La Montaña Escondida (III)

Estoy agitado, sudoroso y cansado de batallar con este monstruo eléctrico, que no encuentro la forma de derrotar y se me acaba el tiempo. Cada ataque que viene de él es detenido por mi espada y desvío los rayos hacia las rocas. Y cada arremetida de mi parte lo traspasa.

En lugar de ojos tiene unos grandes agujeros negros, su boca posee una cantidad incontable de dientes eléctricos, finos y peligrosos. Su cabello son rayos que van de un lado a otro de su cabeza difuminada, como si fuese una gran tormenta. Parece que combato contra una máscara flotante que está conectada a alguna fuente de electricidad.

—¿Tú quién eres? —pregunto mientras pienso alguna forma de derrotarlo.

—¿Eso tiene importancia? —Su voz amenazante hace que dé un paso hacia atrás y empuñe la asesina roja con más fuerza.

—Por supuesto, siempre me gusta saber contra quien peleo para luego contarle a mis protectoras a quien vencí.

—¿No recuerdas lo que te sucedió a tus cuatro años?

—No —niego fastidioso.

—Que lastima, entonces no sabrás quién soy. —Su boca se abre y sale despedido un rayo amarrillo que repelo con facilidad y sutileza.

—Todos aquí son tan misteriosos y eso los vuelve molestos.

—Ustedes los humanos lo son —indica riendo a carcajadas.

—Entonces —niego con mi cabeza—, si no me dirás quién eres, dime, ¿dónde estamos?

—En el lugar donde los miedos se convierten en realidad. Es el lugar preferido de Eriko, de nuestro creador y no hay ninguna posibilidad de salir. No llegarás nunca a la Montaña Escondida.

Al momento de terminar su frase recuerdo que mis mayores temores eran: ver a mi madre angustiada, con sus ojos perdidos y abrazándose a la muerte. La pesadilla más recurrente que tuve en mi infancia era la de una mano gigante buscaba atraparme y al momento de hacerlo, por suerte me despertaba. Esa mano me persiguió por años y nunca comprendí que significaba, tal vez, ahora que sé que soy el guardián, habrá sido algún demonio intentando atraparme. El miedo al agua es el conocido, sin embargo, parece que ese tal Eriko sabía que yo temblé de miedo cuando me enfrenté a una sudestada en un pequeño puente de madera que conectaba mi casa del árbol con una rama gruesa. Fueron unos momentos, pero si caía, era una muerte segura, tres metros de caída libre. Al día siguiente mi padre la retiró ante mi llanto, y hoy en día, las tormentas no me asustan mientras esté dentro de alguna casa o dentro de Oxi.

Nunca le temí a la electricidad, sin embargo, tuve un encuentro casi fatal al meter un tenedor en la boca de un enchufe. Se generó una explosión que me arrojó dos metros y mi cabeza golpeó contra una pata de la mesa de madera. Mi madre me dijo, luego de que me llevará al médico y que su voz volviera a su cuerpo, que dormido hablaba de un monstruo eléctrico. Ahora todas las piezas comienzan a unirse.

—¿Ahora me recuerdas? —pregunta meneándose.

—Sí, pero no eres un temor para mí; Bubiducus te sabía llamar cuando contaba la historia de nuestro encuentro, no te olvides que —sonrío— solo fuiste un accidente.

—¿Cómo te atreves a llamarme así? —Su voz se vuelve más grave y furiosa.

—¿Sabes por qué metí el tenedor en el enchufe?

—No me interesa —se eleva.

—Porque el capitán luz había vencido a su enemigo, que en su cuerpo corría electricidad, con un tenedor gigante, la diferencia fue el material con el que estaba hecho. Entonces —levanto la asesina roja—, si el capitán luz pudo, yo también podré. Tendrás que disculparme que no puedo pasar más tiempo contigo, pero el deber llama. Adinventionem —conjuro pensando en una prisión de roca, un material que no conduce la electricidad.

Poder casi incontrolable sale despendido de la punta de la asesina roja, impactando contra las roca como si fuesen látigos y de la nada, con una excesiva velocidad, aparecen cinco muros gruesos; sin embargo, estan separados, y flotando sobre la cabeza del Bubiducus. Cierro mis manos como un acto reflejo y la prisión rocosa cae al vacío encerrando uno de mis enemigos; uno que fue más peligroso de lo que asumí.

Miro hacia lo alto para darme cuenta que la lluvia de abajo hacia arriba reaparece, solo como el sonido goteante y lluvioso y no con gruñidos. Todo se está llenando de agua; el agua, el puente y la sudestada no son cosas de mi agrado.

Ahora sí es momento de correr con toda mi velocidad. Mis pies van al ritmo de mi corazón y el sudor se combina con el agua que cae.

Pienso en un dique de contención como los que crean los castores.

Adinventionem —conjuro y se eleva una gran pared. El agua golpea en los muros, por el momento estoy a salvo.

Desafortunadamente, nada es para siempre, como decía mi padre y la pared cae. La cascada toma fuerza y virulencia.

Adinventionem —El dique que creo se divide en dos muros más gruesos pero son destruidos y caen al abismo.

Corro desesperado mientas el puente también se derrumba, tiembla y busca, de alguna manera perversa, que yo caiga al abismo. No sé cómo derrotar a uno de mis mayores temores. Sé que debo ser inteligente y sagaz, pero no tengo tiempo de pensar mientras me persigue una cascada furiosa y destructiva. Al quejarme, al querer llorar, en mi nariz se forma una pequeña burbuja de aire y hace que me detenga. El capitán luz me ha mostrado el camino a mi salvación una vez más y no me queda otra solución que hacerle caso. En un capítulo, el peor de todos, él se enfrentaba al maligno doctor océano. Un enemigo tan inteligente como siniestro, había destruido toda la ciudad en búsqueda de un pequeño rubí, sin tener en consideración la gente que murió por sus actos. El capitán, furioso y manejado por todas las emociones, cayó en una trampa y terminó en el fondo del océano en una pequeña caja metálica que de a poco se llenaba de agua. La muerte era segura, pero en su cinturón tenía la respuesta. Creó una burbuja de un material desconocido y pudo salir a la superficie con sutileza, la que siempre lo identificó.

Adinventionem —conjuro pensando en esa burbuja.

La llama celeste de la asesina roja me envuelve y luego quedo encerrado en una burbuja blanca que me permite ver todo. El agua golpea con ferocidad, sin embargo, no me muevo de mi lugar y me siento para cerrar mis ojos. No quiero que me gane la ansiedad, necesito pensar con claridad.

El silencio aparece por fin y la burbuja desaparece, no explota sino se abre como el cierre de una mochila. Me siento victorioso hasta que observo, delante de mí, a la cascada con ganas de arrojarme al abismo. No se mueve, no busca destruir el puente y no se acerca. Es la forma más siniestra de invitarme a pasar debajo de ella pero no lo haré, aunque esté a instantes de mi peligrosa transformación.

Mi collar se vuelve rojo intenso, liberando luz y calor, y me doy cuenta que muchos estan de mi lado buscando que pueda llegar a mi destino. Sonrío mirando a la cascada, ha llegado su fin.

Levanto mi espada, miro el collar y luego le apunto a la cascada.

Adinventionem —conjuro pensando en fuego, lava y en mi furia.

Aparece una llamarada gigante, como la de un incendio forestal, que acaricia el entorno. Todo se vuelve un completo infierno y el vapor que desprende el muro de agua no ayuda demasiado. La lava aparece en el momento en que el fuego se combina con el agua, cayendo al abismo y su calor es tan intenso como mortal.

Todo desaparece. El vapor se eleva como de costumbre para producir una fina lluvia que apaga los últimos vestigios de la lava intensa.

Un temor menos acaba de desaparecer y suspiro alegre mientras me seco la transpiración buscando recuperar el aliento.

—No esperaba menos de mi hijo —dice mi falsa madre desde las lejanías y todo se vuelve un caos.

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