa de su rostro es maquiavélica.

—Sí, te daré lo que sea necesario, estoy agotado de esta batalla que sé que ganarán los demonios.

—Por supuesto que eso sucederá —sus ojos se tornan violetas.

—¿Puedo abrazarte y sentir tu corazón? —pregunto deteniéndome a un metro y sus alas se mueven para adelante y atrás, como si quisiera salir volando conmigo.

—Sí, pero este no es el lugar correcto, prefiero que suceda en Kadin, mi hogar.

—¿Kadin? —la miro con tristeza.

—Sí, es el tercer infierno, del círculo que tienes en tu torso. Allí solo yace el amor y la comprensión. Mi amo estará feliz de verte, de que le entregues tu alma.

—Déjame abrazarte... déjame abrazar a mi madre —le suplico secándome las lágrimas—. Te prometo que luego de eso iré contigo a Kadin.

—Está bien, tus ojos no mienten —afirma con su cabeza—. ¡No sabes lo feliz que soy de cumplir con mi misión!

Sus alas desaparecen, su oscuridad también, ahora se parece a mi madre, a la que vi por última vez en el avión. Con su vestido preferido, su cabello atado y sus ojos llenos de amor.

Me acerco, la abrazo y escucho el latido de su corazón en el lugar contrario a los humanos. Sus brazos me envuelven y me siento de nuevo como ese pequeño que vuelve a encontrar su rumbo, su hogar. David me supo decir que: «el hogar no siempre es una construcción, sino se encuentra en el corazón de las personas que nos aman». Y tiene razón, mi hogar, mi verdadero hogar, ahora yace en la esfera de la repetición en el palacio de cristal de Edaxnios.

La piel de mi falsa madre es igual a la de ella, a la verdadera: cálida y suave; con su perfume característico a fresas y jazmines. Siempre me dijo que una piel bien cuidada habla de la persona, de cómo se cuida y se quiere, que el amor propio es primordial para un crecimiento personal.

—¡Vamos muchachito! —me separa con fuerza y luego me invita con su mano derecha—. Kadin es el mejor lugar en todo el Jigoku y te espera con ansias.

—Dime ¿por qué deseas el poder de mi madre? —Me seco las últimas lágrimas.

—En el viaje te lo diré —sonríe molesta.

—Dime, ¿por qué siendo un demonio sigues confiando en los humanos?

—Porque sus almas son sabrosas —responde en seco y parece que no quiere seguir hablando.

—Está bien, iré contigo —coloco mi mano izquierda detrás—. ¿Eriko es quien me recibirá?

No te rindas, no hoy Luke, no vayas al tercer infierno.

—Sí y te cuidará, como lo hace con todas las almas que llegan a Kadin.

Tu madre se sacrificó por ti, por tu misión... No la decepciones

—¿Puedes darle un mensaje de mi parte? —Sonrío.

—¡Se lo darás tú! —Exclama furiosa mientras sus alas, el vestido negro y los ojos hundidos aparecen de nuevo—. No tengo tiempo que perder contigo y con tus chiquilinadas.

La miro sonriente, estoy tan solo a un metro, y agradezco que no me haya agarrado del brazo. Esa voz que escuché dentro de mí me hizo despertar.

—Me gustó hablar contigo. —Me mira furiosa y desorientada—. Dile a Eriko que lo veré pronto y acabaré con Kadin como lo estoy por hacer contigo.

Al terminar la frase intenta agarrarme, la esquivo, suelto mi espada, y de mi cintura tomo la daga dorada.

¡¡¡Mort sortir!!! —conjuro pensando en la muerte, en que este demonio desaparezca. No quiero verlo nunca más en mi vida. La daga se envuelve en una llama roja y se la entierro en el corazón que se encuentra en su lado derecho.

Los gritos son agudos, los mismo de alguien que sufre, que sabe que desaparecerá del mundo. Mis ojos se llenan de lágrimas, a pesar de saber que no es mi verdadera madre, acabo de matarla. Miles de imágenes invaden mi cabeza en cuestión de segundos, y mientras los gritos de esta bestia se vuelven insoportables, necesito los abrazos que jamás le di a ella cuando le decía que ya había crecido y los niños de mi escuela se reirían de mí. Los retos que nunca comprendí, las enseñanzas que nunca escuché y ahora, solo en un puente que en algún momento caerá y envuelto en aullidos desoladores, quiero ver el rostro hermoso y feliz de mi madre. Necesito volver a ser ese niño que su única preocupación era jugar y lidiar con brabucones, quiero volver a pisar el fango, manchar mis zapatillas blancas hasta que dejen de tener ese brillo característico luego de horas de fregado y recibir el escarmiento de ella. Necesito volver al pasado, que aunque este pisado y olvidado en algún bucle temporal, para recuperar el tiempo perdido, el tiempo no apreciado.

El demonio se desvanece en cenizas y el ambiente donde me encuentro desaparece. Su alma violácea revolotea, se detiene como si me observara y luego desaparece. Está vez la dejaré ir, está vez se ha salvado. Pronto nos volveremos a ver y en ese momento mi venganza será completa.

Ahora estoy parado en un sendero de tierra y delante de mí esta Onisher.

—¿Dónde te habías metido? —pregunta molesto

—No tiene importancia —respondo triste.

—Sígueme entonces —se da media vuelta— a pocos metros estaremos en la Montaña Escondida. Estos humanos nunca cambian.

Caminamos en silencio y mi corazón continúa acelerado por lo que acaba de suceder.

Onisher se detiene, se da vuelta y me mira.

—Hemos llegado al final del camino —desaparece.

Y el ambiente no ha cambiado, nada lo ha hecho y Onisher acaba de dejarme, de nuevo, en una soledad absoluta.

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